La dictadura de Trujillo comenzó a configurarse como tal desde finales de 1930, cuando amparado en la ley de emergencia, con la que se invistió al presidente de condiciones especiales para enfrentar los problemas dejados por el ciclón de San Zenón, este aprovechó la circunstancia para tomar medidas políticas en contra de la oposición y controlar la población, llevando a los principales dirigentes a la cárcel, la muerte y exilio.
En medio de la crisis provocada por el fenómeno meteorológico, el mandatario procedió a destruir los partidos y a la formación de una agrupación política de su propiedad, a la que bautizó con el nombre de Partido del General Trujillo. Meses después, el 16 de agosto de 1931, esa organización cambió de nombre y desde entonces se le conoció como Partido Dominicano.
Desde entonces, utilizando el Ejército y la Policía, además de apoyado por sectores intelectuales y la prensa nacional, Trujillo procedió a dar muestras de su interés en gobernar la República Dominicana de manera indefinida. Para eso se hacía necesario convencer a la población de que él era la única persona con capacidad para resolver los grandes problemas nacionales. En el afán de promover la falsa condición, fue imprescindible el desarrollo de una permanente propaganda que lo hizo aparecer como escogido de Dios, que contaba, aunque así no lo fuera, con la aprobación de todos los sectores nacionales. Pero debió primero legitimarse a través de la propaganda y de los mecanismos del Estado concentrados bajo su mando. Fue evidente, desde finales de 1931, que el presidente se estaba rápidamente convirtiendo en dictador.
Consolidando la dictadura
El proyecto de gobierno del general Rafael L. Trujillo definió temprano en 1931, el perfil de lo que sería el más extendido régimen totalitario conocido por los dominicanos a lo largo de toda su historia. En 1933 los mecanismos en que se sustentaba ese régimen estaban ya en pleno funcionamiento y a partir de 1934, con la imposición de la reelección del mandataario, todo se había consumado y se entraba en la plena dictadura: con la autoridad militar por encima de las leyes; la destrucción de los partidos políticos; la formación de un partido único intrincado en el aparato de Estado; el establecimiento de estructuras paramilitares para imponer las medidas políticas del partido; apropiación y manejo de los recursos del Estado de manera personal por el presidente; control del Poder Judicial, y la instrumentalización de la educación y la constitución con el fin de legitimar el modelo dictatorial naciente.
Además, y esto se relaciona con lo anterior, el mandatario logró en su primer período de gobierno (1930-1934), el control absoluto del Congreso, la modificación de la constitución, la promoción y exacerbación del ultranacionalismo disfrazado de patriotismo y se auto promovió como el presidente imprescindible, impuesto por la gracia divina como el redentor del pueblo dominicano.
Su táctica política, impulsada por la intelectualidad, promovida por la prensa, apoyada por el ejército y santificada por la iglesia católica identificó a los campesinos y a los estudiantes como centros de la estrategia que buscaba presentarlo ante la población, aunque esto nunca fue formalizado, como el presidente que debía gobernar la República de manera vitalicia.
La maniobra continuista quedó evidenciada desde marzo de 1933,(1) cuando el odontólogo José Enrique Aybar solicitó a ciento cincuenta intelectuales emitir opinión acerca de la necesidad de que la Junta Central Electoral proclamara a Trujillo como presidente sin la necesidad de celebrar elecciones, violando lo previsto en la constitución. Al no poderse aplicar esa modalidad, entonces se recurrió a organizar un certamen electoral con la participación de un solo partido, el Dominicano y un único candidato: el que para esa fecha ya se hacía llamar generalísimo Rafael L. Trujillo.
