A.M.: El texto Global y diferente (2015) es una antología de ensayos que tu escribe, trazas diversos planos filosóficos, culturales, literarios y políticos, como es el caso de “La cultura y la identidad en un mundo globalizado”, usted expresa que vivimos en una época en continuo devenir, casi todos los parámetros que tenían vigencia hace veinte años ya no tienen validez, vivimos en una época en que dominan, entre otros accidentes, los flujos crecientes de la globalización y las telecomunicaciones. Lo que a mi entender es la era del cibermundo. En esta era, caracterizada por lo virtual y lo ciberespacial, entender la dominicanidad como puramente dominicano, no ayuda, porque pertenecemos, tal como lo explica en su libro, a “ una cultura mucho más amplia, más abierta, con una tradición milenaria, que es la cultura que se expresa (…) en nuestra lengua” y por eso “pertenecemos, además, a un ámbito cultural mucho más amplio que, en la actualidad, domina sobre todo el planeta por la vía del desarrollo científico y tecnológico”. ¿Los dominicanos formamos parte de ese cibermundo? ¿Sin embargo, estamos mediados por los transidos, y que bien tú recoges como reflexión crítica a la hipermodernidad?
LOBF.: Apreciado amigo y colega Merejo, como tú bien apuntas la identidad dominicana en nuestra época está mediada por la característica vivencia del tiempo que ahora experimentamos. El tiempo ha perdido sus goznes, el orden de sus éxtasis, y se ha trasformado en una furia de la que nada sale y nada produce, se ha trasformado en puro tráfago, en desasosiego, trajín, agitación y prisa. Puro transcurrir vacío.
Te hago esta referencia porque ya, en otras ocasiones he tratado del tiempo y de la época hipermoderna. Se trata de responder tus preguntas en conexión a la tendencia dominante que ejerce la técnica moderna sobre nosotros y sobre el modo de abrirse de esta dimensión, –a las partes del tiempo en filosofía se les nombra, éxtasis: p. e., pasado, presente o/y futuro–. Como humanos somos en el tiempo, más aún, somos tiempo, tiempo vivido, tiempo con sentido, tiempo enamorado, diría el poeta.
He aquí un breve análisis de la situación que vivimos.
Nuestra cultura occidental se origina en Grecia, de donde trae las ideas fundamentales.
Sin embargo, la carga relativa con que hemos reinterpretado tales nociones deriva del Cristianismo. Y cuando hablo de Cristianismo no me refiero a la doctrina evangélica predicada por Jesús de Nazaret, sino a la institución histórica que ha moldeado a Occidente. Como tal ha traducido y adaptado la cultura griega a una nueva sensibilidad y a una diferente experiencia de la vida y del ser del mundo. Establece una nueva forma de concebir el origen del universo y del ser humano.
Para los griegos el mundo es eterno, para el cristianismo el mundo es creación de un Dios. Quien representa esta visión en la historia, es una institución fáctica que actúa como un enclave de poder mundano, histórico y espiritual: la Iglesia, primero cristiana, y luego Católica y Reformada, en contraposición.
El Cristianismo como Iglesia, como institución histórico-cultural, tiene una vinculación clara, establecida, directa, con Dios.
Dios es, para tal interpretación del mundo, fundamentalmente creador; el ser supremo crea el mundo para pueda realizarse el fin de la Salvación. Todo en el mundo está dirigido al cumplimiento de esta finalidad divina.
Todo cuanto es, considerado desde el Cristianismo, actúa como un instrumento del Plan Divino misericordioso que es la Salvación Eterna. Es desde tal concepción de donde trae origen la visión instrumentalista de la realidad.
El mundo no vale por su ser, su valor depende por ser instrumento para alcanzar la finalidad misericordiosa de la Salvación como el plan divino que, en final de cuenta, busca resaltar la Gloria y la Magnanimidad del Ser creador.
Así como Dios ha creado el mundo, si el mundo ha de conformarse con tales fines últimos, el ser humano ha de recrear otro ser semejante a él mediante la procreación, la unión de hombre y mujer. El procrear no debe ser obstaculizado ni obstruido y se deben de tener y educar los hijos que Dios envíe.
