« ¿Nos pertenece lo que escribimos? Sin duda, el autor no es sin más el agente, es decir, el elemento activo y lo creado es lo pasivo. […]  

Soy su creador, pero también su lector, y como tal, aprendo de lo que escribo. Mi creación me inspecciona, pues debo ser coherente con lo que he profesado. Escribir no es, en ese sentido, un acto lúdico sino una declaración de principios. Para mi gozo, mi producción me vigila, me controla. »    

FREDDY BRETÓN [Monseñor].

«Aires urbanos»  en  Los entresijos del viento.

(Santo Domingo: Amigo del Hogar, 2019): 199.

SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Tenemos la oportunidad de manifestar que estamos de frente a una narrativa de valiosísimos hallazgos; una narrativa  con su propio estilo y estructura novelística-testimonial.

Nueva vez, este libro (Los entresijos del viento) nos plantea interrogantes sobre la tradición novelística en la República Dominicana, en la cual sus cultores muestran influencias y, la renovación que proponen desde la crónica personal, concretamente desde series de historias cortas donde el escritor hace de «autor-puente» entre una y otra.

Este es un libro que puede abrir o reabrir un debate sobre qué es la novela, y problematizar el término, ya que el lector, en efecto, tiene ante sí una relación de episodios variantes y variados.

El volumen, en cuestión, tiene una división interesante de sus capítulos, y trasciende la presente edición lo que un crítico llamaría la «herencia del criollismo» o la ambientación no-urbana, puesto que  es, indudable, que los relatos  en sí se muestran con diversos matices de esos «ambientes» de manera explícita. No obstante, llama la atención  los otros ambientes citadinos del relato, donde el autor se hace un transeúnte de la ciudad, y recrea sus experiencias vividas allí, sabiendo (de manera audaz)  ir y venir con el mismo  ritmo, entre ambos ambientes.

Esta novela nos ha llenado de esperanzas. Los malos augurios del fin del mundo parecen desplomarse al leer Los entresijos del viento  de Freddy Bretón

Tenemos la inquietud de si ésta es una modalidad de novela confesional, con sus interrogantes existenciales, vínculos con distintos tipos humanos, con  personajes ficticios y no ficticios claves, con una «voz propia» (del autor)  que bromea  —a veces— con la realidad y lo irreal.

Los entresijos del viento, a nuestro modo de ver, es una novela de una indudable belleza, donde página tras página encontramos la aparición de una voz fecunda, emotiva e incorporada a la puesta en marcha de cada historia, en la cual la continuidad de los temas se basa en las tesis del viento/sobre el viento convertido en una «criatura literaria» desde la cual emergen las otras criaturas/personajes,  ya que  el autor  emplea su voz para no sólo re-crear la suerte o el azar que ha corrido en las experiencias de su vida sino, también,  para entender cómo se reacciona ante lo inesperado, ante lo que al principio no se comprende, ante lo que es incidental. Es como si  el ir y venir, de un lugar a otro lugar, alado por el viento le prestara -de manera excepcional-  a este hombre, su «filosofía de existencia», pero de manera pura.

¿Quién dijo que la novela no puede ser identidad del autor con su alma; secuencia o continuidad de sus códigos de honor? Quizás estemos de frente a un tipo de narrativa inédita que se justifica sólo por lo humano; hazaña que no repiten todos los creadores, porque hay que ser un narrador-vivo, realmente vivencial, que retome lo que entiende auténticamente importante resaltar de la vida del trashumante.

Bretón encarna al narrador legendario, ese que sabe por dónde ir con la barca de pescador; el que no se frustra ante las cosas que se muestran con rostros aniquiladores ni ante las vacuidades de los otros. Aún cuando creamos que, lo realista es lo no poético,  considero que el fluir, el dejar fluir a las palabras con espontaneidad, con una aureola de quietud,  es una metáfora de lo poético en la narrativa.  Y es, a nuestro modo de ver, éste el discurso verbal que se cumple en cada entresijo del viento cuando le habla y le cuenta, de manera ilustrada al autor,  frescos/descripciones del antes, del ayer hecho hoy  y,  del presente/memoria.

No niego que, a veces sentí que estaba en un amoroso/coloquio con el autor. Y que estuve de vuelta a párrafos donde busqué cuál era la tensión o el contrapunto de la historia; pero, sin embargo, noté que el escritor cuida no castigarnos mucho con esa impronta,  procura, por el contrario, que constituyamos nuestras consideraciones,  que las 369 páginas permanezcan con una innegable frescura, con efectos de que nos narra existencias de otros y, de él,  existencias/historias de «aprendizajes» para no provocarnos una vorágine ni entender que el vivir es una selva que se cruza sin internarse, primero, en el bosque del alma de cada uno.

La novela tiene una voluntaria claridad en su expresión; si no fuera porque no vivimos en un ambiente de clima frío, pensaríamos que fue escrita mirando desde los entresijos de un monasterio, donde la niebla era gris-azulada o el paisaje de montaña era el necesario para plasmar  los valores conocidos como valores humanos.

¿Qué nos enseña esta problematizada novela? ¿Qué nos deja como legado, como literatura? Que en solitario se puede hablar con la existencia, abrazarse de manera incondicional a la meditación de cuán  importante es no ser combatiente en la vida, sino un oficiante de la palabra, de la que se ofrece humanizada, de la que se escribe para humanizar sin apresuramiento, sin pugnar entre el manuscrito y lo que se corrige posteriormente,  sin sufrir la devastadora necesidad de un heroísmo en superlativo.

Un escritor/narrador sólo nos entrega los principios en los cuales erige su mundo o el mundo conocido por él; un mundo que puede abrumarlo, lanzarlo a contrastes y antítesis, preocuparlo y confundirlo.  Sin embargo, este narrador sin individualismo, egoísmo ni ociosidad vana hace de la vida una comunidad, una modesta comunidad de afectos y entregas; los incontables acontecimientos que se hacen (algunos) peripecias que nos cuenta, son simbólicas maneras de decir que las palabras son la comunidad mayor para alternar con lo épico del mundo.

Lo épico del mundo —entiendo—  le da la sabiduría a un hombre que, esencialmente,  medita en cada geografía por la cual pasa y, donde comparte la solidaridad colectiva.

¿Qué es la solidaridad colectiva? —La vivísima existencia comunitaria, a la que nos habituamos sin conflictos,  la que no tiene sequía ni suerte alguna de tregua porque se dispone con un sentido grupal unitario.

Este es el tipo de acción que importa ahora, del cual se ha despojado al mundo para dejar que lo inhóspito penetre en todas las comunidades. El ser humano — del presente— ha desterrado en el siglo XXI a la solidaridad colectiva de sus vidas y, ha retardado en no comprender que todo lo demás es secundario (la autoridad, el poder, el tener y el no tener).

Esta novela nos ha llenado de esperanzas. Los malos augurios del fin del mundo parecen desplomarse al leer Los entresijos del viento  de Freddy Bretón.