Hay quienes asumen la vida como un sacrificio, y se dejan llevar por las exigencias morales, y hacen su camino demasiado tenso; reducen la razón a los acontecimientos que rodean su entorno, no comprenden los hilos invisibles que subordinan a la existencia, no encuentran la luz de fondo; se ligan a la rueda del destino engañándose con las pasiones, negando el anhelo de su íntima libertad. El horizonte no es para ellos ni una simple curiosidad ociosa; viven sin auto-consciencia, no legislan sobre su tiempo, solo ven las absurdas negatividades de las circunstancias.

Hay otros que vienen a la vida con fines absolutos, nacen en una situación de desamparo, sin poseer nada material; pero establecen su identidad; razonan como un sujeto libre, son íntegros, no oscilan ante la leyes que se derivan de la naturaleza, por el contrario, sobre ellas construyen sus ideales. Este tipo de sujeto, que obra dándole a su existencia un sentido pleno y total, es el que afronta a lo que se llama dominio de la vida trascendiendo su propia coexistencia con los otros, porque problematiza lo que le es dado, y cuando la historiografía va detrás de su pasado, se hace inminente aproximarse a su personalidad para revelar su permanencia eterna en el porvenir.

Desde hace años he tenido el empeño y el anhelo, de anclarme en el pasado. He tratado de ir tras la esencia de quienes tuvieron una fatigosa existencia. He transitado entre la niebla. He escudriñado en las tensas corrientes que traen las fuerzas del poder. No he querido, desde entonces, ser árbitro ni abrir las compuertas de un tiempo indeterminado, porque creo saber que de frente a cualesquiera de mi preguntas estará la “posibilidad del no-posible”, y detrás lo accidental, lo que desconozco, lo que como realidad se hace norma. Entiendo que, muchos, cada día que pasa olvidamos que somos temporales, y, que ante un descuido, perecemos sin haber agotado lo que prefijamos como acciones o hazañas.

El último vuelo del ser, cuando va hacia su encuentro con la muerte, lo sumerge en la nada, paraliza su condición de la inevitable de la partida. Los sujetos que saben lo que es la historicidad, advierten cuando su presente se hace una circunstancia amenazadora, cuando el riesgo viene conexo con el descuido, porque antepuesto a sí mismos traes implícitamente a la fatalidad. La fatalidad no se funda solo en la palabra; nos llama, se origina a priori, se hace sustancia que anula todo, aun las virtudes del ser. Nadie puede retornarse a sí mismo de la fatalidad, ni excederse en huir de ella, porque está ligada a la historicidad del ser, es su condición, su última morada del yo, el designio que olvidamos al momento de nacer, pero que en algún momento se nos escapa, se nos pierde, porque siempre se conecta con lo furtivo. La fatalidad es la existencia preliminar a esta existencia, y solo concierne al sujeto que no descubre los límites de su existencia misma.

Hace años leí una brevísima biografía de Lincoln, y cuando tomé la resolución de escribir en esta madrugada, la busqué en mi librero; pero no sé, por alguna circunstancia no la encontré

Es esa misma fatalidad, la que al final deja un saldo negativo en la vida de los sujetos; que irrumpe con una complejidad, que rompe la unidad que creía tener el destino del ser, porque va enraizándose, ligándose a la naturaleza; es el acto que viene a condicionar la precariedad de lo que seremos en el tiempo que vendrá con el porvenir.

Lincoln es el hombre destino, de experiencia sensible, que trasciende la corporeidad del mundo, lo banalmente utilitario, la soberbia del ser ligada a menesteres propios de lo superficial. Su espíritu se fundamentaba en lo puro; era un sujeto reflexivo no ha merced de lo inmediato. Sólo problematizaba a la verdad, por eso era vigilante de su misión, aun con los riesgos que traía. La historicidad lo colocó al lado de lo trascendental. Existió no para exigir ni imponer, sino para unir e identificarse con los que se ligaban a su destino. La razón no se hizo un arma para la destrucción per se; la razón fue el equivalente de cómo rebelarse ante ese estado indeterminado de la existencia de los sujetos que halló de servidumbre y esclavitud.

