El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Hora 00:45 del día 6. Plaga del escozor.

Escozor: (de escocer, del latín excoquere).

Sensación dolorosa como la de una quemadura.                                  

Sentimiento que causa una pena o desazón.                                    

                                                                         *

       —Sería interesante que introdujeras  pasajes de la Biblia en algunas de esas plagas. La Biblia es la Biblia –dijo Anna, con un lápiz entre los dientes.

       —Y estas pestes de diciembre son las pestes de diciembre –sentencié, y como no dijo nada, agregué–: Cada peste es de por sí algo semejante a un pasaje de nuevos libros sagrados.

       —Hablo en sentido histórico.   

       No le respondí. Al rato, cuando sentí la presencia de un airecillo fresco  en la cara, seguí leyendo el contenido de mis narraciones.

Después de tanta risa era lógico pensar que la mente de los pobladores se obnubilara y entrara, como de hecho entró, en una situación de tal incertidumbre que ya no tendrían conciencia de los acontecimientos anteriores ni de aquellos sucesos por venir. Este desenlace produjo en ellos una angustia jamás vivida. En cuanto la madrugada del día 6 apareció con sus primeros bostezos, sintieron una picazón anormal en la piel y en el alma. Solo cuando el día 7 dio visos de calma –pasadas las doce del mediodía–, sintieron cierto alivio. Al igual que la plaga de la risa, esta de la picazón se presentó con las mismas características en cada uno de los habitantes, y a todos les comenzó por el mismo lugar: por los dedos de los pies. Se trataba –eso creían los mayores al principio– de una simple rasquiña producida por algún polvillo propio del ambiente, pero al ver los pies de los niños llenos de sangre, no dudaron en pensar que eran víctimas de otra plaga. Esta de la picazón fue demasiado dolorosa. Quienes no lloraban ni se revolcaban en la tierra, se arrojaban encima bidones de agua. Muchos se desnudaron y se internaron en sitios distantes del aire dizque para ver si la picazón disminuía. La población, desesperada, buscó, para frotarse la piel, guayos, papel de lija y piedras pómez. Descarnados, lloraban su desgracia. Para colmo, los jóvenes no podían hacer nada por los niños ni por los viejos porque en ellos, sin que nadie pudiera explicar el fenómeno, la picazón era dos veces más fuerte que en los demás. A nadie se le ocurrió ir a trabajar, por supuesto. ¡Cómo, si todos, a la hora, tenían el cuerpo despellejado, como si alguien los hubiese acuchillado! A la hora 16:00, muchos se espantaron al ver el deterioro físico provocado por la picazón. Había quienes no soportaban ver sus brazos en carne viva y querían matarse porque no concebían que la picazón destruyera los órganos del placer. Algunas mujeres, prostitutas de oficio, al notar que sus senos daban miedo, se pegaron fuego con antorchas preparadas por ellas mismas. Quienes resistieron los embates de esta terrible plaga hicieron la firme promesa de vivir en paz con Dios y con los santos, y de permanecer tranquillos, alejados del bullicio y del vicio, durante los días siguientes de diciembre. Muchos, incluso, prometieron, y esta actitud disgustó bastante al Administrador, escuchar con humildad a la Pitonisa; pero al despertar el nuevo día, o sea, el día siete, nadie recordó su promesa.