El género musical que todos conocemos como Bachata, tiene un pesaroso origen cargado de discriminación, silencio, vergüenza, exclusión social y persecución; pero también, fruto del poder que impone la cultura esta música trascendió y se impuso por encima de las voces y muchas veces en el propio gusto de sus detractores.
Todavía los estudios históricos, sociológicos y antropológicos no han logrado romper, de manera concluyente, el manto de oscuridad que acompaña su nacimiento a finales del siglo XIX, cuando fruto de la hibridación manifiesta en el Caribe hispano, comenzaba a dar sus primeros pasos en a algunas ciudades del país. Lo cierto es, que hoy tenemos un pedazo de nuestra cultura que resulta atractivo a los nuestros y a los extraños, y sin temor ya se puede decir que, junto al cadencioso merengue, la bachata forma parte de la cultura musical de los dominicanos.
El académico uasdiano Luis Ulloa, en “La bachata de hoy cara de moneda”, hace más de treinta años la definió, y tocó elementos constitutivos de su pasado, como antes lo hizo Arístides Incháustegui; pero él, igual que otros autores, situó su nacimiento para los días en que llegaba a su fin la dictadura de Trujillo: surgida a principios de la década de los 60—dice Ulloa—surgió la denominada Bachata, “una manera particular de expresión musical, de temática principalmente amorosa, creada por sectores del pueblo de rudimentarios conocimientos musicales y literarios y que, por su propia condición social –además de cultural—se hallaban imposibilitado de canalizar sus inquietudes a través de complejos y costosos instrumentos musicales. Se trata, por lo general, del bolero ejecutado con algunas guitarras, una maraca, un bongó y, ocasionalmente, de otros pocos instrumentos que no debían afectar la musicalización sencilla que debía caracterizar a la pieza”.
La Bachata como género, no surgió a comienzo de los años sesenta. Es muy posible que fuera a partir de la muerte de Trujillo en 1961, que eclosionara con el rasgar de las guitarras y el retocar del bongó acompasado con la marimba y otros instrumentos, atrayendo la atención de las clases medias; sin embargo, en el gusto del pueblo ya la bachata era una palpable realidad constreñida en los extractos urbanos más bajos, disfrutada sin sonrojos en los barrios más populares y en muchas ciudades y campos de la República. Una realidad que en el caso de la Capital, se expandía desde Borojol, Villa Francisca y la calle Barahona, que se presentaba sin rubor en gran parte de las avenidas Duarte y Mella en los puntos de ventas de discos de 45 rpm, escapando de los bares y los cabarets de “mala muerte” para insertarse en las barriadas en el soporte estridente de las velloneras instaladas en las pulperías y en las pocas emisoras de radio que en aquellos días se atrevían a transmitirla, como lo eran Onda Musical y La Voz del Trópico, y especialmente Radio Guarachita. Pero ella, la Bachata, ya venía desde lejos.
El cantante lirico Arístides Incháustegui, en su libro “Por amor al arte” (1995), escribió que el musicólogo don Julio Alberto Hernández, quien nació en 1900, le contó que “alguna vez pudo ver las partituras de algunas guarachas compuesta por el vegano Julio Acosta, a fines del siglo pasado, que poseían todas las características del ritmo de los bachateros. Al brindar esta información se cuestionaba don Julio si no sería que antes se prefería llamar guarachas a verdaderas bachatas, por evitar el uso de este último término, considerado de mal gusto entre la gente de la alta sociedad, estigma que se mantuvo vigente en el país todavía reciente”.
Joseito Mateo, el “rey del merengue” que ya era reconocido cantante popular en los años cuarenta del siglo XX, es un referente importante al momento de hablar de la historia de la bachata, y fue él quien le dijo al periodista Carlos Céspedes que ella era “más vieja que el merengue”, y que por esa sola razón debía de llevarse al Teatro Nacional, donde por supuesto, al momento de esa declaración, nadie se atrevía a proponerla como parte de una presentación artística.
Otro cantante contemporáneo “del diablo Mateo”, lo fue Francis Santana “El Songo”, que se hizo popular interpretando boleros, sones y merengues desde los años cuarenta, pero que a decir de él, no gustaba de la bachata. El Songo declaró al Listín Diario en el 2004 que él no cantaba bachata “porque eso era un relajo que se hacía en los patios, improvisando con una guitarra y dizque ahora es un ritmo. (…). Son cantantes los que interpretan bachata pero a mí no me gusta”.
Mientras que Inocencio Cruz, bachatero que fue muy conocido en los tiempos en que ese ritmo se abría camino en el gusto de los dominicanos, y a quien se puede considerar como uno de los padres de la bachata (si tenemos tres Padres de la Patria, por qué no tener varios padres de la bachata?), escribió un testimonio que fue publicado bajo el título de “Origen del género”, y en el que se refiere a su nacimiento: en las “décadas de los cuarenta y cincuenta la bachata pertenecía a la marginalidad,–explica Inocencio Cruz—era una música propia de los bares y centros de bailes de los barrios pobres, rechazada ampliamente por la sociedad”, pero que fue José Manuel Calderón el que la catapultó a otros espacios sociales, cuando grabó “Qué será de mi”. Él “ayudó a limpiar la bachata” y a este le siguió Rafaelito Encarnación.