Él, en su interior, que todo tiene un punto de partida, y un punto donde se debe llegar, y que nada se puede si no se conoce cómo se nos presenta la lucha, el choque, el encuentro de fuerzas. Lincoln hizo suya la “solidaridad coexistencial”. Estuvo de frente a los hombres de su época, muchos aferrados a la impiedad, a la incomprensión de que la libertad del ser, se cierne sobre el pensamiento con muchos fundamentos, y que no se siempre se puede hacer de los otros una masa cautiva, un sujeto sin individualidad, disperso, aniquilado en su razonamiento, cautivos, sin porvenir, insignificantes despojos de sujetos avasallados, oprimidos, lacerados, en cerrados en el olvido de su existencia.

LINCOLN Y LA “FATALIDAD”. Lincoln, nacido en la más humilde de las circunstancias, tuvo por cuna una caja de manzanas. Era todo lo que su presente – por parte del mundo– le entregaba, porque el orden eterno lo quiso así, que naciera con la más completa humanidad, genuinamente ligado a la naturaleza, sin apariencias, emancipado de lo volátil, solo entrelazado a las manos y los brazos de quienes cuidarían sus días. Por eso, su unidad espiritual con hombres similares a él, con aquellos que actúan con igual identidad, que saben que su lucha será contra la roca de la intransigencia.

Hace años leí una brevísima biografía de Lincoln, y cuando tomé la resolución de escribir en esta madrugada, la busqué en mi librero; pero no sé, por alguna circunstancia no la encontré; olvidé el tramo donde guardé ese opúsculo, y cuando suceden estas cosas, una se ofusca al no saber porqué ahora se extravía ese libro que es fundamental para volver sobre este hombre-historia. Fue entonces cuando me dije, que buscara la fotografía que guardaba del proyecto de monumento de Abelardo, que está fechado en 1915.

La lectura de esa fotografía [1] me reveló el pulso del escultor, su interés de experimentar con lo psicológico, de descubrir el estruendo intempestivo de la existencia. Abelardo vierte en la escultura de Lincoln, las evidencias de las trascendencias, las “situaciones de límite” por los cuales va de manera rotunda su existencia: su mirada en tensión, como en suspenso; involuntariamente en contraste con su alma que hace previsible los abismos ante los cuales actúa su ser-mismo, el oscuro silencio que rodea al conductor de la historia, los demonios que enfrenta, lo que encara, los anónimos egocentrismos de los otros, lo fortuito, lo involuntario, lo antagónico, aquello externo que pretende paralizar su voluntad, la resistencia que hace, la inquietud ante la incertidumbre.

Lincoln en “El último tributo” de Abelardo, va al entrecruzamiento de su destino, donde lo hostil se hace la faena de los contrarios; pero en su frente, en los surcos de su frente, se encuentra su refugio, la decisión que se exige a un titán que lucha consciente con otros hombres, que entiende que su ideal aunque parezca difícil no es irrealizable, porque no se puede recurrir a dar la espalda a la misión que el destino hace necesario afrontar. No es, este inevitable estremecedor rostro de Lincoln, el ser frustrado ante lo imprevisible, ante la inexorabilidad del destino, ante un mundo que se hizo un campo de guerra.

Luego de la lectura de esta fotografía me pregunto: ¿Cuál es la voluntad primaria de un sujeto que alcanza sus vínculos con el destino, que aprehende la piedad, que se desprende de sí-mismo en un tiempo donde lo heroico continúa siendo, quizás, un hecho ligado al mito, y el retorno a lo transitorio de la vida se hace un complejo deseo? ¿Pueden advenir al mundo ahora hombres iguales a Lincoln, de fidelidad absoluta a un ideal, austero, de enérgica voluntad, moldeado su carácter para no hacerse prisionero de las minorías perversas que procuraran el poder por el poder?

