La primera vez que leí sobre cómo se levantan las arenas del desierto barridas por el viento, y cómo se convierten en una sinfonía literaria, ocurrió en 1976. Fue José Vasconcelos y su obra El viento de Bagdad que me enseñaron a despertar la evocación hacia el pasado, y a comprender que el viento trae consigo “hálitos de eternidad” [1] y el “soplo fugaz de los espíritus” porque, a veces, los mortales escogidos para revelar los misterios de la existencia tienen la necesidad de reconciliarse con un sueño que se hace una celda prolongada, desde donde pueden ver todo, contemplar el firmamento, y el huésped secreto que llega a sus vidas que se llama éxito.
Ese sueño, cuando pertenece y se prenda de un alma femenina, viaja por la conciencia; se acrisola, se apropia de lo que sucederá después; sobrevive a todas las expectativas que pueda traer el azar; danza como un anfitrión en cada momento en que se vencen los desafíos. No averigua porqué se escuda en un hechicero encanto. Ese sueño si se hace realidad, y deja de ser un sendero andado, una identidad de quien lo tuvo, se convierte en una autobiografía.
La Historia de la humanidad, sabemos, se hace de errores y de aciertos; todo depende no tan solo de quien la escriba, sino de quien la desenmascare. La Historia se hace frágil cuando se derriban los mythos, cuando de ser una esfera lúdica del mundo, se presenta como lo desconocido. Desde la anhelada esperanza no se hace historia, ni con las directrices de “otra” esperanza mecánica, repetida sobre fragmentos de la civilización que se desconocen, pero que se guardan en el silencio de lenguajes milenarios.
La hazaña, la heroicidad, derrumba todos los dilemas del pasado de un pueblo, y de los escondrijos que trae el tiempo, porque se construye con la férrea e imbatible voluntad, con las gratas palabras que llegan a los oídos, no con el escepticismo de los otros. Saber pensar es una regla de oro para el juego de naipes; pero también hay que saber creer en el rapto de la pasión, que dará respuestas afirmativas a la eclosión entre la apariencia y el misterio, y a las otras formas de la naturaleza, cuando se transforman en una osadía.
Así veo el mundo de Kathleen Martínez (n. Santo Domingo) como un mundo de osadías, y por qué no decirlo: como un mundo que empieza a ordenar sin alardes el pasado; un mundo de aurora y crepúsculos a orillas del Mediterráneo; un mundo que abrirá una puerta, y otras existencias; un mundo que dejará concluido un enigma o despejará las incógnitas que se levantan ante las fronteras de la des divinización, de las trampas envueltas en un velo o en la nada del ser, de una reina que continúa siendo una deidad inmortal, que creó en torno a sí una póstuma voluntad: esquivar que ni los de arriba (de los cielos) ni los de abajo (los muertos) pudieran sujetarla a la existencia humana, creando una ambigüedad en torno a su muerte, y un estatus de mítica narración sobre lo acontecido.
Arbitrar el enigmático mundo de Cleopatra, el que los arqueólogos y egiptólogos pregonan conocer, despertarla al siglo XXI desde la penumbra, desde esa cámara utilitaria en la cual la reina cerró sus ojos a los sentidos, a la posible condena de ser exhibida como un tesoro de guerra, es la gran empresa de Kathleen Martínez, ante la cual no se ha detenido. Rectificar la Historia escrita desde 1790 en Occidente, es el capítulo inédito de la Historia que el logos y Eros, pondrán sobre la mirada de Kathleen, para que haga renacer a Cleopatra.
Kathleen irradia el magnetismo necesario para hacer suyo ese legado que emergerá desde las profundidades de las arenas, porque tiene la voluntad de deshojar las páginas del libro abierto, que es el tiempo, como visión cosmogónica. Ella traerá otros eslabones a la arqueología, provocará una catarsis al mundo civilizado, resolverá el conflicto de conocer si la vida tiene sus grietas; grietas donde los que se marchan no dejan testigos, pero escogen las huellas y vestigios para excitar o entristecer a los que amaron o dijeron amar.
