“Envía tus hijos a la escuela y enséñalos a trabajar. Incúlcales la veneración que deben
sentir por Dios y el respeto que le deben a la bandera y a las leyes. ”
“Debes ver en cada revolucionario un enemigo de tu vida y de tus bienes.
En una época de desorden no hay garantía ni seguridad. La guerra entre hermanos es la peor calamidad que ha sufrido la República.”
“Cada Policía es tu mejor defensor. Cada miembro del Gobierno tu mejor consejero
y cada Juez tu mejor amigo, para darte la razón, si la tienes,
o para demostrarte que estabas equivocado, si no tenías razón. Pero nunca te hagas justicia por ti mismo, porque eso puede llevarte a errores peores.”
“Trata de que en el Gobierno estén siempre los hombres más enérgicos y honrados, y prepárate tú mismo para defender al pueblo aplicando la ley severamente, si te elevan a la condición de autoridad. No creas en los hombres débiles o corrompidos, porque en sus manos se pierde todo por falta de nobleza y de valor, que son condiciones indispensables para poder gobernar y hacer la felicidad del País.”
CARTILLA CÍVICA PARA EL PUEBLO DOMINICANO
Ofrecida por el señor
Gral. Rafael Leónidas Trujillo M.,
Presidente Constitucional de la República
con el deseo de ayudar a sus conciudadanos a pensar bien y a proceder de acuerdo con el honor y el patriotismo.
(San José de las Matas. Imprenta Listín Diario, 1932):
14, 15 y 19.
Aún después de ajusticiado el tirano Trujillo, en 1961 prevalecían en el imaginario colectivo nacional sus “lecciones” contenidas en la “Cartilla Cívica para el Pueblo Dominicano”, además de las penurias, la pobreza extrema en los más recónditos parajes, los espectros de sí mismo dando vueltas en cada lugar rotulado con su nombre, y el de los suyos; la agonía de la conciencia porque no hubo las mismas condiciones y oportunidades para que unos pudieran poner sus ojos en la luz que trae el conocimiento (tanto aquí como en el exterior). Los desquiciantes asesinos estaban ahí, entre otros; era las rémoras de las reelaboraciones del arquetípico infierno. Entre los cómplices con la Era, donde no existía el perdón para los pecados, y el ámbito de la libertad no estaba en conexión con la identidad. Los que procuraban ser protagonistas de sus propias vidas buscaban la evasión, huir de todo ese entorno, pero esa pretensión era más bien un relato insatisfecho, insuficiente, aunado a la fatalidad, y a la prisionera intimidad. Sólo era posible el recuerdo de las fosas, los propios monólogos escamoteados en silencio, el refugio protector de la soledad o el exilio como una cita con la salvación. El pueblo dominicano al parecer nunca anunciaría ninguna ¡aleluya! Por más que se quisiera comprender el porqué la Historia fue rota, rota por esos treintaiún años, no hay manera de existencialmente explicar cómo las secuelas de la angustia y la incertidumbre de entonces, la lleva este pueblo aun en los tuétanos de los huesos, y cada cierto tiempo se deja volver asediar por el grotesco fantasma de Trujillo, revivido, y asumido.
Después del ajusticiamiento todo era estado de sitio, revolución o apegarse a un manifiesto de un “iluminado”. El Estado era el engendro de todos los horrores, que puntillísticamente ejercía control, y su fuerza. El poder no era político, era militar, y pervertido. Las “rutas” de evasión, a veces, se hacían inalcanzables; se yacía anónimamente en las sepulturas sin epitafios, sin nada que esperar o concelebrar de la “libertad”. Demonio, eso, demonio, y un mundo oscuro nos dejó la Era de Trujillo; vidas útiles malogradas, esperanzas quebradas y sin aliento, y la condición humana extirpada.
¿Evolucionamos o no, en educación, después del 61? Después de la Era, la vida colectiva se hizo noche hinchada de pupilas despiertas, de brazos extendidos, de memoria y de torturas, que al contar se hace materia narrativa y produce abundante literatura, testimonios, y recopilaciones documentales.