Juramentado en agosto de 1934, se iniciaron los aprestos continuistas, proponiéndolo de inmediato como candidato para las elecciones de 1938. En diciembre de 1935, el señor Manuel A. Pimentel remitió una carta al diputado Manuel de J. Castillo, publicada en el Listín Diario del 10 de enero, anunciando que apoyaba la idea puesta a circular por el del juez Estrada para que se designara “presidente vitalicio—a Trujillo—, como recompensa merecida del pueblo agradecido que lo aclama”; porque, de acuerdo al señor Luis Romance, en nota posterior publicada en el Listín Diario del 27 de febrero de 1937, el líder del Partido Dominicano había “glorificado la Republica del siglo veinte”.(2)
Es en el marco de esa maniobra puesta en acción desde mucho antes de 1934, para hacer que los dominicanos vieran a Trujillo como el presidente indispensable, que se insistió a través de la prensa, muchas veces aprobado por el Congreso, en apodar al mandatario con frases empalagosas como fueron las de “honorable”, “benefactor de la Patria”, el “generalísimo” de todos los ejércitos, el “guardián de la soberanía”, “forjador de la identidad pedagógica”, “glorificador de la República”, y “el ilustre jefe”; que todas eran frases utilizadas desde el primer período de gobierno para endiosarlo ante la población.
Fueron los campesinos y los estudiantes de las escuelas públicas, por ser identificados como partes del proyecto propagandístico manejado y planificado desde el poder, los dos sectores sobre los que se volcaron todos los recursos propagandísticos y de “formación ideológica”, a través de la enseñanza de la Moral y Cívica y del texto que le sirvió de sustento contenido en la Cartilla cívica.
Sembrando las ideas de Trujillo
Para el escritor Andrés L. Mateo, la ideología trujillista descansaba en lo que él llama “propuestas recurrentes”. Entre esas propuestas—dice Mateo—“los temas clásicos de lo que se considera “ideología del trujillismo”, eran las siguientes: Mesianismo, Hispanismo, Catolicismo, Anticomunismo, y Antihaitianismo,(3) reseñadas de manera puntual en la Cartilla cívica, que tuvo como complacientes promotores a sectores importantes de la juventud intelectual de la época, que realizaron ingentes esfuerzos para, recuperando las ideas de progreso adoptadas por los seguidores de Eugenio María de Hostos y José Enrique Rodó, muy en boga en las primeras tres décadas del siglo XX, hacer que el proyecto trujillista coincidiera y se justificara con las mismas, tal y como como lo explica el escritor Diógenes Céspedes en su obra Los orígenes de la ideología trujillista:
“Como la dictadura trujillista impedía cualquier conato de libertad de crítica y expansión de las facultades intelectuales en público o en privado, toda la cultura acumulada en los cerebros de aquella juventud encontró espacio para manifestarse y realizarse a través de un gran esfuerzo mental de lucubración para adaptar las antiguas teorías liberales, sus conceptos y nociones a una suerte de racionalización y justificación de los valores y virtudes del liberalismo, pero encorsetados a la dictadura a al cual servían”.(4) Con ese fin, el dictador aprovechó el control sobre a plataforma cultural controlada por su régimen, incluyendo la prensa, las sociedades culturales, la Universidad y las escuelas públicas.
Se puede interpretar, y esto no se aleja del papel jugado por la intelectualidad que le sirvió a la dictadura para que el “pensamiento de Trujillo” se transformara en ideología, que aquellos hombres de letras se postraron sumisos ante el “jefe de Estado”, a quien desde principios consideraron “el hombre” que tenía la “fuerza, decisión y poder” capaz de dirigir y enrumbar la República hacia el progreso, aniquilando el caudillismo partidarista,(5) lo que solo era posible a través de la utilización del ejército y la imposición de un modelo autoritario de gobierno contando con la colaboración de la iglesia y de los intelectuales en el proceso de control de la cultura y del sistema educativo nacional.
Tal vez es por esto que la escritora Ángela Hernández dice en su texto “El cultivo domestico del autoritarismo”, que en aquel período la “educación cumplió con sus funciones como reproductora de la ideología y productora de los recursos humanos demandados por la centralizada burocracia estatal, la industria y los servicios”, ratificando y “justificando las ideas justificadoras de la política oficial”.(6)
Por esa razón, la Cartilla utilizada como parte del mecanismo educativo, era repartida masivamente en la población para su lectura y estudio, lo que se hacía de manera vigilada y orientada directamente por el Partido Dominicano; pero en especial se entregaba a los alumnos de las escuelas públicas, en ediciones especiales para servir en el proceso de adoctrinamiento, como texto obligatorio de lectura, que formaba parte del programa “para la enseñanza de la Instrucción Moral y Cívica en los estudios primarios”.
