Vivir una pandemia como el Covid 19 nos lleva pensar en el papel de las epidemias en la historia humana. Quizás las más conocidas sean la peste negra en el Viejo Mundo y las diversas epidemias sufridas en América tras la llegada europea. Estas contribuyeron a cambiar los acontecimientos y rumbos históricos de sus respectivas épocas. Las coyunturas de hoy y el saldo global del Covid, más de cuatro millones de muertos hasta ahora, posiblemente refuercen una línea de pensamiento usada para explicar el desastre demográfico indígena en América durante el siglo XVI; aquella que ve en las epidemias su causa principal. En casos extremos esta posición ha derivado en un recurso para desestimar o relativizar otros procesos claves en dicho fenómeno, como el impacto de la explotación económica y las matanzas, y la naturaleza desbastadora y disruptiva de los mecanismos de dominio colonial impuestos por los europeos.

Como parte de estudios realizados por el autor de este texto en el Centro Eduardo León Jimenes, en Santiago de los Caballeros, se ha trabajado en la ubicación y análisis de información sobre los manejos mortuorios en sociedades indígenas asentadas en el territorio de la hoy República Dominicana. Emergen, entre otras evidencias, pinturas en las cuevas (pictografías) donde se observan dos individuos transportando o sosteniendo un cuerpo, que pende de una vara. Sus cuatro extremidades parecen estar atadas, y el tronco y la cabeza cuelgan.

Para el arqueólogo Manuel García Arévalo, a quien agradecemos la imagen aquí presentada, la escena muestra el transporte de un animal. Para el investigador Adolfo López Belando, la pictografía recuerda un comentario histórico sobre indígenas moviendo cadáveres. Por ahora es difícil llevar la identificación a un punto más preciso, por ello no excluimos cualquiera de las explicaciones propuestas.

Una situación de manejo de cadáveres usando un método similar, es recogida en una larga carta de 1519, enviada desde la ciudad de Santo Domingo por los padres dominicos al Señor de Xevres, consejero del Rey Carlos I. Sintetizan la historia de la presencia española en la isla y denuncian en detalle la crueldad que la caracterizaba. Comentan la violencia hacia los indios y como los maltratos, las matanzas, el hambre y el trabajo excesivo, habían causado la muerte de miles de personas. En sus palabras, los indios se habían reducido de 1 100 000 individuos a entre 8000 y 10 000.

Pictografía de la cueva Hoyo de Sanabe, República Dominicana. Imagen cortesía de Manuel García Arévalo

Los dominicos dejan ver como la barbarie de los colonos violaba las leyes y cometidos de la presencia española en el Nuevo Mundo, evangelizar, civilizar, salvar almas, muchas veces de manera intencional. Perdieron el respeto por la vida y mucho menos lo tenían por los muertos. Según las Leyes de Burgos, de 1512, los clérigos debían confesar a los indígenas moribundos y enterrarlos sin cobrar. Sí en las estancias donde trabajaban había iglesia, se les debía enterrar en ésta, y si no, en un sitio adecuado, pero al modo cristiano; nunca abandonar o dejar expuestos los cuerpos. El español para el que trabajaban los indios debía garantizar todo esto. Los dominicos denuncian una realidad muy diferente:

“Las sepulturas que fasta agora poco tiempo á les an dado, era atallos pies e mano, y abelles un palo por entre los brazos e las piernas como yban a los cuerpos muertos a los ómbros de dos yndios, e arroxábanlos al muladar, que abia ombre que thernia tantos uesos en su muladar de aquestos sobredichos e yndios, como suele aber en un cementerio de las yglesias de Castilla”.

No intentamos decir que las pictografías inicialmente comentadas reflejan este acontecimiento histórico, pero registran un modo de manejo de cuerpos parecido a lo descrito por los dominicos. Las imágenes indígenas, posiblemente de épocas muy anteriores al periodo epidémico, nos permiten imaginar el dramático escenario del siglo XVI. Los indios debían abandonar los restos de su gente en los basureros de los españoles. Aun cuando ciertos datos indican intentos de mantener sus propios ritos funerarios, la enorme mortalidad y la presión colonial, debieron crear un panorama caótico.

Se han señalado a las epidemias como la causa principal de la enorme mortalidad indígena. En La Española (nombre dado a la isla compartida por la República Dominicana y Haití) algunos investigadores consideran el rápido impacto, en 1493, durante el segundo viaje de Cristóbal Colón, de una epidemia asociada con la viruela, o con la influenza suina. Otras pudieron haber ocurrido en 1495 y en la primera década del siglo XVI.

Hay muy poca constancia arqueológica de epidemias, fenómeno muchas veces difícil de detectar. Los datos históricos al respecto no siempre son claros, por lo menos para algunos investigadores. Con frecuencia es difícil relacionar los síntomas mencionados con una enfermedad concreta, establecer si cuando se habla de muertes por enfermedad estamos ante una verdadera epidemia, y muchos menos conseguir cuantificaciones precisas de los decesos.