Del mismo modo, pero en un sentido menos trascendente, el arquitecto crea la casa de Dios y el humano y regula su hábitat, el artesano ha de crear utensilios y el artista, obras. Cada cosa, por estar subordinada al acto de su creación, depende para poder alcanzar su plenitud, su acabamiento, de ser fiel a los fines o propósitos de su creador. Es decir, ser consecuente con su capacidad o poder creativo. Nada vale por lo que es, sino en tanto es un ser creador como analogía de Dios
Llegados aquí, se hace necesaria una breve digresión, que nos permitirá introducir algunos conceptos necesarios para completar nuestro análisis, a fin de que podamos mostrar cómo se manifiesta, entre los humanos de los inicios del tercer milenio de la Era Cristiana, la visión instrumentalista de la realidad que nace y reposa en la dialéctica cristiana de la creación-salvación, que ha permeado la cultura occidental, extendida, hoy, avasalladoramente a todos los ámbitos del planeta.
Ahora, traigo a Nietzsche a colación, porque este pensador en los últimos tiempos de su lucidez previó la llegada del nihilismo como nota dominante del desarrollo de la cultura occidental durante los próximos dos siglos. ¿Qué ha de entenderse bajo esta palabra? Nihil es término latino que significa nada, y el sufijo ismo está por doctrina o concepción. Entonces, si nos quedamos en un plano epidérmico, el nihilismo sería la doctrina que postula como principio de todo a la nada. Extraña teoría, se dirá, pues creemos saber que la nada nada es, y que de la nada nada se origina.
A.M.: Con relación al filosofar de Nietzsche, ¿que era el nihilismo para este filosofo? ¿Hay una vinculación de la voluntad de poderío del sujeto, en cuanto dominio en esta era del cibermundo, para destruir el Planeta? ¿El sujeto es reducido a lo instrumental, manipulable y también el arte?
LOBF.: Para saber lo qué entiende Nietzsche en este sentido sólo tenemos que escucharlo: ¿Qué significa el Nihilismo?: que los valores supremos (de la cultura) pierden validez. Falta la meta; falta la respuesta al por qué. Y agrega, El Nihilismo, es el rechazo radical del valor, el sentido y el deseo. Nos advierte que desde su origen, es decir, desde su derivar históricamente de los principios del cristianismo, toda nuestra cultura europea se agita ya desde hace tiempo, con una tensión torturadora, bajo una angustia que aumenta de década en década, como si se encaminara a una catástrofe; intranquila, violenta, atropellada, semejante a un torrente que quiere llegar cuanto antes a su fin, que ya no reflexiona, que teme reflexionar.
Desde estas palabras suyas, escritas en 1887, percibimos un retrato profético, terrible del más oscuro de los siglos de la época moderna, el XX.
¿Cuál es, para Nietzsche, el signo de la llegada del "más inquietante de todos los huéspedes", del nihilismo? Es la decadencia del Cristianismo como valor cultural.
¿Qué significa esto? Significa que los humanos ahora, ya no contamos con el Cristianismo como el valor supremo, absoluto, de nuestras vidas. Significa que el Cristianismo pierde su eficacia histórica, que pierde su veracidad como el valor cultural fundamental, supremo, que dirige la historia de la cultura occidental
Para que se pueda comprender mejor esta última afirmación recurriré a un par de conceptos elaborados por Ortega y Gasset (1883-1955) en una obra, de 1940, titulada "Ideas y creencias".
Distingue Ortega entre ideas con que nos encontramos – por eso las llamo ideas-ocurrencias – e ideas en que nos encontramos, que parecen estar ahí ya antes de que nos ocupemos en pensar".
Las ideas en que nos encontramos son las creencias. Son las ideas básicas, pues son las ideas que somos. Dice Ortega: No hay vida humana que no esté desde luego constituida por ciertas creencias básicas y, por decirlo así, montada sobre ellas. Y agrega: Las creencias, son las ideas que somos. Las ideas-ocurrencia, por otro lado, -dice-, son las que producimos, sostenemos, discutimos, enseñamos, combatimos en su pro o en su contra y hasta somos capaces de morir por ellas. Lo que no podemos es vivir de ellas; concluye diciendo que El hombre tiene ideas pero está siempre apoyado en creencias básicas… En efecto, -agrega- en la creencia se está, y la ocurrencia se tiene y se sostiene. Pero la creencia es quien nos tiene y nos sostiene.