De esa manera, a partir de hacer que los niños y adolescentes recitaran de memoria el referido texto, se iba creando de modo prematuro la que sería base social del trujillismo durante todo el período de gobierno y hasta mucho más allá de la muerte del dictador. Ese adiestramiento facilitaba no solo que el mandatario fuera “endiosado, reverenciado y enaltecido en cartillas de alfabetización, cuadernos y libros de texto”,(7) sino que legitimaba todos sus planes estatales, las fraudulentas elecciones en las que se reelegía, la persecución política a los opositores, y el manejo personal y en su beneficio de los fondos públicos; de modos que la ideología sirvió también para justificar y legalizar el sentido de propiedad que el dictador tenía sobre todos los bienes del pueblo dominicano.
Las Cartillas de Trujillo.
Las cartillas no fueron una inversión dominicana, ni Trujillo el primero en utilizarla en la República. Antes, ya existían en varios países, siendo tal vez referencias cercanas las que circuló en México bajo el título de Cartilla Cívica para Trabajadores escrita por Luis Álvarez Barret (1918), y la Cartilla de la Guardia Nacional publicada en El Salvador en 1927. Además, en 1933 el gobierno dominicano instruyó a la Secretaría de Educación hacer la adaptación y publicación de la Cartilla del Escolar Dominicano, tomando como referencia el texto publicado con el título de Método científico de enseñanza simultánea y escritura en España, escrito por Eladio Homa.
Las cartillas, convertidas en moda, comenzaron a ser utilizadas desde muy temprano como instrumentos didácticos para la formación, implantación y manipulación dogmática de lo que se conoce como “pensamiento de Trujillo”. Además, se hicieron casi obligatorios los cuadernillos redactados con fines puramente técnicos relacionados con actividades propias del Estado, como ejemplo: la Cartilla diplomática redactada por Leonardo Henríquez y puesta a circular en 1939 y la Cartilla para las mesas electorales, un instructivo para funcionarios de las mesas de votación, publicada por la Junta Central Electoral en 1952.
Pero de todas las cartillas conocidas durante la dictadura, fueron las de más importancia la Cartilla para el servicio doméstico de 1938; la Cartilla campesina, también publicada en el referido año por el Partido Dominicano; la Cartilla del Escolar Dominicano, impresa en 1933, y la Cartilla Cívica para el pueblo dominicano. Esta última se convirtió en el texto impreso de más significación en el adiestramiento ideológico de los dominicanos, publicada a finales de 1932 y reeditada en más de seis ocasiones.
Una cartilla para el servicio domestico
Durante los primeros años de la dictadura de Trujillo, las mujeres dominicanas todavía permanecían relegadas a los trabajos más marginales. Muchas de ellas eran “amas de casa” en su condición de ser parte de una familia donde solo el hombre tenía un empleo fuera del hogar. Además, eran lavanderas, planchadoras, modistas y maestras de escuelas o laboraban en la faena agrícola del campo ayudando a los esposos.
Esa situación estaba condicionada por la educación tradicional, que como decía el sacerdote Rafael Conrado Castellanos a principios del siglo XX, la mujer necesitaba formarse principalmente para “estar en buena sociedad y para funcionar como hija, esposa o madre en la casa”, por lo que el Estado debía preocuparse en instruirlas en “escuela de servicio doméstico, arte culinario, lavado, planchado, cuidado de niños; escuelas cuyas ventajas no deben ocultarse a nadie (…), mostrando competencia en el servicio doméstico, en el manejo de una casa de familia.(8)
Inspirado en esas razones educativas, el Estado puso énfasis en la creación de escuelas domésticas y todavía en noviembre de 1933 el gobierno anunciaba con “bombos y platillos” la participación del presidente en la inauguración de dos nuevas Escuelas de Economía Doméstica tanto en la capital como en la ciudad de Santiago.(9)
En 1938, apoyado en una instancia oficial de carácter regional, se publicó la Cartilla para el servicio doméstico, mandada a imprimir en la editorial El Diario de Santiago por el “Comisionado del Gobierno en las Provincias del Cibao”, bajo la orientación del general José Estrella y distribuida de manera gratuita.
