Veinte años después de la muerte del dictador Trujillo y del nacimiento de Radio Guarachita, la bachata terminó por implantarse de manera triunfal en el gusto musical de una parte importante de los dominicanos, y lo hizo de manera frontal, convirtiéndose en un fenómeno de masa que provocó la preocupación de quienes la rechazaban. Ese rechazo se expresó a través de una disposición tomada por la rectoría de la Universidad Autónoma de Santo Domingo en 1983, con la que se prohibió que las canciones de Luisito Segura sonaran en vivo en un show artístico en el Alma Mater, motivando un encendido debate entre los que discriminaban esa música y los que la preferían sin rubor.

En la polémica, posiblemente la primera con la que se buscó explicar por los medios de comunicación social lo que estaba pasando con la música dominicana y la irrupción de la conocida “música de amargue” o “bachata”, participaron exponentes del ámbito periodístico, artístico, profesional  y político, entre ellos los sociólogo José Oviedo, Teófilo Barreiro y Luis Ulloa; los periodistas Lipe Collado, Carlos Batista Matos, Joseph Cáceres y Luis Fernández; los articulistas Rolando de Haza, Juan José Ayuso, Luis Herrera Sánchez,  y el dirigente estudiantil Francisco Javier García, además de los sindicalistas de la Asociación de Empleados Universitarios y del Comité Unitario de Empleados Universitarios, entre otros no menos importantes.

Después de 33 años de aquella polémica, algunos de los exponentes cambiaron de parecer, pero resulta un aporte a la historia de la música dominicana recoger la forma en que por aquellos años ellos juzgaban este género musical:

En los días en que más encendido se encontraba el debate, entre julio y agosto de 1983,  la bachata era proclamada como dueña y señora de la música popular, rompiendo trabas, prejuicios sociales y exclusiones culturales, trascendiendo a nivel nacional a través de las emisoras, los canales de televisión, las velloneras instaladas en los bares, cafetines y colmados, de los radios caseteros instalados en carros y guaguás, y en los puntos de ventas de discos de las avenidas Mella, Duarte y calles de las más importantes ciudades del  país.    

Los sitios de bailes, entre los que sobresalían los conocidos como  “boites”, discotecas, así como en los restaurantes de clase media y en los bares instalados a lo largo del Malecón, los parroquianos ya sin sonrojo tarareaban las canciones bachateras que estaban de moda, como lo dejó registrado la  sección “Farándula” del periódico La Noticia: “Ya la música de amargue aparece en el Hotel Sheraton, en el Hotel San Cristóbal, en De Kalaf, en los lados del Malecón, en Radio Guarachita, por doquiera se oye hoy “la música de amargue” y se oye con insistencia a “El Añoñaito”.

Un hecho resultó en detonante para que todos comenzaran a referirse a esa música de manera peyorativa o favoreciendo su difusión: a mediados de julio de 1983, el Rector Magnífico de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, doctor José Joaquín Bidó Medina tomó la cuestionada pero valiente decisión de prohibir  las presentaciones de bachateros en el campus universitario. Como dijo uno de los periodistas que participaron en la polémica, con esa medida El Añoñaito se estaba graduado en la UASD.

Eran los días en que todavía los sectores “aristocráticos”  y “de clases” insistían con el argumento de que aquella era una música de guardias, prostitutas, chulos, pobres, chiriperos, campesinos y “amargaos”, y que además de estridentes, sus letras estaban cargadas de doble sentido y tenidas como obscenas que ofendía el pudor  y la moral, por lo que se alarmaron de que  la bachata fuera recibida con júbilo en lugares donde se entendía que no debía ser presentada.

La preocupación llevó a expresar al articulista Rolando de Haza, al referirse al auge que iba teniendo la “música de amargue”: “Hoy, negros nubarrones se ciernen sobre el cielo de la patria con la producción de los difuminadores de estos desaguisados anti-melódicos y anti-rítmicos contra las buenas maneras de los bienadquirientes de una sensibilidad estimulada por bien vivir”. 

