El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Día 27. Hora 04:00. Plaga  de la reinterpretación.

Re: prep. insep. que forma parte de varias voces de nuestra lengua e indica repetición, reiteración, oposición, resistencia, retroceso…

 Interpretación: Acción de interpretar.

Interpretar: Explicar lo oscuro. Sacar deducciones de un hecho.

                                                                   *

            —La noche me aturde.

            —Déjala pasar.

            —La esfera de la luna nos vigila.

            —Es lo que tú crees.

            —No, es lo que siento.

            —Te inquietas sin necesidad.

            —Interprétalo como quieras, pero me le escaparé  a la  noche.

            —Jamás lo lograrás.

            —¿Por qué no? ¿Acaso puede ella vencerme?

El Administrador se levantó sobresaltado a las cuatro de la madrugada porque soñó que la Pitonisa lo agarró por el cuello y le gritó enfurecida: “Te queda poco tiempo de vida; todo termina, todo, absolutamente todo!”. Luego lo abofeteó y se volvió sombra, y así vuelta sombra se alejó de su lado. Él sacudió la cabeza. Preocupado por la situación del día anterior dedicó tres horas seguidas a pensar en qué era lo más conveniente para una población que lucía aturdida, alienada, sin perspectivas de presente ni de futuro, cuya única aspiración era seguir disfrutando de vacaciones hasta la entrada del nuevo año. ¡Total, si  más de la mitad de los hombres y mujeres mayores de edad jamás han trabajado, y no porque no quieran, sino porque nadie les ha ofertado nunca un empleo! En consecuencia, el Administrador decidió asearse, vestirse y meterse en su despacho a pensar seriamente qué cosa iba a decirle al pueblo, porque algo debía hacer él para evitar una situación más compleja. Rechazó recibir llamadas telefónicas durante el tiempo que dedicó a encontrar soluciones y dio órdenes estrictas de no ser molestado por nadie. A las cuatro de la madrugada la gente dormía, como es natural, y el Administrador no dudaba en que solo él permanecía despierto, mas no descartó la posibilidad de que debido a la incertidumbre reinante algunos miembros de su cohorte lo visitaran temprano sin él llamarlos. ¡El momento no era para menos! La idea de la reinterpretación (interpretar: del latin re “de nuevo, volver a + interpretare”, nota de Anna) se tornó plaga,  y por primera vez atacaría al Administrador y dejaría en paz a los habitantes. Apareció ante él con una forma muy indefinida, y fue pasado el mediodía cuando recibió las primeras señales, muy confusas, por cierto. Desde ese momento creyó conveniente negar la historia social aprendida de niño; tan linda esa historia, pues le hablaba de un pasado maravilloso, tramado en la mar embravecida por un intrépido marinero que trajo a la isla la bendición de Dios y de los Reyes de España. Jamás le dijeron que este terruño estaría destinado a conocer la cara del sufrimiento ni que todo cuanto obrase en su derredor llevaría el signo de la cruz como símbolo de desgracia. “Debo reinventar la historia de este pueblo, cambiar hábitos y costumbres, en fin, transformarlo para asemejarnos a la vida de los países civilizados”, pensó. Dedujo –lejos de valorar su coincidencia con Paracelso– que existen dos mundos substanciales: uno para los cuerpos y otro para los espíritus, no obstante estén ambos unidos en vida. El mundo en que dichos espíritus residen a perpetuidad y en el que se hallan substancialmente, igual que nosotros sobre la tierra, conoce también los deseos, los odios, las discordias y una serie de sentimientos semejantes que actúan y se manifiestan sin el consentimiento ni conocimiento del cuerpo. “La nigromancia puede crear figuras e imágenes inexistentes, aunque dotadas de los atributos de la realidad”, creía el Administrador. Su padre le había dicho antes de morir, y él lo recordaba siempre: “Ten por seguro que cuando las imágenes están cargadas de maleficio se transforman en enfermedades tales como fiebres, epilepsias y apoplejías”. Decretó leyes absurdas: el aire sustituirá los quesos, las carnes y los vegetales; la gente hará en el día lo propio de la noche, y en la noche lo del día; a tientas, y con los ojos vendados, los infantes de la isla registrarán los ríos y los mares en busca de minas perdidas en el tiempo; pero nadie las cumplió. Finalmente, reconoció que era idéntico a cualquier hombre humilde de esta tierra y, como esto le produjo trastornos mentales incontrolables, decidió suicidarse. Para hacerlo, esperó que el reloj marcara las doce de la noche, hora en que ya nadie entraría a su despacho. Cuando a las ocho de la mañana del siguiente día su tesorero personal entró a rendirle cuenta de sus negocios, se quedó paralizado, mudo, al verlo desgonzado y ensangrentado detrás del escritorio de donde solía despachar oficios y correspondencias. Al principio creyó que se trataba de una broma de su jefe, pues en cierta ocasión le había confesado que de jovencito deseó ser actor y trabajar en películas de terror realizadas en Hollywuood. Al recordar ese pasaje, le pareció que el Administrador se había hecho maquillar por un profesional en la materia, con la intención de producir en él la sorpresa de que fue objeto. Pero llegaron otros miembros del gabinete administrativo, quienes comprobaron, en el acto, que  se había matado con un revólver, el cual cayó luego en el piso con el barril abierto, como dijera uno de ellos. Sobre el escritorio había dejado una nota escrita con su sangre: “Existen dos hombres: uno visible y otro invisible. El visible es doble y se compone de cuerpo y alma; el invisible, único, se refiere nada más al cuerpo” (estas palabras coinciden con unas que leí en el libro de Paracelso: Anna Lanfoster). Así se inició la plaga de la sorpresa, prolífica, como veremos, en sucesos tan curiosos que la muerte del Administrador pasó inadvertida, motivo por el cual lo embalsamaron y lo metieron en un cuarto frío, y como había que presentarle honras fúnebres, convinieron en despedirlo de esta vida un día cualquiera de la primera semana de enero del año entrante.

(* Libro de venta en Amazon)