Pues bien, para Nietzsche, el nihilismo surge cuando la existencia del hombre occidental ha dejado de estar sustentada en el Cristianismo. La cultura de Occidente ha iniciado su marcha hacia la superación del Cristianismo desde el final de la Edad Media.
La verdad del Cristianismo, la creación del mundo por parte de Dios y el plan de la Salvación, ya no es la creencia en que se sostiene la vida actual.
Sin lugar a dudas discutimos, enseñamos y difundimos el Cristianismo, pero este ya no es, para la mayoría de nosotros, sino idea-ocurrencia, experiencia intelectual, no vida inmediata, vida espontánea, creencia inmediata y radical.
Con el brotar del nihilismo se nubla el horizonte espiritual del mundo, se desvaloriza la atmósfera espiritual de la época, se pierde el sentido de lo trascendente.
Se instala en el seno de la cultura como idea directiva la opinión de que la organización técnica y la producción que deriva de ella establecerá un nuevo orden en el mundo. Se sostiene que la tecnificación del mundo creará el paraíso en la tierra.
Organización en latín viene de strúo que significa poner a disposición, esto es, armar, construir, fabricar, ordenar, habilitar. La organización técnica del mundo consiste en un ordenar y predisponer, provocador de la realidad, de acuerdo a planes de utilización de todo por todo.
La organización técnica es la conjunción sin salida de la voluntad de poderío y de la técnica que racionaliza la tierra, devastándola.
Este poner en orden propio de la voluntad de poderío, que ha sustituido a la voluntad divina en la época de la instauración del nihilismo, mediante el cumplimiento de la organización técnica del mundo lo nivela todo en la uniformidad de la producción y el consumo.
Es la época del capitalismo tardío, de la disolución del mundo en las redes de una globalización de flujos abiertos confluyentes en una sola dirección. Es el tiempo en que el mundo se transforma en una red de sistemas sobrepuestos de sentidos correlativos a lo que nada ni nadie escapa. Somos prisioneros de un sistema de sistemas, de una red que todo lo enlaza y somete. En este ordo, en este orden, no hay posibilidad para que algo que no esté relacionado con todo lo demás exista, sea. Pueda tener sentido. El fragmento es lo excluido.
Este proceso desarrolla, para justificar el terrible, salvaje, saqueo a que despiadadamente se somete a la totalidad del Ente, una pseudoteoría; inventa una nueva perspectiva casi religiosa: la del dominio absoluto del mercado: el sistema que en-reda todo ser. Aquí, toda jerarquía y todo rango histórico o que pretenda valer en otro sentido, viene destruido desde la misma raíz. Es así que se origina un proceso de nivelación e uniformización indetenible e inagotable de las existencias y de las cosas.
La realidad se torna un mero campo de energías explotables, condensables y dirigibles hacia cualquier sitio; energías listas, predispuestas, para ejercer una dominación ilimitada sin objetivo último definido, a menos que no sea el de garantizar la continuidad de la pura circularidad de los procesos y de las circulación de las redes abiertas dentro del Sistema.
Esta conexión de dominación y manejo de la realidad fundamenta una experiencia nueva del espacio: la espacialidad del desarraigo: el abandono de todo suelo sobre el cual plantar raíces. La pérdida de toda posible identidad consigo mismo.
En lo temporal, el ente discurre atrapado en las redes de la movilización total en una nueva atemporalidad absoluta: la temporalidad se extasía en el monótono discurrir de una rutina signada por la provisionalidad, intercambiabilidad y reversibilidad de los procesos en el marco de una planificación siempre abierta, sin finalidad, sin telos. Los humanos, en este panorama, nos movernos sobre un horizonte de tierra devastada.
Se pierde la esencial relación única de las cosas con la tierra; se olvida y se impide la capacidad de habitar y edificar en el dominio de lo esencial: habitar en el ser de lo propio, de la propia tierra; en el dominio de una tierra natal. Se deteriora el habitar y la morada del hombre en la tierra, que viene devastada en las anónimas relaciones cinéticas que dicta la imperante voluntad de poderío.
