I.

Como estamos en Navidad, estos días se tornan propicios para volver nuestras miradas    –una vez más– hacia los temas relacionados con tan significativa temporada.

La Navidad es un puente entre un año que finaliza y un año que inicia. Es un hilo que une lo viejo con lo nuevo, hasta que lo viejo se va quedando rezagado y lo nuevo se impone como un nuevo brote alimentado por la savia y la luz solar. Se reajustan las metas, renacen ilusiones, se renuevan las agendas, y todo va adquiriendo un nuevo color: el color de las Navidades.

Los poetas, los de aquí, los de allá y los de acullá, han dedicado hermosas composiciones líricas a la Navidad y al Año Nuevo. Pasando un balance apresurado (y de memoria) recordamos textos navideños de Lope de Vega, Eduardo Marquina, Rubén Darío, Juana de Ibarbourou, César Vallejo, Fabio Fiallo.

Hoy hemos escogido dos poemas para conmemorar ese acontecimiento, el más universal de la historia humana. Los poemas son Asno, paciente asno, del dominicano Enrique Aguiar (1887-1947) y Los tres Reyes Magos, del nicaragüense Rubén Darío (1867-1916).

Enrique Aguiar
Enrique Aguiar

II.

Asno, paciente asno 

Enrique Aguiar

Asno, paciente asno, las nieblas del Olvido
revelan en tus ojos la dulzura del bien,
la dulzura que tienes por haber conducido
tu carga de virtudes para Jerusalén.

Sobre la mansedumbre de tu lomo mugriento
por tierras de Bethania peregrinó Jesús,
tú ibas con dos alas, ligero como el viento,
con mucha luz delante, siempre con mucha luz.

Manso como Babieca, noble como Pegaso;
dijérase que todas las épocas te ven
andar con la paciencia de tu bíblico paso
buscando en el misterio la Estrella de Belén.

La cruz de Jesucristo surgió de los vestigios;
¡y hoy miras los vestigios rodar ante la Cruz
con la misma mirada con que hace veinte siglos
miraste los humildes pañales de Jesús!

El poema de Aguiar está impregnado de un sentimiento de ternura hacia ese personaje que se encuentra en casi todas las imágenes que reproducen escenas de la Virgen y el niño: el burrito de Belén; el humilde borriquillo que ha sido consagrado en diversas recreaciones artísticas: villancicos, canciones, pinturas, esculturas… Es ese pequeño y manso animal que nos mira con dulzura desde el fondo nebuloso del olvido, como dice el poeta. Pero su mansedumbre y su dulzura no son gratuitas, provienen de una gracia especial: haber transportado a Jesús sobre sus hombros. ¡Tremenda misión y muy alto privilegio!

Al burro regularmente se le considera un animal lento, por lo reducido de su tamaño (y por consiguiente, de sus extremidades). Resiste largas jornadas, pero nunca apura el paso más allá de lo habitual. Sin embargo, este burrito betlemita (de Belén) iba muy ligero, siempre alumbrado por una luz misteriosa: una luz sobrenatural, la de la divinidad que encarna el pequeño niño que va sobre él junto a su madre.

Pequeño, pero grande. Tal es la paradoja. Pequeño de tamaño, porque el personaje a quien conducía no necesitó auxiliarse de más grandeza que la que llevaba en su interior. Pero grande por los elevados fines a los que servía. Tan alta fue la gloria del manso burrito que el poeta lo compara con Babieca, el legendario caballo del Cid Campeador, y con Pegaso, el brioso corcel que transportaba a Zeus, el más poderoso de los dioses griegos.

El poema resalta la trascendencia de Jesucristo en la historia universal. Y es la cruz el símbolo de esa grandeza. De las ruinas del mundo anterior surgió dicho símbolo, cuya excelsitud opacó todas las glorias humanas anteriores. Y el humilde borriquillo, a través de su especie representativa (el asno visto no en su individualidad, sino en su devenir histórico) ha sido testigo privilegiado de esa trascendencia de veinte centurias, según el poeta Aguiar.

El texto de Aguiar tiene muchos puntos en común con un poema de Juana de Ibarbourou titulado “Burrito santo”, que recomiendo leer para establecer los debidos paralelismos.

III.

Los tres reyes magos

Rubén Darío

-Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.

Vengo a decir: La vida es pura y bella.

Existe Dios. El amor es inmenso.

¡Todo lo sé por la divina Estrella!

 

-Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.

Existe Dios. Él es la luz del día.

La blanca flor tiene sus pies en lodo.

¡Y en el placer hay la melancolía!

 

-Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro

que existe Dios. Él es el grande y fuerte.

Todo lo sé por el lucero puro

que brilla en la diadema de la Muerte.

 

-Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.

Triunfa el amor, y a su fiesta os convida.

Cristo resurge, hace la luz del caos

y tiene la corona de la Vida.

 

El poema de Rubén Darío presenta una escena un tanto teatral cuyos personajes son los tres Reyes Magos que acudieron al lugar donde se produjo el nacimiento para adorar y llevar presentes al niño. Lo de teatral es por la forma dialogada. En la primera estrofa, Gaspar se presenta y da cuenta del regalo que lleva: incienso. Un regalo muy especial, de alta significación espiritual. Al mismo tiempo, Gaspar expresa en un brevísimo discurso un mensaje trascendente sobre la vida. Afirma que ella está regida por la existencia de Dios, cuyo “amor es inmenso”.  Esta condición especial de la vida es lo que la dota de pureza y de belleza, que son atributos de la divinidad. Gaspar advierte que todo lo que ha dicho lo sabe por la estrella que le guio hacia el lugar del nacimiento de Jesús. No es casual esta especificación: las estrellas tienen un profundo sentido de iluminación espiritual. Representan la luz del alma que vence las sombras del pecado.

