Cada época, cada sociedad funda sus mitos. Sea para legitimar u obedecer. Sea para remediar una pasión: algo que se anhela, algo que se busca. Algo que se desea, algo que el individuo se persuade conquistar, como el héroe tras la doncella que necesita superar las barricadas del bosque tenebroso para, finalmente, enfrentarse y matar a la bestia viscosa que retiene en su cueva a la doncella que ama y busca.

Ninguna sociedad está excluida de sus mitos. De hecho, la estrecha relación entre mito y sociedad expresa el compromiso del ser humano con este tipo de narración o relato. Diremos que el mito fue forjador de la imagen del tiempo y el espacio en la mente humana. Nuestra psiquis, por tanto, está estrechamente ligada al mito y nos atrevemos a decir que fue el mito quien fundó la conexión lógica temporal de la mente, en tanto relato proveedor de un hilo conductor de acciones que se suceden y cuentan una historia fantástica.

Es así como poseído por el mito, el ser humano alcanza la unificación colectiva. El ser individual pasa a convertirse en un ser colectivo envuelto en sentimientos comunes. El mito lo hace empoderarse de un discurso donde puede legitimar sus actos y creencias. El mito, por tanto, es una forma de poder.

Al margen de los cambios que puedan ocurrir en una sociedad cualquiera, los mitos expresan las severas transformaciones de los ideales que se forja cada sociedad. Y esto se evidencia a través de los personajes y seres fantásticos que echa andar. Por esa razón, el mito es el único vehículo de acceder a los deseos de la mayoría en una especie de sueño colectivo que se propaga como un virus. A propósito, el mito es contagioso.

El boom de la información y el conocimiento en nuestra actual sociedad ha propiciado la creación de narrativas míticas que sostienen, justifican y hacen soñar el futuro a imagen y semejanza de las industrias de las tecnologías de la información o TIC (por sus siglas). Estas grandes empresas pasan a convertirse en mercaderes de sueños futuristas cuya única propuesta parecería el que debemos confiar en ellos para seguir hacia ese “futuro prometedor”.

Ante esto, queda un sesgo de duda que nos hace pensar si, aparte de las realidades en que vivimos, también somos parte de una nueva “utopía social” proveniente de esa industria tecnológica; una nueva mitología que emerge de los predicadores de la sociedad de la información y del conocimiento.

Hans-Dieter Kübler, filósofo y teórico alemán de la sociedad del conocimiento, señala que al instrumentalizarse el concepto de sociedad del conocimiento también se ha amplificado, y a veces exagerado, acerca de su constitución real. Hay, pues, una representación imaginaria del discurso que coloca nuestra sociedad en una pantalla de efectos, manipulados por los medios de comunicación y las narrativas que pululan a través de las redes sociales. Algo así, como un “hacer creer” una realidad, una especie de simulacro que son experimentados dentro de una “matrix”.

La sociedad del conocimiento al margen de ser una nueva fase de la humanidad, también se expresa como una utopía futurista acompañada de nuevas mitologías que buscan legitimar su poder en aras de conquistar creencias que validen las acciones de aquellos que producen las sofisticadas tecnologías de consumo masivo en este capitalismo tardío y globalizado.