¿“Despertamos” a la “libertad”? No sé si la “libertad” de conciencia de un pueblo es una noción que se puede comprender o ilustrar a través de la institucionalización que alcanza el Estado de derecho, porque cada vez que surge una dictadura “constitucional” se vuelve a caer en el flagelo de la palabra, en la humillación, cuando los que gobiernan ofrecen el lado más “oscuro” de sí mismo. No sé cuándo tendrá “cierre” ese ciclo de autoritarismo (de caída y vértigo), de extraño enigma, porque al parecer cada generación trae incubado su guillotinero, el que castra todos los alfabetos de sueños, que no siente autoculpación por su pecado patriarcal de darle al pueblo el latigazo asfixiante de un destino de ignorancia y ausencia de libertad.
Y así fue, después del 63. Cuando la intervención de los Estados Unidos de América en el país, neutralizó los sectores de masas que subjetiva y materialmente habrían de jugar un rol predominante en la lucha armada, más aun cuando el invasor presionaba por la instauración de un régimen arquetipo al de Trujillo, que validara a la burguesía incapaz y deficiente con un mandato económico-político. El proceso de “entrega” del país al imperialismo se presenta como un asunto “auto necesario”, en el sentido de que había que instrumentalizar al Estado para la concentración de capitales y acumulación originaria, y propiciar la legalización de un gobierno de contrarrevolución que representara al imperialismo.
El Presidente Joaquín Balaguer inicia su primer mandado post dictadura en 1966. Las noches insomnes y de desaliento de los perseguidos por Trujillo, daban de golpe al rostro del heredero. No había un nuevo mundo que ficcional, porque la pobreza se presentaba al desnudo, destartala, en muletas, y no distinguía el hambre si se posaba en los ojos de una niña, o en los que fueron despojados de su dignidad. El analfabetismo pululante, con olor a tierra adentro, parecía ser la cueva de la eternidad.
Desde 1969 el Estado dominicano empezó a trabajar con asesoramiento del gobierno de Venezuela, y la UNESCO, en la implementación de un Plan Nacional de Alfabetización para Adultos, mayores de catorce años. Sin embargo, en las jefaturas del gobierno se encontraban elementos del sector conservador, representantes del nuevo proyecto burgués, que mantenía conflictos ideológicos y confrontaciones con grupos sociales alternativos-revolucionarios, donde predominaba la corriente marxista-leninista, el liberalismo nacional, la lucha popular y la alianza obrero-campesino, que demandaba un cambio en la forma del ejercicio de la dominación política, lo cual provocaba una acentuación de la crisis del modelo del Estado capitalista.
La segunda ola de “modernización” del país se emprendió desde 1966. Sin embargo, a partir de los 70s se producen sucesivas reelecciones presidenciales. No había contradicciones determinantes en el gobierno que quebrara su hegemonía absoluta ni que exacerbara las ambiciones de los otros que esperaban “coger el mango bajito”. “Ni privilegios, ni injusticias”, era el lema del partido del Primer Ejecutivo de la nación que, se planteó desarrollar una “nueva” relación con las clases populares y el campesinado a través de la reforma agraria, y la extensión a las mayorías del derecho a la educación. No obstante, para los sectores populares con el balaguerato (que no tenía disyuntiva moral, porque servía y se servía de la Iglesia Católica) la “transición democrática” se hacía una utopía. Vendrían los choques, y los conflictos.
La izquierda dominicana unía esfuerzos para desplazar el sistema hegemónico de dominación con los obreros, el reclutamiento de grupos estudiantiles, sectores de clases oprimidas y sectores pequeño-burgueses; era un mecanismo para construir un binomio guerra-poder o reforma-revolución. Las consecuencias de este momento político histórico se manifestaron en una estructura o lineamiento filosófico tendente, en cierta forma, a importar las matrices del revolucionarismo cubano. No obstante, aun se discute el rol de los sectores populares progresistas ligados a la izquierda, si llegaron a emprender por sí mismos la insurrección armada como una lucha explícita contra los intereses clasistas locales, el gobierno, o el imperialismo yanqui.
Las acciones de las fracciones obreras emergentes se expresaban por huelgas de apoyo a los sindicatos más importantes, al tiempo que se llevaba a cabo una política de alianza con las fuerzas de izquierda, motivando su organización casi “espontánea”, pero contrarrestada por las divisiones sucesivas que la debilitaban.
