El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

BRAINDEAD
FOR THE TICKET
FEES APPLY!!!
film movie September 2000
Timothy Balme

Día 15. Hora 05:40. Plaga de la sangre.

Sangre: (lat. sanguis). Líquido rojo que circula por los vasos

sanguíneos de los vertebrados y transporta los elementos

nutritivos y los residuos de todas las células del organismo.                                                           

                                                                                 *

 “Jamás había sentido un calor como el de anoche. Me levanté varias veces de la cama y salí a la galería a indagar qué pasaba. Los árboles no se movían, y el cielo, de tan quieto, parecía muerto. ¿Sabes? Me asusté cuando observé los poros de la luna llenos de sangre”, comentó Anna Lanfoster antes de entrar en la casa.                

“En este entorno de pestes generadas por la conducta de tantos malvados, ¿quién puede conservar sano su cuerpo por mucho tiempo?” –dijo la Pitonisa. El curandero sonrió y observó los rostros de sus dos seres queridos, lejos de pensar que simultáneamente con esa sonrisa se iniciaría, en las distintas regiones del país, la plaga de la sangre,  que él y su familia padecerían en horas de la tarde, y no desde temprano como ocurrió con la mayoría de los aldeanos. Ya a las 05:41 un fontanero, padre de nueve muchachos, había visto, en la cañería de su casa, varias gotas de sangre como de lluvia. Solo al tocarlas reconoció que eran gotas de sangre verdadera, y coagulada.  Al rato, a poco de averiguar si en otra parte de la cañería sucedía lo mismo, encontró detrás de la casa, donde terminaba uno de los caños, no ya varias gotas sino un charco de sangre. Perplejo ante un acontecimiento de por sí inaudito, le echó una mirada al techo de la casa y estacó los ojos porque lo vio rojo. Alguien, recordó, le dijo en su infancia: “La sangre surgió de la sal”. Esta idea la había hecho suya el Administrador, quien desde los primeros pasos del día proclamó a los cuatro vientos: “De la sal a la sangre es muy breve el camino. ¡Sangre, sangre, sangre! ¡Sangre, humedad y calor!”. El fontanero pensó que si en el hombre predomina la sal, será sanguíneo; colérico si prevalece la amargura; melancólico cuando su influencia mayor corresponde a la acidez; o bien flemático cuando la dulzura sea la nota temperamental dominante. De súbito, corrió hacia dentro de la casa a buscar a sus hijos, aún dormidos; despertó a los tres mayores –de diez, nueve y ocho años respectivamente–, les dijo que cargaran a sus hermanitos, salieran de la casa y corrieran sin mirar atrás hasta encontrar una iglesia donde refugiarse. Los tres mayores siguieron al pie de la letra los consejos del padre y cuando este quiso alcanzarlos quedó atrapado en la furia de la imagen vista en el techo, transformada ahora en un brazo de mar ensangrentado. A los hijos del fontanero les sucedió lo mismo, pues cuando entraron en la primera iglesia, encontrada en su ruta, gritaron de miedo al verla embarrada de sangre. A las 16:35 no había un lugar libre del  líquido rojo que circula por los vasos sanguíneos de los vertebrados, y fue precisamente a esa hora cuando el curandero tuvo noticias de la plaga. Él ordeñaba a tres vacas nacidas y crecidas en su propiedad cuando descubrió que era sangre y no leche lo que les salía de las ubres. De súbito, dejó de ordeñar, achicó los ojos, miró hacia la casa, llamó asustado a su mujer y a su hijo, y les gritó: “Corran hacia lo alto de la loma. Yo los alcanzaré cuando encuentre un lugar seguro para las vacas”. Pero no encontró ese lugar para los animales, y la mujer y el niño no salieron de la casa por los oleajes de sangre que venían feroces hacia ellos. El curandero vio espantado cuando la sangre se llevó su casa y su familia. En las ciudades, las calles estaban inundadas de sangre, y la población no sabía qué hacer, si trepar hasta las ramas más altas de los árboles o encaramarse en las azoteas de los edificios o si nadar. De todas formas, quienes subieron a las azoteas no se le escaparon a la sangre, que ya a las 21:44 amenazaba con cubrirlas, y aquellos que decidieron nadar se vieron forzados a  hacerlo hasta la hora 07:45, cuando, gracias al sol, desapareció esta plaga. Aun así, hubo quienes de tanto nadar siguieron braceando sobre el pavimento y entre la maleza.