La violencia inexplicable en los barrios más populares de la ciudad Capital, la existencia de pandillas que ahora se enfrentan en estériles disputas por el control de espacios y negocios muchas veces ilegales, los enfrentamientos entre miembros de una misma comunidad tienen sus más cercanas raíces en la desintegración del núcleo familiar, en el rompimiento de la estructura social que estaba representada en el barrio, falta de oportunidades, trasiego de un sector a otro empujados por los efectos de sucesos climatológicos que dejaron sin viviendas a los afectados; pero especialmente por la existencia del micro tráfico y el consumo de drogas ilegales. Hace algunos años esa violencia no tenía iguales motivaciones. Sucedía en la medida en que se competía y definían perfiles territoriales que ya casi han desaparecidos, y en algunos casos guardaba relación con las coyunturas políticas.

Fue el caso de los enfrentamientos que a finales de los sesenta llamaron la atención ciudadana, cuando habitantes de la zona oriental que estaba en expansión en aquellos años posteriores a la revolución de Abril de 1965, escenificaron peleas por cuestiones puramente baladíes, oponiendo a reducidos grupos de la juventud de Los Mina y del Ensanche Ozama. Aquellas disputas que preocuparon a las autoridades, en las que se lanzaron piedras, se peleo a los puños, se obstaculizó el transito, blandieron armas cortantes y objetos contundentes como los bates de beisbol, nunca llegaron a los niveles de hoy, y como se dice popularmente: nunca la “sangre llegó al río”.

En las raíces del problema de esos años  existían querellas que parecían reclamar condiciones económicas, sociales, culturales y hasta políticas: el Ensanche Ozama había surgido a mediados de los años cincuenta, como proyecto de gobierno para dotar a miembros de las Fuerzas Armadas de viviendas. Los habitantes del sector tenían vínculos familiares y sociales que los hacían ser, en cierta forma, miembros de una misma comunidad de intereses, mientras que los habitantes de Los Mina fueron llevados al sector oriental del río Ozama, empujados por desalojos provocados por la dictadura para intentar hacer desaparecer, principalmente, los barrios marginados que crecían en la ribera de la parte occidental, desde el Puente Ozama hasta “Los Guandules”.

El Ensanche Ozama, que se inauguró con el nombre de Ensanche Benefactor, albergó primero a miembros de las Fuerza Aérea Dominicana y luego a integrantes de otras ramas militares, así como algunos empleados públicos; una urbanización con sus calles anchas, bien trazadas y asfaltadas, desde principios tuvo el cine teatro Arelis, iglesia San Francisco de Asís, escuela Panamá y Liceo Fray Cipriano de Utrera, restaurantes y lugares bailables como el Payán Club, muy próximo a la Avenida Venezuela, y temprano después de la muerte de Trujillo, el hospital Darío Contreras.

En el caso de Los Minas Nuevo (así con S), que era como llamaban aquel lugar y que las autoridades municipales quisieron bautizar como “Ensanche Felicidad”, se entendía como expansión territorial de San Lorenzo de Los Negros Mina, una comunidad que tenía sus orígenes a finales del siglo XVIII con raíces culturales africanas, pero no era así.  Los Mina (así también sin S) era realmente algo diferente en un territorio virgen y desconocido.

Los Minas Nuevo o Los Mina, como se le comenzó a llamar desde principios de los años sesenta, surgió aproximadamente en 1959 luego que las autoridades desalojaron las barriadas de “La Fuente”, “Farías” y “La Francia”, principalmente. Los moradores de esos lugares eran llevados con sus humildes ajuares en camiones y tirados en espacios que antes estuvieron ocupados por fincas, corrales y conucos. La cohesión y la necesidad de supervivencia facilitaron la permanencia de lazos sociales de sus entornos originarios.

Rápidamente, por las increíbles necesidades el sector se perfiló como homogénea colectividad en la que prevalecía la indigencia, falta de empleos, sin escuelas y las calles de caliches casi siempre trazadas por la misma comunidad. Además, Los Mina tenía una ventaja económica pues en la margen del río Ozama y en la Carretera mella, que marcaban sus límites, existían empresas en desarrollo que la hacían un atractivo para sus moradores: fábrica Textil, fabrica de Aceite Ambar, La Algodonera, fábrica de calzados Fadoc, Un taller donde se elaboraban sogas de cabuya, un matadero y la fábrica de pintura Pidoca, además de Campo Amor, uno de los pocos moteles existentes en la Capital en aquellos años. Pero por mucho tiempo no hubo agua potable, ni  hospitales, ni escuelas y menos alumbrado eléctrico y la primera iglesia conocida como La Milagrosa, fue inaugurada en 1966.

