El texto “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

Las treinta y una plagas de diciembre

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Haffe Serulle. Foto: © Mery Ann Escolástico Fecha:08/06/2021 Acento.com.do
Haffe Serulle. Foto: © Mery Ann Escolástico Fecha:08/06/2021 Acento.com.do

Día 10. Hora 05:33. Plaga del vómito.

Vómito: (lat. vomitus). Acción de vomitar. Vomitar: (lat. vomitare). Echar con esfuerzo por la boca lo que había en el estómago.

                                                               *

—Anoche soñé con mi padre –le dije a Anna

—Y yo con el mío. ¡Qué coincidencia!, ¿no?

De pronto nos callamos y nos miramos fijamente, hasta  tanto su  mirada se diluyó en la mía.

“No diré nada porque igual hemos soñado lo mismo”, pensé.       

Tronó a lo lejos y  comenzó a caer una llovizna  fría.          

—Me sonrió durante el sueño –dije al fin y agregué–: Estaba vestido como un emperador chino, con un manto rojo idéntico a una serpiente.  Detrás de él había una multitud con lanzas largas dirigidas hacia el cielo.     

Callé y Anna volvió a mirarme. Se mordisqueó los labios,  achicó los ojos y dijo:

 —Dos sombras cargaban en brazos una momia. La sacaron de un barco encallado en el mar Muerto y la trajeron hasta mí. “Es tu padre”, dijeron las sombras.  Y yo huí. Me  perdí  en el tiempo  impreciso de la noche más oscura.

A la hora aquí anunciada, un niño de dos años vomitó en su cuna. La madre no había dormido porque estaba muy nerviosa y acudió  a él enseguida. Al verlo, lo abrazó con ternura. De súbito, el niño volvió a vomitar. Y así diez veces más. Sin fuerzas, la criatura derramó sobre el pecho de la madre un hilito de agua amarillenta. Ella, asustada, corrió con él hacia el hospital más próximo. Al pisar la calle, se quedó atónita porque miles de mujeres, con niños que vomitaban en sus brazos, corrían desesperadas en busca de atención médica. Corrían alocadamente, igual los ancianos y hasta los tullidos. Todos corrían, digo, y vomitaban. El vómito colectivo se inició a la misma hora, la referida por mí. Cuando las primeras madres llegaron con sus hijos a los hospitales, y nadie salió a atender a sus criaturas, pues también los médicos y las enfermeras pasaban por el mismo trance, se echaron a gritar. Sin embargo, sucedía algo raro: las madres recién paridas y aquellas con hijos menores de tres años no se habían contagiado. Y como en el resto de la población el vómito no paraba,  alguien le comunicó al mundo la situación de la isla y reclamó de las naciones grandes el envío de brigadas de científicos a estudiar y resolver el problema. Exigió que le explicaran por qué esas madres no eran atacadas por esta plaga. Las naciones más poderosas atendieron el llamado de esa voz, y a la hora 10:41 llegaron los primeros científicos, cubiertos con trajes especiales, para evitar cualquier contagio. A las dos horas de su llegada, instalaron laboratorios sofisticados en diferentes puntos del país. Pero los intentos fueron inútiles, y a la hora 21:13, por la complejidad de la situación, decidieron abandonar el proyecto y largarse lejos para no ser víctimas de este mal y evitar su extensión por el globo terráqueo. Pero, lamentablemente, cuando el último de los científicos emprendió vuelo, las madres con hijos menores de tres años empezaron a vomitar, y todas, en coro, culparon de su malestar a los que habían venido supuestamente a resolver la plaga. Suerte que a la hora 23:06 el cielo se nubló y cayó un aguacero. Las aguas se llevaron los últimos reductos de este flagelo. Salvo el Administrador, los contagiados salieron a mojarse, pues cuando vieron que el primero en salir y hacer contacto con la lluvia dejó de vomitar, no dudaron en seguirlo. Como el día 11 amaneció limpio, nadie se detuvo a recordar los embates recién vividos. Solamente la Pitonisa advirtió que los días siguientes serían más nocivos.