“Lo grande es que la mujer, esa pobre porción de la humanidad, condenada desde Eva a una pasiva dependencia intelectual y moral, rompa ese círculo en que la tradición, la historia, las preocupaciones, las leyes y hasta su misma débil constitución la han encerrado, y se lance a invadir regiones para ellas desconocidas. […] La dulce compañera del hogar, esclavizada ya por la preocupación en el mundo, debió serlo más entre nosotros por esas condiciones especiales de la localidad. ¡Cuándo iba a enseñársele nada que la hiciera superior  al hombre!  El catecismo del padre Ripalda, cantando en coro y en presencia de una vieja chocha e ignorante, la mala costura y el deletreo mecánico: he aquí a cuanto se limitada la instrucción de las infelices niñas en aquellos tiempos benditos.- Escribir!… nada de eso ¡qué sacrilegio! Poner en manos de la naciente y seductora belleza el arma terrible y alevosa -la pluma- para que pudiese cartearse con el doncel que la requiere en amores!…”. (JOSÉ JOAQUÍN PÉREZ, “Prólogo”  al poemario  Poesías de la Señorita Josefa A. Perdomo [1])

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La Imprenta San Luis Gonzaga había dado a la luz, en 1888, el libro Religión, Parte Histórica. Historia Sagrada. Antiguo Testamento. Ligeras Lecciones para el Gremio de Primeras Letras del Padre Don Francisco X. Billini. Al año siguiente el Muy Reverendo Señor Misionero Apostólico reedita su  Catecismo Cristiano. Compendiado, que era  un “Plan de Vida Cristiana y Oraciones para el acto de levantarse y acostarse”,  tercera impresión  corregida  de la obra que  publicara en 1876, cuando era el Canónico Honorable y Penitenciario en la Santa Iglesia Catedral  y Catequista,  con la aprobación de Fray  Roque Cocchia, Obispo de Orope, Delegado y Vicario Apostólico, y que la Comisión de Instrucción pública del Ayuntamiento aceptó “recomendarlo como texto en las escuelas municipales”, además para los  “primeros rudimentos en las Iglesias y en las escuelas de esta arquidiócesis”.

En el Catecismo Cristiano se enseñaban los “Artículos de la Fe”, aquellos que pertenecen a la Divinidad  de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero, y los de la Santa Humanidad que el creyente debe conocer  para el santo servicio hasta su muerte, y de los cuales no pude apartarse, porque representan el Honor de Dios, y son de provecho para el prójimo; si se cuestionaban  podría cometerse el pecado de palabra y de obra.

Los “Artículos de la Fe” de la Santa Humanidad, comprenden, en orden de su reconocimiento, y necesidad para salvarse por la fe del Infierno, y alcanzar la Gloria luego del Juicio Final, de acuerdo al Catecismo Cristiano de Billini:

“Creer que Nuestro Señor Jesucristo en cuanto hombre fue concebido por el Espíritu Santo; creer que nació de Santa María Virgen, siendo ella Virgen antes del parto, en el parto y después del parto;  creer que recibió muerte y pasión por salvar a nosotros pecadores;  creer que descendió  a los infiernos y sacó las animas de los Santos Padres que estaban esperando su santo advenimiento; creer que resucitó al tercer día de entre los muertos; creer que subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; y creer que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos; “conviene saber: a los buenos -dice el Padre- para darles gloria porque guardaron sus santos mandamientos, y a los malos pena perdurable porque no lo guardaron. Amén.”  [2]

Josefa Antonia Perdomo Bona, sobrina de Josefa A. Perdomo. Revista Letras 1918.
Josefa Antonia Perdomo Bona, sobrina de Josefa A. Perdomo. Revista Letras 1918.

No conforme con sus contribuciones a la doctrina católica, en 1893 el Padre Francisco X. Billini, Misionero Apostólico, con permiso de la Autoridad Eclesiástica, publica sus Piadosas Meditaciones para El Adviento en la Imprenta “El Eco de la Opinión”.

