A Fausto Rosario Adames, Director de Acento.com.do y Acentotv.do, que me preguntó la semana pasada “¿Quién va a escribir la biografía de Aída Cartagena Portalatín?”.
A la crítica literaria, traductora, académica y screenwriting puertorriqueña, Dra. Linda Rodríguez Guglielmoni, que fue la primera persona en afirmar en congresos internacionales desde 1991, que la novela Escalera para Electra de Aída Cartagena es “el texto perdido del boom latinoamericano”, libro que descubrió en la Biblioteca de la Universidad de California en Los Ángeles, publicado por Editora Taller en 1975.
Al escritor y académico dominicano Dr. Rey Andújar, por amar tanto a Aída.
“No creo que yo esté aquí demás. /Aquí hace falta una mujer, y esa mujer soy yo. /No regreso hecha llanto. No quiero conciliarme con los hechos de extraños. / Antiguamente tuve la inútil velada de levantar las tejas para aplaudir los párrafos de la experiencia ajena […]”.
Esta es la voz ceremonial de Aída, La Cartagena, la admirable autora del Grupo de la Poesía Sorprendida, que tuvo el acierto de ser ingeniosa, de enfatizar la lírica con una embestida de rebeldía, de metaforizar el hecho estético con un sentido de trascendencia y una honda percepción de expresión vanguardista.
Aída fue editora, investigadora, compiladora, cuentista, novelista, poeta, crítica de arte, ensayista, promotora cultural, dibujante, viajera infatigable, historiadora, fotógrafa, museógrafa, coleccionista, catedrática universitaria, antropóloga, la intelectual dominicana del siglo XX más polifacética.
Ella sabía que la literatura es una obra que se hace diestra con la experiencia, y que toda escritora debe vibrar con intuición ante las circunstancias de la vida donde se simula y disimula la verdad como un cuadro impresionista. Tuvo también el presentimiento de que, el arte pertenece no sólo al ámbito de lo privado, sino también a la diversidad de la existencia y de los temperamentos imprevisibles.
A través de su vasta poesía, una conoce y afirma que la irrealidad de la ficción solo es posible yuxtapuesta a la soledad, puesto que ella fue interlocutora de la materialidad visible del devenir, de pretéritas situaciones cuando las horas llueven trayendo consigo insomnios para reconciliar identidades en un círculo hacia adentro, hacia los márgenes de la claridad sombría, y tantísimas mañanas donde su alma es un sol libre, y su memoria una noción de los siglos.
LA HISTORIA LITERARIA DE UNA MUJER. Hace tiempo que la historia se escribe con trazos oficiales, que un episodio cualquiera es una biografía repetida con argumentaciones donde se identifica a un protagonista.
La historia de un personaje, al igual que la crónica, se hace de habladurías, de presunciones, de pesquisas que mueven archivos, bibliotecas o circunstancias con hechos provenientes de una minuciosa reconstrucción.
La historia literaria, muchas veces, es una memoria tiznada por espejos, una representación de testimonios; otras veces, es un laberinto para esclarecer la vida de una autora como epílogo a una época.
¿Cuántas historias livianas se escriben? ¿Cuántos cuestionamientos hay a la privacidad de una autora cuando su memoria es una inferencia al lenguaje, un laberinto individual con cierta carga de fidelidad a su vida, su interpretativa verdad, llena de fragmentos, de compromisos, de subversión ante el sistema o la autoridad?
AÍDA. DIVA Y MYTHOS. [Aída se confunde con lo intemporal, se desdobla en la expectativa de los sentidos, busca en la ficción la cercana orilla reversible de la vida.
Es Aída un testigo real de calendarios que a diario se tejen y entretejen. Fue tan original que tuvo por refugio solo su voz, el asombro de la memoria consciente].
Aída Cartagena vivía su pertenencia a un tiempo, su individualidad en la virtud de la libertad, la apertura a la reescritura sin leyes ni polaridades. Era tan imaginativa que viajaba en la fábula de un imposible deseo. ¿Qué interrogaba esta mujer, esta “señora” que habita desde la “normalidad” (a su antojo) la orfandad de la alteridad?
