En las últimas semanas, se ha generado un rifirrafe en torno a la Academia Dominicana de la Lengua. El meollo de la controversia radica en la modificación de los estatutos de la Corporación publicados en el Boletín 20 que, recortan ligeramente las competencias del Secretario, del Tesorero y modifican, además, el status de los miembros correspondientes, tal como aparecían en los estatutos del 2002 dados a la estampa en el boletín 18.
En lo que toca a las atribuciones del Secretario se añade la partícula siguiente: “con la anuencia del director” que podría interpretarse que somete al Secretario más que a la institución a los pareceres del Director. En el caso del Tesorero, se añade una o disyuntiva que deja la posibilidad de que otra persona, además, del Tesorero pueda ser firmante. Debo decir en este punto y hora, que el 99% de los contenidos de los estatutos de los boletines 18 y 20 han permanecido inalterables.
Esas ligerísimas cláusulas casi imperceptibles para muchos, no fueron secundadas en su día por quien suscribe y por otros académicos en el 2006. Después de alguna gresca, los reclamantes pusieron los pies en polvorosa. Digo esto porque hace más de una década que ni siquiera se han dado un garbeo por estos pagos. En el presente estas cuestiones han sido resaltadas por el Secretario, que es ahora el suscribiente, y por el tesorero, el poeta José Enrique García. Hemos presentado nuestros pareceres a solas, pero siempre poniendo por encima de cualquier circunstancia la supervivencia de la institución.
Jamás hemos cedido a la tentación de que estos desacuerdos impidan llevar a cabo los trabajos, que son muchos, de la Academia. En algunos casos, hemos vivido situaciones picarescas en un ámbito de arrebatacapas. No obstante, en otros, el Director ha cedido, y ha reconocido sin tapujos nuestro parecer. Por ejemplo, en la elección de dos de los tres últimos académicos de número logramos inclinar la balanza de las votaciones en una deliberación muy competitiva. Faltaría a la verdad, si digo que el Director ha impuesto su dictamen a troche y moche en todo momento como un opresor incorregible.
Por lo que respeta a los estatutos del 2002 publicados en el Boletín 18 debo decir que aun cuando en estos se me designa como “Secretario Perpetuo”, ese título me parece un anacronismo. Hoy la mayoría de las Academias, la de España y las de la América hispana han suprimido la perpetuidad, que sólo se lleva como costumbre en los partidos y en los regímenes comunistas, a los que soy, naturalmente, alérgico. En algún momento, con el aval de la membrecía, se podría examinar el enunciado que ha originado la controversia, cuando llegue el sosiego a las cabezas y cuando las personas interesadas se incorporen a la institución… Porque tal como suelen decir los abogados el diablo está en esas menudencias.
Las academias no son gobernadas por los picos de oro ni por donjuanes de la palabra capaces de hacer cambiar de opinión a una veintena de personas en una Asamblea. Manda, en general, el que tenga los apoyos, el que logre un compromiso permanente. Rosario Candelier los ha tenido sobradamente. Después de la última elección competitiva en el 2005, ha ganado siempre con una proporción casi cautiva de más de un 70% en todas las elecciones. Quizá, por esta razón, nadie osaba presentarse. Porque todo el pescado estaba vendido.
Al tema de los estatutos se han añadido otras morcillas.
Se ha insinuado que el Director y por consiguiente las personas que lo acompañan en la junta directiva podrían hallarse implicados en actos de corrupción e incluso se le ha dado pábulo a todo tipo de ocurrencias que nada tienen que ver con la verdad. Por más de diez años he sido tesorero, y he firmado los cheques de los empleados y del pago de los servicios de la academia. Trabajos para el boletín, conferencias, investigaciones lexicográficas, búsquedas bibliográficas para ilustrar los usos de las palabras, elaboración de informes para RAE y otras actividades. En muchos casos, el auditor del Estado ha requerido verificar el servicio, y se le han suministrados siempre las pruebas al canto. Hubo otra firma registrada en mi caso, además, de la del Director y era la del entonces Secretario, Ramón Emilio Reyes. Puedo dar fe y testimonio ante los requerimientos de la Justicia o del Tribunal Administrativo si se solicitara, tal como lo he hecho ante el auditor de que no hay ninguna prueba de que las personas que hemos estado al frente de la Institución, puedan ser imputadas de actos dolosos.