La tierra -que siempre fue ésta tierra concreta, determinada histórica y culturalmente como mi propia tierra, sembrada por nuestras raíces, la tierra natal –mi dominicanidad– se transforma en objeto disponible y predispuesto al servicio del querer que se encierra en este vertiginoso paroxismo de meras consecuencias concatenadas sin un sentido gobernante.
He intentado condensar en unas pocas proposiciones este tipo de relación con el universo que rige desde la actitud técnica que se despliega en esta fase del nihilismo:
1.- A la realidad se la percibe sólo en función de su posible utilidad, dominio y control.
2.- Se instala un proceso de cuantificación de la naturaleza y de la historia; mediante este proceso, el ideal de dominio presente en todo momento en la actitud técnica, se transforma en el único criterio adecuado para el manejo de la relación que el conocimiento entabla con la realidad.
3.- Todos los seres aparecen bajo el único aspecto de su ser instrumental, esto es, como instrumentos y medios, como si todo su ser se redujera a la característica de su aprovechabilidad, de su servibilidad.
4.- El humano mismo no escapa a esta visión dominadora; como tal, viene objetivado y cosificado con miras a establecer su efectivo control. Así, su existencia viene matematizada en un doble sentido: por un lado, se instala el proyecto de una cuantificación mensurable de su ser, reduciendo lo espiritual a lo psíquico, y esto, a la bioquímica de los procesos orgánicos elementales; por otro lado, se afinan las metodologías, y los sistemas más sofisticados de cuantificación del comportamiento para lograr una más completa utilización de las capacidades humanas para los fines de explotación y dominio de la realidad; el hombre se torna así, en un recurso más entre los disponibles, se torna: recurso humano. Ejemplo de esto lo vemos en las pulseras localizadoras que utiliza ahora Amazon para tener localizados a cada trabajador en todo momento, o los lentes de reconocimiento facial que utiliza la policía china, para identificar opositores, como ha reportado la prensa en estos días.
En este horizonte, también la obra de arte pierde algunos de sus atributos fundamentales, pierde el aura que emana de su autenticidad; desaparece su constitutiva y esencial autonomía.
Walter Benjamín (1892-1940), sensible pensador marxista alemán, amigo, cercano en las ideas y en las vivencias con el dramaturgo Bertold Brecht (1898-1956), en 1936, en un ensayo titulado "La obra de arte en la época de su reproductividad técnica", definió el aura que emana toda obra de arte auténtica como "la manifestación irrepetible de una lejanía que se manifiesta como tal por muy cercana que pueda estar". Pues bien, uno de los aspectos que constituye la aspiración de la actual cultura de masas consiste en, dicho en las palabras del propio Benjamín, “el desmoronamiento del aura" de la obra de arte.
Esto se realiza mediante: “Acercar espacial y humanamente las cosas en una cotidianidad que cancela su lejanía y elimina su propio lugar y, por otro lado, se manifiesta con la tendencia a superar lo único mediante su reproducción. Quitarle su envoltura a cada objeto, triturar su aura, es el signo de una percepción cuya sensibilidad para lo igual en el mundo ha crecido tanto que incluso ahora por medio de la reproducción mecánica pretende ganar terreno frente a lo único, a lo irrepetible".
A través de la reproducción de la imagen de la obra de arte se trata de acreditar un nuevo producto, como si tuviera idéntico carisma y autoridad que el original, que cuenta con el aquí y ahora característico de toda presencia irrepetible y está insertado en un contexto histórico-cultural y ritual determinado.
Lo mismo que acontece con la autenticidad ocurre con la autonomía de la obra de arte. El arte se transforma en industria y el movimiento de las obras viene determinado por los requerimientos del mercado de obras de arte. La orientación consumista de la sociedad de masas destruye la autonomía y jerarquía de la obra de arte.
En el mejor de los casos, ésta viene transformada en producto cultural, que se determina e identifica, por un lado, por su carácter dominante en la industria cultural y, por el otro, por el estatus de artículo de consumo, sin que sea posible hacer emergen de esta trivial dialéctica la característica autonomía de todo sentido exterior que caracteriza a la obra de arte verdadera.