En las postrimerías del siglo XIX es, alrededor de la figura del Padre Billini, que una escritora mística sirve a través de su obra literaria a la fe,  y que hace, creemos -de acuerdo a los cánones teologales-  las “cosas necesarias para salvarse”: Iba a oír con devoción  Misa de Seis, no se le conoció pecado venial, procuró siempre la bendición episcopal,  era devota de la Santísima Virgen, cooperante de las obras pías de la Santa Iglesia Católica,  vivía con modestia y castidad,  socorría a los más pobres, y lloraba al lado de los desconsolados, de los que tenían hambre, y esperaban la Misericordia de Dios, como ella. Conocía la historia del pueblo cristiano, y de Cristo crucificado, y  la Santa Cruz la llevó sobre su pecho como señal de que esperaría por la Resurrección. Siendo párvula perdió a su madre y de ella el cariño que pudo disfrutar, era pródiga en conocimientos religiosos, alimentaba su alma de la soledad y de las bondades de la belleza de la naturaleza,  cumplía el ritual del retiro de los fines de semana; la soberbia, la envidia y la ira no se anidaron en su corazón, a pesar de la pérdida irreparable de familiares a causa de fusilamientos, destierros o la desaparición de parientes en lejanos países. Visitaba a los enfermos, daba de beber al sediento, y enterraba a sus muertos. Su fe al servicio de Dios la sostenía; fue una labradora de su destino, porque aprendió y cumplió los Diez Mandamientos y sus preceptos. Sus oraciones místicas, inefables, sentidas, son la muestra de que no estuvo ni anduvo en pecado; aun cuando no imploraba milagros pedía que se hiciera la voluntad de Dios; rezaba el Padre Nuestro en latín, la Magnificat, y el Credo; sabía que “In principio erat Verbum, et Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum. Hoc erat in principio apud Deum”.

Grabado de Josefa A. Perdomo. [Anónimo]
Grabado de Josefa A. Perdomo. [Anónimo]
Josefa Antonia Perdomo (1834-1896), “la triste Laura”,  es la escritora a la que nos referimos en el largo párrafo anterior, la primera mujer dominicana en publicar un poema en la prensa en 1854, que tituló “Delicias del Campo”, con el seudónimo de Laura:

“El campo  por abril verde y florido/ Vuelve sin duda al corazón la calma; / Reposa en él tranquila nuestra alma/ Y palpita sin susto el corazón.// El aliento del céfiro apacible, / Los variados matices de las flores/ Y las aves que cantan sus amores, / Producen la más grata sensación.// En el triste silencio de la noche, / Ostentando los astros  su riqueza, /Se presentan allí con más belleza/ Llenando el alma de consuelo y paz.” [3]

El libro de Perdomo se abre con una Portadilla a la derecha,  en la cual la autora incluye una dedicatoria “Al Señor Pbro. Don José María Meriño”, expresándole que: “Por consiguiente, al consentir hoy que se publique el primer volumen de mis desaliñadas poesías, he considerado como un deber mío dedicarlo al amigo que tan espontáneamente ha sabido conservar esas producciones de mi escasa inteligencia, pues cuando yo las dejaba perder, U. las recogía y las guardaba con un esmero que ellas están bien lejos de merecer, y debo confesarle que sin U. las hubiera perdido todas como perdí una gran parte de ellas.”  [4]

Portada del libro Poesías de Josefa A. Perdomo
Portada del libro Poesías de Josefa A. Perdomo

Su obra Poesías de la Señorita Josefa A. Perdomo  se editó en los talleres de la Imprenta de García Hermanos en 1885  con un Prólogo de José Joaquín Pérez, en el cual éste advertía: “En nuestro concepto, es más difícil ser poetisa que poeta.- Este tiene campo vastísimo para producir obras de mérito; tiene la impunidad con que hablar de las pasiones que lo agitan, y sobre todo del amor que es foco ardiente y fecundo de todas las inspiraciones de la vida; mientras que la poetisa sólo tiene para sus cantos las pocas enardecedoras escenas de la familia, las tibias y dulces fruiciones de la amistad y el cuadro de la naturaleza, que aunque la convida a amar y le habla en todo de amor, sólo ha de ser interpretada y pintada por ella con los más suaves y apacibles colores.”  [5]

Y, “la triste Laura” así lo creía. De ochenta y siete poemas que componen este  volumen, sólo tres son consagrados al amor carnal: “Isabel (Canción)”, “El beso de amor” y “Un sueño de un caminante”.

De los poemas que hemos agrupado como de “tono familiar”,  hay que prestarle atención a “Vicenta Perdomo (Por la muerte de José Mateo Perdomo Luna)”,  “A mi Padre (Felipe Perdomo)”; de tono bucólico son “Al Mar (dedicada a su amiga Sta. Dolores Valverde)” y “A la brisa”. De aquellas otras llenas de dolor, angustia y melancolía, de la “la triste Laura”, seleccionamos  “Noche de Insomnio” y “Desconsuelo”. De las “religiosas, místicas o confesionales” me arriesgo por leer con tranquilidad “El retiro” y “A Dios”.

