Existe actualmente un marcado interés, entre las intelectuales del movimiento feminista dominicano, en re-escribir la historia y la participación de la mujer dominicana en los procesos políticos y sociales del país. Recientemente, el Archivo General de la Nación publicó la interesante obra “Cien años de feminismo dominicano”, de Ginetta Candelario, Elizabeth Manley y April Mayes, que cubre desde 1865 hasta 1965. Una extensa fuente para el estudio de la participación social, económica y política de la mujer dominicana, imprescindible a la hora de abordar la investigación de ese sector, que ha sido tan excluido a la hora de escribir la historia.
Antes que ellas, la doctora Carmen Duran puso a circular otro libro de la referida institución archivística, “Historia e ideología: mujeres dominicanas 1880-1950”. Estoy seguro de que, aunque ya existen otros textos relacionados con la mujer dominicana, los dos me hubieran sido muy útil a la hora de iniciar la investigación que inicie en 1986, cuando la Fundación Consuelo Pepín convocó al concurso sobre la vida y obra de Ercilia Pepín, para celebrar el centenario del nacimiento de esta primerísima educadora de Santiago de los Caballeros.
Han pasado aproximadamente 30 años de aquel certamen literario, y aunque no he vuelto a publicar un nuevo libro sobre una figura estelar como lo fue la Señorita Ercilia Pepín, mi interés por los temas relacionados con la mujer dominicana se ha mantenido, lo que al parecer me empuja a la búsqueda y compilación de documentos y materiales que aparecen dispersos, mientras estoy concentrado en temas que no tienen vínculos con los abordados por Ginnetta Candelario y la profesora Duran. En el año 2005 publiqué en la revista Vetas el artículo “Mujeres y política en el siglo XIX”, y en el 2011 escribí un texto para la presentación de “Yo también acuso”, al que puse de título “Carmita Landestoy: una mujer contra la dictadura de Trujillo”. Después de esto, se me ha hecho difícil volver a escribir sobre la mujer dominicana.
Aunque entiendo que no fui convocado para hablar de esto, sino sobre el libro “Vida y obra de Ercilia Pepín”, publicado en 1987 por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, creo que es oportuno compartir con ustedes tres breves notas de los materiales que me han caído en las manos mientras realizo algunas búsquedas de materiales. Después de esto, me adentrare un en el referido libro sobre la educadora de Santiago.
Se tiene como cierto, en el caso dominicano, que muy pocas mujeres han tomado participación en acontecimientos de importancia en el devenir de la República Dominicana, y que, descontando a María Trinidad Sánchez, Concepción Bona, Juana Saltitopa, Salomé Ureña, Ercilia Pepín, y las hermanas Mirabal, son pocas las mujeres representativas las que aparecen en la bibliografía nacional.
Por ejemplo, de Juana Saltitopa, dice Rufino Martínez en su Diccionario biográfico-histórico dominicano, que la misma participó en las luchas contra los haitianos en la batalla del 30 de Marzo de 1844, estimulando a los soldados “con frases y ademanes de incitación“ y en la tregua de la lucha “fue al río más de una vez a buscar el agua necesitada, mostrando un gesto de atrevimiento que por sí valía para mantener en alto la moral de la tropa”. Posiblemente su participación fue mayor, pero la historia no recoge con claridad su participación en los acontecimientos políticos de su época, aunque se habla de que permanentemente ella iba armada de un “machetito”.
También se conoce de la reprimenda del padre de Concepción Bona contra esta, por el interés que ella puso en participar o estar presente, la noche del 27 de febrero de 1844, en la proclamación de la independencia, pero como la política era cosa de hombres, su progenitor le impidió estar presente al momento del célebre trabucazo de Mella, en la Puerta de la Misericordia. También es conocida, la participación de María Trinidad Sánchez en la Independencia nacional y su posterior fusilamiento, acusada de estar vinculada a un proyecto político que buscaba el retorno de los principales líderes de La Trinitaria, que meses antes habían sido expulsados del país.
Sin embargo, las corrientes historiográficas dominicanas han estado normadas por propuestas investigativas de exclusión, considerando que las luchas políticas no son espacios para la participación de las mujeres, al entender que su papel en la sociedad es otro, especialmente el de ser buena esposa, buena madre y tener pleno conocimiento en todo lo que tiene que ver con el hogar, incluyendo la educación de los hijos. Sin embargo, cuando se profundizan las investigaciones nos encontramos que esto es falso, y de que las mujeres, aunque en cantidades menores que los hombres, sí han estado presentes en cada uno de los procesos políticos y sociales que ha vivido la República Dominicana, desde mucho antes de la proclamación de la independencia.
