SANTO DOMINGO, República Dominicana.-El Soberano, el más importante reconocimiento al talento artístico nacional, debe y tiene que ser defendido, y tiene ser visto por encima de las quejas, públicas y privadas de quienes no aparecen en sus casilleros, para entrar en el análisis que conduzca al perfeccionamiento del galardón, dejando claro que el mismo es infinitamente perfectible.

Los escarceos post-nominaciones son parte del proceso, pero se impone dar una mirada a fondo para mejorar criterios y normas de selección, por encima del derecho a la queja y al recurso prescindible de la quejumbre.

El organismo ejecutor, la Asociación de Cronistas de Arte de República Dominicana y sus patrocinadores, sobre todo la Cervecería Nacional Dominicana, merecen reconocimiento por el papel desarrollado al concretar cada año una noche inolvidable de emociones.

Analizar cada entrega deja reflexiones que pueden servir, a sus organizadores, el equipo de hombre y mujeres que dirigen la Asociación de Cronistas de Arte de República Dominicana a revisar en detalla cada uno de los aspectos que puedan perfeccionar mecanismos de selección pero no puede dejar se revisar sus ausencias en sus casilleros, algunas llamativas. Se impone abandonar egos y seguir mejorando sus criterios.

Quienes asistimos a esas funciones no somos más de seis o siete personas. ¿Cuántos votan en la Asamblea? No sabemos. Nunca hemos estado ahí por no ser miembros de la asociación

República Dominicana tiene en El Soberano el único y más importante premio al talento artístico nacional, por lo que este galardón debe ser defendido con sinceridad y firmeza, incluso de ataques del más diverso nivel provenientes, ya se sabe, de quienes no figuran en sus nominaciones anuales. El ego artístico es, por una parte infinito e insaciable, pero es también un sentimiento que aspira justicia aun cuando sus portadores no salgan a quejarse.

Una de las medidas aconsejables para afinar criterios, es que las nominaciones, sobre todo en el área clásica (teatro, cine, danza, artistas clásicos destacados en el extranjero y otras) es especializar sus electores y evitar el democratísimo excesivo de someterlos a votación de una asamblea en la cual la mayoría de sus integrantes, no asisten a esas presentaciones.

Los cronistas solo tienen oportunidad de ubicar cinco nombres por categoría y solo ellos saben del desafío de seleccionar con esa limitación numérica.

La directiva de Acroarte, presidida por Jorge Ramos, un profesional íntegro y alejado de intereses, ha evidenciado un empeño loable de mejorar los criterios de selección, pese a lo cual se pueden ir errores y falencias por la vía del voto asambleario, no siempre testigo fiel lo que están evaluando. Quienes asistimos a esas funciones no somos más de seis o siete personas. ¿Cuántos votan en la Asamblea? No sabemos. Nunca hemos estado ahí por no ser miembros de la asociación.

De ahí la necesidad de dar autoridad del voto a quienes dan seguimiento a esas manifestaciones para evitar decisiones “de oído” levantadas en nombre de la democracia mal entendida.

¿Y Bolo Francisco?

La primera ausencia protestada por las redes sociales fue la quienes aprecian a Vicente Santos, como actor y Waddy Jáquez como director, y sus talentos en Perfectus Quorum!, pero esa no fue la única. Es solo una, de un selecto universo que debió ser valorado. Este musical fue, con justicia nominado como tal, porque técnicamente no es obra de teatro y en ese sentido hay que reconocer la justicia de la decisión.

A nuestro modo de ver, la ausencia más resaltante es la de Bolo Francisco, escrita por Reynaldo Disla y ganadora en el certamen de Teatro de Casa de las Américas en 1985, al fin – tras 25 años del premio internacional, fue montada por la Compañía Nacional de Teatro en Bellas Artes en el mes de marzo y que no aparece como Obra Teatral del Año, pese a sus reconocimientos, ni sus talentos, en particular Jhonnié Mercedes, no fueron tomados en cuenta para la casilla Actor del Año.

Jhonnié tomó el personaje central de Bolo Francisco y lo desarrolla durante casi dos horas en escena, con su pierna derecha amarrada para dar la sensación de ser un mutilado, en uno de los esfuerzos histriónicos más destacados de este período.

Mercedes es una especie de “actor invisible” pese a su empuje y talento y jamás protesta por no aparecer en nominaciones. Lo mismo se puede decir de la ausencia Maggy Liranzo, quien asumió el liderazgo actoral femenino en Bolo Francisco.