La época más fructífera de producción de “la triste Laura”,  educada por su tío Manuel de Jesús Heredia, cuando empezó a publicar en  El Oasis, el  medio periodístico donde lo hacían los consagrados cantores de la ciudad del Ozama:  Félix María Delmonte (Delio, a quienes los poetas de El Oasis, reconocían como su padre literario), Alejandro Guridi, Manuel Rodríguez Objío (a quien le dedicaría el texto “Al Joven Poeta Manuel Rodríguez Objío”-Contestación-,  que aparece en sus Poesías de 1885, con modificaciones, y  Manuel de Jesús Galván, entre otros.

Monseñor José Ma. Meriño, enero de 1920. La Cuna de América
Monseñor José Ma. Meriño, enero de 1920. La Cuna de América

Sus poemas fueron incluidos en la antología  la Lira de Quisqueya, de José Castellanos, en 1874. No sabemos si Josefa A. Perdomo continúo escribiendo, luego de la publicación de su libro, y dando a conocer sus composiciones esporádicamente, ya que en la década de los 70s y de los 80s del siglo XIX,  tuvo una vida intelectual activa en la Sociedad Literaria “Amigos del País” fundada en Santo Domingo el 18 de mayo de 1871, y en la cual fue nombrada -según el resumen del Acta del 19 de Julio de 1878-, Miembro Honorario Facultativo, Sesión  en la cual, además,  “A iniciativa de Francisco Henríquez y Carvajal son designadas socias de mérito todas las señoritas y señoras dominicanas que cultivan el estudio”. [6]

No obstante, Alonso Rodríguez Demorizi en Índice Histórico de los principales textos de historia de Santo Domingo (folleto mecanografiado, al cual tuve acceso en la Biblioteca Nacional, en la década de los 90s del siglo pasado), indica en la página 273 que: “PERDOMO, Josefa Antonia-En la antología de poetas americanos “América Poética” encontramos esta corta biografía. “Nació en Santo Domingo el 13 de Junio de 1834. Murió en Sto. Dgo. May. 25, 1896. Siendo descendiente de las principales familias de la ciudad.  Encerrada en el estrecho recinto del hogar doméstico, cultivó el gusto por el estudio de la literatura, a la que tuvo desde muy niña la inclinación decidida. Sus composiciones publicadas llevaron el seudónimo de Laura”. En  esa obra aparece su composición “A mi hermano R. Perdomo”. En poder del Sr. Luis Barrera he visto  varias composiciones escritas y firmadas por esta poetisa hacia en 1860”.

Francisco Xavier Billini Hernández, 1838. Col. AGN
Francisco Xavier Billini Hernández, 1838. Col. AGN

Cierto es, la misma autora, a su hermana Laura, hija del segundo matrimonio de su padre Felipe Perdomo Luna con Carmen Santamaría, en el poema que le dedica en 1885, en ocasión de la niña cumplir los trece años le confiesa: “A tu edad, Laura querida, / Alcé llena de ilusiones/ Las primeras canciones / Que la dicha me inspiró.”  [7]

Tal vez, la década del los 60s del siglo XIX fue la más de más esplendor creativo de “la triste Laura”, y sus textos poéticos  fueron a parar a manos que no sabemos qué destino le dieron, a diferencia del Pbro. José María Meriño que coleccionó las composiciones de su fiel devota amiga y servidora, Presidenta de las “Hijas de María”, Josefa.

El Acta de Nacimiento de “la triste Laura”, Josefa Antonia Perdomo y Heredia,  consigna que:  “El día veinte y tres de junio del año mil ochocientos treinta y cuatro,  a la diez de la mañana y ante mí Martín Galicia, oficial del Estado Civil de la Común de Santo Domingo, compareció el Con. Felipe Perdomo, natural de esta ciudad, mayor de veinticinco años, oficial teniente del Regimiento 31 de esta plaza, acompañado de los Cno. Mateo Perdomo su legítimo hermano, mayor de edad y habitante propietario; y en cuya presencia declaró el compareciente, que el día doce de los corrientes le nació una niña su hija legítima y de su esposa Cna. Merced Heredia natural de esta ciudad; y a cuya niña le impusieron por nombre Josefa Antonia, de lo que tomé acta que le fue leída al declarante al declarante y a los testigos y la firmaron con migo fha arriba sitada.- M. G. Galicia.” (ACN, Libro 3 de Nac. 89 v.).