En un escrito sobre la necesidad de la Instrucción Pública, aparecido sin firma en el periódico “El Eco del Pueblo”, del 14 de septiembre de 1856, el articulista se mostraba contrario a que los jóvenes se dedicaran a la poesía y reclamaba que no “se haga objeto de moda el disparatar en malas coplas, ni pierdan en tan feo vicio los jóvenes el tiempo que debieran consagrar a las profesiones útiles” y a las mujeres reclamaba su condición de tal y les recordaba su papel “asignado” en la sociedad: “En cuanto a las mujeres, todavía sería mayor nuestra severidad. Esposas que cuiden la casa y el marido, madres que críen y eduquen a sus hijos, es lo que nos hace falta, y no poetizas. En esta parte somos del parecer del solterón que decía en su proclama buscando novia: Yo quiero una mujer boca de risa, guardosa sin afán, franca con tusa; que al honesto festín vaya sin prisa, y traiga entera su virtud y gasa; no sepa si el Sultán gasta camisa, pero sí remendar las que hay en casa; la hacienda guarde; críe pollas cluecas; despunte agujas; y joroba ruecas”.
Para no dispersarme en esta breve nota, voy a citar al general José de la Gándara, uno de los capitanes generales de Santo Domingo durante la anexión, en su libro “Anexión y Guerra en Santo Domingo”, publicado en 1884.
Este importante funcionario político-militar de España, hablando de las dificultades del ejército español para triunfar sobre los restauradores, explicó a las autoridades españolas que, además de la valentía de los dominicanos y los problemas de salud que se les presentaron a sus soldados, que provocaron significativas bajas, tuvo que lidiar con “la mala voluntad de la mujer, del niño, o del que no tenía vigor para coger el fusil”. Esto parece una apreciación muy genérica, que envuelve el sentimiento nacionalista de los dominicanos, pero si profundizamos veremos que no solo era una actitud de “mala voluntad” hacia los españoles, sino que era más específico y contundente.
Veamos lo que dice la Gandara en otra parte de su importante testimonio, y observemos un detalle que debemos tomar en cuenta cuando se quiera hacer la historia de la mujer en la guerra de la Restauración:
“Mas no era esto solo, sino que hasta principió por entonces la seducción de nuestros soldados, dando lugar a la deserción de algunos y a la consiguiente aplicación de las inexorables leyes de la guerra, siendo condenados a muerte en Azua por un tribunal militar, como ganchos o seductores una mujer y dos hombres dominicanos y como desertor un español; cuya sentencia fue ejecutada en los tres últimos, y no en la primera porque en consideración a su sexo le otorgue indulto. Esta dolorosa medida tuvo lugar el día 19 de abril: era la primera ocasión en que se aplican los bandos militares desde el principio de la revolución. (…) pero la propaganda iba tomando proporciones tan alarmantes, que fue imposible llevar adelante la clemencia, porque no hay política que aconseje el suicidio”. Y continúa la Gándara:
“Veo por consiguiente con pesadumbre la indefinida prolongación de un estado de cosas cuya tirantez se hace de día en día más violenta, pudiendo ya preverse que si esto continúa así un poco más, tendré que apelar a medidas de rigor para poner coto a la desmoralización cada vez más creciente en la población, y que empieza a sentirse en el ejército, cuyas filas van siendo sutilmente invadidas del espíritu de deserción, gracias a las seducciones y los amaños a que encubiertos enemigos, principalmente las mujeres, emplean con nuestros soldados”.
El capitán general aporta el lugar, el día y el año. Las preguntas obligadas serian: quién fue esa mujer condenada a muerte por un consejo de guerra por seducir soldados españoles para hacerlos desertar. Dónde estará depositado el expediente del consejo de guerra? Qué vinculación tenía con los restauradores?. Aquí tienen, nuestras investigadoras del tema de la mujer, una importante referencia que pueden llevar al descubrimiento de una nueva o de varias heroínas nacionales, olvidadas, sabrá Dios, en qué archivo de la imperial España.
Pero para que veamos que la participación de la mujer no era un asunto coyuntural, echemos una mirada a lo que pasó diez años después de la salida de los anexionistas. Específicamente en 1874, me encontré con otra referencia, que también apunta a la participación de la mujer dominicana en la política del siglo XIX.