Hemos recibido el trabajo tesonero e invaluable de colaboradores, que figuran en la lista de miembros correspondientes nacionales. A saber, Roxanna Amaro, Roberto Guzmán y Lilianna Montenegro y Rafael Núñez Cedeño.
De todas las Academias radicadas en la Casa de las Academias, la de la lengua es la que menos dinero recibe, su dotación apenas cubre los sueldos de los empleados y los servicios académicos se solventan con sumas modestísimas. Esto la distancia enormemente de su vecina, la Academia de Medicina cuya dotación rebasa con creces en subvenciones privadas y del Estado a la de la ADL. Ni que decir tiene la dotación de la Academia Dominicana de la Historia que recibe en sólo un mes, lo que la ADL recibe en un año completo. Sin contar las aportaciones cuantiosas de dos grandes grupos económicos y las del propio Estado que de tiempo en tiempo le otorga fondos extraordinarios para sus Congresos y para sus publicaciones. Parejamente, la asignación económica de la Academia de Ciencias es 12 veces mayor que la de la ADL. De todos las Academias, ADL es la que menos recursos recibe del Estado. En vista de ello, en los numerosos actos y ceremonias de la Academia no se ofrece absolutamente nada. No hay dinero ni para bocadillos ni para alternar luego del acto con una copa de vino ni siquiera para ofrecerle agua a todo el público. Por lo mismo, nuestra asistencia a los Congresos anuales de la lengua y a las reuniones de ASALE se limita a una o dos personas. Nunca ha sido más.
En contraste con la Academia Dominicana de la Historia que tiene varios mecenas, la ADL sólo cuenta con la aportación de la Asociación Pro Academia de la Fundación Guzmán Ariza que mantiene, con el aval de la Institución, un Departamento de consulta de la Lengua Española, que ya tiene reputación continental y ha sido muy bien ponderado por la Asociación de Academia de la Lengua Española (ASALE). Se ha recibido igualmente la colaboración en todos los órdenes de la Fundación Ateneo Insular, que dirige el Dr. Bruno Rosario Candelier. En vista de ello, nos parecen rotundamente infundadas las acusaciones que se han echado al ruedo.
Por tales razones, creo que nada justifica que la reputación de un hombre se ha echada a los perros. Aun en las peores circunstancias, existe la presunción de inocencia. Si se han cometido faltas que fueren punibles desde el punto de vista jurídico, si se ha quebrantado la Constitución o las leyes, el acusado tiene derecho a no ser humillado públicamente ni ha sonrojarse cuando sus hijos se ven obligados a ver su nombre en la picota pública como si se tratase del peor de los delincuentes.
Nosotros vivimos en una sociedad fundamentalmente retórica. En estos días hemos leído toda clase de extravagancias. La mayoría olvida que la soberanía de la institución se manifiesta en la voluntad de los académicos, expresada en el voto. Que no es propiedad de la plaza pública. Se olvida, parejamente, que los propios estatutos tantas veces invocados como un mantra establecen obligaciones y derechos para todos los académicos de número. Si algún día decidimos hablar sin pelos en la lengua, llegaríamos inevitablemente a la conclusión de que hay dos tipos de académicos. Los que recurren a su derecho y lo exhiben como una gloria, sin cumplir con ninguno de los deberes; y los que tratan a trancas y barrancas de que la institución sobreviva: participando en sus actividades, presentando libros, conferencias, cursos e involucrándose en la multitud de faenas de la Corporación.
No hay academia sin vida académica. Si durante un tiempo largo, el académico no cumple con las obligaciones, y convierte sus deseos personales en un derecho, ese derecho quedaría limitado siempre por las decisiones del pleno. En vista de ello, las decisiones de la Directiva de la Academia que cuentan con el consentimiento libre, sin coacción de la mayoría de los miembros son rotundamente legales. No pueden ser desconocidas ni revocadas. Las minorías y las individualidades son respetables pero tienen que pasar por las horcas caudinas de las matemáticas. Es absolutamente imposible que en cualquier institución haya unanimidad. Estamos en un revoltijo de antipatías y de simpatías, de amistades y enemistades, y esto acaece hasta en los conventos de los carmelitas descalzos.