Sólo tengo de Aída sus recuerdos, la alegoría presente a su nombre, la lectura de su tiempo hecho prodigio o literalmente un desconocido conocido. ¿Qué lugar ocupa su Casa en el tiempo (1984), si ella aparenta repasar la compañía de un continente, la disyuntiva utópica de una puerta frágil? Aída significa búsquedas, embriaguez de perfección, complejidad inventiva, reglas o exclusión en los pasillos de la memoria que refracta.
[Es ella, una escritora-diosa en la publicidad de su periodístico retrato, con pocas o escasas sonrisas o un andamiaje de fotografías].
Aída estaba tan abastecida de hechizos, que era una mujer en primera persona del singular y el plural, espléndidamente perenne y solitaria.
[¿Cómo escribe Aída, cómo se salva a sí misma de esta escena fantasmagórica del mundo que es la intromisión de los otros en los territorios de lo privado, donde se desdobla una para re-encontrar o re-afirmar ese lugar “entre-medio” del texto poético?].
Solo la voz de Aída, solo su voz de transferible libertad y simultaneidad se asoma a la escritura con ceremonial reverencia para hablar de la esperanza como un hada alada desde el horizonte de la inocencia.
Ella, que no estuvo ajena a lo político ni a las circunstancias vanas de una historia oficial velada, eleva su rostro y su mirada impaciente. Nadie más alegre que Aída, nadie de más sentir humano que ella, en su incuestionable entrega a las horas recurrentes de la lucha, cuando compartir la soledad significa compartir la hermandad y total entrega con la causa de la primavera de la libertad, con su voz presente en la poesía, reflejando la peculiaridad de su alma y original valentía.
[¿Cómo ir por Aída, si su nombre es la consciencia madre de la poesía, la clave reveladora del confluyente espacio, anticipada al destino laberíntico del mundo?].
Para hablar de Aída es necesario una ficción subversiva, una mirada de décadas, que lleva consigo una oleada de sobrevivencia. De manera, tal vez, quizás, que el discurso enunciativo-biográfico es su vida desplazándose con un orden de elocuencia fragmentada.
Aída es diva, diva peregrinante, magia divertida por los ángeles o las mariposas que encuentra en una valija de incógnitas.
Ella recorre las calles y las habitaciones paganas; ruinas y templos en el revés de la aurora, porque Le llamaban Aurora (1978); cuida sus objetos, las nocturnas custodias de pergaminos sagrados, y hace de la rebelión su acontecer político, dejando la palabra abierta para callar a las tinieblas, tanto que, abraza las brújulas de la ausencia, las caras de la conjunción de la edad, que la extranjeridad es un desafío, una tormenta accidentada por el azar o una elección libre sin después en la yuxtaposición de la existencia.
… Ella ahora está deshojando la genérica ambivalencia, yendo por el París fascinante de la utopía. Descubre, gracias al ritual de la escritura, palimpsestos en la enajenada exploración continua de esa categoría llamada mujer. Y, allí está su voz interna y persuasiva, su voz narrativa, resquebrajando a la historia. Voz de sí-misma desatada, insubordinación, liberación de la doblez-voz, de la isla, de la voz revelada, multiplicada.
Tal es el reino en que Aída se pierde. Oídos propios, desenmascaramientos de Dios, del patriarca en un mapa de espejos.
Todavía veo a esta mujer hacia el otro lado del infinito, resistiéndose a los entreactos del aburrimiento. Es otra mujer, otra de su sexo, filosófica, literalmente representada en transgresión, en la reflexión itinerante rompiente, de una extraña interpretación de la esperanza en el conjuro del silencio.
Tantas veces que hemos ido por Aída, narrando su prestada heredad helénica, su naturaleza vencedora en los naipes erotizados de impecabilidad; rítmica poeta, lejana, itinerante, de cómo volver a vivir y re-vivir los ladridos del viento.
Aída se lee, se relee y re-escribe en la imagen de la posteridad y la confluente geografía de los tiempos.
Aída duerme en la ventana, en el ocaso del misterio, en el riesgo que de gris sofoca el sueño, la configurada convalecencia del amor, la redención total del blanco, del azul, de la nada nacida a media luna. Es tan natural su gusto por los opuestos, que su mirada es sombra en flores, un orden desde adentro o nostalgia reposada sin continuidad.
