Nuestras vidas se desenvuelven en medio de grandes vicisitudes, de pragmatismos, de vuelcos y revuelcos, de caminos que se tuercen y no van a ninguna parte, esto a pesar de las utopías que brillan en el horizonte y nos invitan a seguir. Aun cuando nos sintamos revestidos de luz, mil sombras nos acechan. Difícil es el tiempo en que nos ha tocado hacer de homo viator en un mundo lleno de encrucijadas, paradojas e incertidumbres.
Sin embargo, no todo es abatimiento, aprehensiones y sombras. En medio de las tribulaciones de esta vida, también hay compensaciones, remedios que si bien no curan del todo, alivian. Y ahí está la poesía, digna, confortante, medicina que apacigua la ordinariez que nos circuye. Dulcificante y bienhechora, la poesía nos hace despegar la mirada del suelo para elevarla a las alturas. Es ese roce mágico que necesita el espíritu para mantenerse despierto, en medio de la gris monotonía adormecedora, que como lobo hambriento nos persigue y amenaza.
Muchos de los discursos que atraviesan nuestra Era son como cántaros sonoros, vacíos por dentro. Ahí tenemos la sempiterna cháchara de políticos y empresarios, que en nuestro país son hermanos gemelos. Sus ofertas siempre resultan volátiles. Pero dicen que los pueblos no se suicidan (en nuestro país ha faltado poco, muy poco, para alcanzar esa rara excepción), de manera que más allá de todo ese montón de hojarasca que viene y va, bajo el impulso de agitados vientos, siempre crecen nuevos brotes de primavera esperanzadora.
Y llegados a este punto, siempre es gratificante pensar con René del Risco Bermúdez y Fernando Casado: “No, ya no hay sendas que puedan volver atrás, atrás / la alegría de un mundo mejor vendrá, vendrá”. A veces hay que darse un baño de optimismo y dejar que la esperanza nos acaricie el alma y proporcione nutrientes a nuestros sueños.
Triste es pensar que en estos duros tiempos de consumismo, de ambiciones desmedidas, de pragmatismos sin reparos, de atropellos e injusticias… la poesía ha ido escapándose por las rendijas, contrariada ante tanta vulgaridad asfixiante. Porque el marco de nuestras preferencias se ha ido estrechando en torno a otros intereses. Pero ¿es que ya no hay poesía y poetas? Los hay. La poesía es inagotable, como dijo el romántico español Gustavo Adolfo Bécquer: “Podrá no haber poetas, pero siempre / habrá poesía”. La cantera de poetas en el mundo es inagotable.
Cada vez que la gravidez del estrés caiga pesadamente sobre nuestro atormentado espíritu, baste recordar que la poesía está ahí, al alcance de nuestros oídos, de nuestros ojos. A la distancia de un dedo. Y no necesariamente hay que irse a los libros, que aunque también están a la distancia de un dedo, siempre resultarán más complicados para muchos. La ventaja de la música es que podemos solazarnos en ella mientras nos ocupamos de otras cosas, otras urgencias de esas que nos llevan y nos traen, narigoneados por ambiciones apremiantes.
“Quiero ser agua fresca, paloma en vuelo… / Quiero tener la risa blanca de la espuma”, nos dice José Luis Perales en su muy sonada canción “Quiero ser agua fresca”.
Aún recuerdo el asombro que me produjo el feliz encuentro de mis oídos con las canciones de Serrat. Ahí hay poesía de verdad, sin grandes aspavientos, pero tan efectiva como la que palpita en el más trascendente de los poemas:
…Recuerde usted antes de maldecirme / que tuvo usted la carne firme / y un sueño en la piel…
Cosa maravillosa es tener, además de la carne firme (tiesa, consistente, inequívoca marca de juventud), un sueño incrustado en la piel, algo que es propio de la esa dichosa edad en que vamos y venimos alzados de sueños y enardecidos de quimeras. Y qué manera más maravillosa de recriminarle a una señora, a quien el sujeto del poema-canción desea convertir en suegra, aduciendo como razón romántica que ella también fue joven, y tuvo la carne apretada, y que su piel, otrora joven y fragante, también soñó con entregas y posesiones (y posiciones) amatorias.
Serrat deslumbra siempre… Sus letras están llenas de audacias retóricas que sorprenden por su esmerada estética. Son, por otra parte, contestatarias e irreverentes, tienen la medida de nuestros más ambiciosos proyectos de redención política y social.
