La mitocrítica europea entiende el término “mito” como un discurso narrativo de génesis oral que legitima una realidad que no puede ser explicada científicamente. Por ejemplo, las distintas culturas han formulado históricamente discursos para explicar la vejez, la muerte y la condición de los difuntos. Dichas formulaciones constituyen una alternativa que calma la angustia causada por esa y otras desgracias irresolubles de la vida (Roa, Gerardo (2020) Elementos del mito sacralizado en el largometraje Andrea (2005) del cineasta dominicano Rogert Bencosme. RD: Ciencia y Sociedad, Vol. Año 45, No. 1. Pp 63-62).

Paralelamente, corresponden a la cultura popular las diferentes creencias y supersticiones que recrean la existencia de espíritus malignos y benignos que ostentan autoridad para hacer daño y para hacer bien, respectivamente. Estos discursos populares tienen como punto común un amo del bien versus un amo del mal.

El mitólogo y novelista rumano Mircea Eliade afirma que los discursos que explican cuestiones del más allá corresponden a dimensiones mitológicas sacralizadas. “Mito sacralizado”, por lo tanto, no es un sintagma equiparable a “falsedad”, como lo entiende vox populi. Más bien, su sentido está relacionado con el sintagma “discurso cultural” alterno al “discurso científico”. En definitiva, los mitos suelen traslaparse al lenguaje simbólico en las bellas artes, incluyendo en los textos literarios, como es el caso que nos ocupa en esta entrega. (Eliade, Mircea (1962) Mito y realidad. USA: Universidad de Chicago).  

Las metáforas que literalizan la narrativa del premiado escritor dominicano Nan Chevalier, en la segunda edición de su libro: “Recámara aislante del tiempo” (2018), son cómodamente comprensibles en el contexto de los mitos sacralizados, ya que la narrativa de su obra apunta tanto a una cosmogonía (origen) como a una escatología (final). Dentro de esta narrativa no sólo se reinventa el mito occidental, sino que dicha reinvención implica un dialogismo contestatario frente a la causa fundamental y cultural de la vida: Dios.

Sin embargo, el dialogismo metaforizado de lo sagrado, en nuestro autor, no niega tácitamente la deidad suprema, puesto que el significante con el que el mismo narrador lo designa implica mayúscula inicial (Dios), signo que le admite la soberanía que uno de sus personajes le niega en su función simbólica de abogado del diablo.

Los constatativos de estas afirmaciones se encuentran en el relato: “Nuevas noticias sobre el demonio”. Resalta la escena de mayor afronta entre ese personaje que alquiló una casa en el sector, desoyendo los rumores de que dicho inmueble estaba poseído por el demonio. Pasando el tiempo, el inquilino experimentó lo que pudo haber sido una lucha contra el mismo diablo, lucha que lo introdujo en un estado de paranoia.

Tras sentir cierto alivio, decidió ubicar un canal de televisión que, lejos de reducir su ansiedad, lo colocó frente a un intenso reportaje que explicaba, de modo distinto a lo habitual, la biografía del diablo. En dicho programa se cuestionaba la soberanía de Dios y se defendía los presuntos derechos del diablo, en lo relativo a la creación. El personaje representado defiende la legitimidad de Lucifer y reclama lo que le toca porque, según ese personaje, la función luciferina consistió en establecer equilibrio entre el bien y el mal. Si todo fuera fácil y bueno, la vida no sería un reto, colijo.

Otra representación metafórica de lo mítico está presente en el relato: “La noche de San Juan”. En éste se da vida a una mujer que fue embarazada en un sueño, alegadamente, por obra y gracias del espíritu santo. No obstante, resulta fácil inferir que se trató de una violación en momentos en que se hallaba drogada en una de las fiestas mágico-religiosas dedicadas, aparentemente, al personaje del santoral católico, San Juan.

Esta representación de la realidad no resulta extraña si reparamos en la literatura mítica de la Grecia clásica, la cual contiene los relatos de dioses que se casaban con seres humanos y hombres que se convertían en aves, etc. Asimismo, la literatura hebreo-aramea contiene escenas de ángeles que tuvieron relaciones sexuales con mujeres y de hombres que lucharon de cuerpo a cuerpo con dioses; así como animales que hablaron a humanos en nombre de los dioses.

La verosimilitud de los relatos del narrador y poeta, Nan Chevalier, se encuentra en los mitos rurales y semiurbanos que aún perviven en campos y parajes del mundo. En zonas rurales del siglo XXI aún se suele creer que los espíritus salen por las noches y que pueden causar daños a los vivos, tal y como los señores feudales enseñaban a sus esclavos para que no abandonaran el feudo medieval. En algunas zonas rurales del Caribe, por ejemplo, deambulan las narraciones orales sobre maldeojos, hechizos, brujería, chupacabras y amarramiento de tripas y de maridos bohemios, etc.

Pero en la prosa literaria de Nan estos relatos son reinventados con base en un sistema simbólico que, a mi juicio, logra suscitar el placer propio de la obra literaria. Nada de lo extraordinariamente humano queda sin una justificación en el estado mental en que se encuentran los personajes que simbólicamente metaforizan los hechos que ellos mismos cuentan. De ese modo, el propio relato establece distancia entre el sujeto empírico-autor, el sujeto narrador y sobre sí mismo.

Siendo así, ninguna conclusión debería apartarse del propio relato. Los consumidores de esta retadora literatura tendrán que establecer distanciamiento entre la realidad real y la realidad ficcional; entre el narrador de la historia y el narrador de la vida real; ante todo, porque hasta que la ciencia no logre revertir el proceso involutivo de la vida y de la muerte, los mitos continuarán siendo, no sólo el medicamento casero que requiere la consciencia humana ante la pérdida de un ser amado; sino, además, tema recurrente en la literatura local y universal.

En casi todos los relatos de nuestro autor la metáfora del subconsciente funciona como escenario de ocultamiento narrativo y como detonante de desenlace de la trama. Se trata de una dimensión sicológica que el narrador imprime a su obra, desde su función de personaje ficcional, con la que motiva inusitadamente una antropología del texto literario desde la teoría sicoanalítica. La misma se constituye en estrategia simbólica que justifica cada una de las acciones que racionalmente sólo pueden ser concebidas dentro de un universo ficcional.

El estilo de la redacción es diverso. En dos de los relatos el narrador habla en segunda persona, mientras en el resto se emplea la primera y tercera. El primer estilo es poco común y, en este caso, resulta interesante sumergirse dentro de un diálogo interior sonoro, en el que el personaje se habla y se escucha,  se pregunta y se responde, se confiesa y se aconseja, etc.

Los catorce relatos reunidos en esta obra soportan más de una lectura. No creo que cualquier lector posmoderno logre introducirse, en un primer momento, dentro de los intersticios ficcionales que nuestro autor ha concebido como producto de su laboriosa dedicación y de su vasto marco conceptual y cultural.

Los cineastas dominicanos harían bien en leer estos relatos, especialmente, los cuentos pertenecientes al mito sacralizado; ante todo, porque el cine dominicano, alegadamente de terror, sólo cuenta con una filmografía que data del año 2005.

Me resta felicitar y agradecer al poeta, ensayista y narrador, Reynaldo Paulino Chevalier (Nan), por haber puesto a disposición del público lector esta segunda edición de su obra narrativa. ¡Enhorabuena!

Chevalier, Nan (2018) La recámara aislante del tiempo. Segunda edición. RD: Editorial Santuario.