En el periódico “El Orden” del 23 de agosto de 1874, aparece un interesante artículo titulado “Las Chismosas”, en el que su autor, que solo firma como Pablo, reconoce y destaca desde su condición de funcionario oficialista del régimen de Ignacio María González, la participación de las mujeres en la política militante de esos días, de las que insinuaba eran seguidoras del caudillo Buenaventura Báez, a quien el articulista llama de manera despectiva con el mote de “Pan Sobao”, como al parecer lo llamaban sus opositores, y de paso plantea la existencia de un conflicto que enfrentaba los intereses del campo con los intereses de los que residían en las ciudades. Esto último puede ser de interés para muchos historiadores y podría dar pie a diversas hipótesis, pero este no es el tema que estamos tratando. Por el importante contenido del artículo para arrojar luz sobre lo que venimos diciendo, veamos lo que aparece escrito en el referido periódico:
“Las Chismosas”:
“Hay mujeres que en vez de ocuparse seriamente de la buena crianza de sus hijos y del aseo de su casa, no pierden ocasión de sembrar la zizaña haciendo circular multitud de propagandas de mala ley. ¿Qué pensar de ellas?—Si son solteras, pensamos que desahuciadas y reducidas—con gran despecho suyo—á vestir santos, buscan en el fanatismo político los medios de coger algún incauto sobao en las redes del matrimonio. Si son casadas, creeremos que algún interés tienen en salir de sus maridos, puesto que tan fácilmente los lanzan en aventuras peligrosas seguido de un lejano confinamiento o de una muerte tan segura como inútil? Y cual puede ser tamaño interés?—Por Dios! Maridos, averiguadlo y desconfiad de semejantes furias! Por Dios! Jóvenes, no os dejéis llevar de esas tiernas y encantadoras criaturas que desean hacer de vosotros el instrumento de su adorado Sobao.
“Conocemos por sus nombres y apellidos algunas de esas víboras ponzoñosas cuya lengua no destile sino hiel, odio y discordia. Conocemos sus estúpidas y sucias propagandas; y llegará el momento en que traduciremos su personalidad ante la opinión pública, y á los tribunales someteremos sus hechos. Sabemos cuáles son los campos en que se ejerce su perniciosa y disociadora influencia.
“Habitantes, cerrad vuestros oídos a las peligrosas palabras de esas partidarias; a pesar de sus chismes, creed que no somos vuestros enemigos; que nuestro corazón no abriga ni rencor ni envidia; que el pueblo necesita del campo y los campos del pueblo; que si disensiones políticas nos dividieron otras veces, ya es tiempo de olvidar. Aplastad la cabeza de esas serpientes con el calcañal de vuestro desprecio, confundid su audacia, y cuando os vengan a decir “que los del pueblo quieren quemar vuestras habitaciones, pillar vuestros conucos—las mismas que nos dicen que vosotros queréis incendiar nuestro pueblo y pillar nuestras tiendas”—contestadles que MIENTEN, que MIENTEN, que MIENTEN”. Fdo. Pablo. (El Orden, 23 de agosto de 1874, Santiago). El texto es demasiado claro y preciso, por lo que me voy a ahorrar los comentarios. Solo decir y hacer una llamada para, a la hora de investigar, no se olviden de que todavía hay muchas telas por donde cortar para escribir la historia de la mujer dominicana.
Ahora quisiera adentrarme brevemente en el hecho, que por puro azar de la vida me acercó al interés de investigar y escribir sobre la primerísima educadora de Santiago y de la Republica, la que todos conocían como Señorita Ercilia Pepín.
Hace cuarenta años, en 1978, trabajaba en la Sala Dominicana de la Biblioteca Central de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Organizando la folletería de esa Sala, que era bien abundante, cada cierto tiempo me tocaba con algunos de los opúsculos publicados en los primeros años del siglo XX y en los días de la ocupación militar americana, pasando por el gobierno del general Horacio Vásquez hasta llegar a los primeros años de la dictadura de Trujillo, escritos por Ercilia Pepín. Unos hablaban del papel de la mujer en la sociedad y sobre su condición de género; otros del papel e importancia de la Escuela, la Patria, y la Bandera, lo que me llevo a comprender que estaba frente a una mujer en ese momento desconocida por la generalidad de los dominicanos, pero al mismo tiempo excepcional.
En ese año de 1978 ya se percibía en la política centroamericana, que el Frente Sandinista de Liberación Nacional estaba a la puerta del triunfo, y como estaba vinculado al trabajo político, me desenvolvía en los comités de solidaridad que para entonces existían. Además, eso me hacía sentir muy identificado con la lucha de los nicaragüenses.
Un día, moviendo unos muebles de la referida Sala de la biblioteca, me encontré debajo de una plataforma de metal y amarrado con gangorras, como si estuviera deliberadamente escondido allí, un legajo de papeles que había sido donado a la Universidad por Gregorio Urbano Gilbert, relacionado con sus luchas contra la ocupación militar americana en Santo Domingo y sus relaciones con el “Pequeño ejército loco” de Sandino. Con ese hallazgo descubrí a Gilbert y a través de él, la condición revolucionaria y antiimperialista de Ercilia Pepín.
Como estudiante de termino que era, en la licenciatura en Historia, pasee varios días leyendo esos papeles originales y en ellos me encontré con una carta que Ercilia le había enviado a Cesar Augusto Sandino, junto a una bandera de Nicaragua bordada por sus alumnas del Colegio de Señoritas México, de la ciudad de Santiago, en el que ella era la directora.
