García Arévalo, Manuel. Editorial Popular. Santo Domingo, 2019. 208 páginas
Es ya un lugar común el aserto relativo al desconocimiento de los clásicos: aquellos autores de los que todos hablan, pero pocos conocen. Ocurre algo similar con los taínos, que serían algo así como nuestros clásicos si se permite la analogía. Nos resultan familiares, a modo de ejemplo, los petroglifos, los bateyes o los íconos de tres puntas vinculados con la fertilidad, pero apenas intuimos a qué obedecían estas manifestaciones y otras menos difundidas.
La mayoría de nosotros conoce muy poco acerca de la concepción que los taínos tenían del mundo y cómo se plasmaba en rituales como la cohoba o los areitos, en objetos como los dúhos o los aros líticos, en el uso de espátulas para provocar el vómito, en sus prácticas funerarias… Y es prácticamente un terreno ignoto para la gran mayoría de los dominicanos y caribeños educados la evolución que culminó, a partir de un proceso migratorio que arranca primero de Centroamérica y luego de Sudamérica, con la gestación de la cultura taína, que para Manuel García Arévalo «en el fondo, no es más que una manifestación del mestizaje cultural que, a través de los tiempos, ha marcado el perfil de las islas del Caribe».
De todo ello trata esta obra. Nos conduce desde los primeros vestigios de la presencia humana en la isla de Santo Domingo, localizados en la sierra de Barrera en la provincia de Azua y datados hace más de 4,500 años, hasta la cultura taína, pasando por los diferentes desarrollos culturales que se sucedieron. Es un apasionante trayecto que nos presenta a los primeros pobladores de las Antillas y sus estrategias de adaptación al medio insular, con sus hibridaciones e interacciones, sus avances, retrocesos y solapamientos, y que nos permite entender cómo se fueron profundizando ciertos hallazgos y desechando ensayos estériles o poco funcionales a lo largo de un proceso evolutivo que no siempre es lineal y muchas de cuyas claves están contenidas en estas páginas.
Aunque los taínos forman parte esencial de nuestro imaginario colectivo y están vivos en muchos aspectos de nuestra cultura, siguen siendo en gran medida un reducto de especialistas.
Como destaca el autor, la cultura taína «no fue la primera ni la única en poblar el entorno antillano. El Caribe insular, siglos antes de la aparición de los llamados “taínos”, estuvo habitado por grupos humanos de características sociales, culturales y económicas muy diferentes; no obstante, sus conocimientos y experiencias, además de algunas de sus herramientas, se integraron y perpetuaron a través de las culturas indígenas que posteriormente habitaron ese espacio geográfico».
Desde los artefactos de pedernal más rudimentarios hasta instrumentos y objetos sofisticados, de los asentamientos temporales a los permanentes, de los cazadores recolectores a los agricultores, desde el estadio tribal hasta los cacicazgos, este libro traza un esclarecedor recorrido por los diversos grupos humanos que poblaron la isla y aborda sus medios de producción, su tecnología, su organización social y política, sus modos de vida, su dieta, su arte, su cerámica, su cosmogonía, sus ritos…
Se nos revela de esta manera un mundo más complejo del que puede parecer a simple vista. En consonancia con las líneas de investigación más recientes, el autor destaca la coexistencia en la isla de contextos culturales con diferentes niveles de evolución y recoge evidencias que apuntan a una aparición de la agricultura y la cerámica en el archipiélago antillano en etapas más tempranas de lo que tradicionalmente se ha establecido.
García Arévalo, una autoridad reconocida en el estudio de las culturas aborígenes del arco antillano, reúne en su persona la pasión del coleccionista y el rigor del arqueólogo. Fundó en 1973 en la ciudad de Santo Domingo la Sala de Arte Prehispánico, que alberga cientos de vestigios de las primeras culturas que habitaron la isla y que él ha ido atesorando pacientemente a lo largo de una vida consagrada a la arqueología. Esta obra es el fruto maduro de décadas de investigación, estudio, viajes, contactos académicos, todo lo cual le confiere al autor la cualificación necesaria para ponernos en contacto con esas raíces fundacionales, lo cual hace a través de espléndidas imágenes y de un texto descriptivo y analítico de fluida lectura.
Estamos ante un libro-museo cuyas fotografías-piezas nos invitan a adentrarnos en un valioso patrimonio cultural a menudo relegado y descuidado por quienes debieron protegerlo, y cuya conservación el autor siempre ha defendido con ardor. Iniciativas de este tipo nos permiten apropiarnos de una parte fundamental de nuestra identidad y desplegar orgullosamente ese acervo ante el mundo.