Pero Serrat no llegó solo a nuestras vidas. También llegó Silvio, y muchos otros, cuyas letras nos deslumbraban, sumergiéndonos en un estado de placentero éxtasis. Silvio, un verdadero poeta, con mucho vuelo y altura; con elegancia y profundidad, en una canción amorosa, pero que no se despoja de su adscripción a la militancia revolucionaria, le dice a una mujer:
“Te quiero salvar de tu desnudez / en pleno centro de la soledad. / Me quiero salvar haciendo revolución / desde tu cuerpo de cristal” (“Aunque no esté de moda”). Eso es poesía auténtica, y está al alcance de todos.
Otro poeta-cantor, el chileno Víctor Jara, asesinado en 1973 por no plegarse a la dictadura militar de su país, nos dice:
“El odio quedó atrás. / No vuelvas nunca, sigue hacia el mar. / Tu canto es río, sol y viento, / pájaro que anuncia la paz”. (Víctor Jara: “Vamos por ancho camino”). Una canción preciosa en la que se articula poesía, humanismo y unos extraordinarios acordes. ¿Y cómo olvidar aquel “Pasillo blanco de mi infancia / donde jugué, / túnel de alta vigilancia, / me marcharé…” de la cantautora española Mari Trini, que tarareábamos impulsados por un sentimiento de rebeldía adolescente?
Hoy la vida es menos brillante. Estamos llenos de opacidades y grietas. Los gustos que hoy imperan son tan prosaicos que decepcionan al primer contacto. Muchas de las utopías que adoptamos y acicalamos en aquellos años se extraviaron en el camino, y la poesía que acompañaba nuestros mejores sueños de juventud ya parece algo caduco. El afán de lucro parece haberlo cubierto todo, imponiendo un arte musical insustancial, procaz, populachero (que no popular), desprovisto de una adecuada vestidura estética.
Pero volvamos a la poesía y a los poetas. Estos son esos seres que nos hablan de tantas cosas extraordinarias: una luna que a veces actúa como una niña caprichosa, o como una dama aristocrática, o como cómplice de bohemios y dicharacheros nocturnos. La confidente de los amores imposibles… O de la lluvia que baja a bañar los campos, a nutrir sus raíces y a acrecentar generosamente los caudales de ríos y arroyos. También ella puede ser confidente y testigo de nuestros amores y dolores; de las presencias que suman alegrías y las ausencias que afirman sinsabores.
El cantautor Claudio Cohen nos ofrece una extraordinaria muestra poética en esta joya: “Aquí estuvo la lluvia y preguntó por ti”. La transcribo:
Aquí estuvo la lluvia y preguntó por ti.
Preguntó si vendrías a mi cuarto esta noche.
Por tu rara forma de ser preguntó,
que si eras de este planeta,
que si vendrías conmigo
a ver la lluvia caer,
a ver la lluvia caer.
Y esa voz que me hablaba
con palabras de gotas
confesó que te amaba…
Que si la luna llena
se pondría el sombrero
para ir por las calles de nuestra pasión…
Aquí estuvo la lluvia,
lloviendo mi amor,
aquí estuvo la lluvia sin ti”.
Poesía simple (pero no simplista), de las pequeñas cosas que desbordan luz y hermosura.
Y hablando de las pequeñas cosas, Serrat (¡nuevamente y siempre Serrat!) nos habla de esas pequeñeces que son tan aparentemente triviales, pero que encierran una gran carga de emotividad.
Uno se cree
que las mató el tiempo y la ausencia,
pero su tren
vendió boletos de ida y vuelta.
Son aquellas pequeñas cosas
que nos dejó el tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.
Como un ladrón
te acechan detrás de las puertas.
Te tienen tan
a su merced
como hojas muertas
que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que
lloremos cuando nadie
nos ve.
Poesía, evocación, nostalgia, emoción: todo va de la mano en esta pequeña obra maestra de Serrat. Es tan sencilla y cotidiana como el pan en nuestra mesa. Sin embargo, su discurso es tan delicado y sutil que sin darnos cuenta se instala en lo más sensible de nuestro espíritu. Por eso nos conmueve tanto.
En fin, “desocupado lector”, invitemos a la poesía a que periódicamente se siente junto a nosotros y nos libere del ensimismamiento, de los automatismos colectivos, que embotan el espíritu; que se quede con nosotros, que no nos abandone, que nos ayude a mantener despierto el asombro y la alegría. Que no se olvide de recordarles a los materialistas que van a misa y se confiesan, pero que en el fondo sólo rinden culto al dios Pluto, que “no sólo de pan vive el hombre”.