Fernando Arturo de Meriño
Fernando Arturo de Meriño

Josefa A. Perdomo, “la triste Laura” -que fuera  Presidenta de la Congregación Hijas de María, hasta 1888 cuando su “quebranto” le impedía estar presente en las reuniones y actividades de indulgencia de la Sociedad “Amigos de los Pobres” y  de la Casa de Beneficencia, que celebraban su  reuniones en la Santa Iglesia Catedral, a la cual asistía la también poeta Encarnación Echavarría de Del Monte-,  llevaba en su alma las ideas que expresara en su poema “A las hijas de María” de que: “Pues es este mundo ingrato/De amarguras un abismo/ Y solo en el cristianismo,/  Encontramos el bien.” Y además que: “A los sofismas impuros/ Con que los sabios del día/ La combaten a porfía, / Opongamos nuestra fe.” [8]

Josefa A. Perdomo  publicaba en las páginas del  periódico católico La Crónica, y continuaría su colaboración con el “Himno a la Virgen”,  el poema “A la Virgen” y “Una guirnalda a la Virgen”. María en la cosmogonía de Perdomo era la Reina del Cielo, Madre de Dios, “esa cándida azucena/Que meció la fresca brisa/ Y del cielo la sonrisa/ Recibiera con amor”,  cuya “pureza sin mancha/simboliza el blanco lirio”. [9]

En 1885 participó en una jornada  de la Prensa Asociada de Santo Domingo, a la cual dedicó su composición “27 de Febrero”, y  en la Convención de  Prensa que se celebró en Santo Domingo el doce de Julio de 1883. En otra reunión de la Prensa Asociada, en ocasión de la conmemoración de la Gesta del 16 de agosto,  presentó “A Mi Patria”. Posteriormente, a todo lo que fue la incursión de la mujer en la vida pública, Concepción Álvarez Ocampo  en El Porvenir de Puerto Plata en 1893 [10] diría en su artículo “Cultura de la Mujer” que: “Ha llegado una época brillante para la mujer, que indudablemente ocupa ya la página más bella de la historia.  Mucho se ha discutido acerca de la educación que debe darse a la mujer. Mucho se ha debatido en pro y en contra.  ¡Cuántas alabanzas, cuántas objeciones, cuántas facultades negadas, cuántos méritos realzados se han observado en miles de obras de grandes escritores, que se han constituido en defensores o depresores de la mujer!”.

Tal vez, José Joaquín Pérez  (1845-1900) fue para Josefa A. Perdomo,  uno de los “defensores o depresores”, de su obra literaria, como lo fue su padre Felipe Perdomo Luna (1806-1872), su tío paterno  Mateo Perdomo (1814-1896) y su tío materno Manuel de Jesús Heredia.

Monseñor Meriño -vestido de blanco- rodeado del Clero Nacional. 3 de mayo de 1906. Revista La Cuna de América
Monseñor Meriño -vestido de blanco- rodeado del Clero Nacional. 3 de mayo de 1906. Revista La Cuna de América

Perdomo y Heredia testó en 1895, en presencia de los testigos, “Señores  Don Alejandro Bonilla, Don Manuel Pina y Benítez, Don Valentín E. Delgado y Don Manuel Antonio Mena, testigos requeridos al efecto y libre de toda exención”.  Designado como ejecutores testamentarios “a los Señores Manuel de Jesús Delgado y Don Emiliano Tejera”.  Dijo a Don Martín Rodríguez, Licenciado en Derecho, Notario Público, que se trasladó a su morada de la calle el “Estudio” : “que no teniendo  ascendientes ni descendientes y por lo tanto herederos forzosos, dispone que sus bienes libremente, conforme a su voluntad y motivos de afecto, y ha dispuesto dictar su testamento en la forma siguiente”: “Primero: Declaro llamarme como queda dicho, Josefa Antonia Perdomo, de sesenta y un años de edad, natural de esta ciudad, hija legítima de los ya finados Don Felipe Perdomo y de Mercedes de Heredia, de religión católica, Apostólica  romana, en cuya fe y creencias he vivido y protesto seguir viviendo, y morir cuando la Divina Providencia lo determine”.