También me encontré, junto a esos papeles, un libro que Gilbert había entregado a la Universidad para su publicación, pero que parece se extravió dentro del citado legajo, que sabe Dios desde cuantos años antes se encontraba en condición de perdido. Entregué aquel legajo a las autoridades de la Biblioteca, y con todos los documentos personales de Gilbert la Universidad hizo una exposición en una de nuestras ferias del libro, mientras que el libro fue publicado por la institución con el título de “Junto a Sandino”. En aquel libro Gilbert cuenta acerca del impacto provocado en los principales de Sandino, por la citada carta y la bandera enviada por Ercilia.
A partir de la lectura de los detalles aparecidos en el legajo, toda mi curiosidad se volcó sobre ese personaje que yo comencé a entender como olvidado en la sociedad dominicana, pues Trujillo había logrado, después de perseguirla y hacerle la vida imposible, su aislamiento en la sociedad de Santiago, debido a que ella se le tuvo como opositora a su régimen.
En 1979 ya tenía decidido escribir un texto para dar a conocer o recordar a la ‘hija benemérita de Santiago” y comencé a leer y recopilar todo lo que encontraba sobre Ercilia Pepín y mientras más encontraba y leía, más entendía que aquella mujer era un ser especial, que tenía todas las condiciones para simbolizar a la mujer dominicana, pues su prestigio, alcanzado en su labor desde Santiago, trascendió por todo el país. Y no era para menos, ya que ella era una mujer primerísima en el feminismo, la educación, escritora, poeta, nacionalista, conferencista, antiimperialista, revolucionaria y antitrujillista. Todo esto está sustentado en sus escritos, en los documentos de la época y en su historia de vida.
Un par de años después de graduado de licenciado en Historia, me acerqué al poeta Mateo Morrison, quien para entonces dirigía el suplemento cultural del desaparecido periódico “La Noticia” y le entregué un texto que había escrito como avance para irme acercando a este personaje, y que salió publicado en 1984 con el título “El pensamiento político-educativo de Ercilia Pepín”. Seguí acumulando bibliografía y fotocopiando todo lo que aparecía sobre la educadora en revistas, libros, periódicos y documentos, pues mi objetivo era escribir un libro en el que ella resaltara con todos sus aportes. Este interés coincidió, dos años después, con la convocatoria hecha por la Fundación Consuelo Pepín llamando a un concurso para conmemorar el centenario de su nacimiento.
Aquella convocatoria se convirtió en un reto, pues el texto para concursar debía entregarse en menos de seis meses, y por suerte ya yo tenía elaborada una guía de investigación, aunque no tenía experiencia escribiendo. Me concentré en el esquema que había elaborado, tratando de colocar al personaje en relación a su medio, la historia del país en el periodo que le tocó vivir, su participación en la sociedad de Santiago como educadora y su relación con el pensamiento hostosiano. Además de la admiración que ella sentía en la lucha de Sandino, y su actitud de mujer que encabezó importantes jornadas en contra de la ocupación militar americana en nuestro país y fue responsable a la hora de exaltar a varios santiagueros que luchaban en contra de Trujillo.
También me concentre en sus conferencias, publicaciones y en sus viajes fuera de Santiago, a la capital y otros países, entre ellos Francia; siempre en labores educativas y científicas. En fin, que desarrollé un ambicioso plan con el fin de que se pudiera entender la importancia de esta gran mujer para la República Dominicana.
Con las informaciones que había conseguido, que ya era bastante, pues recibí ayuda de muchos amigos entre ellos el fenecido Miguel Holguín-Veras, que también estaba interesado en la biografía de la Señorita Pepín, y él, en un gesto de desprendimiento me entregó toda su documentación. También me acerqué al hogar de Don Hostos Guaroa Pepín, quien también me facilitó el uso de algunos materiales, originales que tenía guardados en su casa. Con toda la información en las manos, y después de una exhaustiva lectura de los libros y artículos que guardaban relación en cuanto historia, economía, ocupación militar, dictadura de Trujillo, Eugenio María de Hostos, y la mujer dominicana, redacte un apresurado texto con él participé en el concurso sobre la Vida y Obra de Ercilia Pepín, título que tome para mí y que puse al libro publicado por la Universidad Autónoma de Santo Domingo en 1987.
Como la historia de la maestra Ercilia Pepín, hay otras mujeres a la espera de que puedan ser sacadas del olvido. Ojala y mis palabras puedan ayudar para ese propósito.
(Texto leído en el conversatorio “Hombres que escriben sobre mujeres”, organizado por la Academia Dominicana de la Historia. Participaron como ponentes Alejandro Paulino Ramos y Santiago Castro Ventura, el martes 29 de marzo del presente año).