La obra Cinco bailadores sobre la tumba caliente del licenciado, de la autoría del premiado narrador dominicano Roberto Marcallé Abreu, constituye una interesante macrometáfora social que, a mi juicio, no necesita ningún piedeamigo porque ella se expresa por sí misma y en sí misma. Fue por eso que decidí iniciar mi lectura en la página once y no en la nueve, medida que me permitió soslayar los comentarios ponderativos que el editor incluyó en esta edición del año 2018; dejando de lado, tal vez, el hecho de que la autarquía de una obra de arte supera con creces lo que cualquier lector experto pueda de ella decir.
Gracias a esa omisión pude disfrutar del placer que emana de la semiosis simbólica que se teje en la narrativa de esta obra. El autor ha logrado convertir las cuestiones sociales de la vida cotidiana en una genuina obra de arte verbal. Esa es la principal función de la literatura de corte social. Bertold Brecht va más lejos al afirmar “que el arte no conoce la realidad en tanto que la reproduce fotográficamente o de un modo perspectivista, sino en tanto que expresa en virtud de su composición autónoma, lo que queda velado por la figura empírica de la realidad” (Brecht, B. (1973) El compromiso en literatura y arte. Barcelona. Península, p. 71).
El creador literario establece vínculos tácitos entre su propia obra y su propia “realidad real”, pero hay que observar que en esta obra se trascienden dichos vínculos, puesto que no se trata de un frívolo narrar, sino de una creación heteroglósica revestida de un lenguaje simbólico de pluralidad diegética impresionante.
Considero que una de las virtudes de esta novela está en su consistencia interna, con la que logra mantener al lector entretenido desde el primer capítulo hasta el final. Desde su inicio, esa única trama atrapa el interés por saber quién era el difundo, a qué se debió su muerte, por qué bailaban esos cinco bailadores y, sobre todo, si la pista de baile anunciada desde el título de la novela es literal o alegórica, etc.
Esta es una de las características de la novela idealizada por la crítica recepcionista, sensu lato, desde donde se entiende que “si a un lector no le importa lo que va a ocurrir a continuación, es porque, posiblemente, no haya una trama que hilvane el relato” (Howard Mittelmark y Sandra Newman, en la novena edición de su libro “Cómo no escribir una novela”, 2019, p. 11. Barcelona: Editorial Planeta).
Estos cinco jóvenes que vivieron la transición entre el gobierno de los doce años y el gobierno de Silvestre Guzmán Fernández decidieron, y con sus razones, partir del cementerio para buscar un lugar que les permitiera disipar la mente. De ese modo la pasaron bailando, bebiendo y disfrutando de los encantos femeninos presentes en la simbólica y caliente tumba del licenciado.
La vida del difunto representa la esencia misma de la dictadura; una mentalidad autoritaria y superlativamente imperativa, a partir de la cual se suele considerar subordinados a compañeros de labores, amparándose en el escalafón temporero de responsabilidad que se ocupa en una institución. Por eso, esta novela se constituye en denuncia social, puesto que revela ocultamente lo difícil que ha sido erradicar del imaginario colectivo dominicano la figura indeleble de El jefe.
La representación social de esta triste realidad ficcionada denuncia al responsable de la retardada institucionalización del Estado dominicano, puesto que aún pervive la forma de pensamiento clientelar y partidista. Aunque han transcurrido cuarenta y tres años desde la publicación de la primera edición de esta novela, todavía en el imaginario colectivo dominicano no ha germinado, considerablemente, la idea de Estado de derecho, en el que el imperio de la ley sea norma.
Estamos ante una de las novelas dominicanas que no se aparta de su época. La Guerra de Abril está presente en su narrativa, aunque el período que abarca debe ser 1975-1978, puesto que los personajes hablan de las elecciones de 1974 en un pretérito perfecto simple. En otra ocasión, el licenciado expresa su temor al cambio de gobierno porque esto representaría ceder su posición de poder. En “la realidad real”, el cambio de mando se materializó en el año 1978, cuando Silvestre Guzmán Fernández asumió la presidencia de la república. Este es, igualmente, el año de la primera publicación de esta novela.
El narrador conversa subrepticiamente con uno de los cinco bailadores sobre el porvenir del pensamiento democrático. El interpelado alega que ya no quedaba ese tipo de hombres que pensaran en la libertad, puesto que los que Trujillo no mató en la 40, murieron en la Guerra de Abril o durante los doce años de Balaguer. “Otros eran comunistas dispersos”, afirma. ¿No es acaso esta una denuncia tácita entramada en la literalidad de una auténtica obra de arte?
Hay múltiples cuestiones que emergen de la imagen en que, mientras los jóvenes bailaban, uno de ellos solo hablaba de teorías sicológicas con la enamorada. Otra de las mujeres tuvo la osadía, o más bien, la desfachatez de decirle al joven que la sicología no sirve de nada en cuestiones de mujeres, puesto que las dominicanas eran “en más de un noventa por ciento, sexo”. ¿Constituye esta escena la representación tácita del pensamiento de la mujer sobre sí misma, a finales de la década de 1970? ¿Se trató de una estrategia poco cortés de Mayra para ayudar a su amiga? ¿Qué nos habrá querido decir el narrador, y no necesariamente el autor, con este llamativo cuadro simbólico?
Aunque la narración es retrospectiva, el estilo de redacción es directo. El narrador emplea oraciones breves que facilitan la comprensión del relato. En algunos casos combina la brevedad sintáctica con la extensión, lo que permite mantener un ritmo de lectura fluido en el pensamiento. En cuando a los diálogos, la decisión del editor de colocarlos en itálica resulta novedosa. No obstante, el exceso de éstas pudiera resultar incómoda a la vista; sobre todo, porque en los capítulos finales el editor no mantuvo la congruencia en el uso de las mismas para diferenciar la voz del narrador de la de los personajes, y es notoria la diferencia.
Los constatativos del discurso novelado revelan la presencia de una prosa artística, cuyo narrador es un profesional citadino. Tal vez se trate de un experto redactor de textos periodísticos, quien ya para la época poseía visado americano, un hogar conformado y su propio auto. Ya era un hombre realizado y eso se refleja, asimismo, en la diversidad cultural que emerge en sus conversaciones.
En conclusión, me satisface haber comprado y leído esta novela, atraído sólo por la curiosidad que me motivó su título. No conozco personalmente al escritor Roberto Marcallé Abreu. Independientemente de ello, me siento conminado a pensar bien de él, sin importar, incluso, que el sujeto virtual que he construido a través de la lectura de su narrativa, no coincida con el sujeto empírico-autor.
Esta es una de las obras que desde ya estoy recomendando a mis estudiantes y también a mis colegas, especialmente, a quienes suelen preguntarme por buena literatura. No obstante, les sugeriré que soslayen el piedeamigo, incluyendo estas breves notas, porque una novela tan interesante, no necesita ninguna explicación para suscitar el placer que instila la autarquía de su entramado enunciativo.
Marcallé Abreu, Roberto (2018) Cinco bailadores sobre la tumba caliente del licenciado. 2da edición. República Dominicana: Premio Nacional de Novela.