Finalmente, cabría señalar que, en las producciones de la cultura de masas, casi siempre la fórmula sustituye a la forma y la vulgarización a la materia. Además, se produce, en este tipo de situación una grave, disolvente consecuencia humana: le viene negado al artista identificarse con su obra. Entre ésta y aquel se llega a producir un infranqueable abismo. Con ello desaparece la más alta satisfacción del artista: identificarse con su obra, fundar en ella su propia trascendencia humana.
Excusa lo prolongado del análisis, mas como filósofo que pretendo ser, mi tarea es la de señalar los horizontes de sentido que encuadran nuestra época.
Creo que es ahora que debo decir qué entiendo como filosofía. Esta pregunta necesitaría un libro para poder responderla. Ante todo la filosofía es una actividad en que el pensador establece un acto creador, esta creación se manifiesta a través de la creación de conceptos que intentan aclarar una situación vital. ¿De que tratan estos conceptos que establece el pensador? Pues en ellos y a través de estos se definen criterios, se ponderan valores y se establecen jerarquías de entes, se despejan horizontes y se determinan límites de sentido para el mundo.
En otra parte de esta entrevista hablaba de la inmanencia del saber humano y sobre todo de la filosofía.
Con esto quería decir que el punto de partida del filosofar contemporáneo es la constatación de que el principio (lo que es originario, primero, principal y predominante en algo) lo constituye la red de sentido que se teje desde lo intramundano. Esto vendría a significar que tenemos conciencia de que nos-encontramos-en-el-mundo, que somos-del-mundo en cuanto que pertenecemos a un universo determinado, histórico; que no podemos salir de ninguna manera de este orbe, salvo por vía de la muerte. Pero cuando esta situación límite acontece, ya no hay ni sujeto ni mundo, ni existe el problema de su relación, de su ser-en-el-mundo.
El problema de lo que sea la filosofía en su ejercicio y en nuestro hacer, lo trato no en un libro todavía, pero si en un ensayo que he titulado; Apuntes sobre la necesidad de la filosofía para nuestra época. El mismo se encuentra en mi libro Global y diferente, publicado por la Editora Nacional en el 2015.
A.M.:La articulación dela filosofía y la literatura que tu hace , es intensa, como la que aborda en tu libro “La modernidad como problema (2007)”, por ejemplo, leyendo los trabajos que escribiste sobre Musil y su novela “El hombre sin atributos” en el que Ulrich (protagonista de la novela) como bien tú lo manifiestas , no encuentra sino cualidades sueltas, sin hombres, donde las cosas de este mundo y cibermundo no son consistentes, todo se desvanece (Modernidad Liquida, de Bauman) y como bien llega a precisar: ” pierden toda autentica identidad y sólo queda vacío – una imagen sin cualidades- sobre la cual se aplican cualidades, atributos que tienen validez solo por un instante”. En mi texto “La dominicanidad transida, entre lo virtual y lo real(2017)” , me refiero a este tipo de sujeto, que pulula en nuestra sociedad, lo coloco más allá del hombre mediocre (José Ingenieros), light (Enrique Roja), marginal (Robert Ezra Park) y el Bloom(James Joyce). ¿Frente a ese hombre sin atributos Camus coloca el hombre rebelde? ¿En estos tiempos cibernéticos y transidos pervive el hombre nihilista?. ¿Cuál es tu diagnóstico sobre nuestro tiempo?
Tu texto La dominicanidad transida, entre lo virtual y lo real, 2017, es sumamente aleccionador y valiente en el análisis de los límites que presenta hoy nuestra literatura y filosofía. La cultura dominicana no está a la altura de los tiempos, y no hay claridad en nuestros creadores sobre el poder avasallante que representa la Globalización para definir la persistencia histórica y la creatividad de la dominicanidad. En poco más de doscientas páginas tu dejas ver las faltas y las ausencias que pueblan lo dominicano de nuestro tiempo.
Vivimos momentos sumamente oscuros para la creatividad. Tenemos que buscar una salida y tu libro rinde un servicio impagable al denunciar la mediocridad en que vivimos a todos los niveles.
Estoy sumamente tocado con todo lo que señalas y esto me ha motivado a que en las próximas semanas me dedicaré a hacer una lectura a fondo de tu texto y señalar lo que para mi se desprende desde una lectura atenta de este. No insisto ahora pues ya me he extendido demasiado en el tratamiento del tema anterior.