Es en medio de ese complejo malestar social, que el Estado dominicano emprende la más ambiciosa Campaña de Alfabetización de Adultos desarrollada en el siglo XX. En 1960, antes de finalizar la dictadura de Trujillo, se estimaba que en el país había un 56% de analfabetos mayor de 10 años. De 12,568 maestros en servicio en la Enseñanza Primaria (1969-1970) eran 4,264 bachilleres, 4,446 tenían hasta el octavo curso aprobado, 2,390 con títulos docentes y 468 poseían otras credenciales. [1]
Oficialmente, para este mismo período, en la Educación Media se contaba con 4,000 maestros en servicio, 441 tenían título docente universitario, 329 eran Maestros Normales de segunda enseñanza y 320 profesores universitarios. [2,913 no tenían el título requerido para enseñar en Educación Media. De estos últimos, 594 tenían otras disciplinas].
Aún permanecía vigente en la década del setenta como libro de texto de Gramática castellana, el Manual adaptado a los programas vigentes en la Enseñanza Secundaria de Pedro Henríquez Ureña y Américo Lugo, de la Editorial Losada de Buenos Aires, Argentina, en el cual se continúa con las doctrinas gramaticales de Andrés Bello. Además, el Libro Dominicano de Lectura de Livia Veloz (editado en 1963 por la Librería Dominicana) se mantenía como texto para la Enseñanza Primaria (Los volúmenes 1, 2, 3, y 4 para Segundo, Tercero, Cuarto y Quinto Curso).
La Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos (SEEBAC) estimaba en 1970 que, en el país había 800,000 mil personas mayores de 14 años que no sabían leer ni escribir. Dadas estas circunstancias, y alarmantes cifras, el gobierno envió a Venezuela, Argentina, Ecuador y Perú personal docente para formarse en las políticas a seguir, el planeamiento, y el contenido de una Cartilla pedagógica para llevar a cabo una Campaña de Alfabetización. [2]
Las informaciones oficiales divulgadas, y reseñadas por la prensa nacional, dan cuenta que la “Campaña Nacional de Alfabetización de Adultos” de la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos (SEEBAC) se inició el 1º de febrero de 1971, a través de las Escuelas Radiofónicas, por cuyas frecuencias se impartió la primera lección de la adaptación de la Cartilla “Quisqueya de Alfabetización”, denominada texto nacional de alfabetización, contentivo de 103 lecciones.
Desde el Salón de las Cariátides del Palacio Nacional se hizo la transmisión de la Lección 1, tiendo como matriz para la cadena nacional los estudios de Radio Comercial, que difundirían las lecciones en horario de 7 a 7.30 de la noche, de lunes a viernes. La meta del gobierno, de acuerdo a lo expresado en la ocasión por el Secretario de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos (SEEBAC), era alfabetizar 300,000 personas para erradicar el analfabetismo a través de ese poderoso instrumento de masas que es la radio, indicando que este era el primer país de América “que logra reunir todas sus emisoras de radio para establecer a través de ellas las Escuelas Radiofónicas”. Por la cadena radial de 90 emisoras de la Asociación Dominicana de Radiodifusoras (ADORA) se ofrecieron las clases y los cursos vigilados mediante un sistema especial de evaluación de participantes, por 19 meses. Se imprimieron para esta primera jornada 400 mil Cartillas Quisqueya. [3]
Pero no todo fue color de rosa para régimen en su Plan de Alfabetización. El horario de 7 a 7.30 de la noche, era el estelar de las telenovelas, y ese era un entreteniendo cotidiano que daba alas a la imaginación femenina; también de programas de contenido musical (perico ripiáo, merengue) que se escuchaban tierra adentro, lo cual provocó que algunas emisoras empezaron a desertar de la cadena.
El gobierno de Balaguer, afectado y corroído por el descrédito de violar los derechos humanos fundamentales, por las persecuciones políticas a opositores, por el desenfreno de las hordas del militarismo de cuartel, por sus bajos niveles de democratización de la sociedad, por la coerción y el repliegue de los contrarios a través del uso brutal de la fuerza, y obviamente por su autoritarismo como continuidad de la Era de Trujillo, procuraba establecer un hito con esta política integral de llegar a los sectores marginales (que eran la mayoría de los ciudadanos) educación, para que recibieran en siete mil aulas, además, “el contenido de la alfabetización funcional, concebida como instrumento para los proyectos de desarrollo económico y social”.