Las excavaciones realizadas hasta el presente por Kathleen Martínez en el templo Taposiris Magna, en Egipto, demuestran que la muerte corre como el agua, que no obstante que esperemos y vigilemos su llegada, no podemos dejarla a nuestro libre albedrío, porque hay unos puentes invisibles que aunque traen conjuros de la naturaleza, se pueden romper.
Kathleen Martínez está contribuyendo con sus investigaciones y hallazgos arqueológicos a trazar un nuevo esbozo sobre las dinastías del reino de Egipto, y sobre el virulento antagonismo de las vidas de Antonio y Cleopatra, y los colocará, quizás, en una nueva perspectiva sin los odios del pasado, sin los celos del poder, incluso sin la violencia del olvido.
Su búsqueda de la tumba de Cleopatra se hace apología y epopeya, y crea tensiones, porque Kathleen tiene en sus manos las riendas para que se le atribuya la autoridad y legitimidad como arqueóloga, y como una mujer maravillosamente tenaz que venció a los escépticos, a los que no creyeron en la perfecta armonía de su belleza física con su belleza espiritual. Aunque pueda parecer una fábula, es posible que los obstáculos que ha tenido que vencer Kathleen para ir detrás de su sueño, a un mundo de más de veinticinco siglos de antigüedad, sea la muestra de que en el libro del tiempo y del destino, a las vidas las muevan hilos imprevisibles, a los cuales no se le puede dar las espaldas. Esos son hilos pensantes, hilos que nos sujetan, hilos que nos tocan para abrir los ojos ante el azar.
Kathleen nos hace concelebrar el pasado de Cleopatra, sin un mentís de impaciencia. Una década dedicada a ir detrás de hallazgos extraordinarios, haciendo excavaciones en un templo donde ella espera el milagro anhelado, es una manera irrefutable de demostrar que a las ideas no se puede renunciar porque sí, porque los otros quieran desconcertarte o empujarte a abdicar, a que el arraigo de tu voluntad en un proyecto se quiebre porque declaren a tus ideas sólo como algo totalmente ficticio.
Kathleen Martínez está construyendo desde Egipto, un nuevo conocimiento sobre el pasado. Unos se preguntan si encontrará la tumba de la faraona, si dará respuestas a sus interrogantes, si acumulará sabiduría para que los otros mortales refractados en la metafísica o en reflexiones especulativas, comprendan que cada quien puede ser escultor de su propio destino, y que el ser humano es lo que se proyecta en el futuro.
Thomas Mann escribió: “La vida, pues,-al menos, la vida significativa- era en los tiempos antiguos la reconstrucción del mito en carne y hueso, se refería al mito y apelaba a él: tan sólo por medio de él, valiéndose de la referencia al pasado, podía la vida reconocerse a sí misma como legítima y significativa. El mito es la legitimación de la vida, tan sólo por medio de él y en él halla la vida conciencia de sí misma, sanción, consagración. Cleopatra interpretó su personaje de Afrodita hasta en la muerte… ¿y se puede acaso vivir y morir más significativa o dignamente que en la celebración del mito?”. [2]
Kathleen Martínez tiene la posibilidad ahora de verificar o no esta premisa de Mann; de penetrar en ese cuadrante que es la memoria de la grandeza de la antigua Alejandría, para palpar lo visible de lo invisible, y develar que es cierto que el signo de “el olvido del ser” -que enunciaba Nietzsche como categoría filosófica-, [3] se puede narrar desde el pensar, pero que también se nombra si una efigie habita en él.
