Roland Barthees en su libro el Placer del texto escribió que: “Un texto sobre el placer solo puede ser corto (…) porque el placer  se deja decir en forma indirecta a través de una reivindicación (yo tengo derecho al placer)”, añadiendo que: “El escritor de placer (y su lector) acepta la letra”, y que: “La crítica se ejerce siempre  sobre textos de placer, nunca sobre textos de goce”.

Páginas Revueltas es un título provocador que avisa una exhortación abierta a compartir la experiencia del lenguaje como si fuese una flecha que se lanza cuando la acción coherente de un hombre, sus ideas y su pensamiento  impulsan a la revolución o arma a la palabra de una exaltación para que las conciencias despierten del infortunio y del naufragio  que se gesta cuando la realidad  es  sólo un  abismo  existencial.

Rubén Bichara no pudo resistirse a la materia onírica de la literatura, a la humanización que convoca  la escritura, a la atmósfera de la invención, y se dejó llevar al territorio de la  ficción que se descubre  a través del olor a secretos que traen las hojas de los libros.

En tal sentido, este libro  -a mi modo de ver- puede asumirse como  una selección antológica de obras, o como se diría en la época medieval como un “modelo de lecturas y autores” que el grammaticus ofrece; no obstante, lo que tenemos en nuestras manos es el canon (la herencia cultural) de Rubén Bichara, de escritores consagrados que representan a distintas épocas del siglo XX  que ejercieron influencia en sus contemporáneos,  sin  olvidar marcar el territorio del embrujo encantador,  que nos atormenta,  del genio de la literatura del romanticismo inglés William  Shakespeare con “Hamlet” y “Romero y Julieta”. De ahí, que el “canon Bichara” no se asuma  como “crítica textual” o “teoría literaria”,  sino como el canon de un receptor, de un interlocutor, de un hurgador de libros, de un comensal noble de cultura libresca; ésta es su “nómina de autores” que la literatura comparada  estudia como un  “plan de lecturas”.

Sin embargo,  nuestro lector canónico Bichara, a diferencia de los bibliotecarios de Alejandría, tiene predilección por el género narrativo; el único oficio de escritura donde el autor no puede aislarse del mundo, puesto que necesita desnudarlo a través del comportamiento de los otros  haciéndolo frente a la tiranía del tiempo.

A nuestro modo de ver,  Bichara escribió esta colección de  cuarenta y tres  breves ensayos literarios,  en Vanguardia del Pueblo,  cuando aún las ideologías  no estaban en un estado agonizante, y muchos  camaradas  de los partidos se atrevían a indagar sobre las cuestiones últimas de la condición humana, a confrontar la tensión entre el poder, la acumulación originaria y las clases, y el porqué la caída del muro de Berlín tenía que conducirnos a reflexionar sobre la inquietante  civilización o la decadencia de occidente que describe  Oswald Spengler, en  medio de la soledad espiritual que traen las guerras.

Entiendo que,  para Bichara  hacerse lector: era optar por lo  maravilloso que es convertirse en una persona  inquieta, y opinante. Un joven político de vanguardia –entonces- no podía estar ajeno a la literatura; la lectura era una razón auténtica y conmovedora para no cruzarse de brazos ante la intolerancia política o la continuidad de los caudillos; era la manera  única de  no secarse el alma y no quedarse sólo en silencio interior, que podía a veces ser colectivo. Leer para Bichara resultó en una forma de abrir los párpados, de hacer despuntar a las madrugadas con el placer de un café, ya que las ojeras de Bichara sólo tendrían por  vértice  ese placer por el texto y la lectura.

A  los jóvenes de la generación a la que pertenece Bichara, que se forjó en la política a finales  de los  70s  y principios de los 80s,  los cientistas de la Universidad de Berkeley, recordando la militancia aguerrida de Roque Dalton,  le llamó en algún momento “nuevos Ulises”, porque vivieron en el intermedio de un desamparo existencial entre la melancolía de la angustia y la melancolía del cambio

Aún cuando Bichara le llama a este libro “páginas revueltas”, creo que son más aún: son meditaciones sobre múltiples  textos, y la meditación no es otra cosa que una metáfora que permite elucubrar para invadir el espacio creado por los otros.