En las medidas que Los Mina definía su perfil social, y debido a la gran concentración de una población en crecimiento que para el momento de los conflictos era calculada en unos 100 mil habitantes, fueron apareciendo excusas competitivas que intentaban justificar las actitudes de los dos ensanches limítrofes, dándose inicios a querellas y actitudes que llevaron a la violencia:

Los  “losmineros”  acusaban a los del “Ensanche” de discriminación social, de no querer mezclarse  con ellos, especialmente cuando juntos estaban obligados a la utilización del transporte público. En cierto modo, personas de ambos grupos se adversaban y se acusaban de rechazo social, aunque los jóvenes de Los Mina iban a la escuela del “Ensanche” sin que sus vecinos los rechazaran, lo que pareció cambiar a mediados de marzo de 1969, pues fue en la Escuela Panamá y el Liceo nocturno Fray Cipriano de Utrera, que ocupaban el mismo edificio en tandas diferentes, donde comenzaron los problemas. También los del Ensanche reclamaban que no se les confundiera con sus vecinos de Los Mina, por entender que, además de su marginalidad económica, tenían menos educación y eran más propicios a la vida desordenada.

Fue en el marco de las dificultades de dos poblaciones que crecían separados por una franja de unos doscientos metros, que para finales de marzo de 1969 las exclusiones reciprocas, terminaron en fuertes enfrentamientos cargados de violencia, y la   prensa trajo la noticia en primera página quedando registrada para la micro historia lo que estaba pasando: “La Policía Nacional ofrece protección a estudiantes”:

De acuerdo a la información de “El Caribe”, comités de jóvenes de Los Minas amenazaban con “atacar en masa” a los del Ensanche Ozama si estos no cesaban en “las agresiones de que dicen ser objeto”, y se destacaba que con los “losmineros” se habían solidarizados los sectores de Mendoza, Villa Faro,  Villa Duarte “y otros barrios aledaños”.

Los jóvenes de Los Mina atribuían el problema  a que residentes de las calles Activo 20-30, 5 y 7 del Ozama abusaban de ellos.  Lo cierto, decía la noticia aparecida en El Caribe,  que  “bandas de mozalbetes menores de 16 años, residentes en el Ozama y en Los Minas, venían enfrentándose casi todos los días, manteniendo en zozobra a  numerosas familias. Debido a los choques juveniles, algunas madres decidieron no enviar sus hijos a las escuelas en horas de la noche, y la mayoría de las familias se recogían en sus hogares temprano. Durante las trifulcas entre los muchachos, en su mayoría escolares, muchos de éstos han resultado golpeados o heridos, y los residentes de un sector no pueden entrar al otro, por temor a ser agredidos. Los mozalbetes de ambos sectores se armaban diariamente de palos, cortaplumas, cadenas y de otros instrumentos para agredirse por razones desconocidas”.

Una nota, que tal vez remita a las condiciones y razones sociales de comunidades enfrentadas, es la observación de que a “juicio de los jóvenes de Los Minas, la lucha entre los barrios es debido al sello de clase burguesa” de los que viven en el Ozama, mientras que el “Listín Diario” hacía la salvedad de que el conflicto radicaba en que los grupos antagónicos mantenían rencillas por “asuntos sociales. Los del ensanche Ozama son considerados como “clases privilegiadas” y del otro sector se auto titulaban del “sector humilde”.

Para poner fin a la confrontación, que se prolongó por semanas, directores de escuelas de los ensanches, sectores de la iglesia y otras autoridades intervinieron en busca de la paz y la armonía, mientras que la Policía intervino redoblando  el patrullaje, garantizando que los jóvenes pudieran ir a la escuela de la Avenida Venezuela.

“Bicicletas rotas, golpeaduras de palos, ojos amoratados y baños con agua salada es el balance casi diario de las repetidas agresiones”. Ese fue el balance del breve período de violencia, que en nada se parece a los enfrentamientos pandilleros que en la actualidad suceden en los barrios y pueblos del país, en los que la droga y la delincuencia se apropiaron de las calles esgrimiendo  armas, agrediendo a sus competidores, enlutando la familia dominicana.

La  verdad que después de esos graves incidentes los jóvenes de los dos “ensanches” abandonó la violencia, fueron más tolerantes y se sintió que, con el paso del tiempo, desaparecieron las “razones” sociales que la motivaron. En la memoria de los que vivieron aquellas correrías inexplicables de incomprensión y torpeza social, ahora solo quedan los anecdóticos recuerdos.

(Para este artículo de la serie Crónicas de los Doce Años, fueron utilizadas las siguientes fuentes: “La Policía Nacional ofrece protección a estudiantes: promete pleitos no se repetirán”, El Caribe,  2 de abril de 1969;  y “Aumentan patrullajes en Ozama y Los Minas”, Listín Diario,   1 de abril de 1969).