Paso a cerrar el último tema haciendo todos los esfuerzos para no extenderme demasiado.
Comienzo enlazándome con lo que apuntaba anteriormente que estimo que la filosofía es un genero de imaginación conceptual creativa, consiste conceptualizar horizontes de sentido para despejar nuestra andadura en el mundo. Esto se desprende de la característica señalada de que es un saber inmanente y holístico sobre el sentido del mundo.
Entre los aportes que hizo el pensamiento posmoderno destaca la atención que prestó al asunto de la dialéctica de las narraciones y metanarraciones.
Estimo que la filosofía se inscribe en este genero. El discurso filosófico intenta elaborar narraciones sobre el ser y el estado del mundo. La filosofía articula como un relato conceptual de algo fundamental, al establecer desde postular posibles horizontes del mundo, lo que le otorga sentido, en consecuencia en su discurso intenta hablar del ser del mundo.
No debes olvidar que mi formación y especialización la hice en un área que antes se denominaba historia de la filosofía. Entre los pensadores modernos me he dedicado a estudiar fundamentalmente la formación de la historia de la modernidad desde Descartes en adelante. He estudiado con detenimiento la ilustración, Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Wittgenstein y Heidegger. En todos estos pensadores encuentras siempre un enlace esencial respecto a la literatura. Sea refiriéndose a esta o creando textos que son joyas literarias. Es fundamental en el filosofo que este manifieste su amor a la palabra, pues es el instrumento mediante el cual se revela el sentido del mundo.
Te relato una experiencia reciente. En 2015, conversaba sobre el tema, con la brillante investigadora argentina de las ideas, Beatriz Sarlo, cuando ella fue reconocida con el Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña, me llamó la atención sobre un autor que desconocía y que ella cita en uno de sus libros, que trata sobre los procesos de modernización de nuestros países latinoamericanos.
El libro de que se trata se titula: Una modernidad periférica, 1929-1930, BS. AS, 1988, 1996. En esa obra en el capítulo VIII, que nombra, La imaginación histórica, la Sarlo cita un texto del autor norteamericano Hayden White, The value of narrativity in the representación of reality, en: W. Mitchell (comp.), On Narrative, The University of Chicago Press, Chicago, 1981.
El texto de la cita me marcó, y todavía me sigue dando luz respecto a la relación que se da entre filosofía, literatura e historia.
Escribe la Sarlo: Hayden White observa que el significado de lo real intenta ser captado a través de estructuras narrativas. En verdad, podría decirse que la 'realidad' de un acontecimiento reside en su posibilidad de ser narrado. Al mismo tiempo, toda narración supone una serie de opciones de valor y, en ese sentido, puede considerarse como operación de la conciencia moral, que trabaja sobre los "tópicos de la ley, la legalidad, la legitimidad o, en términos más generales, la autoridad". Por eso, en la narración se percibe no sólo el orden de la serie cronológica, sino un orden que afecta al discurso, que pertenece a la dimensión de lo figurado, y donde se realizan las transacciones de valor presentes en los textos que organizan lo real histórico.
En un libro fundamental del mismo autor, Hayden White, titulado: Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. Texto descubierto unos meses después, –obra, que ha educado y formado a los principales escritores, historiadores y ensayistas de México– White señala que: La historia es una mezcla de ciencia y arte. Y confiesa que ha intentado establecer la naturaleza ineluctablemente poética de la obra histórica y especificar el elemento prefigurativo de cualquier relato histórico.
Esta obra es básica para comprender la problemática que unifica la poética con la filosofía. El texto es coherente con el epígrafe que elige el estadounidense para su libro, una frase única de Gastón Bachelard: Sólo se puede estudiar / lo que antes se ha soñado.
Pero mí, la literatura es maestra de vida y siempre he establecido una relación constante entre pensamiento, imaginación e historia. Creo que en un verso puede encontrarse la quintaesencia del pensamiento.
Concluyo refiriéndome a una observación de Martín Heidegger, en Ser y Tiempo, que comparto plenamente: a la poética se encomienda la gran tarea de reanimar una lengua gastada, agotada, anquilosada, acabada. Estimo que no se puede olvidar, además, que la gran protagonista del discurso filosófico en el siglo XX es la palabra.