Semanas antes a la citada prohibición, el cantautor de melosa vocalización que comenzaba a popularizar su nombre del “Añoñaito” se había presentado con existo en el gran salón de acto de la Universidad conocido como Alma Mater. De acuerdo a la prensa, más de dos mil estudiantes y trabajadores de la UASD disfrutaron del popular artista, en un show organizado por la Asociación de Empleados Universitarios (ASODEMU).

El debate irrumpió desde los pasillos de la Universidad, copando gran parte de los medios informativos, pareciendo motivado por intereses que iban más allá de la música, para sugerir un marcado enfrentamiento de posiciones políticas partidarias, muy en especial las que se reflejaban en el enfrentamiento PLD y una parte de la izquierda contra el PRD. Este último manipulaba la opinión pública y universitaria para atacar al profesor Juan Bosch y hacerlo aparecer como contrario a los intereses populares.

Mientras la polémica crecía y los contendientes elaboraban y profundizaban en sus argumentaciones, la bachata seguía a su ancha con las presentaciones cotidianas de los contantes del género. Como ejemplo, la prensa traía la programación de las fiestas contratadas:

El 22 de julio la fiesta sería un amplio salón que tenía el Club Textil de Los Mina. También se anunciaba la “Semana del Amargue” con la participación de Luis Segura, Leonardo Paniagua, José Manuel Calderón, Aridia Ventura, Ramón Isidro Cabrera (El Chivo sin ley), Oscar Olmo, Olivio Acosta, Confesor González, y Antonio Gómez Salcedo. Para el día 23 estaba programada en La Romana la presentación de José Manuel Calderón, mientras que en el restaurante Ahiza del Ensanche Ozama y el Club del Banco de Reservas por igual se esperaba la presencia de Calderón para ese mismo día.

En la avenida Independencia, en “El Patio”, famoso lugar de entretenimiento ubicado en “La Feria” y en el Cine Municipal de la Avenida Duarte, las fiestas de bachatas estaban anunciadas para los días 25 y 26, como por igual sucedía con los restaurantes “Las Nubes” de la 27 de Febrero, y en el “Piano Bar De Kalaf” en Plaza Naco. También para esa fecha se anunciaba un show de bachateros en el Restaurant “El Andino” del Malecón.

Mientras la bachata se afincaba con pasos firme en el país, los dominicanos de la  ciudad de Nueva York le abrieron las puertas por la que penetró acaparando las presentaciones en los centros nocturnos bailables que estaban de moda entre los latinos:

“El Nacional” del 1 agosto trajo la nota del periodista y empresario artístico Héctor V. Chacón,  anunciando  el arribo triunfal, con el título:   “Miles bailan en Nueva York música de amargue”, destacando que se estaba convirtiendo en favorita de los dominicanos que residían en la gran urbe, en la que la sala de baile conocida como Estudio 84, ubicada en la Broadway. estaba promoviendo los “domingos del amargue” en que sonaban los discos de los más populares bachateros dominicanos, así como El Gallito de Manatí y el Jibarito de Lares. En Radio Jit, Radio  Wado y la “WBNX, La Grande”, dedicaban sus espacios para colocar las canciones más pegadas del momento.

En el sector  de Corona, llamado popularmente “Sabana Iglesia”, se hizo “frecuente escuchar música de amargue en las velloneras de restaurantes y salas de baile frecuentados por dominicanos”. También en los parques  del Alto Manhattan “donde centenares de dominicanos salían a refrescarse huyéndoles al calor de los últimos días, se oye la música del amargue en los radios, mediante casetes de varios artistas del género popular”.

Indudablemente que lo sucedido a Luis Segura en la Universidad coincidió con una agresiva promoción del género, hecha por comunicadores de los más destacados en la radio y la televisión, empresarios artísticos que descubrieron en los bachateros un producto aceptado y demandado por la población. Entre esos promotores los había periodistas, locutores y presentadores de televisión, además de casas disqueras y propietarios de emisoras de radio. Entre los más conocidos se encontraban Luis Fernández, Yaqui Núñez del Risco, Emely Tueni, Freddy Beras Goico y Radhamés Aracena, quienes “se  adelantaron a esta verdadera explosión de la “música de amargue”, de la “bachata”, de la “música de ambiente”. El auge también tuvo relación con la aparición de nuevas tecnologías para la grabación y reproducción de la música, como fueron los “cartrige” y más tarde los casetes que rápidamente  fueron sustituyendo los discos de pasta.

