El 4 de julio de 1937, Juan Negrín, presidente de la República española, pronuncia un discurso en el ayuntamiento de Valencia. Le escuchan, entre otros, los poetas chilenos Pablo Neruda y Vicente Huidobro, el peruano César Vallejo, los mexicanos Carlos Pellicer, José Mancisidor, Octavio Paz y Elena Garro, los cubanos Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Juan Marinello.
En la sala también se encuentran escritores españoles como Antonio Machado o Rafael Alberti y franceses como André Malraux, Tristan Tzara y Louis Aragon. Hay también soviéticos, ingleses, alemanes, estadounidenses, chinos…
En total, más de 150 artistas y escritores de todo el mundo asisten al II Congreso Internacional de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, que inaugura Negrín.
Durante unos días, Valencia -y después Madrid, Barcelona y París- se convirtió en la "capital del antifascismo mundial".
Pero en julio del 37, hace ahora 80 años, esta ciudad del este de España no era la plácida urbe mediterránea que es hoy.
En aquellos momentos, España era un país dividido, sumido en una guerra civil como consecuencia del golpe de Estado lanzado contra la República por el general Francisco Franco el 18 de julio de 1936.
Madrid, con el frente de guerra a sus puertas, se había vuelto demasiado peligrosa y el gobierno republicano decidió en noviembre del 36 trasladarse a Valencia.
Símbolo de la defensa de la cultura
Durante seis meses, esta capital de provincia situada en la retaguardia pero castigada con bombardeos continuos, asumió la capitalidad del Estado de forma imprevista.
En este contexto, la imagen de decenas de intelectuales internacionales reunidos para hablar de literatura, arte y política adquirió un tono y una función diferente a la de un congreso convencional.
"Siempre me he preguntado para qué sirven los encuentros de intelectuales. Aparte de los muy contados que han tenido una significación histórica real en nuestro tiempo, como el que tuvo lugar en Valencia de España en 1937, la mayoría no pasan de ser simples entretenimientos de salón", diría años después Gabriel García Márquez en su discurso de inauguración del Segundo Encuentro de Intelectuales por la soberanía de los pueblos, celebrado en La Habana en 1985.
Difícil acudir a un mero entretenimiento de salón en un país en guerra. Pero, ¿por qué tantos intelectuales relevantes de aquel momento asumieron ese riesgo?
"En los años 30 hay una apuesta muy fuerte de muchos escritores por el compromiso social. Y está muy claro por parte de los escritores antifascistas, no solo comunistas, que España es el símbolo de la defensa de la cultura", le dice a BBC Mundo Javier Navarro, profesor de historia contemporánea de la Universidad de Valencia.
"Defensa de la cultura es un concepto que se utiliza precisamente para designar al antifascismo", apunta Manuel Aznar Soler, catedrático de literatura española contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Lucha con la pluma
Esa línea definitoria se había trazado ya en París en 1935, durante el primer Congreso de Intelectuales para la Defensa de la Cultura.
Del congreso de París surgió un comité ejecutivo internacional que decidió que la segunda edición de ese encuentro tuviera lugar en Madrid.
"Estos congresos son también una expresión de la nueva orientación del comunismo internacional, que había adoptado en 1935 la política de los frentes populares, que supone la colaboración de los partidos comunistas con las fuerzas antifascistas en general", indica Navarro.
"Sin embargo, en ellos no solo participan comunistas y no dependen directamente de los partidos comunistas: en ese momento, el antifascismo reúne a todos los escritores que creen que el fascismo es una amenaza contra la cultura", añade el experto.
El golpe de Estado franquista cambió solo en parte los planes de celebrar el congreso en Madrid: la inauguración y algunas sesiones tuvieron lugar en Valencia, pero después los congresistas visitaron el frente de Madrid, pasaron por Barcelona y concluyeron su periplo en París el 16 y 17 de julio.
"¿Qué pretendía este congreso? Fue el acto de propaganda más espectacular que organizó el gobierno republicano", apunta Aznar Soler, director del Grupo de Estudios del Exilio Literario.
"Se les pedía a los escritores que vinieron que lucharan con la pluma", agrega.
Las circunstancias extremas del momento dejaron en segundo plano los temas de partida que había planteado el Congreso: el papel del escritor en la sociedad, la dignidad del pensamiento, nación y cultura…
La participación latinoamericana
Hacía apenas dos meses que la aviación alemana al servicio del ejército franquista había bombardeado Gernika, en las sesiones del congreso en Madrid se podía escuchar el ruido de la artillería de fondo y el asesinato del poeta Federico García Lorca un año antes se había convertido en un símbolo del ataque del fascismo a la cultura.
La emoción -en muchos casos- pudo a la reflexión.
"El encuentro se convirtió, por la urgencia política, en una expresión de solidaridad de los escritores internacionales progresistas con la república española", señala Navarro.
Y la participación de latinoamericanos -de las más numerosas- contó con algunas de las figuras más importantes del momento.
"Hubo una proximidad total. Influyó mucho que Pablo Neruda organizara todo desde París. Y tuvo una actitud noble porque querían que viniera Vicente Huidobro y se sabía que los dos estaban totalmente enfrentados. Aquello se superó y el propio Neruda le escribió una carta de invitación a Huidobro", explica Aznar Soler.
Una exclusión polémica
Sin embargo, el Congreso de Intelectuales también tuvo aspectos polémicos.
Quizá el principal fue la exclusión del escritor francés André Gide -una figura destacada de la edición de 1935 en París- debido a la publicación de sus libros "Regreso de la URSS" y "Retoques a mi regreso de la URSS", en el que se mostraba crítico con el sistema soviético.
"Los soviéticos intentaron que se condenara a Gide en el propio congreso, pero esto no se aceptó. Hubo una especie de silencio", indica Navarro.
El poeta mexicano Octavio Paz, que con los años se distanció de sus posiciones comunistas de los años 30, se reprocharía aquel silencio en 1987.
"Gide fue maltratado y vilipendiado en el congreso, incluso se le llamó 'enemigo del pueblo español'. Aunque muchos estábamos convencidos de la injusticia de aquellos ataques y admirábamos a Gide, callamos", dijo el premio Nobel en Valencia durante la conmemoración del 50º aniversario del congreso del 37.
No obstante, el impacto a corto plazo que tuvo aquella extraordinaria reunión de intelectuales en plena guerra civil fue notable a nivel mediático y de movilización de la opinión pública internacional, especialmente en Francia y América Latina.
Muchos de los escritores que participaron publicaron a su regreso textos sobre la situación en España y de solidaridad con la República.
El legado
Ocho décadas después, el legado del II Congreso de Intelectuales, señala el profesor Navarro, sigue siendo "más el de un símbolo que el de un foro de reflexión".
Y visto desde el presente, cabe preguntarse si sería posible hoy una movilización similar de intelectuales de países e ideologías diversas por una causa común.
"Es difícil que se dé una confluencia como la que se dio aquí en el año 37″, señala Navarro.
"En ese momento el escritor, el intelectual, tenía una voz autorizada y escuchada sobre el rumbo de la sociedad. Ahora este papel ha quedado desdibujado", añade con escepticismo.
Para el profesor Aznar Soler, ese elemento de movilización del 37 mantiene su vigencia.
"El fascismo está resurgiendo en todos los países. Y lo triste es que es aprovechando las migraciones y los exilios de todas las guerras. En Europa ahora mismo este es el problema, el ascenso de la ultraderecha utilizando esta realidad trágica. Así que no creo que el antifascismo esté pasado de moda", asegura.