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Algunos de los miembros correspondientes radicados en el extranjero han tenido en la institución una participación ejemplar. Obsérvese en los boletines y en los informes del director las participaciones de Roberto Guzmán en sus indagaciones lexicográficas, en los trabajos y los libros que ha presentado en la Corporación el lingüista dominicano, Orlando Alba, catedrático de la Universidad de Utah, las intervenciones de Rafael Núñez Cedeño, las variopintas intervenciones de Jorge Urrutia, poeta y escritor español, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid ; los trabajos sobre Henríquez Ureña de Pedro Luis Barcia, Director de la Academia Argentina de las Letras. Inolvidable resultaron los ingresos como miembros correspondientes extranjeros de nuestra Corporación de Eusebio Leal Spengler, Víctor García de la Concha, Luce López Baralt, Humberto López Morales, José Luis Vega, Francisco Orellana, José María Santos Rovira, Alfredo Mattus Olivier, del especialista alemán en el español dominicano, André Klump. Al compaginar las intervenciones de estos colaboradores, dominicanos y extranjeros, puedo decir que superan sobradamente el esfuerzo de muchos académicos de número que han echado por tierra sus obligaciones.
Se ha echado andar la idea de que estamos ante una gran crisis. Que la Academia Dominicana de la Lengua se está hundiendo .Que, al parecer, nunca habíamos estado en peor circunstancia. Si examinamos los resultados de todos sus directores, desde el ilustre Monseñor Alejandro Nouel (1927-1937), Cayetano Armando Rodríguez (1937-1940), Manuel de Jesús Troncoso de la Concha (1940) Juan Tomás Mejía Soliere (1940-1961), Fabio A. Mota (1961-1975) Carlos Federico Pérez y Pérez ) (1975-1984), don Mariano Lebrón Saviñón (1984-2002). Con todas esas figuras ilustres la Academia no pasó de ser el ejercicio abnegado de buenos oradores y de vendedores de humo. Con algunos esfuerzos individuales notabilísimo como los del lexicógrafo Patín Maceo o los informes de Rodríguez Demorizi y la monumental Historia de la Cultura Dominicana de don Mariano Lebrón Saviñón.
En los últimos diecinueve años se han alcanzado conquistas que parecían inalcanzables. He de mencionar algunas:
- a) El diccionario del español dominicano (2014) Equipo dirigido por María José Rincón
- b) El diccionario fraseológico del español dominicano (2016) Bruno Rosario, Irene Pérez Guerra y Roberto Guzmán.
- c) El diccionario de símbolos, (2017(Bruno Rosario Candelier
- d) El diccionario de mística, (2017) Bruno Rosario Candelier
- e) Palabras para compartir, (2009) Rafael González Tirado
- f) Diccionario de americanismos (2010) ASALE
El lenguaje sexista, Academia Dominicana de la Lengua, 2010.
El lenguaje del buen decir, (2012) Bruno Rosario Candelier
La Ortografía de RAE (2011),
El libro de estilo de la lengua española, RAE. (2014)
El manual del buen uso del español (2012) RAE.
La Nueva Gramática de la Real Academia de la lengua, equipo dirigido por Ignacio Bosque. (2012)
- c) El diccionario de refranes y paremias del español dominicano (2018). Bruno Rosario
- d) Manual de estilo del Poder Judicial dominicano y El diccionario del español jurídico dominicano. Equipo dirigido por Fabio Guzmán Ariza.
Nada de esta labor gigantesca se ha logrado con la dotación de la Academia, sino con la colaboración con la Fundación Guzmán Ariza Pro Academia, que bajo la sombrilla de la Institución y con apoyo de la RAE y la oficina del español urgente ha montado el sistema de consulta de español que divulga ya en todo el continente y se publica en todos los periódicos dominicanos. Esto, que es un trabajo, que llevan a cabo los equipos que ya se habían formado para la preparación de los diccionarios, ha contribuido al prestigio que tiene la Academia en el seno de ASALE y en las naciones de la América hispánico e incluso en otros territorios. Se reciben notillas de agradecimiento de Estados Unidos, de China y de otros países de Europa.