Tengo tristeza de ir al espacio de su cuarto, de amontonar papeles, cartas, libros, recortes de prensa y fotos. Tristeza de desconcierto, tristeza de esperar milagros en su regreso. Pero allí está la memoria eterna de su llegada; ahí están los mapas, los artificios, su sabiduría, edíptica como transeúnte misma de la palabra en el asilo de la utopía.
Metáfora en símbolos, signos con el misterio de la lluvia, sur en el norte, coralidad poética, plurivalente, eso es Aída.
[Aída es mito, paréntesis real y hablante, navegante, reina del soy y estoy, hora actuante aceptada en la perpetuidad].
Una vez estuvo aquí, deshojando sus juegos de Tablero (1978), compartiendo a Escalera para Electra (1970) a hurtadillas, y terminó en su risa y una unilineal lectura. Estaba flanqueando el alfabeto, el símbolo en ruina de la infancia melancólica.
Dicen, que no tuvo necesidad de autobiografía, de fingir un diario borroso e infame, cómplice de su historia que se inicia en el 40. ¿Qué expediente contrapuesto guarda si se comprometió en la lucha, si adoró a su Patria, La tierra escrita (1967) o igual a la justicia?
Tan poco “íntima” es Aída, que se marcha en silencio. Va a envejecer con la bondad de la rebelión, con el linaje del polvo, con el contingente colectivo que en la primavera del 94, crea un cristal inmóvil “veedor” de omnipresencia. [1] Justamente Aída, diosa, mythos o perfil de la temporaria fantasía, enferma de una trinidad de desconsuelo. Su sombra viva se enferma y se viste para junio de la última escena. Cuidados intensivos intentan rescatarla del espíritu común de la muerte. Quiere irse sin paradojas, sin final múltiple, sin paralelismos calmantes, sin noches boca arriba.
Ya su voz está fisionada, confinada a un camino en la certeza de la paz, en el presagio de la otredad.
Quizás lenguaje y memoria es la fabulación propuesta para hablar de Aída, subjetividad que convoca el reverso, la insurrección posible, la inscripción libresca de una mujer diversa armada de signos.
“DE MOCA ERA ESA HORMIGUITA BOBA/ DE PIE SOBRE LA ISLA”. Ahora que ella es plural y de eterna verdad, en su movimiento inmóvil de pausa y arribo, me escapo a la búsqueda de su nombre, con una urgente necesidad de la palabra, recuperando para sí en la lenta metamorfosis de la otredad la mutación y multiplicidad del silencio, no como un orden imaginario o imposición dogmática, sino como abstracción donde se nombran y cuestionan las jerarquías del pensamiento, desde la esperanza reposada de su belleza.
Ha sido Aída, quien ha dado con su poesía equilibrio a este vacío del siglo, con un epígrafe de recuerdo, en esta ciudad nostálgica y romántica que, a veces, muere indefectible y tímida, sin presentimientos en una paradoja de desaliento.
PARA LLEGAR AL RECUERDO DE AÍDA HACE FALTA UN REFUGIO, UNA TORMENTA DE INOCENCIA, UN CAUCE DE RÍO. Hace veintiún años que Aída es presente, una escritora al viento, un mapa imprevisible, transgresión del silencio, sobreaviso de ternura, escondrijos de hojas secas, invención planeada con audacia crítica, océano, luz, sinceridad aposentada en el descubrimiento de la metáfora, sorpresa del asombro, fatigar la noche como presente y futuro de la trascendencia, continuidad en el contrapunto mítico de la conocido sin fugacidad o multifacéticas heredades.
Ha sido tan hermoso amar a plenitud a Aída, La Cartagena, para despertarla a la verdad inobjetable, conmovedora y transparente, ya que su ser excepcional, cómplice de su inteligencia, talento y bondad, está para concelebrar la felicidad de homenajearla.
