El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Día 19. Hora: 06:13. Plaga del pesimismo.

Pesimismo: Opinión de los que piensan que todo

es malo en este mundo. Propensión a juzgar las

cosas  desfavorablemente.

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Homenaje al Dr. Gengis Vick-Aux

Anna me entregó este texto junto a un ejemplar bastante deteriorado por el tiempo de Leyes de Manú, editado  posiblemente en España, a finales del siglo XIX. Tendré con qué entretenerme esta noche y quién sabe si pueda descifrar el contenido de este organigrama, tarea que no he resuelto a la fecha con aquellos elaborados por mi  padre.

A cinco días de la Nochebuena y sin perspectiva de solucionar los grandes y graves problemas económicos, el pesimismo se apoderó de la población, y el silencio era tal que las ciudades y las aldeas parecían cementerios. “Probaré el origen de sus males”, les dijo la Pitonisa a varios muchachos que merodeaban cabizbajos y tristes por la periferia de una plaza pública desierta, imposibilitados de trabajar y producir el dinero necesario para celebrar como Dios manda la cena del veinticuatro porque hasta los grandes comercios habían cerrado por los endeudamientos del día anterior. Ante esta situación, los pastores de Cristo decidieron avivar los ánimos de la gente, abandonaron los templos y salieron a la calle con altoparlantes a vocear: “¡Viva el Señor! ¡Viva la Madre de Dios! ¡Vivan los ángeles y los santos! El pesimismo es obra del diablo; desterrémoslo del país!”. Pero la ciudadanía no asimiló estas prédicas y nadie se detuvo a persignarse. Los religiosos volvieron a los templos pensando en que la gente quería entrar en ellos y refugiarse en el misterio de sus altares, mas sucedió lo contrario: quienes pasaban frente a las iglesias ni las miraban. Minutos antes del mediodía, cuando el frescor de la mañana se había fugado para no ser embestido por una ráfaga de viento proveniente del mar, los religiosos volvieron a ocupar calles y plazas, y difundieron a viva voz el último mensaje del Señor: “Los pecadores no llegan a la morada de la salvación”. Dos hermanos gemelos, ambos de seis pies de estatura, se acercaron a uno de los religiosos, le arrebataron el altoparlante y lo rompieron. El cristiano abandonó la zona. Los hermanos se pusieron de acuerdo en perseguirlo. Tras agarrarlo, le dieron mordidas y lo estrangularon. La noticia del crimen se difundió rápidamente. Los religiosos, asustados, volvieron a sus lugares de rezos, donde se impusieron castigos y sacrificios mayores, en un nuevo intento por vencer y erradicar el pesimismo, y así evitarse el trauma de tener contacto con el infierno. Allí se recogieron y no volvieron a dar la cara. El Administrador, quien tantas dádivas aportaba a su causa, les ordenó intentarlo de nuevo, ya que solamente ellos estaban en condiciones de salvar a la patria de un desastre mayor. Por supuesto, los asesores del Administrador veían venir este desastre en las próximas horas, y como ya no tenían calidad moral para dirigirse al pueblo, que con su pesimismo al hombro los acusaba de sus pesares y amarguras, creían a fe ciega que su último recurso eran los pastores de Cristo. “Digan a los infelices que si algo nos horroriza y nos hace temblar es para bien de ellos mismos”, les sugirieron a los religiosos, quienes, aunque el Administrador volvió a tentarlos con dádivas millonarias, esta vez se comportaron con más sensatez y no lo complacieron, ante el temor de que si salían de sus refugios corrían el riesgo de ser estrangulados por los hermanos gemelos. Frente a la gravedad del problema, el Administrador decidió hablar a la nación a través de la radio y la televisión, y dijo: “La pobreza dignifica y debemos aprender a sufrir la ignominia con paciencia”.  Desde la aparición de la cara del Administrador en la pantalla, nadie dudó en pensar en que era presa de un pesimismo mayor que el de la ciudadanía. Su aparición incrementó el pesimismo, que devino, ya a la medianoche, en lágrimas ominosas.