Peregrinación al Santo Cerro. La Vega. Foto Luis Mañón. 1941
Peregrinación al Santo Cerro. La Vega. Foto Luis Mañón. 1941

El testamento de Perdomo es contentivo de 18 cláusulas. En la cláusula Décima, dispone para sus queridas amigas, “las señoritas Dolores y Altagracia Valverde”, legar la cantidad de quinientos pesos mejicanos.  Ellas eran las hijas del  Gral. Pedro Valverde Lara que: “Fue  héroe y ciudadano. Puso su vida en holocausto de la libertad y la Independencia nacionales, y recibió el beso de la Gloria”, [11] y fallecería octogenario. A los Valverde la unía una historia familiar que se remontaba al siglo XVIII.  De Doña Ana Valverde (Santiago, circa 1798-Santo Domingo, 1864), Josefa Antonia había escrito dos líneas laudatorias sobre su participación como proveedora de  materiales de construcción para restaurar las murallas y los baluartes de la ciudad de Santo Domingo, en los apremios de febrero de 1844, y  posterior a la proclamación de la Independencia, de manera que se protegiera a  la villa de posibles  ataques de la  artillería del ejército haitiano. [12]

Dolores (Lola), era amiga de “la triste Laura” desde la infancia, y  le dedica el  poema “Al Mar”, porque con ella iba frente a la playa  a ver las furiosas olas, a escuchar del mar “la sonora orquesta de espléndido festín”, su “raudo movimiento”, su “eterna oscilación”, de ese “gigante incomprensible”, como diría Laura: “Mil veces  con mi padre y con mi amiga Lola/ Vagando en tus orillas.” [13]

Cuesta Hostos. Vista del campanario de la Iglesia de la Altagracia. Foto Luis Mañón. 1941. Col. AGN
Cuesta Hostos. Vista del campanario de la Iglesia de la Altagracia. Foto Luis Mañón. 1941. Col. AGN

Es el Listín Diario que trae en su edición del 26 de mayo de 1896,  la sentida nota luctuosa  de su fallecimiento: “También ha desaparecido para siempre de este valle de lágrimas la señorita doña Josefa Perdomo, virtuosa dama y distinguida y correcta poetisa. Por las bellas prendas de su carácter era generalmente estimada la señorita Perdomo, y sus versos en los cuales transparentábanse [sic] los sentimientos de su alma, a un tiempo dulces y melancólicos, fueron siempre leídos con agrado y aplausos. / Descanse en el señor la que ya no existe y reciban sus deudos todos nuestro pésame”. [14]

Eran los deudos de “la triste Laura”, estaban su prima hermana Da. Isabel Perdomo de Vicini; Señorita Dolores Julia Dujarric, hija de su primo hermano Don Pedro  Dejaros; su sobrina y ahijada, Señorita Josefa Antonia Perdomo y Bona, hija de su hermano Don Felipe Perdomo;  la señorita Isabel Delgado Pujol, hija de su buen amigo Don Manuel de Jesús Delgado; su querida tía Da. Sebastiana Perdomo de Peláez, sus  sobrinas las señoritas Ana e Isabel Vicini y Perdomo, hijas de don Andrés Vicini  y su prima Doña Isabel Perdomo de Vicini;  su prima hermana Eloísa Perdomo, su  querido sobrino y ahijado Pedro Perdomo, hijo de su prima hermana Eloísa Perdomo, y su buena hermana Sebastiana Perdomo.

Emiliano Tejera. Ejectutor Testamentario de Josefa A. Perdomo
Emiliano Tejera. Ejectutor Testamentario de Josefa A. Perdomo

Muerta Josefa A. Perdomo ninguno de sus herederos se ocupó de su obra. Su libro de Poesías no ha sido reeditado, hasta donde tenemos conocimiento. Literalmente, es como si ella no hubiese existido. “La triste Laura” lo pronosticó en uno de sus versos: “mi única esperanza está en el cielo” [15]; con razón le imploraba en su poema “A la Brisa: “Ven, por piedad, no desoigas/ A quien con ansia te espera, / Ven a ser la mensajera/ De mi más pura afección; // Y en tanto que yo recorro/ La lira con débil mano, / A extraño clima lejano/ Lleva mi triste canción.” [16]

Josefa Antonia fue sepultada en  la Catedral. No he encontrado su tumba ni su lápida en múltiples ocasiones que he ido al templo. Como su lira -según ella, reiteradamente, afirmaba-  era un “lastimoso canto”,   “versos mal logrados”, igual  pensaron [al parecer] sus herederos, y no hubo empeño por darla a conocer más allá de los elogios de sus contemporáneos (Deligne, que le dedicó  el poema “Josefa A. Perdomo” como tributo en 1896, en ocasión de su fallecimiento, en cuyos versos iniciales expresa: “Ya se integró al espíritu fecundo/ que un tiempo hiciera palpitar su lira, / ya es átomo y celaje y blando efluvio/ del perfume, la luz y la armonía”). [17]