«Aventurarnos a conocer estos orígenes ancestrales nos ayuda a concebir y diseñar cómo queremos presentarnos ante el mundo, de forma diferenciada, aprovechando las singularidades que nos definen», señala en la presentación Christopher Paniagua, presidente ejecutivo del Banco Popular Dominicano, entidad que ha auspiciado esta singular obra. La difusión y revalorización de este patrimonio permite desarrollar esa rica veta que constituye para toda nación el turismo cultural a fin de «diseñar experiencias que respondan a lo que buscan los turistas del siglo XXI: actividades genuinas que los conecten con la cultura y la identidad del país y las poblaciones que visitan».
El autor ha realizado un exhaustivo trabajo de recopilación de imágenes pertenecientes a magníficos ejemplares y para ello no ha escatimado esfuerzos ni dedicación: ha contactado con museos de la República Dominicana, Francia, Cuba, Puerto Rico, Italia, Inglaterra, Alemania…, con coleccionistas particulares y, por supuesto, ha echado mano del formidable acervo museográfico de la Sala de Arte Prehispánico de la Fundación García Arévalo, fotografiado por Víctor Siladi, que también ha diseñado el libro.
El resultado no puede ser más fructífero a nivel visual. Al pasar estas páginas, la vista y la sensibilidad se recrean con piezas emblemáticas de las culturas primigenias, especialmente del mundo taíno: cemís, dúhos, ídolos de la cohoba, trigonolitos, cabezas efigie, cabezas trilobuladas, inhaladores, majadores, cinturones de algodón, collares, vasijas, vasos efigie…, todos ellos objeto de una descripción no por rigurosa menos didáctica. Las creaciones de tipo ritual y utilitario que desfilan ante nuestros ojos tienen, en palabras del autor, «una sorprendente fuerza expresiva», reflejan «un gran dominio del simbolismo, la simetría y la abstracción figurativa» y ponen de manifiesto «la síntesis conceptual, la armonía de la forma y la ornamentación a base de hábiles estilizaciones imaginativas y signos esquematizados que revelan su cosmovisión y la concepción de su mundo espiritual, inspirados en los atributos de las divinidades que regían las fuerzas genésicas de la naturaleza».
García Arévalo nos explica que el arte era para los taínos un medio de expresión «que obedecía a los imperativos de sus creencias mitológicas y a sus prácticas rituales mágico-religiosas». Por ello dedica una atención especial a su mitología y su religión, que considera muy relacionadas con el mundo arahuaco sudamericano. Nos muestra las principales deidades, los mitos fundacionales, las creencias animistas y la importancia de determinados animales con los que se establecía «un fuerte sentido de parentesco u homogeneidad que, en cierto modo, los hacía partícipes de la condición humana». Nos habla de cómo veneraban a los antepasados y de su creencia en los espíritus de los muertos, que reconocían bajo la forma de murciélagos (muy presentes en todo tipo de objetos tanto en representaciones realistas como abstractas) y lechuzas, y nos explica que la facultad de volar parecía vincularlos al mundo del más allá, propiciando la comunicación con este. Nos ilustra también sobre los ritos funerarios, como el enterramiento en vida de la mujer principal del cacique, o la conservación de las calaveras de los difuntos en el caso de los personajes principales.
Nos traslada, igualmente, la afición de los taínos a la música y describe sus instrumentos musicales: tambores, trompetas de caracol, flautas, silbatos, sonajeros y, muy especialmente, las maracas, ante cuya presencia el autor siente «la sensación de estar ante un objeto de gran espiritualidad que nos intriga profundamente».
Este volumen tiene otra particularidad: mediante la aplicación MIRA, instalada en dispositivos móviles, invita a la interacción con muchas de sus imágenes a un simple golpe de clic, lo que constituye una innovación en el ámbito editorial dominicano. Además, al igual que otras publicaciones similares del Banco Popular, está acompañado de un documental que incluye entrevistas a expertos y visitas a lugares claves de la cultura taína en la República Dominicana.
Para García Arévalo, todas estas piezas aborígenes, «de un extraordinario valor estético y conceptual», «nos hablan al igual que las palabras, permitiéndonos reconstruir sus modos de vida, sus pensamientos y creencias, sus formas de sociabilidad e incluso sus sueños a través de los objetos estéticos que transmiten sus ideales y comunican sus actitudes más sensibles y trascendentes».
Aunque los taínos forman parte esencial de nuestro imaginario colectivo y están vivos en muchos aspectos de nuestra cultura, siguen siendo en gran medida un reducto de especialistas. Por ello esfuerzos editoriales como este nos los acercan, convirtiéndonos en depositarios de un legado que debemos interiorizar para transmitirlo a las próximas generaciones y mostrarlo al mundo.