El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Día 29. Hora 06:00. Plaga de las opiniones.         

Opinión: (lat. opinio). Parecer del que opina.

                                         Adhesión  de la mente a un juicio  probable.

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Nadie se puso de acuerdo antes del salto definitivo.  Muchos defendieron la idea de rescribir la historia; algunos eran partidarios de dividirla en cuatro períodos distintos, y los menos, quizá los más débiles, hablaron acerca de los tratados históricos como puro invento del  hombre (texto de Anna  Lanfoster). 

En el despacho del administrador muerto, nadie sabía qué hacer con su cadáver, y en las aldeas, pueblos y ciudades la gente amaneció opinando acerca de todo, hasta de lo que no sabía. Quienes se levantaron con la creencia de haber visto durante el día anterior a hombres y mujeres en cueros, despellejados, con los huesos al aire, dieron testimonio de lo vivido por cada uno. De esta manera, resultó fácil oír comentarios como estos:

Una mujer de 86 años: La piel se quemó, pero no era la mía. No, no era yo, sino la tierra la que se quemaba. La vi quemada. Hasta los ríos y los mares se quemaron. Todo quedó calcinado. La vida se volvió humo y ceniza. Esto vi. También escuché una voz fuerte, la de la Pitonisa, creo. “Quien no abra los ojos se perderá para siempre en los caminos del milenio”, anunció.

Dos niños: Hombres y mujeres de diferentes edades mostraban sus huesos. Al principio lucían tristes, pero después se contentaron. Nosotros no sabemos explicar por qué al final del día lucían tan felices. Nuestros padres, quienes en estado normal suelen estar tristes, se sintieron mejor cuando el sol les quemó la piel.

Tres muchachas trigueñas: ¡Es preferible ser como somos y no fingir lo contrario! ¿Por qué este afán de comprar ropas interiores, vestidos, blusas y zapatos caros si somos cadáveres? ¿Por qué no exhibirnos ante nosotros mismos y ante el mundo tal como somos?

Un joven cantautor: El fuego es sabio/ el fuego es noble/ él nos desnuda/y puede mostrarnos/ tal como somos/ solo a través de él/ podremos ser/ lo que hemos querido ser.

Sin embargo, quienes fueron víctimas del sol y no lo recordaban, amanecieron hablando del alto costo de la vida: “Es imposible comprar frutas navideñas por lo caras que están”, dijo una ama de casa. “Ni qué decir de las bebidas alcohólicas”, comentó un hombre. Todos querían comprar, hasta los mendigos, y comprar mucho. Por tanto, resultaba necesario comprar, pues ese era el mensaje difundido a través de los medios de comunicación. Quienes no tenían dinero para ir a las tiendas y vaciarlas, o a los supermercados y llevarse montones de mercancías, eran seres desdichados, amargados; en una palabra: infelices. Otros, en cambio, hablaban de la necesidad de comprar fuegos artificiales porque los isleños no conciben estas fiestas –que ya tienen muy poco de cristianas– sin esos cohetes que suben al cielo y estallan para convertirse en imágenes del niño Jesús en el pesebre o si no en lluvias de asteroides y estrellas de los más variados colores. Aunque el uso de los fuegos artificiales estaba prohibido, niños y grandes los gozaban, hasta quienes decretaron su prohibición. Había que prepararse para esperar las doce de la noche del próximo día 31, el cual sería azotado –lo digo desde ahora– por la plaga de la oscuridad. A pesar de que cientos de miles de cohetes iluminaron el cielo de la isla, nadie los vio porque todo era pesadumbre y negrura. Al final de la noche de este día 29, los ricos no entendían por qué la gente opinaba tanto, cuando ellos jamás habían externado un solo comentario. ¡Qué iban a decir si lo que deseaban anunciar ya lo habían difundido!

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