Lo conocí personalmente en 1973, Acapulco de noche, en un restaurante donde nos tocó ser vecinos, y al oírme hablar…

“Oye, tú no eres mexicano, ¿verdad?”

Y al decirle que era dominicano, me hizo una aclaración: ”No. Tú y yo somos paisanos, en Dominicana y en Yucatán”.

Entonces me explicó algo en lo que yo siempre había pensado: “No hay dos pueblos que se parezcan más que el tuyo y el mio. Somos lo mismo”.

Entonces, tras mencionarme a los mejores compositores dominicanos que así, de pronto, recordara, me expuso la motivación profunda de su “dominicanidad”…

“La canción dominicana y la yucateca son la misma cosa, pues los compositores suyos, igual que los yucatecos, le rinden honor al amor puro y son fieles al bolero, que es el mejor género para rendirle culto al amor, pues bolero y amor son la misma cosa”.

Entonces me hizo una pregunta que ha sido convicción para siempre: “Alguna vez has oído un bolero de denuncia o de protesta o de cualquier vulgaridad?”.

En ese momento sucedió que mi hija Laura, de apenas cuatro años, metió su mano derecha en la jaula de un monito, que tenían allí para curiosear a los curiosos, y el monito, y este confundió uno de sus deditos con maní que quiso comerse…

Y he aquí el detalle más inolvidable de este encuentro: fue Armando Manzanero quien corrió a limpiar la sangre del dedito…

(Por supuesto, la foto con él no podía faltar).