El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Día 26. Hora 09:07. Plaga de la pereza.

Pereza: (lat. pigritia). Vicio que nos aleja del trabajo, del esfuerzo.                                                                   *  

+Sin latidos  en el hilo del día+Aliento que corre junto a la noche+Herida la sangre en la parálisis del minuto anterior+Bostezo programado en la puesta de sol+Sin signos visibles en el dial, concluye el recorrido de la sangre (texto mío: aproximación a mi padre).

Como la gente siempre está creyendo en eso de que mañana va a llover, esperaba, quién sabe por cuál capricho, oír en boca del Administrador un decreto prolongando los días no laborables hasta el miércoles 27, o sea, un día más allá del martes 26, pues nadie había podido descansar como Dios manda, debido a la endeblez originada por la plaga de la diarrea. Los más adultos se acostaron pensando en esto y despertaron a las 09:07 dándolo como un hecho. Muchos se levantaron de la cama a las 11:00, con los oídos prestos a escuchar el decreto que nunca pronunciaría el Administrador, pero que al parecer todo el mundo escuchó. Por eso, como si se hubiesen puesto de acuerdo, quienes lograron abandonar la cama permanecieron sentados las horas restantes del día, y los que no, siguieron como nada acostados. A ningún ciudadano (a) se le ocurrió la idea de ir a trabajar porque presentían que la diarrea iba a reaparecer; además, había causado estragos en la población, y el agotamiento  era demasiado notorio como para que a los dueños de los medios de producción, de tiendas y supermercados se les ocurriera pensar que los trabajadores se presentarían a tiempo a su trabajo, cuando ni ellos mismos, salvo el Administrador, estaban en condiciones de cumplir con sus tareas diarias. La Pitonisa, por su parte, se ha librado de tales efectos porque ha evitado probar alimentos en los últimos días. Los males causados por esta plaga no tienen comparación en la historia, ninguna otra había sido tan calamitosa. Niños y jóvenes sucumbieron ante su embestida, y la fetidez se esparció por el aire. Aunque la gente amaneció con sed, quizá porque los alimentos del día 24 estaban demasiado salados, sobre todo las carnes, nadie se atrevió a beber agua por temor de que estuviera contaminada y terminara por dañar sus órganos estomacales, ya de por sí deteriorados. ¡Y ni qué hablar de alimentos pesados, que de nada más pensar en consumirlos la gente plegaba la cara y eructaba con asco! Con relación a esto de alimentarse o no, los pobladores pensaban igual, sin que nunca hubiesen sacado tiempo para discutirlo y ponerse de acuerdo. Así pues, lo único que  probaron, y ya entrada la noche, fue una rebanada de pan, la cual de paso tostaron para matarle las posibles bacterias. En el fondo, esta situación delataba el desenfreno vivido por la población durante las horas del día 24: la venta de carnes y de bebidas alcohólicas superó la de años anteriores, y los  principales puestos de expendio se vieron en la necesidad de traer de las islas vecinas aviones repletos de patas de puerco, y tantos barriles de ron y cajas de cerveza que de no haber sido por la debilidad originada por la diarrea, estarían todavía sacándolos de los aeropuertos. Además, traducía otra cosa muy importante, algo que se ha dicho siempre de este pueblo: su vagancia histórica (pocos historiadores, sociólogos y economistas entienden dicha vagancia como una actitud de defensa ante la explotación y el oprobio más que un defecto o un rasgo distintivo de su idiosincrasia  –del gr. idios, propio, sun, con y krasis, temperamento–: aclaración de Anna Lanfoster). Cuando las campanas sonaron para anunciar la llegada del mediodía, el Administrador llamó por teléfono a los gerentes y directores comerciales. “Explíquenme por qué el país ha amanecido sumido en el silencio, tan quieto y callado que ni las olas de los mares se mueven”, dijo con voz temblorosa. Los empleados del Administrador, quienes creían a ciegas que él había decretado la prolongación de los días festivos, se quedaron boquiabiertos, y no precisamente porque pensaron que olvidó su propio decreto, sino porque no daba señales de haber sido abatido por la plaga de la diarrea padecida por ellos. Y, en efecto, la residencia del Administrador olía a todo, menos a mierda.

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