Manuscrito del presidente Lincoln, cuyo original está archivado en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos
Manuscrito del presidente Lincoln, cuyo original está archivado en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos

Quién sabe. La nobleza en la política solo es propia de sujetos que comprenden la esencia de los anhelos que traen las ideas de la igualdad y la libertad, y solo toca esta nobleza a los que traen como equipajes en su ser-en-el-mundo a la dignidad. Los demás, son falsos políticos que se apoderan del poder del Estado con las garras que tiene la vigilancia perversa del cuervo, que se sirven de los otros desde el germen de la ruina espiritual que instauran en la sociedad.

Es posible, que en algún momento, las muchedumbres tengan efímeramente un conductor noble, que hace de su franqueza su condición existencial, porque nada permanece oculto de su carácter, no exhibe superioridad alguna, ni aun cuando los demonios del egocentrismo afloren entre sus cercanos, porque actúa esencialmente para animar a las voluntades de los que comprenden que el heroísmo no es un acto de ademanes, es una metamorfosis de la existencia del ser ante el impudor del individualismo exagerado de los demagogos que se convierten en caudillos.

Estos momentos, el presente que vivimos, aquí en la media Isla, está lleno -como nunca- de incógnitas. Algunos dicen, que no es motivo de júbilo vivir así, porque los demagogos convertidos a caudillos ocultan las ideas que traerán las rupturas con el sistema, aíslan la capacidad de disentir y de pensar. Desesperadamente la muchedumbre se va arrojando a otras posibilidades o como diría Karl Jaspers: “Ha de hollar el límite de percepción de su trascendencia o quedar, en la ilusión del ser que sencillamente se entrega, prendido en la maraña de las cosas del mundo.” [2]

¿Qué fundamentos para la transformación del instante presente, deben dar los individuos que continúan   haciéndose preguntas sobre este tiempo, yendo por ásperos caminos con una impronta de desconcierto ante lo inexorable, que es ver cómo va pereciendo la conciencia de todos?   Pero la solución no es “levantar la mano para castigar”, ni intimidar, ni disparar para castigar, ni estar ansiosos de vengarse, ni construir las huestes de un terrible odio, ni perseguir a los otros para derramar su sangre perturbado por los conflictos. Este tipo de insana “coerción” cuando se ejerce desata a las furias. Quemar las naves para huir después de la destrucción provocada,  augura el final de todas las escalas de los valores.

Lincoln, según han expresado Samuel Eliot Morison, Henry Steele Commager y William E. Leuchtenburg, todo lo que escribió sobre la Guerra Civil (1861-1865) de secesión estaba lleno de una “sostenida dignidad y magnanimidad”, aun en medio de aquella gran batalla para abolir la esclavitud en los estados algodoneros del sur.

 Proyecto de monumento de Abraham Lincoln por Abelardo Rodríguez Urdaneta, 1915. Fotografía de Abelardo. Colección Ylonka Nacidit-Perdomo
Proyecto de monumento de Abraham Lincoln por Abelardo Rodríguez Urdaneta, 1915. Fotografía de Abelardo. Colección Ylonka Nacidit-Perdomo

Es el ministro Gideon Welles quien describe la muerte de Lincoln: “El gigante herido yacía en sentido diagonal en la cama, que no era bastante larga para él… Su lenta y plena respiración levantaba las sábanas. Sus facciones estaban tranquilas e imponentes.” “Unos mementos antes de la siete y media el gran corazón dejó de latir”. Era el Viernes Santo 14 de marzo, de 1865 [3]

Este es el Lincoln, el Abraham Lincoln [el de las “facciones estaban tranquilas e imponentes”] que Abelardo Rodríguez Urdaneta nos ha legado en su escultura “El último tributo”, el proyecto de monumento cuya maqueta fue destruida, sin conocer nosotros porqué tuvo ese destino. La copia al sepia de la fotografía que mostramos tiene un siglo, un siglo de la voluntad hirviente de un escultor, por dejarnos la expresión de un espíritu transmitiendo la grandeza de su aspiración: los riesgos que se asoman para alcanzar la libertad, y la naturaleza de la existencia que envuelve aquella expresión de Nicola Abbagnano, escrita en su retiro de Turín, en abril de 1942, de que: “Ser libre significa mantenerse fiel a sí mismo, no traicionando la propia misión y salvando la seriedad y la consistencia del mundo y la solidaridad inter-humana. La comprensión de la libertad es, así, la inteligencia misma que tiene el hombre de sí y de su misión en el mundo. Sólo cuando se identifica con una misión que lo trasciende, sólo cuando se empeña y lucha, es el hombre verdaderamente libre”. [4]

Sin embargo, hay sujetos confiados en creer que no es posible la libertad si no se instaura a través de la violencia, cuando la decadencia de la autoridad, de la autoridad del Estado, se deja arrastrar por la embriaguez del poder.

