El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Haffe Serulle. Foto Mery Ann Escolástico. Acento.com.do

Día 9. Hora 00:55. Plaga del desorden.

Desorden: Falta de orden. Confusión. Trastorno funcional.

                                                                *

Su aliento penetró vertiginoso en su boca; 

su sombra, diluida en el vientre, estigmatizó su

destino. De haber  estado yo allí, habría

detenido su impulso con mis dientes  (Alejandrix,  siempre tuya: Anna Lanfoster).                                                             

La población se sorprendió porque la madrugada del día 9 despertó en medio de un desorden descomunal, y como los más inteligentes habían previsto que la práctica del robo se revertiría en contra de todos, prefirieron callar y montarse en el tren del delirio navideño, para lo cual era necesario que también ellos robaran.  Avergonzados, porque eso de robar no es propio de la inteligencia –aunque muchos, con inteligencias excepcionales, lo practican a diario–, se cubrieron los ojos con plumas de gansos degollados horas antes por expertos carniceros.  Quizá el uso de las plumas se relacionaba con algún mensaje futurista, pues bien podrían ser usadas por los inteligentes como plumas de escribir y narrar así los distintos episodios que incidieron en el desarrollo de esta nueva plaga. Para sorpresa de todo el mundo, la plaga del desorden se infiltró en la casa del Administrador –éste había salido en horas de la madrugada del tanque de aluminio– y en los edificios de las sucursales provinciales bajo su dependencia. Cientos de miles de hombres y mujeres vieron atónitos cómo millones de hojas salieron volando por las ventanas del recinto administrativo, surcaron los cielos y cubrieron varias iglesias pequeñas construidas durante las primeras décadas de la era colonial. Estas hojas no eran hojas cualesquiera, sino documentos de mucho valor y contratos multimillonarios con empresas extranjeras que habían convencido al Administrador de la necesidad de desarrollar programas arquitectónicos dentro del mar, cómodos y seguros, para atraer la atención de inversionistas de los cinco continentes. La Pitonisa, consciente de esas negociaciones, exhortó a la población a recoger dichos papeles para mostrarle al mundo los rasgos más sobresalientes del Administrador. Y aunque ella misma bajó a unirse a quienes estaban dispuestos a seguirla en esta tarea, no le fue posible apoderarse de una sola hoja porque estas emprendieron vuelo raudo, y en su trayecto se tornaron furiosas y resistentes como láminas de acero, y destruyeron cuanto encontraron a su paso. De súbito, el tránsito se paralizó a lo largo y ancho del territorio nacional: los automóviles, las guaguas y los camiones de carga se apiñaron; los animales corrieron asustados hacia zonas abiertas; las calles se llenaron de guijarros y desperdicios navideños, lo cual, unido a la paralización del tránsito, impedía a la gente trasladarse de un lugar a otro con libertad. Los niños no dudaron en subirse a los árboles, en cuyas ramas había por lo menos más sosiego que en las calles. A nadie, sin embargo, se le ocurrió ir a los templos porque en sus alrededores se habían formado montañas de enseres domésticos inservibles, que obstruían el paso. A las tres horas de haberse iniciado esta plaga, es decir, a las 03:55, los ojos de la madrugada notaron que podían convivir con ella, pues de cualquier manera los años y las horas transcurridos estaban signados por el caos, la expresión más elevada del desorden. Pasadas las 06:40 los trabajadores y trabajadoras reanudaron las labores cotidianas, sin importarles para nada ver en su derredor enormes vertederos de basura, ni caminar por entre ríos de excrementos. Total, así habían vivido siempre, sin conciencia de su realidad. Pero tampoco ahora les interesa saber hasta qué punto incide el desorden en la vida de cada uno de ellos. “De tu cuerpo a la sombra; de la sombra al abismo”, dijo la Pitonisa, y quienes la escucharon se rieron.