Hay que amar mucho el pasado para sumergirse en él, y dejarse atrapar por la fascinante dulce “locura” de querer re-construirlo. Obstinada he vivido invocando el mundo literario que se esconde en las páginas de los libros antiguos, recorriendo las palabras impresas allí, oliendo, absorbiendo lo viejo que se presenta en el papel, asignándome un itinerario para evocar a la Historia, a la diosa Clío, en los espacios ficticios, en la fantasía, en la prosa que trae una representación verbal de un silencio sonoro con espasmos, con tiempo “vivido” o real-mítico.
Unos dicen que la Historia es el espejo del pasado, pero ese pasado que naturalmente intentamos conocer, interrogar o protestar, sólo lo hace verosímil la palabra que se acompaña y se hace memoria en la hoja impresa, en un libro, donde reina el asombro, las ideas del paraíso terrenal, las polémicas ideológicas, las fórmulas idóneas para apropiarse del mundo, los choques de conciencias, el multiculturalismo de los pueblos, y la fuga de los códigos que se hacen pensamiento.
La «Habitación propia» de Abigail Mejía, el gabinete de trabajo de la autora, se exhibe en la Capilla de los Remedios, en ocasión de la II Feria del Libro de Colección [1]. Pensé que el mejor homenaje que podía rendirle a ella, en ocasión del 80º Aniversario de su Historia de la Literatura dominicana (Editorial “Caribes”, 1937), era trasladar parte de su biblioteca, de sus lecturas escogidas, de sus libros que había estrechado entre sus manos a la Capilla del Mayorazgo de Dávila.
De esta manera podría ofrecer al público conocer esta mujer, llena de ideales sublimes, que regresó definitivamente al país procedente de Barcelona en 1924, a fin de que los citadinos y habitúes de la ciudad colonial, turistas visitantes, estudiantes y amantes de la lectura pudieran documentarse de lo que leía Abigail, para que comprendieran cómo se despertaron las conciencias de esa generación de mujeres a la que ella perteneció, que tuvieron múltiples encuentros con el dolor y la decepción. Su biblioteca, su colección, es para mí una especie de summa literaria de lo que en este espacio insular tenían a mano para leer las mujeres. Unos libros fueron comprados por Mejía en Europa, adquiridos en librerías catalanas, y parisenses, y otros en librerías locales, puesto que Abigail era heredera de una tradición de invisibilización del sujeto femenino, y de las angustias existenciales que esta geografía insular hace más notoria en las mujeres que aprenden a pensar, que piensan, ya que aún ahora a muchas les toca vivir la jaula de las ideas que le suministra y administra el modelo patriarcal de dominación.
Mis sentidos hace años que estaban atentos a esta formidable biblioteca de Abigail; quería compartir con quienes sienten deleite huyendo de lo lúdico, la dimensión literaria y la dimensión humana de una escritora; presentar lo que le provocaba deleite y reflexión, y que propició que ella atravesara las fronteras entre el bien y el mal, entre la ética, la moral y lo “políticamente correcto”, y sobre lo que estaría por venir en su existir. Fue la de ella una vida trunca, que se quebró a los 45 años, por cierta dosis que la ironía del orden divino reserva a aquellas almas que no se divierten con tirar la moneda del destino, y adivinar si es cara o cruz lo que le espera.
Su biblioteca, su colección, es para mí una especie de summa literaria de lo que en este espacio insular tenían a mano para leer las mujeres.
Para comprender el ingenio de Abigail Mejía, no basta sólo con leer los libros que atesoró, sino también conocer los acontecimientos políticos, sociales, mundiales y locales que vivió y afrontó, y en los cuales tomó participación con su personalidad cautivante, impactante, admirativa, de una voluntad férrea, de formación metódica, coherente, cuya desventura fue permitirse el permiso de la libertad en el decir, en el hacer y en el vivir en un siglo XX arropado por dos guerras, por las embestidas contemporáneas de la colonización brutal de los imperios, y el oprobio de las dictaduras en Latinoamérica.
Abigail tenía muchas razones para hacerse una lectora consciente; lo primero, era armarse de las garras intelectuales necesarias para enfrentarse al barbarismo machista de su época; era imprescindible saber dónde estaban las coyunturas que podrían aprovecharse para sembrar en terreno fértil su pensamiento liberador, humanista y subversivo del feminismo.
Siempre que escribo sobre Abigail lo hago en un tono de tristeza, y no tengo voluntad para dejar de hacerlo, porque me arropa el desconcierto, la compresión de que su obra continua siendo como las flores anónimas que crecen silvestres sin nombres en las praderas, que pocos se inclinan a recoger, o que no salvan -por ser simples, débiles en sus tallos- de pisar.
