Sacco y Vanzetti, dos jóvenes italianos inmigrantes en los Estados Unidos, víctimas de la discriminación social y política, electrocutados en la silla eléctrica en 1927, acusados de un crimen que no cometieron. Su caso abrió   un proceso judicial que se prolongó por décadas, aun después de sus muertes.

Numerosas protestas y denuncias reclamaron la inocencia de los jóvenes anarquistas

En el período comprendido entre 1920 y 1927, los dos  inmigrantes italianos Nicolás Sacco  de 20 años  y Bartolomé Vanzetti de 23, fueron apresados y acusados  sin pruebas, de haber robado y cometer un  asesinato en una fábrica de South Braintree, Massachusetts. Detenidos, las autoridades los condujeron en 1920 a la corte del  referido Estado donde, en 1921, se les condenó a la pena de muerte. Permanecieron prisioneros durante  siete años, tiempo en que continuó el proceso judicial, que debido a la injusticia cometida, llamó la atención de muchas  personas e instituciones a nivel mundial.

La prensa dio amplio seguimiento al caso Sacco y Vanzetti.

Los reclamos a favor de la inocencia se hicieron permanentes, exigiendo un juicio justo, y luego de condenados a muerte, a la conmutación de la pena.

En Europa, Norteamérica y Sudamérica, así como en Centro América y las Antillas se realizaron manifestaciones públicas pacíficas y violentas, solicitando la excarcelación de los dos jóvenes anarquistas. Desde el mes de abril hasta diciembre de 1927 aparecieron en el periódico The New York Times, más de  125 noticias sobre el caso, muestras de la atención de la prensa al referido proceso judicial. 

El gobernador de Massachusetts, Alvan Tufts Fuller  designó una comisión para investigar el caso, pero la sentencia fue confirmada. El juez Webster Thayer anunció la decisión definitiva el 6 de abril de 1927. Con el  abusivo veredicto,  que buscaba una supuesta regeneración de la sociedad, llegó a su fin aquel juicio que sensibilizó a la humanidad. Tal vez por primera vez una noticia de interés local o estatal de un caso individual se convertía en social, colectiva y mundial. La amplia difusión tuvo mucho que ver con  la aparición y popularización de la transmisión de mensajes a distancias a través de los teletipos y la radiotelegrafía. Eran los primeros pasos de la globalización de la información.   

Santo Domingo, que desde finales del siglo  XIX se había conectado a Norteamérica a través del cable submarino, tenía en uso algunos de estos adelantos tecnológicos relacionados con la comunicación. Eso facilitó que los habitantes de la ciudad intramuros y los que residían en los ensanches más próximos a ella, fueran testigos del ambiente existente y del interés de la población para dar seguimiento a las noticias actualizadas que iban permanentemente llegando sobre el caso de Sacco y Vanzetti,  especialmente cuando el mundo entero esperaba con ansiedad el trágico desenlace, que  tenía fecha y hora señalada para el 23 de agosto de 1927.

Protestas a favor de la inocencia de Sacco y Vanzetti.

Sectores norteamericanos y de todos los continentes reclamaban a las autoridades  de los Estados Unidos la conmutación de la pena. El  diario dominicano La Opinión, en su afán por dar a conocer la noticia al instante sobre la orden de ejecución contra los condenados, prevista para el mediodía del 23 de agosto, inventaron, con los pocos medios que tenían, la  forma  para hacer que la población de la ciudad conociera la noticia al mismo tiempo en que llegaban a la redacción del periódico los cables de las agencias de prensa internacionales, dando cuenta de lo que había pasado ese día.

Un día  antes del previsto para la ejecución, el referido periódico anunció lo que  se iba a hacer para que todos conocieran la noticia:  si la pena de muerte se ejecutaba, se haría sonar uno, uno solo de esos “montantes cañón” que ahora conocemos como “tumbas gobierno”.  Si la pena de muerte era  conmutada y los prisioneros italianos seguían con vida,  más allá del día y la hora señalada para sus muertes, entonces se harían explotar  dos de los ruidosos montantes.

Aquel martes de agostos todos  estaban a la expectativa, a la llegada de  la hora del trágico desenlace.  Al mediodía, cuando en todos los continentes y en nuestro país se esperaba el perdón tantas veces solicitado y exigido, la ciudad, que para entonces no pasaba los límites de los sectores de San  Carlos y Gazcue, fue estremecida por una sola explosión que retumbó en la conciencia de los habitantes de Santo Domingo. Desde el techo de la oficina de La Opinión, se activó el referido petardo y una estruendosa estampida paralizó la ciudad y sus alrededores.

Nicolás Sacco de 20 años y Bartolomé Vanzetti de 23 prisioneros por un crimen que no cometieron

Cuentan las crónicas del día siguiente, que los ensanches quedaron  por largo rato en silencio, como quien lloraba la muerte de dos de sus hijos. Sacco y Vanzetti habían muerto.

El acontecimiento produjo un largo debate jurídico sobre la inocencia o no de los ejecutados. En el año de 1977 Mitchell S. Dukakis, gobernador de Massachusetts, “reconoció que los anarquistas habían sido condenados y ejecutados por sus convicciones políticas y los rehabilitó públicamente”. Veinte años después, en 1997, las autoridades judiciales del Estado, apoyados en una exhaustiva investigación sobre el caso, los declaró inocentes, rehabilitando sus memorias.