El periodista Joseph Cáceres, que en los años sesenta y setenta tuvo estrechos vínculos con la promoción de la música rock y era de los líderes del famoso “Club del Clan”, planteó en su columna del periódico El Nacional, del 18 de julio de 1983, que eso de presentar bachateros en la UASD se había convertido en un puro “relajo”. 

Refiriéndose  a “la polémica que se ha suscitado en la Universidad” dijo haber conversado con un dirigente estudiantil que apoyaba la medida del rector Bidó Medina “en cuanto a impedir el uso del Aula Magna para la presentación de música de bachata” pero que ese dirigente no se atrevía a expresar públicamente su posición,  debido a que “la mayoría del estudiantado de la UASD procede de los pueblos del interior del país y son amantes de esa modalidad musical: “Seria muy riesgoso para nuestra entidad estudiantil asumir una actitud de respaldo a la del rector, porque ello pudiera restarnos simpatizantes”.

Cáceres defendía el criterio de que a través de la bachata se exaltaba el sexo “con expresiones que van desde lo simplemente vulgar hasta lo asqueante”, y consideró que la UASD no debía facilitar el uso de su  “recinto para presentar espectáculos carentes de valorización estética y de contenido, como es el de los artistas interpretes de la bachata”. En cambio sugirió que la entidad educativa podía “auspiciar un encuentro de músicos, escritores, sociólogos, psicólogos, con el fin de estudiar, analizar, discutir, el fenómeno de masas que constituye la denominada canción de amargue.  Precisamente, esa es una de las funciones del centro de estudios—dijo él—De  ese modo sí que se estaría realizando una labor provechosa”.

Posición de Francisco Javier García, dirigente del FEL, sobre la bachata

Otro que participó en “la polémica” lo fue el articulista de “El Nacional”, Rolando de Haza, quien escribió  “La cultura de la indigencia (crónica de un aristócrata dolido)”, lamentando el auge que iba teniendo la bachata en las emisoras de radio, que debían ser llamadas “barbarás del aire”, y los bachateros  “una bandada de voces cantoras, desencadenante en el bachatismo amargatorio”. (Véase la edición del 31 de julio):

“A la caída del régimen de los treinta y un años, eclosiona toda una bandada de “voces cantoras”. Y a través de una emisora orientada hacia los estratos más bajos de nuestra sociedad se inicia una era prevaleciente hasta nuestros días, era, desencadenante en el bachatismo amargatorio”. Esa pléyade de cantores, de vocingleros de nueva factura tuvo como pródromo, el enriquecimiento de “caballeros de industrias” negadores de todo tipo de fineza musical por considerar que “eso” no era música del pueblo, para el pueblo. Nada más falso y alienante”.

Otro de los primeros en abordar el tema de la prohibición, que fue sugerida formalmente al Consejo Universitario, fue el periodista Luis Fernández del periódico “La Noticia”, en la sección “Farándula”, con el título de “El Añoñaito se graduó”, al decir que la “popularidad de Luis Segura, El Añoñaito, sigue hacia arriba hasta el punto de que el honorable señor rector de la UASD se refiere a él en su circular número 66 del 15 de julio pasado, para demandar de autoridades y organismos el cese de presentaciones “artísticas” que carezcan de verdadero valor”.

El principal ejecutivo de la Universidad Primada, exigió la suspensión de los shows artísticos con bachateros, pues en la institución no debían hacerse presentaciones de seudos cantantes con un  arte que excitaba las pasiones más bajas del instinto sexual:  “como es esa música de amargue”, en la que con tristeza ve envuelto a muchos jóvenes estudiantes”.

