El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Día 11. Hora 09:52. Plaga del olvido.

Olvido: (lat. oblivium). Falta de memoria, estado de una cosa olvidada.

                                                         *

Si  vengo de lejos y tú estás y no estás,

 ¿qué me pides que  haga para prenderme de ti?

Es mejor ausentarme,

evitar  la luz  de tu transparencia,

siempre altiva y rebelde

cuando alguien la toca:

para Alejandrix,  de su  amada

(no sé cuándo dejó  Anna este escrito entre mis papeles; presumo que fue ayer  antes de irse a  dormir).

*

Las personas se despertaron temprano y en silencio, pero fue a las 09:52 cuando se percataron de que no recordaban absolutamente nada de lo sucedido el día anterior. Ciertamente, se levantaron con esa plaga del vómito en la mente y hubo quienes hablaron de ella con estupor y repugnancia, porque el vómito alcanzó tal dimensión que cubrió las calles, los caminos, carreteras, ríos, valles y montañas, y hasta las piernas de los habitantes. Muchos, para salvarse, se vieron en la necesidad de nadar. “Las heridas serán cada vez más profusas si no cambian de vida –advirtió la Pitonisa–. Pasado el olvido, el tiempo se ausentará de sí mismo”. Nadie la escuchó, tal vez porque independientemente de que la plaga era general, cada cual quería narrar a su manera la experiencia vivida. Una mujer vestida de negro contó que alumbró tres criaturas hembras en un charco de vómito. “Cantaron –dijo–, pero cantaron como ancianas”. Las recién nacidas se le escabulleron por entre las piernas. “No las encontré”, contó la mujer vestida de negro. Un hombre gordo y de estatura gigante, con voz de barítono, le confesó al Administrador que mientras vomitaba tragaba a la vez vómitos ajenos. “Hasta engordé algunas libras”, comentó. Una adolescente afirmó que vio la cara del asco e intentó matarse. “Aquello era demasiado desagradable para soportarlo”, dijo. Y así cientos de confesiones. Pero, inexplicablemente, a las 09:52, cuando el Administrador le preguntó a un grupo de jóvenes de ambos sexos qué recordaban del día anterior, ellos se sonrieron, encogieron los hombros y levantaron los brazos para preguntarle a su vez de qué día anterior hablaba él. Aunque era un indicio de olvido, se trataba de una respuesta a todas luces filosófica, pues con lo dicho, el grupo pretendía negar la existencia del antes. Pero entrar ahora en estas consideraciones sería demasiado traumático por el tiempo que nos ocuparía desentrañar esta idea y porque nos alejaríamos de lo que nos compete, es decir, del olvido. El Administrador se quedó medio alelado. De pronto advirtió que su pregunta carecía de sentido, pues a él también se le había olvidado el día anterior. Como una avalancha de aire que una vez suelto no puede detenerse, el olvido se incrustó en la mente de todos, y ya a las 12:21 nadie hablaba de la plaga del vómito porque no había de qué hablar. A partir de esta última hora indicada, los pobladores obraban como seres salidos de la nada; parecían autómatas, sin vida en los ojos. Sus labios eran piedras machacadas, carentes de palabras. Es como si con el olvido hubieran perdido igualmente la voz.