El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Día 30. Hora 05:55. Plaga de la realidad.

Realidad: (lat. realitas). Existencia efectiva.                                  

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Anna y yo nos hemos pasado la noche llenando casillas de organigramas diseñados por ella. Como muestra, este ejemplo: las casillas 1 y 3 las llené yo; las 2 y 4, ella.                  

Nunca antes quienes residen en esta tierra circundada por mares habían visto la cara de la realidad como hoy. Acostumbrados a vivir de sueños y esperanzas inalcanzables convirtieron hace tiempo la absurdidad en forma de vida cotidiana. A nadie debe extrañarle ver a un pordiosero ahorrar lo que consigue en la calle para darse el gusto de comprar un televisor de lujo e instalarlo en un espacio pequeño, sin energía eléctrica, techado con cartón y cinc viejos, o ver las esquinas controladas por supuestos inválidos, que una vez terminan su faena salen caminando como nada ante la mirada absorta de los transeúntes. Tampoco es raro ver a una mujer parir en un solar baldío, ni que aparezca un enmascarado y le robe la criatura, ni que los cables del tendido eléctrico ahorquen a ciudadanos y ciudadanas que afanan las veinticuatro horas del día para ganarse honradamente un peso. Aquí lo imposible se ha vuelto posible, como que un caballo arrastre un autobús o que una carreta corra sin ruedas. En estas tierras la lógica perdió su compostura, y la realidad se rige más por la fantasía y lo divino que por el asedio a que está sometida. Pero hoy, repito, es un día diferente. El sol salió temprano y esta vez, en lugar de quemar la piel de los habitantes, quemó el velo de su hipnosis, adherido fuertemente a las retinas de grandes y chicos.  Quemado el velo, que según historiadores clandestinos apareció en el firmamento de esta región del mundo después que ciertos verdugos extranjeros sembraran por doquier altares y cruces, la gente empezó a comprender el significado real de cada cosa. De esta manera, el pobre entendió su pobreza, mas  hizo poco por vivir de otro modo. Cuando llegó el mediodía y se vieron sin un céntimo, y observaron que la celebración del Año Nuevo estaba ya al doblar de la esquina, enloquecieron. Hubo quienes se cortaron las venas y contemplaron con encono su muerte. Otros salieron a robar y a matar, pues había que conseguir dinero a como diera lugar para celebrar en grande la fiesta. Los más conservadores se acercaron a las casas de los prestamistas a buscar dinero, quienes, como es costumbre en estos casos, se aprovecharon de su desesperación y les pidieron hasta veinte por ciento de interés semanal. A estos pobres no les importaba endeudarse, con tal de disfrutar las últimas horas del año. Total, endeudados han vivido desde su nacimiento. Pero la plaga de la realidad fue demasiado cruel con ellos y les mostró  imágenes de siglos pasados, que jamás habían visto, aunque convivían con ellas. Se espantaron de su propio espanto y vieron filas de niños famélicos en medio del desierto, decenas de cadáveres entre olas ensangrentadas, fragmentos de embarcaciones frágiles sobre rocas mugrientas, hombres y mujeres enterrados vivos al pie de montañas deforestadas, vientos del Norte que golpean lápidas de tumbas olvidadas, un uniformado que acribilla a un joven, y otro que viola a un niño, puertas y ventanas de hierro que rechistan en el cielo, junto a la voz de la Pitonisa, que recuerda a Cristo: “Id y purificad a los leprosos. Devolved la agilidad y la marcha a los cojos. Dad la vista a los cuerpos”. Son tantas las imágenes que yo no podría enumerarlas. A las 23:52, nadie quería ver más. “Por fin, hemos visto nuestra realidad”, gritaron. Y es cierto, la vieron, pero con indiferencia. “Es lo que Jesús llamó la nación depravada y adúltera, que a pesar de ver los signos de la corrupción no quiere ponerse a la obra”, gritó a viva voz la Pitonisa.

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