“No es nada pequeño el lío que ha armado nuestro señor Luis Segura, más conocido como “El Añoñaito”—explicó complacido el periodista Luis Fernández—luego  que se presentara en el Alma Máter de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).  Nuestro señor rector, doctor José Joaquín Bidó Medina, ha impuesto un virtual impedimento de entrada a la UASD al “Añoñaito” porque considera que éste y sus canciones son “trasnochados” y propios de “cabaretuchos”, (….), música trasnochadora llamada amargue, entre ellos un tal Añoñaito”. (…). Pero nuestro señor rector universitario decretó que no. Y en su circular ha hablado claramente, al punto que acepta cualquier responsabilidad por suspender la presentación por nueva vez del Añoñaito”, advirtiendo que llevará “el asunto al Consejo Universitario para ponerle coto definitivamente a esta inversión de valores artísticos”.

En cuanto a la posición del reconocido sociólogo Teófilo Barreiro, fallecido en enero del 2002, en sus argumentos pareció acogerse a criterios profesionales y académicos, tratando de explicar el fenómeno, y viendo la bachata como un producto, una mercancía que era parte “del patrimonio emocional y subcultural de un sector de la vida dominicana”, con un alto contenido de “sabor a pueblo”.

Barreiro defendió  el criterio de que se estaba discutiendo algo, que como parte de lo sucedido en la UASD con la presentación de Luis Segura constituía “una vergüenza que el más viejo centro de educativo del Nuevo Mundo se haya prestado a la acción de los mercaderes quienes sin tener en consideración la función educativa-formativa de esa universidad han montado el triste espectáculo de llevar al Alma Mater el mercadeo de lo popular, la burla a los valores y sentimientos de un sector marginado de la población. Es “amargo” lo acontecido en la UASD y es más amargo el enfrentamiento que se está estableciendo en el seno de la familia dominicana”.

El debate sobre el encendido tema trascendió los meses de julio y agosto, mientras la canción de amargue seguía “en su buena”,  como lo demuestra el artículo de Luis Herrera Sánchez, titulado: “Otra vez las bachatas”, aparecido en “El Nacional” del 14 de agosto, y en que se expresa complaciente con los que defendían el género musical: la bachata, siendo fruto de las inmigraciones “del campo a la ciudad”, ellos traen su “forma peculiar de hacer arte”. La difusión de ese arte tiene que ver la proliferación de centros nocturnos, terrazas y boites, y  explicó que debido a lo costoso que resultaba ir a los show artísticos,  a las  masas solo les quedaba “agarrar su guitarra y hacer su propia música con sabor a frío-frío y yanikeke”.

Apegado a la tendencia de los que respaldaban la bachata, el profesor Luis Ulloa escribió en El Nacional del 31 de junio de 1983, un artículo en el que se refería a los que se oponían a la bachata, señalándolos como hipócritas que de manera discreta la disfrutaban: “Porque ya eso de mirar a los lados para poner a Radio Guarachita, o para tararear “la última” de Luis Segura, o para poner “Pena” en la vellonera, o para ir regularmente a los “Miércoles de Amargue”, ya eso de mirar bien a los lados, repito, no tienen para qué. ¿A qué tanto prurito, si en la TV la “bachata” está de moda, y en la mismísima Universidad, y no en un pasillo sino en la muy solemne Aula Magna, más de dos mil estudiantes aplaudieron, cantaron y deliraron al son de la canción “de amargue” del  Añoñaito?”.

Una de las más salidas y responsables defensas de la posición del rector y de los que dentro de la Universidad entendían que era inapropiado ocupar el aula magna para presentar a los artistas que no reunían la calidad para merecer esa distinción, fue la presentada por el entonces dirigente estudiantil del Frente Estudiantil de Liberación (FEL) Francisco Javier García—véase –El Nacional del 27 de febrero de 1983—quien en una extensa carta enviada al periódico, publicada bajo el título “Respalda Rector Bidó Medina proscriba “Amargue” en la UASD”, dijo entre otras cosas:

“En los últimos días los medios de comunicación del país y fundamentalmente El Nacional, se han estado refiriendo a la decisión adoptada por el rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, doctor José Joaquín Bidó Medina en la que suspende un espectáculo que se llevaría a cabo en el Aula Magna en una especie de festival de la “canción de amargue”, denominada también “bachata” y que estaba auspiciado por la Asociación de Empleados Universitarios de la institución. La decisión (…) fue criticada duramente por la directiva de ASODEMU quienes alegaron que se tragaba de una actitud  “represiva” que iba en contra “de la cultura nacional”.

