El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Escena de una obra de teatro de Haffe Serulle. Foto Hector Carbuccia

Día 16. Hora: 08:00. Plaga de la mueca.

Mueca: (del francés antiguo moque “burla”).

Gesto,  visaje.

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Ayer temprano bajé a la ciudad y vi a un anciano vendiendo máscaras, cuando para esta fecha la gente solo vende arbolitos de Navidad. Acudí a él y le pregunté por qué ofertaba esas máscaras y no motivos navideños. El anciano me miró de arriba abajo como si dijera quién es ésta, y enseguida sonrió a sus  anchas. “Llévese una de regalo porque tal vez la necesite”, dijo. Y de regreso a casa, a mitad del camino, un niño me quitó la máscara y huyó con ella  puesta en la cara”, comentó Anna  Lanfoster, tirada en el sillón donde suele sentarse a escucharme.

La gente se levantó temprano y, aunque era sábado, salió a la calle a hacer su vida normal. Por supuesto, hubo quienes, liberados del compromiso escolar de sus hijos, durmieron hasta avanzada la mañana. Esos no escucharon el intercambio de palabras que hubo a cielo abierto entre el Administrador y la Pitonisa. “Deformada andas por el mundo”, gritó el Administrador. “Deformado estás tú. Mírate, ya no puedes con tanta avaricia”, replicó la Pitonisa. “Te empecinas en confundir a mis clientes”. “No, yo no; tú”. “Déjalos en paz”. La Pitonisa apretó los labios y desapareció. El Administrador la buscó sin suerte por todas partes. Entretanto, los trabajadores procedían como si los días vividos de diciembre hubieran sido normales. A nadie le importaba haber vivido situaciones como aquellas de la mudez, el escozor o el vómito, quizá porque la mayoría de la población se ha acostumbrado a vivir el minuto presente sin pensar en el pasado ni en el futuro. La razón es que para estos habitantes el pasado ha representado mucho dolor y amargura, y prefieren olvidarlo. Respecto al futuro, hay quienes entienden que será más funesto que el tiempo transcurrido. Pero la mañana se tornaría diferente cuando a las ocho en punto una joven, madre de dos hijos, le dijo al más pequeño –estaba desnudito el pobre–, que apagara el televisor, pues él sabía muy bien que ella le había enseñado a cepillarse los dientes inmediatamente se tirara de la cama, y que después del aseo bucal le seguía el desayuno y limpiarse de nuevo la dentadura, y así siempre. Como ese día el niño se había levantado con el diablo metido en la cabeza, le gritó a la madre que no iba a bañarse ni a cepillarse los dientes porque ya estaba cansado de hacer lo mismo. La madre respiró hondo y contó del diez al cero para controlarse y no maltratarlo físicamente, pero no vaciló en apagar el televisor. Él pegó un grito aterrador; ella se sorprendió y hasta tembló de miedo. Así, el muchacho se levantó y fue directamente a prender el aparato. La madre se repuso del susto, saltó hacia él y le detuvo la mano. Jamás olvidaría la mueca de ira que llenó la cara del crío. Se quedó estática, mirándolo por lo menos unos treinta segundos, sin notar que el gesto de su hijo se plasmaba en sus mejillas. El niño, al ver a la  madre sobrecogida, se horrorizó y se fugó de la casa, desnudo como estaba, sin sospechar que su mueca se reproduciría al instante en el rostro de los demás pobladores. Y así fue, por donde cruzaba dejaba su gesto grabado en el aire, y este, de un zarpazo, se apoderaba del primer ser humano que se interponía en su ruta. El crío corrió veloz y en menos de doce horas le dio la vuelta al país. De tanta energía, cuando pasaba por un pueblo o aldea, su mueca se expandía vertiginosa y como fue la misma para todos conviene describirla para evitarle la molestia de preguntar por ella a quien desee investigarla: el ojo izquierdo rodado hacia la carúncula lagrimal y el derecho brotado, enrojecido; la nariz engurruñada y las cejas arqueadas; los labios en posición de soplar fuerte; las mejillas fragmentadas y la frente llena de furúnculos. Aunque era una mueca muy pronunciada, la gente siguió trabajando como si la ignorara. El Administrador, para evitar ser contagiado, se encerró en su oficina finalizada la discusión con la Pitonisa.