Y, Eugenio María de Hostos que expresó: “la poetisa ha vaciado un corazón sencillo, tierno y benévolo, lira de nervios que sólo tiene tres notas; la que canta el generoso sentimiento de la amistad y los dulces afectos de la familia, la que entona los himnos a la patria, y la que expresa  los impulso religiosos.” [18]

La  obra poética de “la triste Laura” ha quedado como quiso ella: en un penoso y triste olvido. Su hermana de padre,  Mercedes Laura Perdomo Santamaría (n.1872), a quien le dedicó un poema en sus Poesías, contrajo matrimonio con el prestante caballero Juan Bautista Vicini (1871-1900). Josefa había inculcado en ellos el culto a la Advocación de la Altagracia, y el Culto Mariano. A la hija de ambos, su  sobrina  María del Carmen Vicini Perdomo (n.  el 17 de julio de 1875) le dedica un poema al cumplir los seis años, que publicó  en el periódico La Crónica del Padre Billini  (marzo 7 de 1882),  Número 145, Año VIII, y que luego recoge en su libro  Poesías.

Altar Mayor de la Catedral Primada. Foto Luis Mañón. circa 1941.
Altar Mayor de la Catedral Primada. Foto Luis Mañón. circa 1941.

Fue  Juan Bautista Vicini  el comerciante que más aportes metálicos realizó para la reconstrucción de la Iglesia de San Andrés, para ser destinada a un Asilo en 1881. Y, además, fue la Familia Vicini Perdomo que hizo posible la construcción del Santuario Arquidiocesano de la Altagracia, y donaron el Altar Mayor en 1922.

Desde el poema “Quejas del alma (A mi hermana Sebastiana)”, Josefa A. Perdomo  se llama a sí misma “la triste Laura”,  y hace énfasis en su “mortal quebranto”,  tema que reiterará en sus poemas dedicados a familiares y amigos, y en las composiciones religiosas, al igual que no  estimar su poesías (al decir de su prosa que es  “lastimoso canto”, “desacorde lira”, “ destemplada lira”, “ pobre lira”,  y “versos mal logrados”:

“Cuando la noche su negro manto/ Sobre la tierra tendiendo va, / Yo, triste y sola con mi quebranto, / De amargo llanto/ Mi blando lecho quiero anegar.//  Quiero, sin nada que me lo impida, /Tener siquiera la libertad/ De que mi alma, triste, oprimida, / La despedida/ De sus ensueños pueda llorar. //  Porque es horrible llevar la frente/ Aparentando serenidad, / Cuando en el pecho sólo se siente/ Dolor vehemente/ Que no podemos disimular.” [19]

Ella, que en el sagrado templo de la Catedral se colocaba de rodillas ante el Santísimo Sacramento, y llevaba lirios y azucenas para los días de fiesta de la Madre Virgen; ella que tuvo amistad con el Pbro. D. José María Meriño, y con el hermano de éste, Pbro. Dr. D. Fernando A. de Meriño,  a quien llamaba Noble Apóstol, y dedicó también algunas de sus versos, y le confiaba que: “Nunca en mi mente se anidó la idea/De que el mundo aplaudiera mis canciones, / y en ellas derramé mis ilusiones/Porque cantando el alma se recrea”, y a quien esperó del destierro frente al Ozama.

Ella, que fue amiga del Pbro. Don Fernando de la Rocha, a quien celebró su Primera Misa como “Joven ministro del Supremo Numen”. Ella,  que tuvo una entrañable amistad  con Su Sria. Illma. Monseñor Roque Cocchia, Arzobispo de Sirace S. S., en 1877, no hay dudas,  era una mujer de Iglesia, de la Iglesia y para la Iglesia. [Bendito sea el Señor -dirán las Hijas de María-, si se tomaran un tiempo para recordarla y conocer sus obras, pero nadie estudia sus poemas, ni siquiera sus hermanas de fe].