El líder estudiantil expresó que su apoyo a la medida lo hacía en el marco del Estatuto Orgánico de la institución, con cuyos preceptos entra en contradicción la “canción de amargue” que no contribuye a “elevar los niveles culturales de nuestra sociedad”, ni “a la formación de una conciencia colectiva”; así como tampoco tiende a “mejorar el desarrollo de la actividad de extensión cultural y científica”.

“La letra de la canción de amargue—dijo Francisco Javier—va destinada a menospreciar la dignidad de la persona humana, a la cual la han convertido en el centro de todos los tipos de ataques desmesurados. (….). La canción de amargue, además de que fomenta el individualismo, el odio y el vicio también fomenta la corrupción y el revanchismo. Ese tipo de canción pretende prostituir la relación del hombre y la mujer…”

Lipe Collado escribió sobre la bachata

“Al fomentar el individualismo la canción de “amargue” es negadora de una conciencia colectiva que tenga como finalidad defender nuestros valores culturales y espirituales. Es por eso que nuestra labor debe hacer hincapié en erradicar de nuestros valores culturales “la malsanas influencias ideológicas que tienden a escamotear o deformar la verdad”.

“La Asociación de Empleados Universitarios de la UASD (ASODEMU), o para que se entienda mejor su directiva, que para que se siga entendiendo mejor, la controla en pleno el PRD, tal como dijo el Comité Unitario de Empleados de la Universidad, “metió la pata” y por una cuestión de orden político ha querido montar un show en este caso. Sin embargo somos del criterio de que el Dr. Bidó Medina, en vez de criticarlo, debemos felicitarlo por haber asumido una postura responsable en algo tan importante como es la defensa de nuestros valores culturales”.

Como dije al comenzar esta serie de artículo, iniciado bajo el título “La bachata: origen, discriminación y  exclusión cultural”: “El género musical que todos conocemos como Bachata, tiene un pesaroso origen cargado de discriminación, silencio, vergüenza, exclusión social  y persecución; pero también, fruto del poder que impone la cultura esta música trascendió y se  impuso por encima de las voces y muchas veces en el propio gusto de sus detractores”. Esa trascendencia resultó definitiva a partir de 1983, cuando los entendidos encabezaron la referida polémica, en la que primó el respeto, aunque se expusieron las ideas encontradas. Desde entonces, y aunque se dio un segundo debate sobre la condición o no de género musical de este pegajoso ritmo, hasta el día de hoy ya nadie ha podido poner en dudas de que la bachata es la dueña y señora de la música popular  dominicana, y el Añoñaito, aunque cuesta mucho creerlo, el único cantante graduado de bachatero en una universidad dominicana.

(Entre las fuentes para el presente artículo se encuentran: Joseph Cáceres, “Arte Nacional”, El Nacional, 19 de julio 1983; Luis Herrera Sánchez; “Respalda Rector Bidó Medina proscriba “amargue” en UASD”, El Nacional, 27 de julio 1983; Rolando de Haza, “El Añoñaito: la cultura de la indigencia (crónica de una aristócrata dolido)”, El Nacional, 31 de julio 1983; Teófilo Barreiro, “Canción amargue no existe-Barreiro”, El Nacional, 31 de julio 1983; Luis Ulloa, “¡Y dale con la canción de amargue”, El Nacional, 31 de julio 1983; Luis Fernández, “Farándula”, La Noticia, julio 1983; Carlos Batista, “El Añoñaito: ¿de dónde salía este personaje?”, El Nacional, julio 1983. “Héctor V. Chacón, “Miles bailan en Nueva York música de amargue”, El Nacional, 1 de agosto 1983; “Otra vez sobre la bachata”, El Nacional, 14 de agosto 1983).