A esta Campaña de Alfabetización de Adultos se integraron (de acuerdos a publicaciones periódicas divulgadas en la prensa) legionarios de alfabetización, maestros voluntarios, miembros de las Fuerzas Armadas, servidores públicos, clubes juveniles, colegios e iglesias, que participaron por un año completo como colaboradores. En el transcurso de 1971 “se crearon 57 nuevos proyectos de alfabetización en todo el país”. La meta establecida era que cada maestro voluntario alfabetizara por lo menos dos personas, y al momento de la transmisión por la radio (de la versión del profesor-narrador de la lección) estar junto al receptor en el domicilio de éste, o en el plantel escogido con su libreta y lápiz. Balaguer se erigió, entonces, en una figura paterna del bienestar de las familias. Sin embargo, esto no borraría ser continuamente rechazado por los liberales y demócratas, por ser reproductor del absolutismo conservador.
Balaguer pretendía encajar en la Historia como el “reformador”, el que se amparaba además en la “trinidad secular”. Estaba escribiendo en el libro del tiempo el segundo capítulo de su reelección consecutiva e indefinida. Y el epígrafe para comenzar era la “educación”, alfabetizar ficticiamente (“leer” y “escribir”), no pensar, no razonar o adquirir conocimientos, o desaprender los estereotipos para que cada persona pueda dejar de ser un débil, debilitado, deprimido u oprimido sujeto instrumentalizado por el poder político, manipulado, humillado, o bien, ser prostituido clientelarmente por la desventaja de sus carencias materiales.
A veces en el aprendizaje de enseñar a “leer” y “escribir” se les confiscan a los sujetos identidades. “Leer” y “escribir” suena como un encaje, porque no sabemos si en las lecciones se encontrarán ellos mismos, como un lector real o un lector implícito. La ignorancia no es sólo no saber “leer” y “escribir”. La ignorancia es como un cadáver, es como el esqueleto donde se oculta al lector real, donde las rebeliones ideológicas no son conocidas ni son posibles. Aprender a “leer” y “escribir” trae algarabía, pero el Estado patriarcal y autoritario “enseña” un aprendizaje tatuado con todos los sesgos de género; pretende que el aprendizaje sea pasivo, y que se perpetué así. Los alumnos ideologizados por las dictaduras “constitucionales” no pueden romper los techos de cristales del sistema, porque no les dejan ni le permiten provocar la reflexión, el cuestionamiento ni entablar una discusión teórica, filosófica o abstracta. Por ello, la instrucción pública desde el Estado no transparenta nada, no se hace discurso. Se “planta” para que se acepte, porque el Estado debe ser omnisciente y omnipresente en la vida de los habitantes del pueblo.
Por eso, la instrucción pública se hace estéril, y se coleccionan estadísticas de fracasos de procesos educativos. Las campañas de alfabetización se hacen un ómnibus donde se acude en fila por la parte trasera o delantera a abordarlo “voluntariamente”; no se hacen para que los sujetos se conviertan en transgresores del sistema, ni para que posean un extenso repertorio cognoscitivo, ni para que disloquen las percepciones inducidas habituales sobre el mundo. Se cosifican las formas lingüísticas, y la subversión del lenguaje no se hace posible.
Cada campaña de alfabetización trae sus incidentes no relatados, sus fracasos y el mutismo ante los conflictos. Es parte del folclore evitar el escándalo, y no contar episodios anecdóticos que pongan al descubierto los desaciertos.
Luego de la dictadura de Trujillo se ha registrado que, históricamente, esta era la primera vez que de forma masiva se iniciaba una campaña de alfabetización de este tipo. Se dio a conocer que el grupo original de oyentes fue 110,000, y que se impartían además lecciones de conocimientos generales, agropecuarios y de educación cívica. El material de evaluación de los alumnos se remitía después al concluirse las 103 lecciones. A septiembre de 1971, de acuerdo a las estadísticas oficiales, 95,648 personas estaban alfabetizadas por las Escuelas Radiofónicas, y el total de maestros guías era de 47,183. [4]
La República Dominicana de la Era de Balaguer, por esta Campaña Nacional de Alfabetización de Adultos de la Cartilla Quisqueya, fue reconocida con una mención del premio Kroupsakai de la UNESCO en 1971. [5]
René Maheu, Director de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en la Conferencia de Ministros de Educación de América Latina y del Caribe celebrada en Caraballeda, Venezuela, en diciembre de 1971, expresó que había 40 millones de analfabetos en Latinoamérica y el Caribe, y que sólo se logró reducir el porcentaje de analfabetos en la población de la región en 33,9% en 1960, y un 23,6% en 1970. [6]
De 1966 a 1976 -según cifras oficiales publicadas por la Presidencia- se invirtieron en la construcción de 282 escuelas a nivel nacional RD$26,095.796.07 millones de pesos. [7] Ya Balaguer sumaba en su haber ocho años de gobierno, es decir, dos reelecciones, y la mitad de un tercer mandato. No se pudo reelegir en 1978. Su paraíso soñado donde viviría eternamente como un dios, se quebraría. Los adultos rebeldes que no perecieron en su dictadura “constitucional”, que estaban en vigilia constante luchando por la conquista de sus ideales, subvirtieron el “destino” del hombre llamado “muñequito de papel”, y se concelebró, finalmente, la democracia y la libertad. Fueron éstos, los llamados Doce Años de la Era de Balaguer, o de la dictadura balaguerista.