En los anaqueles de caoba centenaria que se exhiben en la Capilla de los Remedios, construidos con la madera que le obsequiara el padre Rafael Castellanos, luego del paso del huracán San Zenón por la ciudad Primada, se aprecia un volumen significativo de su ilustrada biblioteca personal.
Para hacer posible el montaje de la II Feria del Libro de Colección, pusimos en práctica los conocimientos adquiridos en la Biblioteca Nacional, cuando incursionábamos en el área denominada Fondo Antiguo, que se encontraba en el tercer nivel del emblemático edificio de la Biblioteca de la calle César Nicolás Penson, ya que fue allí que tuvimos la oportunidad única de trabajar, seleccionar y exponer ejemplares de libros de los fondos Viviani Luna, Federico Henríquez y Carvajal y de la Colección Haitiana, entre otros, lo cual nos ha permitido hacer la curaduría, iconografía y museografía de la «Habitación propia» de Abigail Mejía, en esta exhibición de libros antiguos, raros e incunables por extensión.
Teniendo esa experiencia como bibliotecaria, y de leer opúsculos que nos fueron obsequiados cuando se realizó en Santo Domingo en 1992 la reunión de la Asociación de Bibliotecas Nacionales de Iberoamérica (ABINIA), y tuvimos el grato placer de intercambiar impresiones con Da. Virginia Betancourt, hija del ex Presidente de Venezuela Rómulo Betancourt, a esa sazón Directora de la Biblioteca Nacional de esa nación sudamericana, comprendimos, y ella me lo hizo saber, mi vocación: curiosear por los anaqueles del Fondo Antiguo (libros del siglo XVII-XIX), lo cual pude hacer al ingresar a la administración pública en octubre de 1991 de la mano de la escritora, ensayista y dramaturga Sabrina Román, autora de Nuestras lágrimas saben a mar (Memorias de una hija del general Pupo Román), editado en el 2016 al cuidado de la periodista Ruth Herrera, actualmente Presidenta de la Comisión organizadora de la 20ª Feria Internacional del Libro Santo Domingo´2017.
Más adelante gracias a la confianza depositada en mí, y al apoyo ofrecido a mi labor de hurgar el pasado por Da. Elida Jiménez Victorio, directora de la Biblioteca (1992-1996), recientemente fallecida, y el Dr. Diomedes Núñez Polanco, actual director (1996-2000, 2004-presente), pude degustar con fascinación, como una inquisidora y sin censura posible, el mundo de occidente, el mundo europeo desde que aparecieron las utopías, y se contaran desde tiempos remotos ficciones en las comunidades nómadas o sedentarias de la humanidad, en libros escritos en latín, en griego, o en lenguas romances o muertas.
Todo ese vivir en silencio, de un sitio a otro, pasando imperceptible entre las paredes de la biblioteca, y subiendo y bajando las escaleras de sus cuatro plantas, me hicieron amar el libro antiguo, añorarlo con demasía, deleitarme con sus ilustraciones, encuadernaciones ornamentales, ver sus grabados antiguos y sus viñetas, descubrirlos en sus guardas con Ex Libris o dedicatorias manuscritas en las portadillas de insignes hombres o mujeres a sus primeros propietarios. Puedo confesar que en la Biblioteca Nacional, por una década, viví tres siglos de la humanidad, y nadie se dio cuenta que mis anhelos eran equiparme de su olor a viejo, a antiguo, para presumir que habitaba su interior, que de ellos emergía la realidad visible en invisible, las fábulas, las almas encontrándose al ir pasando sus hojas hacia la derecha.
Esta oportunidad invaluable que tuve forjó mi carácter de expedicionaria de las leyendas, de hurgadora de sentidos, que seleccioné para cuando decidiera hacerme adulta, y me prepara para capitanear mi destino, y en algún momento alcanzara la madurez necesaria para forjar mi pensamiento, y ver, ver la vida, desde la única vanidad que tengo: la contemplación.
Esos libros me colmaron de angustias, de agonías, de silencios demasiados prolongados; me enseñaron que la cuna empieza sólo cuando se lee, y nos llegan las primeras noticias del estallido de la luz en nuestras pupilas cuando la madre va organizando la danza del día a día, los rituales a descubrir, y los viajes interiores a realizar que se van haciendo memorias.