Se han publicado cada uno de los boletines de la Institución, donde figuran los trabajos académicos, las recensiones de las conferencias, cursos y coloquios llevados a cabo. Por espacio de setenta y cinco años (1927-2002), la Academia publicó 16 pequeños boletines, que atestiguan de sus trabajos y de sus investigaciones y actividades. En los 19 años que corren se han publicado del Boletín 17 al 35. El Director ha publicado igualmente una docena de libros tres novelas, varios libros de ensayos, tres diccionarios en la colección de la Academia, patrocinada por FUNDEU. Todas las consultas solicitadas por la RAE a nuestra Academia han sido respondidas cabalmente, y en los Diccionarios de Panamericanismos, de Americanismos e incluso en el Diccionario de la RAE ha aparecido la mayor proporción de entradas lexicales relacionadas con el español dominicano. Nunca antes se había llevado tanta información sobre el español dominicano a estos diccionarios. En lo que toca a la literatura, cada una de las colecciones conmemorativas de la Real Academia ha sido presentada y analizada, por los académicos de número y por los correspondientes y por intelectuales invitados. En tal sentido, se hizo la presentación de la edición conmemorativa de El Quijote de Miguel de Cervantes, se le dedicaron varias jornadas Rubén Darío, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, Julio Cortázar, Gabriela Mistral, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges. Se han llevado a cabo infaltablemente los coloquios anuales correspondientes al aniversario de la Corporación el 12 de octubre. Se han respondido, oportunamente, a todas las consultas solicitadas por la RAE. Recuerdo especialmente la Nueva Gramática de la Lengua Española publicada por la RAE, el año anterior a su publicación recibimos consultas de cada uno de los capítulos de esta obra monumental, dirigida por el más importante gramático del presente, don Ignacio Bosque. El mismo procedimiento se hizo con la publicación de la Ortografía, las consultas esta vez se hicieron extensivas al correo de todos los académicos algunos respondieron; otros no. Puedo atestiguar que en los viajes que he realizado a las reuniones de académicos, la Academia Dominicana de la Lengua tiene buena imagen y figura en los primeros puestos. No ha sido obra de un solo hombre, sino de una directiva y del equipo de académicos que ha permanecido participando en todas las actividades. Debo reconocer entre estos, muy particularmente, a don Fabio Guzmán Ariza, que ha colocado su experticia jurídica para la elaboración del diccionario jurídico y sus recursos para solventar todas las publicaciones de la Academia, a través de la asociación Pro Academia; reconocer el trabajo sin tregua de María José Rincón, lexicóloga, que dirige los equipos de las consultas de lengua española, que tan buena reputación le ha dado la institución; a los académicos de número: Rafael González Tirado, Federico Henríquez Gratereaux, Manuel Matos Moquete, Tony Raful Tejada, Dennis Simó, Franklin Domínguez, León David, José Miguel Soto Jiménez, Rafael Peralta Romero, José Enrique García y Ana Margarita Hache. Hemos recibido el trabajo tesonero e invaluable de colaboradores, que figuran en la lista de miembros correspondientes nacionales. A saber, Roxanna Amaro, Roberto Guzmán y Lilianna Montenegro y Rafael Núñez Cedeño.
Si colocamos en el celemín estos 19 años de la directiva en la que se ha apoyado el director Rosario Candelier, en lexicología, en estudios de literatura, en intercambios y respuestas expeditas a las consultas solicitadas por la RAE, en cursos y coloquios, en publicaciones, tendríamos que llegar a la conclusión que en los noventa y cuatro años de existencia, estos diecinueve años han tenido el peso mayor, superan muy ampliamente los setenta y cinco años anteriores. A esas conclusiones llegaríamos si tuviéramos respeto por la verdad. En todo caso, a la luz de los datos, no han sido años perdidos. Nunca antes hemos tenido tanta proyección internacional, se han publicado puntualmente todos los boletines, todos los discursos de ingresos de los académicos de número. Nunca antes se había trabajado en todos los campos correspondientes al quehacer académico, se habían incorporado a nuestra Corporación tantos asociados internacionales y de tanta solera, se había logrado tanta presencia en los libros que describen nuestro idioma con ejemplos dominicanos. Al fin, la República Dominicana existe. De ese pasado de estrecheces y frustraciones, hay muy pocas cosas que aprender.
El esfuerzo de ADL no ha sido inferior al emprendido por Academia Dominicana de la Historia ni al que exhibe la Academia de Ciencias. Entre todos los académicos que han laborado en estos últimos tiempos se ha asentado la idea de que el español es la lengua del pueblo dominicano, que el desarrollo del poder de expresión contribuirá al desarrollo de sus capacidades intelectuales, de su identidad y de la nación. La lengua es la patria. Es una muestra de lealtad irrenunciable. Entretanto, en la Academia Dominicana de la Historia prevalece en muchos de sus miembros influyentes la idea de un Estado postnacional, las visiones globalistas. No cumple con la función de crearle un pasado al dominicano para que defiendan su continuidad histórica. Algunos ni siquiera les interesa mantener los resultados históricos de nuestra independencia con relación a Haití. La Academia de ciencias aparece ante la opinión pública capturada por los grupos que propalan la cantilena del cambio climático, y una defensa selectiva del medio ambiente, en donde los únicos villanos son las mineras internacionales, olvidándose olímpicamente de la cruzada de refugiados del país vecino que penetran en nuestro territorio, desmontan nuestros bosques para fabricar carbón.
