El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Día 23. Hora 08:32. Plaga de la ilusión.

Ilusión: (del lat. ilusio, de illudere, engañar).  Error de

los sentidos o del entendimiento, que nos hace tomar

las apariencias por realidades. Esperanza quimérica.

                                                  *

Detrás del enigma de la quimera,

entre tus  pasos y los míos,

un lazo largo, azul, nos persigue.

A  veces me detengo porque lo siento a mi lado.

 El  camino se oscurece,

el azul se esfuma,

entonces el lazo viene a mí

como una sierpe hambrienta y me muerde.

Y aunque siento un dolor pavoroso,

no grito ni  digo nada, por supuesto

(texto de Anna Lanfoster).

La alegría se derramó por las mejillas de los pobladores cuando vieron en el cielo un cartel donde se anunciaba lo mismo que difundían la radio y la televisión: LAS RESTRICCIONES A LAS BEBIDAS ALCOHÓLICAS RECESAN A PARTIR DE HOY. Así, la gente, regocijada, vio caer desde temprano lluvias de ron y cerveza, que trataban de acallar la voz de la Pitonisa, quien triste y desolada decía: “Deben amar lo verdadero, esto es, lo fiel, lo simple y lo constante; y odiar lo vano, falso y engañoso”. Pero como otras veces nadie la oía porque todo el mundo deliraba. Mujeres y hombres corrían  desnudos por las calles inundadas de alcohol. Muchos no lo creían y salieron a ver. Incrédulos, se contagiaron del entusiasmo reinante entre la muchedumbre. Hasta los niños, bajo los efectos de una ilusión que traducía los anhelos de una realidad ya pasada, bebieron sin descanso, desde la aparición de la plaga hasta los primeros minutos de la noche. Montados en barcos de papel naufragaron y se perdieron en el laberinto indescriptible de ciudades y bosques sin nombres. Muchos murieron en aldeas ignotas, desérticas, donde no había árboles que suministraran madera para fabricar cruces. Beodos y bohemios vaciaron tinajas, tanques de agua, y los llenaron de ron y cerveza; otros obraron de igual manera con relación a los aljibes, sin importarles su significado en la historia colonial de este pueblo. Hubo quienes, en medio de la ilusión, intentaron desviar el curso de los ríos más caudalosos para que circulara alcohol a carretadas por sus cauces. Muchos se embriagaban, olvidados de los compromisos del día, y mientras las horas corrían a todo vapor oían por aire, mar y tierra voces desgañitadas que repetían incesantemente: “Por instrucciones del Administrador, desde hoy en la madrugada hasta el 1 de enero, el expendio de bebidas alcohólicas en los centros de diversión estará libre de restricción”. Ante este anuncio, la Iglesia Católica  protestó porque era algo así como profanar una de las fechas más sagradas de la cristiandad. Los comerciantes, por su lado, aplaudieron con delirio esta iniciativa. Sabían que la gente –¡quién mejor que ellos para saberlo!– suele consumir más en estado de embriaguez. A muchos comunicadores sociales, pagados por los propios comerciantes, no les tembló el pulso para informar que a solo un día de la celebración de la Nochebuena, el comercio se ha intensificado, como lo demuestra la afluencia de personas a las más importantes arterias comerciales, donde la demanda de artículos y productos confirma que la temporada navideña ha terminado por afianzarse. “Los consumidores saben disfrutar de las fiestas de fin de año a pesar de sus limitaciones económicas”, comentaban. Mientras el tiempo corría, la ilusión entre los habitantes era más notoria, y por esto una buena parte de ellos creían ver en los barrios más pobres de las ciudades, a primeras horas de la noche, cenas navideñas patrocinadas, según los comentarios noticiosos, por el Administrador y sus representantes, como anticipo de los festejos de la Nochebuena, que estará animada en cada sector con “discolight”, para el disfrute de los moradores. Los empleados del Administrador iban armados según su estatus: con macanas, los mensajeros; con pistolas, los directores departamentales, y con armas largas (rifles y escopetas), sus ayudantes personales. Los gerentes lucían tristes, compungidos, porque se les había prohibido participar en estas fiestas. Aunque desde la madrugada se habían colocado en el cielo y en los rincones más lejanos del territorio nacional pantallas gigantes y altoparlantes de los más variados tipos para retransmitir el mensaje de Navidad y Año Nuevo del Administrador, fue después de la hora 18:00 cuando hasta los sordos oyeron su voz inconfundible. “Los exhorto a renovar los sentimientos de amor y a mantener en alto la confraternidad –dijo y agregó–: Apelamos a los más nobles ideales de nuestro pueblo para continuar avanzando juntos en aras del progreso de la patria”. Más adelante, diría lo dicho por otros mucho tiempo atrás, cuando él no había nacido: “El país se encuentra en una época especial de su historia, vivimos en un clima democrático y nos acercamos con pasos firmes a la institucionalización, la equidad y el progreso”. Al final de la alocución, dijo con voz cálida: “Esta Navidad será, efectivamente, una etapa de regocijo y de esperanzas renovadas”. La plaga de la ilusión terminó con la irrupción del nuevo día, al momento de un niño escuchar los gritos de un cerdo, acuchillado detrás de su casa.

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