… Pasado el tiempo, y lejos ya de la década del setenta, reflexiono que, en las mal llamadas dictaduras “constitucionales” se olvida, que el mayor liderazgo que puede ejercer el Maestro, es el de ser humanista, a fin de que en las aulas se pueda pensar, y abogar abiertamente por la independencia ideológica. Ese liderazgo no se pueda ejercer desde una función pública ejecutiva comprometida con una administración gubernamental abyecta al continuismo reeleccionista. El liderazgo humanístico no es una simple iniciativa individual que se puede “crear”, otear, mediáticamente a través de los medios de comunicación y las redes virtuales. No se puede entender tampoco como una “licencia” para actuar desde el ego, o la panacea de sentirte predestinado. No se hace desde una preposición como una obra programática. No es posible ponerlo a prueba éticamente, porque no va a estar y convivir a la sombra del poder político absolutista. No se puede gestar meramente a través de acciones
administrativos. No se puede hacer como una gestión de sinergias acomodadas entre instituciones centralizadas, para distribuirse las raciones de por cientos y de ganancias económicas. Surge en los grupos de conciencia que no hipotecan sus principios y no declinan su misión de sembrar ideas.
A los humanistas nadie los “recluta”, ni ellos se dejan reclutar por frenéticos adeptos a los círculos de los gobiernos o las élites dominantes, ya que no son confiables para ellos. El sistema no acepta las controversias que puede desatar un humanista. El humanista no es solo el que escribe, sino también el que hace que el mundo no se someta a la intolerancia y a la opresión; es el que tiene, además, la posibilidad de indicar por dónde ir, qué senderos recorrer, decir qué esencias existen detrás de las necesidades de satisfacer las esperanzas de un pueblo para el cambio, y todo esto se evidencia en el archipiélago creciente de quienes creen en él.
El humanista debe hacerse escuchar; debe desnudar en las dictaduras “constitucionales”, aquel mundo distinto al de la apariencia; debe orientar sobre la vida, sobre la vida con sus complejidades y plenitud de encuentros.
[Ante lo atónito que se ha vuelto todo, no sé qué filosofía evocar o por el contrario, qué “razón” tienen quienes no temen al desequilibrio que asecha a las sociedades enceguecidas. Quizás los humanistas tendrán que volver a internarse en el claustro o colonizar bosques donde no puedan ser “conquistados”.
Los estímulos para formular otro clima distinto al extremismo suicida de un pueblo –por no actuar ante el derrumbe de sus instituciones, de flagrantes episodios de involución, y el egoísmo que trae la dura crueldad de la ignorancia-, es sólo la palabra. La palabra persistente, es la única comunicación que evoluciona y que tiene porvenir].
NOTAS
[1] El Sol, noviembre 15, 1971.
[2] El Nacional, 19 de junio, 1971.
[3] En torno a datos sobre la Cartilla Quisqueya, consultar Última Hora, 30 de septiembre 1970, y las ediciones del mismo periódico del 8, 9, 10, 11 de septiembre de 1970.
[4] El Caribe, 8 de septiembre de 1971.
[5] Ibídem, 9 de septiembre de 1971.
[6] Ibídem, 7 de diciembre de 1971.
[7] República Dominicana. Secretariado Técnico de la Presidencia de la República. 10 años de construcción. Relación de obras construidas por el Gobierno Central 1966-1976. (Jaimes Libros, S. A., Barcelona, 1978)