NOTA
[1] Aída Cartagena Portalatín [18 de junio, 1913-3 de junio, 1994] es la escritora dominicana del siglo XX de más amplia referencia bibliográfica en los centros académicos de EE.UU., y de Europa, y en los Departamentos de Literatura, Lenguas y Lingüísticas de prestigiosas universidades. Constantemente su obra es objeto de estudio por investigadores de literatura caribeña, y candidatos a tesis doctorales
La primera más amplia bibliografía en torno a la obra de Aída se realizó en abril del 2000 a instancias de la Dra. Linda Rodríguez Guglielmoni, de la Facultad de Artes y Ciencias, en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez, en ocasión de la 7th International Caribbean Women Writers and Scholars Conference (Séptima Conferencia Internacional de Críticas y Escritoras del Caribe) dedicada a Aída Cartagena (República Dominicana), Loida Figueroa (Puerto Rico) y Lydia Cabrera (Cuba). En la biblioteca del Recinto se hizo una exposición de sus libros, y fotografías.
La presencia de Aída es notoria en la historiografía literaria de Hispanoamérica. Su labor literaria se encuentra incluida en exhaustivos catálogos bio bibliográficos de escritores y en diccionarios biográficos. Ha sido traducida, esencialmente, al inglés, francés y noruego.
Su obra narrativa y poética siempre recobra actualidad, y de manera significativa influye en el pensamiento y el movimiento feminista. Ella marcó una tendencia en el proceso de aproximación a la creatividad de la mujer. Su escritura no es el resultado de una escuela, sino de su temperamento, de circunstancias y del clima político-histórico imperante en la República Dominicana, donde vivió, desarrolló su obra, su estilo y estética, evolucionando en el género novelístico hacia la experimentación.
Políticamente fue una voz opositora a la dictadura de Trujillo, además, de ser una guía de los escritores dominicanos en la clandestinidad. De ahí, la trascendencia de las publicaciones que dirigía: Brigadas Dominicanas, Colección Baluarte, y en la Junta de Dirección de La Isla Necesaria, y posteriormente la Colección Montesinos. Perteneció a una generación que abrió los caminos de la libertad, llamada la “generación de la libertad”.
Existen muchos mitos en torno a la “vida privada” de Aída Cartagena Portalatín. Mostrada en escorzo, su biografía “oficial” y no oficial es difícil de construir. Aída afirmó la identidad cultural de nuestra nación. Es importante volver a leer sus libros Yania Tierra (poema documento) y La tierra escrita. Sus investigaciones antropológicas y sobre la cultura prehispánica de la Isla de Santo Domingo son pocos conocidos. Su proceso creativo se inicia en la década del 40 y concluye con su muerte en 1994.
Tuvo dos géneros pendientes: el teatro y la biografía, aunque rumores no confirmados hacen la salvedad de que tenía concluida una biografía escrita sobre Cristóbal Colón, manuscrito que fue “hurtado” de su biblioteca.
Ella creó su propio horizonte, su tendencia literaria. Tuvo Aída, lo que yo llamaría “albedrío espiritual”. Ella de por sí es un símbolo irrepetible en nuestra literatura, una autora cosmopolita, que construyó su propio imaginario. Sus viajes por la costa de África Occidental (Senegal, Argelia, Dakar) en 1975 -donde conoció los rituales y ceremonias del África negra, y la mística y magia de la poesía de la negritud- hizo que comprendiera la barrera que significa el color de la piel, y que África debe llenar su destino como portadora de la antorcha de la libertad, y celebrar la existencia y permanencia de los valores y no la destrucción.
Para responder a la pregunta de Fausto Rosario Adames, de por qué Aída Cartagena Portalatín es una intelectual de gran influencia en el siglo XX, sólo hay que aproximarse a conocer cuál es su testamento literario, ya que Aída hizo suya la idea de Pipe Faxas de que: “Si se vive en un pueblo que ha perdido el respeto a la libertad del hombre, a uno sólo le queda el camino de la lucha o la muerte”.
Aída escogió el camino de la lucha. Igual ha hecho Fausto Rosario Además, Gustavo Olivo, el equipo de Acento.com.do, Acentotv.do, y los colaboradores que escriben en el único portal electrónico y medio de comunicación que conecta con los anhelos de muchos de respirar un ambiente diferente, oxigenante, para no sucumbir en el desencanto total.
En Acento.com.do están cifradas las últimas esperanzas de mi generación, de aquellos que se resisten a sucumbir, y de los jóvenes que quieren concelebrar la vida de tener una existencia en libertad, no acosada ni amordazada. [Ylonka Nacidit-Perdomo].