Siento un dolor en mi alma desde el día en que te fuiste; un vacío muy profundo por no alcanzar a entender tu inexplicable final.
No sé si vivir o morir con el marcado recuerdo de tu existencia, de la historia que construyó tu férrea y amable personalidad; sin la silueta de tu agradable sonrisa.
Vivo con el recuerdo de tu presencia, de la última vez que mis oscuros y ovalados dispositivos ópticos miraron los tuyos, mientras presentías rendida en tu lecho el final maldito de tus días.
No tuve el valor de afrontar esa cruel realidad; me faltaron las fuerzas para decirte en vida: "Mamá, descansa en paz".
Aún me afecta la impotencia junto a los decibeles de tu voz; me resuena estentórea, mientras angustiada ante el dolor, tus labios me gritaban: "Ayúdame, Gerardo".
Oh, mamá, no hallé en mi ser el poder de ayudarte a andar, ni en mi mente, ni en la ciencia, ni en la nada… Había llegado el final de tus días, mientras aún mi mente reclama sin sentido otra razón, más allá de tu deceso.