José Ortega y Gasset escribió en 1964 “Meditaciones del Quijote”, una obra donde el destacado filósofo  español nos permite conocer su cercanía espiritual con Cervantes. Rubén Bichara en su libro nos revela su cercanía espiritual con su maestro Juan Bosch, un pensador  que conoció el torbellino social del siglo XX, e hizo de la realidad,  de los polvorientos caminos que se recorren al despuntar el horizonte, la materia prima de su observación, por tanto,  no es extraño que esta antología de lecturas cierre con su reflexión  de  “Los amos”  de Juan Bosch, de quien define su regia personalidad diciendo:   “Don Juan reflejó en sus escritos la inmensidad de su alma grande y pura y su eterno compromiso con los humildes”.  Esos humildes a los que por lo general, como escribe Bichara  al referirse a Cristino: “La vida le fue negada y él nunca se enteró”.

A  los jóvenes de la generación a la que pertenece Bichara, que se forjó en la política a finales  de los  70s  y principios de los 80s,  los cientistas de la Universidad de Berkeley, recordando la militancia aguerrida de Roque Dalton,  le llamó en algún momento “nuevos Ulises”, porque vivieron en el intermedio de un desamparo existencial entre la melancolía de la angustia y la melancolía del cambio. Es por esto,  que considero que el sustantivo “revueltas”, aún cuando puede asumirse como el status quo de un presente de circunstancias caóticas,  utilizado por nuestro  autor como un  sintagma de atención en el   título de su libro de ensayos literarios trae el anuncio, no el presagio, de  su compromiso a asumir para inducir a través de la lectura a un nuevo código en la relación entre lo colectivo y lo individual.

Dicho otra vez, “revueltas” en un vocablo que connotativamente aduce irreverencia, pero que a fin de cuentas es lírico y marca  la epopeya que todos en la rebeldía de la juventud perseguimos como un sueño, tal como reflexionó Bichara al leer  El Viejo y el Mar, de Hemingway, cito: “La primera y más importante victoria del hombre es la que libra consigo mismo. Contra sus limitaciones y debilidades”.

Bosch, el creador de una sociología crítica de la naturaleza humana, de lo que podemos llamar el ethos (ser)  nacional,  sólo comparable a los brillantes  razonamientos de José Ramón López, hizo en algún momento, que Bichara se conectara con las palabras impresas, y el complejo mundo intelectual de la creación literaria.

Recordemos que en  la propuesta de la lectura de una obra subyace la acción de desmitificar  la intención del autor, en contraposición a la voluntad crítica; por tanto, debemos entender el “canon Bichara” como una selección de autores preocupados por la necesidad del reconocimiento de la libertad plena del individuo; ya que sus textos están llenos de estremecimientos, de sensibilidad. De ahí, que el argumento de avanzada de  un poeta -cuando se vuelca con su canto a marchar con la muchedumbre por la dignidad  de los oprimidos y de los olvidados-, hace que Bichara dedique tres capítulos de su obra al bardo Pablo Neruda, el combativo enemigo de las injusticias sociales, nacido en 1904, para luchar contra las injusticias que carcomen a los pueblos, y hacen que el gris de su destino traiga heridas incurables.

No olvidemos que cada lector vive  su exilio interior, y si el lector es un político-intelectual su exilio interior es permanente para no sufrir de esclerosis  de pensamiento. Creo, sinceramente, que estas páginas revueltas representan en su totalidad la idea de romper las puertas egoístamente cerradas  por una parte de la humanidad a los desvalidos al conocimiento, y son la coacción conjunta, la dirección del héroe anónimo que se asume como un hombre-de-compromiso para derribar las falsas concepciones del mundo. Considero que Bichara  es parte de una generación que se reconoce comprometida  con sus guías y maestros.

No es casual –para concluir mi exposición- que Bichara escribiera luego de leer Demian, de Herman Hesse), lo siguiente: “La historia de cada hombre, mientras viva y cumpla con la voluntad de la naturaleza, es admirable y digna de toda atención. En cada uno se ha encarnado el espíritu, en cada uno sufre la criatura, en cada uno es crucificado un salvador. / Todo ser humano, en el continuo tránsito que le impone su desarrollo, se enfrenta a decisiones cruciales”, para añadir  que  “(…) la felicidad no es una estación en la que podemos permanecer por siempre, la constituyen momentos de nuestras vidas que por más que  queremos extenderlos tienen un final”.

Creo que el concepto esgrimido por  Roland Barthees sobre el “Texto de placer” como “el que    contenta, colma, da euforia; proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a una práctica confortable de la lectura” se corresponde, perfectamente, con la calidad literaria de la Páginas Revueltas de Rubén Bichara.

Roland Barthees.  Placer del texto (México: Siglo XXI Editores, 16 ed., 2007): 30, 35 y 36

Rubén Bichara. Páginas Revueltas, (Santo Domingo: Editora Centenario,  S. R. L., 4 ed., 2013): 65, 66, 119, 167 y 168.