El segundo rey, Melchor, lleva como obsequio una porción de mirra, resina aromática, al igual que el incienso. Éste también dice unas palabras para acompañar su presente. Afirma la existencia de Dios, que “es la luz del día”. Y añade una doble nota reflexiva: la primera tiene una honda resonancia cristiana: “La blanca flor tiene sus pies en lodo”. Esto puede traducirse en la idea de que del mismo centro del pecado puede brotar la rehabilitación espiritual; la virtud puede venir abonada por el vicio. Muchos se levantaron después de una vida de abyecciones y ruindades. La conversión de Pablo de Tarso (o Saulo de Tarso) puede servir para ilustrar esa clase de transformación espiritual. Por otra parte, Melchor afirma que en el placer hay melancolía. Una verdad irrebatible. No hay placer perpetuo. Dentro de ese gran péndulo que es la vida, los momentos buenos se alternan con los malos. Todo se mueve, nada es constante en la rueda infinita de nuestra existencia. Pero, sobre todo, no se dan los estados emocionales puros. En medio de la más intensa alegría aletea la pena, como un ave siniestra que nunca está distante; y, en sentido inverso: por entre las graves celosías de la pena más oscura se filtra un rayito de alegría y de esperanza.

El tercer rey, Baltasar, se presenta. Ha llevado oro. Su mensaje reafirma lo ya dicho por Gaspar: existe Dios y es grande y fuerte. Dice que cuanto afirma lo sabe “por el lucero que brilla en la diadema de la Muerte”. La diadema es una corona; en este caso, el rey se refiere a la que luce la figura de la muerte en algunas de sus representaciones. Es símbolo de poder. El poder de la muerte sobre la vida. Al afirmar la grandeza y fortaleza de Dios está proclamando que él es el señor de la vida y de la muerte. Eso equivale a decir que su poder no tiene límites. En eso reside la omnipotencia del Dios cristiano.

Una vez se han presentado los tres Reyes de Oriente, aparece otra voz: es la del poeta que se dirige a ellos. Les pide que callen, como quien dice “sobran las palabras, dejemos que se manifieste el amor a través del niño que acaba de nacer”. Ha nacido el Redentor, Rey y Señor de la Vida, aquel que derrotará las tinieblas de la Muerte. Y es que a veces el lenguaje, imperfecta creación humana, no basta para expresar de manera cabal los sentimientos puros y las sutilezas que nacen en el reino del espíritu.

IV.

Conclusión

Los poemas de Aguiar y de Darío son textos estéticamente logrados.

La lírica sencilla de Asno, paciente asno deja traslucir un sentimiento de empatía y respeto hacia el borriquito de Belén. Un asno mugriento, cuya elección permite apreciar una archiconocida cualidad del Jesús bíblico: la preferencia por los pobres y desvalidos. Y eso es válido para los hombres que escogió en su peregrinación evangélica como para otras elecciones. Recordemos que el asno no sólo fue un medio de transporte durante su infancia junto a sus padres, sino que ya adulto anduvo más de una vez a lomo de ese animal. El Domingo de Ramos, que marca el inicio de la Semana Santa, conmemora la entrada de Jesús a Jerusalén montado sobre un burro. Es una magistral lección de humildad a la humanidad creyente. E, incluso, para los no creyentes.

Hay elegancia en el lenguaje, que no por sencillo deja de lado la delicadeza de sus formas. Utiliza símbolos como la luz y la cruz, que no requieren mayores elucidaciones, por ser de uso común en la liturgia cristiana.

En Los tres Reyes Magos, Rubén Darío recrea la llegada de los personajes bíblicos que acudieron a Belén para adorar al Mesías recién nacido. Llevan significativos obsequios: oro, incienso y mirra, de un gran simbolismo espiritual. Y cada uno transmite un mensaje en el que se pondera la grandeza del amor como atributo divino, así como el señorío del Dios cristiano sobre la vida y la muerte. Es un texto de una gran perfección formal, como todo (o casi todo) lo que escribió el reputado poeta modernista.

Con estas dos muestras poéticas expresamos nuestra adscripción a las celebraciones de fin de año con motivo de las Navidades. Unas fiestas que cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes acogemos con entusiasmo. Es un tiempo de reencuentros familiares y de calores afectivos. La mesa nos convida y el cariño nos convoca. Aun en medio de las limitaciones que impone la pandemia, es hermoso cruzar el puente entre un año que muere y uno que nace. Con el año viejo se irán muchos momentos difíciles y experiencias ingratas que es preciso olvidar, salvo sus dolorosas lecciones. El nuevo, probablemente será mejor. Nosotros lo haremos mejor.

Y para no perder la perspectiva, ya que no podremos reunirnos con nuestros amigos y relacionados, nos queda la opción de multiplicar los abrazos virtuales y expresar nuestros mejores deseos a aquellos que sólo se harán presentes a través de los medios que provee la tecnología. Ya vendrán tiempos mejores en que podremos recuperar la proximidad física para abrazarnos y celebrar la vida.

Que el espíritu navideño dote de un verdadero sentido humanístico nuestra fiesta de fin de año. Levanten sus copas y brindemos por un 2021 salutífero y próspero. ¡Salud!