Aunque el texto no señala la persona que la redactó, sí se puntualiza que esta fue escrita por “un culto colaborador que ha interpretado bien y resumido en letras una parte comprendida en el programa de mejoramiento social que lleva a cabo el Gobierno del Generalísimo Trujillo”, inspirada “en la ideología constructivista del Honorable presidente Trujillo”, dirigida “a esa masa olvidada del conglomerado social de las trabajadoras domésticas”, con el fin de elevar “el grado de cultura y educación” de las sirvientas; dice en la introducción de la referida cartilla.
Dirigidas a las trabajadoras—(y a los choferes)—contratadas en casas “de familia”, el opúsculo distribuido entre ellas era promovido como “Cartilla del sirviente”. El folleto traía anotado en la introducción la justificación que le daba origen, que era la de dotar a las “sirvientas” de conocimientos de los quehaceres domésticos y hacerlas cumplir con un protocolo de higiene y preparación en beneficio de los empleadores, tal y como se puede leer en uno de sus párrafos:
“Todos sabemos que el servicio doméstico se hace por medio de una considerable cantidad de jovencitas y muchas veces adultas procedentes de los barrios pobres y de los campos—se dice en la presentación—, que se dedican a la servidumbre casera sin los más elementales conocimientos de higiene y del trato que deben a las familias donde van a servir, sin nociones de los deberes de su oficio, ignorancia que las convierte en servidoras irresponsables, y que por lo mismo ocasionan con frecuencia perjuicios de consideración, especialmente cuando se emplean como niñeras”.(10).
Dividida en cinco secciones relacionadas con los conocimientos “rudimentarios personales” y sobre las funciones de “sirvienta”, “sirvienta niñera” y “sirviente chofer”. Consta de unas veinte páginas y en su portada contiene una imagen del presidente Trujillo. Las secciones traen recomendaciones relativas a la higiene, el conocimiento para el servicio en la cocina y limpieza de la casa, el cuidado de los niños, la discreción, así como la defensa de los intereses de los propietarios de las viviendas donde estuvieren laborando.
Entre otras recomendaciones, la Cartilla para el servicio doméstico indica que las sirvientas estaban obligadas a tener conocimientos elementales de aritmética, “aprendiendo las cuatro reglas elementales, lo cual les facilitara resolver los problemas sencillos sobre compras en los mercados de comestibles, tiendas y pulperías”, agregando a ese aprendizaje el “conocimiento del reloj, el termómetro y de la balanza”.
Debe de someterse a chequeos de salud, “indispensable observar escrupulosamente reglas de higiene personal”, levantarse bien temprano, atender su higiene, y “dedicarse a sus obligaciones habituales, saludando por la mañana de un modo respetuoso a los dueños de la casa”. (…). Debe ser discreto, absolutamente reservado y fiel”.
Aunque no se indica en el texto de la Cartilla, se tiene entendido, tal y como lo expresa Carmita Landestoy en su obra Yo también acuso, que las trabajadoras domésticas estaban obligadas a convertirse en informantes del Partido Dominicano (PD) y de los servicios de caliesajes del régimen, por lo que debían de informar, cuando se le requería, de las actividades de las casas o de las familias donde laboraban.(11)
La Cartilla Campesina.
El campesinado fue tenido muy en cuenta a la hora del dictador planificar la forma de hacer política partidaria hacia la población, pues en la zona rural residía más del 80% de los dominicanos. Por eso se entiende como lógico, el interés del Partido Dominicano para seleccionar ese sector como blanco de la propaganda trujillista.
Teniendo en cuenta las elecciones generales de 1938, cuando Trujillo intentaba presentarse a una nueva reelección, el PD procedió a publicar un folleto dirigido a los campesinos para promover la forma en que debían de votar y de rechazar cualquier otra propuesta electoral. Por esa razón, en marzo de 1938 hizo imprimir la Cartilla campesina. Esta trajo como portada un diseño artístico en que se combinan elementos del paisaje agrario con motivos relacionados con la abundancia, sobresaliendo frente a un bohío campesino la “palmita” que simbolizaba la referida organización trujillista.(12)
En las veinte y dos páginas que forman el folleto, aparecen treinta y seis breves secciones relacionadas con la existencia y papel del Parido Dominicano hacia el campesinado, así como la forma de combatir la supuesta amenaza de las ideas comunistas por su peligrosidad en el interés de destruir al gobierno. El texto, redactado en forma directa hacia el lector, se desarrolla a través de un dialogo entre un funcionario del partido y un campesino. De esa manera van fluyendo las propuestas de reforma agraria, necesidad de defender el régimen y al partido, importancia del voto en las elecciones, y las garantías de que bajo la tutela de la organización política los campesinos tienen garantizadas la tranquilidad, el orden, el bienestar y el trabajo.