Al bajar a la tumba, Josefa Antonia Perdomo, al estar su cuerpo inerte, incólume, no corrompido por los pecados del mundo, vestida de mortaja en blanca seda, entrelazadas sus manos, y unidas como si fuera un descanso casual  por tres lirios frescos con el aroma que delataba que era recién cortados de algún campo cercano a la ciudad cuyas delicias conoció; al bajar a la tumba, iniciaba el viaje  al otro plano, al que no conocemos, del que queremos aportarnos con una voluntad feroz de  que el final nunca nos visitará. Sin embargo, “la triste Laura” que tuvo obediencia absoluta a lo que el amor de Jesucristo podía ofrecerle, con sus labios mustios alababa a Dios, a quien  adoraba; rezaba el Credo  sobre la “preciosísima sangre, pasión y muerte” del que se hizo Verbo, y habitó entre nosotros. Ella acababa de hacer  su último Acto de contricción.

Credo in unumun Deum Patrem Omnipotentem, Factorem coeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium; et in unum Dominum Jesum Christum, Filium Dei unigenitum. Et ex Patre natum ante omnia soecula, Deum de Deo, lumen de lumine, Deum verum de Deo vero. Genitum, non factum, consubstantialem Patri, per quem omnia facta sunt. Qui propter nos homines, et propter nostram salutem, descendit de coelis: Et in Spiritum Sanctum Dominum et vivificantem, quie ex Patre et Filioque procedit ; qui cum Patre et Filio  simul adoratur, et conglorificatur ; qui locutus est per Prophetas. Et Unam, Sanctam, Catholicam et Apostolicam Ecclesiam. Confiteor unum Baptistma in remissionem peccatorum, et exspecto resurrectionem mortuorum. Et vitam venturi soeculi. Amén.

Pasado el tiempo, y la Novena de los nueves días, la vida continuaría; las tradiciones católicas se mantendrían, la lectura canónica de los textos, la invocación a los santos de la Iglesia, a la Virgen, al Santísimo Sacramento como alimento sagrado y espiritual; se celebrarían los concilios, las asambleas, el estudio de las Sagradas Escrituras, las interpretaciones sobre la fe, así como las procesiones de los fieles instruidos y no instruidos en Semana Santa. El clero no dejaría que nada alterase las costumbres, porque son -al decir de ellos-  los iluminados por el don del Espíritu Santo, los que comunican la Palabra de Dios,  los que bendicen los matrimonios entre un hombre y una mujer, los que no permiten herejías ni que la divinidad del Salvador sea cuestionada por protestantes o calvinistas; son ellos, los Obispos -nos han enseñando milenariamente-, lo que conocen la “pureza”  de la conciencia de su rebaño, lo que ungen el aceite, y los bálsamos con olor sobre los cuerpos, los Jueves Santo de cada año.

Cuando vivía “la triste Laura”, la de “infancia dolorosa” – que huyó con recogimiento del “mundo con sus pompas y placeres”-,   las miserias de la vida eran las mismas de antaño, los tormentos del alma y los sufrimientos interiores la cruz a cargar como parte del misterio de la existencia. Pensaba que  “los placeres” -según confiara en versos que dedicara al Pbro. D. José María Meriño, y el cual canta A la Virgen– “son perjudiciales para el alma”. [¡Bendita sea ella, que no alcanzó a sentir la  “dicha”  que traen “los placeres” cuando no son del alma!, diría un “hereje”].

Quizás morir, para “la triste Laura”, era una manera de alcanzar  un sacramento de plenitud,  es decir,  el encuentro con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No sé qué nombre dar a esa manera de ratificar que “polvo eres, y en polvo te convertirás”.

En vísperas de la Pasión, Muerte y Resurrección  de Nuestro Señor Jesucristo -recordando a Josefa A. Perdomo-,  todo en la memoria de este pueblo cristiano, sigue igual que ayer, como cuando “la triste Laura”  leía sobre los Cultos en la Iglesia de Regina: “Regocijados  estamos en el Señor! Solemne quedó el día de ayer fiesta del Sagrado Corazón. Los fieles atendieron al llamamiento de Aquel que dijo, “Todo el que esté afligido venga a mí.” Desde la Aurora, hasta la puesta del Sol estuvo Jesús Sacramento manifiesto, y todo el día fue visitado por muchas personas fervorosas amantes del Sagrado Corazón. En la primera, segunda y tercera misa fue administrada la Sagrada Comunión, asistieron a la Divina Mesa Eucaristía 217 Señoras, Hombres dos… Desearíamos que todos escucháramos  las siguientes palabras: “Hijo mío, dame tu corazón.” Tal es la invitación afectuosa y llena de encarecimiento que nos hace el Señor, y que resuenan más frecuentemente en nuestros oídos en  el día del Sagrado Corazón; porque toda su ambición consiste en que recibamos las pruebas de su amor para que se lo devolvamos manifestándole el nuestro”. [20]