No niego que todo luce sombrío; pareciera que el deber del Estado a proteger a los ciudadanos se disuelve en las fronteras de la inseguridad, y las virtudes han sido sonsacabas por las aves rapiñas que se ciernen con perplejidad sobre las barcas rotas que quedan del naufragio de las instituciones. ¡Qué quejumbroso tiempo! ¡Qué arsenal de hostilidad se vive a través de la insensata política! Esta no es una confesión pretérita, ni es una mímica con los labios cerrados, es la realidad compleja que se intuye, cuando el peligro se asoma, y todo se retrotrae a la barbarie. No soy pesimista, es que hoy sufro de falta de fe en la historia. Ahora comprendo por qué Lincoln cayó asesinado cuando luchaba contra las rocas de las intransigencias humanas.

Sus enemigos, sus adversarios, ni siquiera respetaron aquella hermosa plegaria que hizo en su discurso de su segunda toma de posesión, el 4 de marzo en 1865: “… Sin rencor para nadie, con caridad por todos; con firmeza para apoyar el derecho, en la medida en que Dios nos permita descubrirlo, esforcémonos por acabar la obra que hemos empezado; por cerrar las heridas de la nación; por cuidar del que ha soportado el peso de la batalla, y de su viuda y su huérfano […]”.

NOTAS

[1] “Presentamos ahora el monumento de Abraham Lincoln modelado con una técnica digna de los grandes maestros. Y ahí está el apóstol en pie, serenamente; ahí está la figura desgarbada y corpulenta del insigne filántropo, del leñador-niño que robaba tiempo a su afanosa vida de miserias y de dolores para inclinar la cabeza atormentada por la lucha, sobre las páginas de los libros y desentrañar de ellos los sabios preceptos con que defendió, humanamente, frente a Douglass, la igualdad de los derechos para todos los hombres de su pueblo. Ahí está el iluminado que tenía unción de profeta, cuya palabra convencía y dominaba como la palabra santa del Rabí de Galilea, y que como Él derramó también su sangre por la redención de los hombres. Ahí está el justo, el Cristo de los esclavos, que rompió en un gesto de indignación y de justicia, las férreas ligaduras con que el egoísmo de unos atara injustamente la humildad de los otros… Ahí está Abraham Lincoln de cuerpo entero, con toda la majestad de su carácter y con toda la serenidad de su grandeza. Ahí está el hombre, el filántropo, el profeta, la víctima… Ahí está modelado con el bronce de su propio carácter y sobre el pedestal de su propia obra redentora nimbado por el arco de la luz de la inmortalidad”. [En “El Alcázar de Abelardo” por Tick-Nay (Carlos Gatón Richiez en COSMOPOLISTA, s/n, circa de 1935].

De este proyecto de monumento, la Revista Cosmopolita publicó en 1935 cuatro fotografías (dos perspectivas distintas del busto, y una de Lincoln con un soldado de la guerra de secesión junto a un niño. Esta fotografía hasta la fecha de hoy era desconocida).

La fotografía de Lincoln, de Alexander Gardner, de 1865, fue la que empleó Abelardo, para recrear el proyecto de monumento.

[2] Karl Jaspers, Ambiente spiritual de nuestro tiempo (Editorial Labor, S. A.: Barcelona, 1955): 117. [Traducción directa del alemán por Ramón de la Serna].

[3] Samuel Eliot Morison, Henry Steele Commager y William E. Leuchtenburg, Breve historia de los Estados Unidos (Fondo de Cultura Económica: México, 1993): 396

[4] Nicola Abbagnano, Existencialismo (Fondo de Cultura Económica: México, 2da. Edición en español, 1962): 111.