Los confesionarios donde el misterio escoge a almas ejecutantes, y donde los duendes tutelares danzan ante los pronósticos que trae el oráculo de Delfos en primavera, celebran que la gracia otorgada se cumpla. La tumba de Cleopatra -que dirá todo, que hablará-, está a los pies de quien se asemeja a ser de manera natural una integrante de su casta sacerdotal. Esta es una parábola que re-anima a los que profetizan, a los que transmutan el pensamiento, y metamorfosean las huellas dejadas por otras.
El sueño (todo sueño, todos los sueños) es “una arqueología de la existencia humana” [4], y así es también el mythos, ilumina nuestros sueños, las vueltas que damos a lo originario, a la voz del ser, a las otras vidas o muchas vidas que nos llaman.
Cleopatra, que continúa recreándose como mito, llamó a Kathleen; la consideró colocada en la perspectiva cósmica para que haga del asombroso hallazgo de su tumba, un renovado mito. Hace casi un mes, el 18 de julio próximo pasado, le preguntamos a la Dra. Kathleen Martínez en Blue Mall luego de la proyección del documental Cleopatra´s Lost Tomb sobre sus hallazgos arqueológicos en el templo Taposiris Magna, si había “algo” especial, alguna señal, alguna voz que la llamara a ir detrás de Cleopatra. Ella sólo me contestó con una oración corta, diciéndome: “esos son secretos egipcios”.
Si Cleopatra diera a Kathleen la libertad o el permiso de hallar sus habitaciones fúnebres, la tumba nobiliaria que hizo construir luego de la batalla naval de Áctium del 2 de septiembre del 31, disimulada, quizás, en un laberinto de corredores, lejos de las sepulturas acumuladas o ciudades mortuorias, la Historia de Occidente, de Roma, daría un giro. Así, el alma inmortal o doble inmaterial de ella, le quebraría a Plutarco esa visión reduccionista que escribió de la reina egipcia de que “Su belleza no era en sí misma incomparable (…) pero su trato tenía un gancho irremediable”. [5]
Cuando Cleopatra se suicida tenía treinta y nueve años, había nacido en el año 69 antes de Cristo. Había estudiado en la rica biblioteca de Alejandría, era poliglota, hablaba el arameo la lengua de las altas dignidades, jerarquías políticas y del comercio; era la reina de las “dos tierras”, dominaba la escritura demótica; su nombre aparece en la escritura ideográfica de los egipcios, el jeroglífico, como asombroso testimonio de su poder en la piedra Rosetta, hallada en 1798 por la expedición de Napoleón, junto al de Ptolomeo, Berenice y Alejandro. [6]
Si Kathleen descubre la tumba de Cleopatra se cumpliría una vez más, como un golpe de dados, la frase dicha por el profesor francés Albert Malet a sus alumnos del curso de historia de El Oriente en la cátedra de que, Egipto “es la llave del mundo”. [7] Y así el Nilo verde o rojo, según la época del año y la fertilidad que traiga consigo, además del viento del desierto de Sahara, nos revelará las lágrimas de Cleopatra llorando sobre el cuerpo de Marco Antonio, al igual que las lágrimas de Isis (la luna) llorando sobre su esposo Osiris (el sol).