Y, así las cosas, como una historia de la que no fui testigo, porque no he forjado los hilos del tiempo, ni territorios espirituales adyacentes algunos al Orden Divino,  y como todo ser  humano me arrojo a la orilla de lo intemporal, y hago un arqueo sobre las horas meridianas en que debo contemplar como súbdita la creación de Dios, un Dios que sólo veo en el bosque con sus códigos, con sus leyes que se hacen querellas cuando cruzamos consternados la cumbre donde se origina  su reino, aquel Monte de Thabor, detrás del cual las guerras se hicieron santas, y los asuntos de la religión, asuntos de Occidente y de Oriente, y los asuntos de fe,  las palabras de los Profetas, y las huestes  de mercenarios, ejércitos de sangre.

Sin embargo, la sangre y los ejércitos no han podido derrotar a la fe, aunque el fanatismo y el odio se conviertan en guerrero, los peregrinos cristianos continuarán yendo hacia Jerusalén ahora y siempre, como exclamo Josefa A. Perdomo, “la triste Laura”, en su poema “La muerte del Redentor”: “Ven al templo una vez, pueblo cristiano, / La Pasión santa a contemplar del Cristo/ Y de la vida al Dueño del Soberano/ Verás sufrir como jamás se ha visto”. [21]

 

NOTAS

[1] José Joaquín Pérez. “Prólogo”  a Poesías de la Señorita Josefa A. Perdomo (Santo Domingo: Imprenta de García Hermanos, 1885): 4-5. [10 de abril de 1883].

[2] Francisco Xavier Billini. Obras II. Educativas y Religiosas. (Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 1987): 166-167.

[3] Laura [Josefa A. Perdomo]. El Oasis, número 5 (31 de diciembre, 1854): 32.

[4] Josefa  A. Perdomo.  Poesías de la Señorita Josefa A. Perdomo (Santo Domingo: Imprenta de García Hermanos, 1885): s/n.  Dedicatoria , portadilla de su libro “Al Señor Pbro. Don José María Meriño”.

[5] José Joaquín Pérez. “Prólogo”  a Poesías de la Señorita Josefa A. Perdomo, 6.

[6] Emilio Rodríguez Demorizi. Sociedades, Cofradías, Escuelas, Gremios y otras corporaciones dominicanas (Santo Domingo: Editora Educativa Dominicana, 1975):87. [Academia Dominicana de la Historia, Vol. XXXV].

[7] Josefa  A. Perdomo. Poesías de la Señorita Josefa A. Perdomo  42

[8] La Crónica. Religión, Ciencias, Artes y Literatura,  Año XV, Núm. 467 (17 de abril, 1888). Redactor y Editor Francisco X. Billini (Santo Domingo: Imprenta Religiosa San Luis Gonzaga.

[9] La Crónica.  Año XV, Núm. 488 (14 de agosto, 1888):4135.

[10]El Porvenir. Número 1053 (25 de noviembre de 1893):2.

[11] Miguel Ángel Garrido. Revista Ilustrada (abril de 1900. Núm. 23):16.

[12] Josefa  A. Perdomo.  Poesías de la Señorita Josefa A. Perdomo  [Poema “27 de Febrero. Dedicada a la Prensa Asociada. Leída en la Velada patriótica del 26 de Febrero de 1885”]: 229.

[13]  Josefa  A. Perdomo.  Poesías de la Señorita Josefa A. Perdomo, 120.

[14] Listín Diario (26 de mayo de 1896): 2.

[15] Josefa  A. Perdomo. Opus citatium,  129.

[16] Josefa  A. Perdomo. Opus citatium, 140-141.

[17] Gastón F. Deligne. Páginas Olvidadas. Colección E. Rodríguez Demorizi (Ciudad Trujillo: Editora Montalvo, 1944): 273.

[18] Emilio Rodríguez Demorizi. Hostos en Santo Domingo (Ciudad Trujillo: Imp. J. R. Vda. García Sucs., 1939):185

[19] Josefa  A. Perdomo. Opus citatium,  93.

[20] La Crónica (1885). Religión, Ciencias, Artes y Literatura,  p. 3633. Redactor y Editor Francisco X. Billini (Santo Domingo: Imprenta Religiosa San Luis Gonzaga.

[21] Josefa  A. Perdomo. Opus citatium,  184.