Por otro lado, si bien no se esconde la crueldad de conquistadores y colonizadores, hay cierta tendencia a insistir en que fue un tema exagerado por los defensores de los indígenas y por los enemigos de España. Las epidemias emergen entonces como una explicación evidente y razonable. Los análisis históricos a menudo, no cuestionan las fuentes de la época ni valoran adecuadamente aspectos antropológicos claves, asociados a la existencia y sobrevivencia de una sociedad y sus miembros, como el impacto de la conquista y colonización sobre las costumbres indígenas, sus modos de vida, esquemas de reproducción, relaciones familiares, formas de subsistencia y producción, etc.

En estas circunstancias tiene mucho sentido ver el tema de la mortalidad indígena desde una perspectiva más abierta y considerar otras posibilidades. Por ejemplo, tras analizar las características de los procesos epidémicos gestados durante la conquista hispana en diversas partes de América, el demógrafo Massimo Livi-Bassi ha propuesto un modelo para explicar lo sucedido en La Española y otras áreas del Caribe, que considera el tema de las epidemias solo como un componente más de la crisis demográfica, y no como la razón principal.

La información más aceptada sobre una gran epidemia en La Española se remonta a 1518, cuando la viruela mata una parte importante de la población indígena. En 1519 la enfermedad avanza hacia otras islas de las Antillas Mayores y en 1520 llega a México, desde donde se esparcirá hacia Centroamérica. En opinión de Livi-Bassi, siguiendo los reportes demográficos disponibles para La Española, los índices de mortalidad que pudiera haber causado la viruela o el sarampión sobre una ¨población virgen¨, es decir sin inmunidad para estas enfermedades, no justifican una reducción tan rápida y dramática de los indígenas de la isla: de cuando menos 100 000 personas en 1492 a 10 000 en 1520.

Para Livi-Bassi y otros investigadores, el descenso demográfico debió ser impulsado por otros factores además de las mismas epidemias. Los españoles organizaron la explotación de la población a través del sistema de encomiendas; se asignaba a los colonos (acto de repartimiento) un grupo de indígenas para que trabajara a su servicio. Esto suponía sacar de las aldeas a la población laboral (hombres y mujeres), durante un periodo de tiempo de entre 5 u 8 meses o más, conocido como demora. Eran enviados a minas y estancias agrícolas situadas, en ocasiones, a cientos de kilómetros de sus asentamientos. Allí trabajaban todo el día, en condiciones precarias, con mínima alimentación o debiendo ellos mismos conseguir su comida e incluso, en ocasiones, para abaratar la inversión al colono, con sus propias herramientas de madera y piedra.

Por miedo a perder sus encomiendas en medio de los conflictos de la época, los españoles explotaban al máximo a los indígenas. Eran una mano de obra gratuita, que inicialmente parecía infinita; se podía reponer a los indios muertos consiguiendo otros durante un nuevo reparto, si se tenía suficiente poder político y social.

La intensidad de la explotación laboral era de tal magnitud que al final de este periodo de trabajo forzado solo sobrevivían, y retornaban a sus aldeas si les era posible, entre el 10 o el 30 por ciento de los indígenas encomendados. En las aldeas quedaban los niños, mujeres embarazadas, ancianos y enfermos. Debían conseguir sus propios alimentos, y sostener el funcionamiento de la comunidad; con frecuencia morían de hambre.

Un censo de 1514 muestra una reducción particular de la cantidad de niños y mujeres. En opinión de Livi-Bassi esto es evidencia de un profundo daño en los mecanismos de reproducción poblacional, probablemente determinado por el cambio en los patrones de vida. La violencia, las enfermedades, la dislocación social y geográfica de las comunidades, el hambre, cobraron miles de vidas. Por otro lado, la separación de las familias, y de hombres y mujeres, así como el rechazo femenino a tener hijos o la imposibilidad para cuidarlos, afectaron profundamente la reproducción de la población, llevándola a un punto en el que resultaba imposible su recuperación.

Desde esta perspectiva la epidemia de 1518 vino a completar una destrucción poblacional ya anunciada. Se trataba de una nueva crisis en medio de la crisis irreversible de las estructuras sociales, económicas y culturales, y de los mecanismos reproductivos indígenas. Fue parte de la dinámica de muerte originada por la conquista y colonización, tan bien descrita en la carta de los dominicos al Señor de Xevres.

Es muy significativa la ausencia en esta carta de cualquier mención a epidemias, particularmente si recordamos su envió en 1519, tras un año de brote de viruelas. Pudiéramos sugerir, no que los sacerdotes intentaban esconder esta causa de muerte, sino que viendo todo lo pasado y el horrible peso de la acción humana en la destrucción de los indígenas y su sociedad, consideraban prioritario hablar de razones tan o más importantes que la misma epidemia.