La Cartilla para los empleados públicos.
Aunque no contamos con un texto impreso sobre la existencia de esa cartilla, se tiene por cierto que por lo menos desde diciembre de 1932, el gobierno tenía la intensión de producir una guía ética y moral para ser repartida entre los empleados públicos, tal y como apareció publicado en el Listín Diario del 9 de diciembre de 1932, cuando se anunció que el Presidente Trujillo preparaba una nueva Cartilla Cívica”.(13) Dos días antes, el 7 de diciembre, el Listín había informado que el mandatario estaba “trabajando en la preparación de una nueva Cartilla Cívica, comparable, por los resultados beneficiosos que ha de rendir, con la que lanzo la publicidad recientemente. Esta nueva Cartilla Cívica versará sobre la moralidad en los empleados públicos y sobre otros tópicos de depuración cívica”.
Estudiantes y campesinos en la mira de Trujillo
Rafael L. Trujillo y sus más cercanos colaboradores, entre ellos destacados intelectuales de la época, tenían conocimiento de la historia nacional cargada de revoluciones caudillistas y de la conformación demográfica de la República Dominicana, por lo que sabían que la sociedad estaba en gran parte integrada por campesinos (aproximadamente un 85%). Los que residían en las ciudades no llegaban al 20%, mientras que los profesionales no alcanzaban las cinco mil personas.
La población en general—de acuerdo al Censo nacional de población de 1935—, estaba integrada por unos 700 mil menores de edad,(14) por lo que se puede inferir que la sociedad dominicana estaba compuesta por jóvenes en edad escolar que en su mayoría residían en la zona rural. Es lógico entonces, que al momento de definirse una estrategia política para implantar los propósitos trujillistas en la mente de la población, se pensara fundamentalmente en un instrumento de adoctrinamiento, como lo fue la Cartilla cívica, dirigida en lo fundamental a los alumnos de las escuelas elementales y a la población campesina.
Sobre este tema seguiremos hablando la próxima semana con la segunda parte de este artículo que tendrá como título: La Cartilla cívica que manipuló el pensamiento de los dominicanos.
Notas Bibliográficas: (1). Listín Diario, 23 de marzo 1933; (2). Listín Diario, 2 de marzo 1937; (3). Andrés L. Mateo, Mito y cultura en la era de Trujillo. Santo Domingo, Librería La Trinitaria, 1993, p.136; (4). Diógenes Céspedes, Los orígenes de la ideología trujillista. Santo Domingo, Biblioteca Nacional, 2002, p.150; (5). Véase Alejandro Paulino Ramos, El Paladión. Santo Domingo, AGN, 2010, t. I, p. 53; (6). Ángela Hernández, “El cultivo domestico del autoritarismo: La educación de la mujer en la “Era de Trujillo”. En: Antología del pensamiento crítico dominicano contemporáneo, Santo Domingo, CLACSO, 2016, p. 357; (7). Ob. cit.; (8). Rafael C. Castellanos, Informe acerca de la reforma educacional iniciada por Don Eugenio María de Hostos presentada al congreso nacional el 10 de junio de 1901. Santo Domingo, Imprenta de García Hermanos, 1901. Pp. 6 y 8; (9). Listín Diario, 18 de noviembre 1933; (10). Cartilla para el servicio doméstico, Santiago, Editorial El Diario, 1938; (11). Véase a Carmita Landestoy, Yo también acuso. Santo Domingo, AGN, 2011; (12). Véase Listín Diario, 31 de marzo de 1938; (13). Listín Diario, 9 diciembre 1932; (14). Véase Oficina Nacional de Estadísticas, Censo nacional de población de 1935. Ciudad Trujillo, 1936).