No sé si Cleopatra al comparecer ante el dios Osiris olvidó pronunciar ante él, del Libro de los muertos, como defensa ante el juicio final cuando se pesan los corazones en la balanza de la Verdad: “No sé lo que es mentir”. Si no lo hizo, de ahí se explican las trampas de su viaje a la eternidad, que su tumba desconocida aún no sea reflejo de un egocentrismo funerario, y que escogiera como arquitecto de su cámara subterránea al misterio del tiempo. Tal como ha escrito Christiane Desroches-Noblecourt, Cleopatra representa al Egipto dinástico, de la “epoques ptolémaïque et romaine: 332 av.J.-C., jusqu´a l´invasion arabe”. [8]
Esperaremos en octubre las noticias de Kathleen Martínez sobre sus hallazgos en esa civilización nacida a orillas del río sagrado del Nilo. Así como Egipto le abrió sus puertas, así esperamos que ustedes le abran sus corazones. Sé que su hazaña será fértil, que provocará una grieta y una significativa catarsis general en la cultura, que lo que se creyó simple magismo o especulación devendrá en una eficacia probatoria. Kathleen dará a la Historia nuevos pliegos de conocimientos, convertirá una aparente morada invisible que poseía secretos en sus huellas en la posteridad. El oro de las minas de Nubia del Alto Egipto, que encontrará Kathleen como discos o brazaletes de la reina Cleopatra, confirmará los mensajes espirituales que traen consigo los destinos humanos, y aquello expresado por Alfred Weber de que el ser humano “trata de trascenderse a sí mismo, de llegar a lo esencial, mediante palabras e ideas.” [9]
Una idea de Kathleen la ha convertido en arqueóloga profesional; un destino con un trasfondo de un amor trágico grabará su nombre de manera altisonante en la Historia con la luz de Osiris, que es del color del oro.
Y así Kathleen revertirá, desde el contrapunto, la Historia canónica que nos cuentan de que: “Cuando Octavio se presentó en las puertas de Alejandría, Antonio le pidió permiso para retirarse a Atenas, con el fin de vivir allí como simple particular. Cleopatra, más ambiciosa, deseaba la corona de Egipto para sus hijos. El vencedor de Áctium dejó entrever a esa reina pérfida que le daría todavía más si ella le libraba de Antonio. Acaso la que todavía a sus [pies] a César y Antonio esperó ver postrado también a Octavio, el nuevo señor del mundo; hizo pues traición a Antonio, y éste, más sensible a tal afrenta que a su derrota, se atravesó con su propia espada. Cleopatra no le sobrevivió mucho tiempo. Después de haber intentado en vano seducir a Octavio, se hizo picar, según dicen, por un áspid, y murió de sus resultas. Egipto fue reducida a provincia romana, y Octavio reinó bajo el nombre Augusto sobre todo el imperio.” [10]
NOTAS
[1] José Vasconcelos, El viento de Bagdad (Letras de México, México, 1945): 177 y 181. [Selección y prólogo de Antonio Castro Leal].
[2] Thomas Mann, Freud, Goethe, Wagner, Tolstoi (Ediciones Poseidón, Buenos Aires, 1944):43.
[3] Ludwing Schajowicz, Los Nuevos Sofistas. La subversión cultural de Nietzsche a Beckett. (Editorial Universitaria de Puerto Rico: Barcelona, 1979): 303.
[4] Ibídem, 314.
[5] El autor de Vidas Paralelas citado por Rosa Monetro en su libro Pasiones. Amores y desamores que han cambiado la Historia. 2ª Edición. (Aguilar, Madrid, 1999): 109.
[6] H. Degouy-Wurmeser, Histoire de la Civilisation. 2me. Édition (Librairie Aillaud, Paris, 1921):9.
[7] Albert Malet, El Oriente (Librería Hachette, S. A. Buenos Aires, 1940): 82.
[8] Christiane Desroches-Noblecourt. L ´Art Égyptien (Presses Universitaires de France, Paris, 1962): 28.
[9] Alfred Weber, Historia de la Cultura. 6ta. Ed. (Fondo de la Cultura Económica, México, 1960): 43. [Traducción al español de Luis Recaséns Siches].
[10] Historia Romana de El Abate Drioux (Librería de la Vda. de Ch. Bouret, París, 1900): 273-274
FOTOS
Las fotografías que ilustran este artículo proceden del internet, y de la página www.dr kathleenmartínez.com. [El presente texto corresponde a la presentación de la Dra. Kathleen Martínez realizada por Ylonka Nacidit-Perdomo en el Café Literario de la Gestora Cultural Verónica Sención, celebrado en el Hostal Nicolás de Ovando, el lunes 15 de agosto de 2016].