Para Inocencio Cruz, los responsables del auge de la bachata en los años sesenta, los fueron: José Manuel Calderón con la grabación “Qué será de mi”, seguido de Rafaelito Encarnación con “Muero contigo”, Luis Segura con “cariñito de mi vida” y el mismo con el éxito “Amorcito de mi alma”. Al mismo tiempo se hicieron populares otros cantantes, algunos de los cuales no eran dominicanos: Paquitín Soto, Felipe Rodríguez, Odilio González (El Jibarito de Lares), Tommy Figueroa, Olimpo Cárdenas y José Manuel Glass (El Gallito de Manatí).
También la cantante Melida Rodríguez (La sufrida) y Leonardo Paniagua que se convirtió en “fenómeno musical de La Guarachita” posterior a la Guerra de Abril de 1965, con la canción “Chiquitica”, y Fabio Sanabia (El Policía), con “Obediencia” y “No me interesa”.
Pero años antes de 1961, en que estos bachateros comenzaron a darse a conocer, ya otros habían trillado el difícil camino de imponerse en el gusto de los dominicanos, en aquellos tiempos en que muchos no querían saber de la bachata. Resulta discutible la aseveración de que esa música surgió al finalizar la década de los cincuenta, entre 1960 y 1961; lo que sí sucedió en ese período fue la irrupción de ella convertida n género musical. Antes, hubo cantantes que la interpretaban, desconocidos porque no tuvieron la suerte de contar con el apoyo de un estudio de grabación, o porque no se dedicaban exclusivamente a cantarla como sucede ahora. Es justo señalar a Cuco Valoy como uno de los que primero cantaron y grabaron boleros con guitarras, bongós y maracas, tan temprano como en 1957, aunque no los identificaran con el nombre de bachatas.
Pero mucho antes que Cuco Valoy, se puede mencionar a Crucito Pérez, que se hizo popular tanto en el país como en el extranjero y que fue cantante de la Orquesta de José Dolores Cerón. En 1944 se le consideraba uno de los más populares bachateros y cantante de la “Orquesta Nacional”, y del “septeto Anacaona”, de Joseito Román, quien popularizado “en grado superlativo las guarachas “Ampárame” y “Pero qué rubia” y tuvo el privilegio de ser el primero en vocalizar el sabroso merengue “Vale Toño”. Don Paco Escribano se encargó de bautizarlo con el mote de “El Escarabajo que Canta”, pero más tarde, cuando era el cantor de la orquesta de Cerón, que dirigía Tavito Vásquez, se dio a conocer como Crucito “El Pescaito”.
En cuanto a Cuco Valoy, cuyo nombre de pila es Pupo Valoy, de donde adoptó el nombre artístico de “El Pupi de Quisqueya”; la primera vez que se presentó en un espectáculo artístico lo fue el sábado 31 de mayo de 1958, y lo hizo junto a su hermano Martin Valoy bajo el nombre del dúo “Los Ahijados”, en el teatro Arelis del Ensanche Benefactor (Ensanche Ozama), situado en la avenida Venezuela esquina Presidente Vásquez. En 1957 comenzó a darse a conocer en la televisión con su participación en el programa “Buscando Estrellas” que se transmitía por La Voz Dominicana y para 1958 ya trabajaba con Radhamés Aracena, el primero en grabar bachatas, quien lo contrató para grabar en su estudio y fue responsable de proyectarlo “a nivel nacional” como Los Ahijados.
De acuerdo a la crónica del periódico “El Caribe” en junio de 1958, la agrupación de Cuco Valoy era conocida “por sus grabaciones”, entre las que se destacaban los sones de moda al estilo de “Los Compadres”. Tiempo después las canciones “yo no tengo quien me quiera” y “En la copa de licor”. Otra canción que se hizo popular en su voz fue “El Amargado”, cantada originalmente por el “Inquieto Anacobero” Daniel Santos.
A partir de estas informaciones, tal vez sería mejor que los estudiosos del género de Bachata dividieran su formación u origen, en tres períodos: 1) el proceso de hibridación del último cuarto del siglo XIX, con la conjunción de música dominicana, cubana y puertorriqueña, fruto de la inmigración caribeña a la República Dominicana, 2) el nacimiento del género musical que ya a principios de los años veinte era señalado como tal, y 3) a partir de 1960 cuando ya se había establecido como una modalidad musical con arraigo popular que se expandió por todo el país hasta el día de hoy.
Lo cierto, y esto se debe recalcar, la bachata ha evolucionado en todos estos años, y el bolero acompañado instrumentos de cuerdas y percusión se ha ido transformando, mientras que los primeros bachateros van desapareciendo del ambiente artístico, pero todavía están presente: Cuco Valoy,, José Manuel Calderón, Luis Segura, Inocencio Cruz y Leonardo Paniagua, representantes indiscutibles que marcan una etapa importante en la historia de la bachata, ayer discriminados y excluidos, pero ahora reyes y señores, aplaudidos por todos, incluyendo muchos de los que antes la rechazaban, y como dice aquella canción que puso de moda Ramón Torres, con el nombre de “Señora Bachata”: “Yo le amo desde cuando/ le llamaban cualquiera/ cuando está en el bar/ junto a la vellonera/ Siempre estaba cantando/ a cambio de monedas/ en el gusto de todos/ Aunque sé que en la mente/ Usted fue la primera/…/”.
(Entre las fuentes utilizadas para este articulo, se encuentran: “Presentan artistas criollos en reapertura de Teatro”, El Caribe, 2 de junio de 1958; Rafael Lara Citrón, “Crucito Pérez estrenara 15 números Semana Aniversaria”, El Caribe, julio 1958; Frank Natera, “Cuco Valoy “El Brujo” no cree en la brujería”, Revistas Ahora, No. 724, 26 de septiembre de 1977).