El novelista Javier Marías denunciaba en su columna dominical de un periódico madrileño a quienes modifican las obras clásicas, con el pretexto de modernizarlas, aunque en verdad sólo busca cobrar los derechos que ya sus autores reales no perciben por haber muerto hace mucho. Como coartada, afirman corregir los errores conceptuales o genéricos de Cervantes, Lope, Shakespeare, Calderón… Sobre todo las opiniones o situaciones que les parecen políticamente incorrectas. ¿Pero claro, qué puede quedar de Hamlet si le quitamos lo que pudiera ser políticamente incorrecto? Cómo ven, queridos lectores, la ignorancia y la codicia están en todo ello.
No seamos papanatas, cándidos, fáciles de engañar. Hay quien interpreta libros que no entendió y, sin embargo, lo jaleamos; con papanatismo enfermizo, lo llenamos de honores, homenajes y publicaciones. La señora Michi Strausfeld aconsejó durante años a las editoriales alemanas sobre qué libros latinoamericanos convenía traducir. Sus conocimientos los llevó a un libro titulado Mariposas amarillas y los señores dictadores (lo de las mariposas es uno de los tópicos más manidos para hablar de García Márquez), con el que quiere historiar América a través de sus obras literarias, especialmente sus novelas.
A esa teoría dominadora que prefigura la ideología de la gran Alemania la llamó Weltliteratur.
Aunque el proyecto no sea original, no piensen que encontrarán algo sobre, por ejemplo, Enriquillo, de Galván, sería demasiado. Se detiene en el poema “A Colón”, que Rubén Darío leyó en las ceremonias madrileñas conmemorativas del descubrimiento en 1892, y que se incluyó en El canto errante (1907). En la página 36 de su libro, la señora Strausfeld asegura que Darío fue el primero “en perturbar el coro de los admiradores [de Colón] con palabras críticas”. Cita versos como: “¡Pluguiera a Dios las aguas antes intactas / no reflejaran nunca las blancas velas; / no vieran las estrellas estupefactas / arribar a la orilla tus carabelas!”. Por eso el poeta habría iniciado el poema llamando desgraciado al navegante y, con escasa elegancia, lo habría recitado en aquella conmemoración a la que fue invitado con honores.
La famosa consejera editorial no sabe bien español y cree que “desgraciado” significa únicamente “perverso” o “ruin”. Significa también “desafortunado” y así califica Darío a Colón: no tuvo la fortuna de encontrar el camino hacia Asia que pretendía. Luego, Strausfeld explica el “desastroso espíritu” social y político de los países desde su independencia (“Desdeñando a los reyes, nos dimos leyes / al son de los cañones y los clarines”), como prefigurado en 1492 y subrayado por Darío.
Viene otra pifia: la prueba de su afirmación estaría en el famoso libro de Edmundo O’Gorman La invención de América que, o no ha leído, o su superficial conocimiento del español no le ha permitido entender. El historiador y filósofo mexicano utiliza la palabra “invención” como opuesta a “creación”. Ésta significa partir de la nada, pero quien inventa se sitúa en el devenir histórico, como un acto de vida, en una naturalidad que establece el contexto de referencia.
Strausfeld proyecta una mirada propia del colonizador, de quien se cree superior porque, ¿dónde va a parar?, los alemanes son más inteligentes y sabios que esas pobres gentes que hablan español y conviene explicarles lo que escriben.
Goethe defendía la existencia necesaria de una literatura mundial, iluminada por la linterna brillante de la cultura alemana. Se atrevió a decir, en sus famosas conversaciones con Eckermann que las grandes obras literarias en español o italiano quedaban mejor en alemán. A esa teoría dominadora que prefigura la ideología de la gran Alemania la llamó Weltliteratur. Dicho en alemán parece algo más profundo. Goethe era Goethe, pero subir a los altares a Strausfeld sólo es papanatismo, candidez.