Claudio Rivera no fue nominado por dirigir esta producción, sin dudas el punto más alto de la escena criolla en 2015. Tampoco fue nominado como actor, pese al año que desarrolló desde Teatro Guloya, al lado de Viena González.

Otras ausencias

Olivia & Eugenio, del escritor peruano Herbert Morote (invitado al país para ver la función de estreno en Sala Ravelo) con las actuaciones de Cecilia García y Jochi Gil (a quien debió considerársele como Revelación del Año) fue una producción modélica y la única a la se le diseño una página web profesional, más allá de su presencia informal en las redes sociales. La pieza debió ser repuesta en la Ravelo por la demanda del público.

7 Flores en el Bar, bajo la dirección de Giovanny Cruz, con producción por Víctor Alonzo y Amaury Esquea y las actuaciones de Zoila Luna, Carolina Féliz, Mario Lebrón, AniovaPandry, Judith Rodríguez, Karina Valdez,Karoline Becker y Xavier Ortiz, que incluyó el mejor vestuario de época visto para una pieza teatral.

La Compañía Nacional de Teatro de la República Dominicana, en el Mes del Teatro, presenta en estreno mundial “Bolo Francisco”, única obra dominicana ganadora del Premio Casa de Las Américas, de la autoría de Reynaldo Disla.

La puesta en escena, que cuenta con los auspicios del Ministerio de Cultura y la Dirección General de Bellas Artes, se presentará desde el jueves 12 al domingo 22, en la Sala Máximo Avilés Blonda del Palacio de Bellas Artes.

Dirigida en esta ocasión por el reconocido director teatral Claudio Rivera, “Bolo Francisco” es considerado una singular joya de la dramaturgia dominicana,  que recoge lo mejor de la tradición cultural criolla, con elementos propios de la modernidad teatral, lo que la convierte en  uno de los clásicos contemporáneos de la República Dominicana.

La Puesta en escena posee múltiples recursos estilísticos: atmósferas rurales poéticas, elementos del  teatro épico  y figuras zoomórficas, inspiradas en la tradición carnavalesca  y popular dominicana. La subrayada y creativa teatralidad del montaje escénico muestra el  drama que representa la última ronda de Bolo Francisco, un célebre artista que muerto en vida, recorre la realidad dominicana, siniestra, esperpéntica y caótica, pero igualmente maravillosa.

Esta noche es la gala, para la prensa y patrocinadores, de la obra teatral “Olivia y Eugenio”, que trae de vuelta a la versátil Cecilia García en la sala Ravelo del Teatro Nacional.

La producción que se estrenará para el público el próximo jueves 1ro de octubre, a las 8:30 p.m., cuenta con la dirección de Carlos Espinal y el debut actoral del joven Jochy Gil Ostreicher.

Al referirse al montaje de la obra del autor peruano Herbert Morote, Cecilia García y Carlos Espinal, coinciden en señalar que se trata de una historia que dejará una profunda huella en el público por la historia que trata.

El incidente en que se basa esta obra, ocurre el 5 de diciembre de 1886 en el Teatro de Brooklyn, durante la función de la obra “Thetwoorphans”, y que representó el final de la carrera de la principal diva del teatro del momento, Kate Claxton.

Giovanni Cruz, por algún designio o voluntad asumida, ha estado vinculado al teatro por el prisma de las incidencias trágicas y las maldiciones innombradas. Desde Amanda, que costó el precio de un dedo a uno de los técnicos de montaje hasta estas 7 flores en el bar, que nos trae el sabor de la desgracia devenida de la escena.

Actoralmente, el peso de la pieza radica en el desempeño de Zoila Luna (Violeta), Judith Rodríguez (Azucena), Karoline Becker (Margarita) y Carolina Félix (Rosa), quienes exponen las vidas de estas mujeres en sus ansias y desencuentros, su valoración por el rol como dadoras del placer carnal o como referencias de una vida requerida de atenciones y afectos verdaderos.

Zoila Luna hace un exitoso regreso dramático y Judith Rodríguez (a quien vimos hace poco en el Hamlet de Aramburu, Bellas Artes) evidencia que es una de las actrices jóvenes más destacadas. Tiene peso escénico y conciencia profesional. Karoline Becker y Carolina Féliz, hacen lo propio y demandante de trabajar con un dramatúrgicamente necio, como es el director del trabajo. En un par de oportunidades, algunas gritan por encima del requerimiento del papel, en una sobreactuación innecesaria.

Mario Lebrón, sobrio y poseído de sí mismo, cumple con dignidad la encomienda de personaje simbólico. Xajier Ortiz, es la gran sorpresa masculina por las disposiciones de la retorcida imaginación de dramaturgo.