Llevados por las emociones algunos han barruntado la renuncia del director, otros la intervención de los poderes públicos dentro de la academia: la Cámara de Cuentas, el tribunal Administrativo, el Poder Judicial con todos sus jueces, la Comisión de Ética del Gobierno. Cualquiera de estas soluciones destruiría la institución. No me parece un buen precedente que se le pase un rodillo a todos aquellos que dieron su confianza a esta Directiva. En puridad, un miembro vale un voto. Después de este vapuleo, Rosario Candelier ha tenido que vivir en un ámbito de terrorismo moral. Aun cuando el personaje tenga la piel dura, su familia que ha tenido que padecer esa salva de insultos zafios como una ventolera en toda la prensa, donde se le compara con un dictador asesino. Con un poco más de palique algunos lo llevarían sin juicio a Najayo.
En tratativas para establecer un diálogo entre ambas partes contendientes, he tenido la confirmación definitiva de que él no optará por otra reelección, de que este será su último período, y que el 12 de octubre del 2023, habrá un nuevo Director y desde luego una nueva directiva ¿Podría ser esta una buena ocasión para que haya paz entre nosotros? Para que no se arme la de Troya.
Concluyo, parafraseando un discurso de François Mitterrand: Nosotros no somos los buenos. Y ellos no son los malos. Incluso si ellos consideran que nosotros somos los malos y ellos los buenos. Nosotros debemos unirnos.
Unirnos para defender la enseñanza de la lengua española, patrimonio del pueblo dominicano. Una de las más importantes lenguas del mundo, por la cantidad de países que la tienen como lengua patrimonial, porque merced a ella, mediante el desarrollo de su poder de expresión podrá el dominicano cultivar su mayor riqueza: el talento, el arte y la ciencia.
Unirnos para defender el cultivo de la literatura. Desterrada del currículo escolar por la reforma de 1998, que eliminó la preceptiva literaria, la historia de la literatura, la filosofía, la psicología, dejando únicamente la lectura de textos literarios que, fue a su vez suprimida en el 2008. Los bachilleres de ahora no conocen El Enriquillo de Manuel de Jesús Galván, Cosas Añejas de César Nicolás Penson o los poemas de Salomé Ureña de Henríquez. No leen literatura. Las universidades ya no forman profesores de filosofía, literatura. Porque esas disciplinas han sido expulsadas del currículo.
Unirnos, como lo hicimos, el doctor Andrés L. Mateo y yo para defender la enseñanza de la lengua, cuando un Ministro, gárrulo e ignorante, propuso eliminar los libros de textos, la enseñanza formal de la lengua del 1ero al 5 grado, suplantar el complejo proceso de alfabetización con el descubrimiento milagroso de unos libros integrados, que, en 126 páginas resumirían el contenido de todas las asignaturas, acompañados de unos videos que deberían, conforme a estas ocurrencias, completar el contenidos de los libros. Esa batalla duró meses. Conocimos todas las diabluras de que son capaces los hombres, cuando están engreídos por el poder. Pero fuimos capaces de convencer a los profesores, a la ciudadanía interesada. La esperpéntica montaña de millones de libros integrados fue triturada; más de setecientos millones de pesos fueron tirados a la cuneta, y para rematar hubo que liquidar el contrato nefasto hecho con IFES de México y pagarle cinco millones de dólares. Finalmente, el Presidente Fernández, harto ya de las payasadas y despilfarros de este impresentable histrión, lo despidió con cajas destempladas. El atropello fue cancelado. Hoy necesitamos el compromiso de cada uno de los veintisiete académicos para defender el patrimonio mayor de los dominicanos que es su lengua, representación de su identidad y de su pensamiento, para que se reabran las facultades de letras, y para que el pueblo pueda conocer a sus hombres de letras, en la enseñanza formal y en los medios de comunicación. Esa no es una batalla fácil. Pero si nosotros, aves de paso, logramos unirnos para llevarla a cabo podremos pasar la antorcha a las generaciones futuras, con la sensación de haber cumplido con nuestro deber.