Si pasa el tiempo, y debo dejar un legado, deseo que sea éste: la memoria de mi amor hacia y el pasado; no las cuentas de las lágrimas o las risas que tuve. Deseo que quede de mí solo la veneración hacia las cosas pequeñas inmateriales, a los detalles que se traducen en un soplo, en un aliento de un ángel visitante que relata los misterios del espíritu. Quiero que mi legado quede establecido con una etiqueta que contenga los hallazgos de almas que se marcharon antes de tiempo, como es el caso de Abigail Mejía. [2]
NOTA
[1] La II Feria del Libro de Colección (FIL-COLECCIÓN) que se encuentra en la Capilla de los Remedios, desde el 24 de abril al 1º., de mayo, y que es muy posible que sea prorrogada la fecha de su clausura, contó con el trabajo emblemático de la escritora Ylonka Nacidit-Perdomo, investigadora Senior de Género, que une a su labor de preservar legados y fondos documentales inéditos y éditos de notables escritoras dominicanas del siglo XIX, y del siglo XX, la responsabilidad de la Curaduría de los libros antiguos procedentes de la Biblioteca personal de Abigail Mejía (1895-1941), lo cual fue posible por su vínculo de amistad y afectivo con la Familia Fernández-Nivar, en especial con el Dr. Abel Fernández Mejía (1931-1998), de quien Nacidit-Perdomo fue su alumna en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) de Literatura Medieval.
Las Familias Fernández Sánchez y Fernández-Nivar autorizaron desde Madrid (España), el traslado bajo custodia de Nacidit-Perdomo, de parte del gabinete de trabajo, la «Habitación Propia», de la Maestra Normal educada en Barcelona y pionera del derecho al voto de la mujer dominicana Abigaíl Mejía, para que pudiera ser posible una impecable museografía de mobiliarios elaborados en caoba centenaria criolla por ebanistas locales, objetos personales (plumas, miniaturas en porcelana, monturas de lentes, llaves antiguas, medallas conmemorativas del santoral católico y un viacrucis repujado, etc.), manuscritos de 1938-1939, cartas inéditas de y a Mejía, libreta de notas, fotografías de escritores y de museos visitados por Mejía, tarjetas postales de 1914-1920, grabados de Gustavo Doré del siglo XIX, en fin, una iconografía de fines del siglo XIX y principios del siglo XX [que sobrevivió a los estragos del ciclón San Zenón en 1930, y que preservó su hijo Abel, aún después de la muerte prematura de su madre Abigail en 1941], que hizo posible la Curaduría de Nacidit-Perdomo, y su labor como Museógrafa en Jefe de la Muestra.
Ylonka Nacidit-Perdomo, anteriormente, en su labor en la Biblioteca Nacional, realizó la curaduría de once exposiciones bio-iconográficas de libros antiguos, a saber: Manuel Patín Maceo, en ocasión del Centenario de su Nacimiento (1892-1992), Esthervina Matos, en el marco del Segundo Festival de Mujeres Escritoras, Ercilia Pepín, en la XXI Feria Nacional del Libro, Obras Maestras Iberoamericanas, en conmemoración del Día del Libro, Colección Viviani Luna, para difundir la bibliofilia y los ex libris de la BN, Obras Antiguas Dominicanas del Siglo XIX, en el marco del Simposio-Homenaje Trayectoria del Pensamiento Liberal en la República Dominicana, siglos XIX y XX, Colección Federico Henríquez y Carvajal en la III Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, Juan Bosch, en ocasión de sus noventa años, Libros Raros de la República de Haití y la Isla de Santo Domingo: Siglos XVIII, XIX y mediados del siglo XX, Colección Francesa, en ocasión de la visita al país de Paul R. Lonigan, especialista en Napoleón Bonaparte, y Aída Cartagena Portalatín, La Voz desatada.
[2] Las fotografías de la exposición que acompañan este artículo fueron tomadas por Ángel Vargas. Las vitrinas en que se exhibe parte de la Colección Abigail Mejía, fueron facilitadas en préstamo para esta muestra por el Museo de la Catedral Metropolitana de Santo Domingo, gracias a la generosidad del Arq. Don Eugenio Pérez Montás, a quien se le dedica como Homenaje la «vitrina mayor» o principal que contiene dos libros significativos de la Colección Colombina de Abigail Mejía, a saber:
– Año Cristiano o Vida de Santos para todos los días del año y explicación de las Fiestas Móviles obra aprobada por el Excmo. Sr. Arzobispo de País aumentada con el Ordinario de la Santa Misa con láminas. (París: Librería de Ch. Bouret, 1894) 783 pp., expuesto junto a las medallitas originales de los santos de los cuales era devota Mejía.
-Synodi Dioecesanae S. Dominici. An. Dom. MDCCCLXXVIII Celebratae. Acta et Statuta (S. Dominici. Ex Typis Fratrum Garcia, 1878. 197 pp., 1 h de erratas. Al lado del cual está una pequeña escultura fundida en hierro fijada verticalmente sobre una base de mármol rosado de Cristo Crucificado, y postales antiguas de 1920 de alegorías concernientes al Vía Crucis de Jesús de Nazareno, y una miniatura en plata repujada de las escenas del Vía Crucis.