“La poesía es, ante todo, vivencia. La vocación poética puede ser un punto convergente o pasajero, puede expandirse en alas de un ideal o detenerse para no ser compromisaria de otras actividades del hombre. En ese orden podríamos decir que la poesía es expresión, encuentro, entrega, investigación de ciertas esencias, sentimiento y motivación. Partiendo de esto habría que señalar como Eichendorff, que “el poeta es el corazón del mundo”. La tarea del poeta consiste en hundirse cada vez más hondo en la naturaleza, a fin de volver a hallar en ella la huella y el germen del mundo sobrenatural.”
JOSÉ RAFAEL LANTIGUA [1]
¿Quién puede justificar su existencia como un acontecimiento o una epopeya literaria? ¿Quién puede hacer de su destino, de su transcurrir en el mundo, de su amor fati (propio destino) una metáfora donde su voluntad alcance todas las cumbres del éxito? ¿Quién puede hacer de las leyes de la creación un oficio placentero y estético, un ejercicio, una actitud que solo los ideales pueden mover, y adornar, con la experiencia cotidiana, con las fuerzas del espíritu que el ser trae para obedecer sólo a los sentidos? ¿Y, quién puede hacer del conocimiento un acto de lealtad con la reflexión para devolver a los demás, a la humanidad en sí, un retorno de ideas, un despertar que interroga los fundamentos del estar como representación de la excitación de los contrarios?
Solo quien hace de la vida, como José Rafael Lantigua, un arte de plenitud.
El arte es un océano, y todo aquel que se sumerge en la literatura sea hace un espíritu-artístico. Solo esto explica que, Lantigua sea la expresión de esa forma de religión que es opinar, escribir, para liberar los sortilegios que se abren cuando la palabra trae consigo los vértigos del mythos.
¿A cuántos un comentario optimista de Lantigua le ha dado felicidad, entusiasmo de proseguir creando? ¿A cuántos le reveló el camino para encontrar los elementos de los símbolos, y reconoció en ellos la totalidad del universo que construía al liberar la vitalidad de sus sueños? ¿A cuántos Lantigua le habló de sus hallazgos, de la metafísica del signo, del error involuntario al construir una oración, del canon de la literatura y de las armas de la historia para hacerse voz de su tiempo? ¿A cuántos Lantigua le hizo transformar su conciencia, sus desafíos naturales a la crítica, y con expresiones serenas que corrían como un torrente en la página sabatina le enseñó cómo reparar a la imagen, al concepto, al drama, a las contradicciones ónticas, a las percepciones empáticas, y a ir al lugar y a la fuente donde poder encontrar cómo representar su pensamiento? ¿A cuántos Lantigua albergó en su Biblioteca, y le mostró cómo se hacen los proyectos, cómo se debe aprender a valorarse a sí mismo, cómos se trasciende en el mundo sensible, cómo se guardan los manuscritos, y las reservas sobre un texto, hasta tanto haya pasado el tiempo de las confrontaciones, y cómo el silencio pertenece al ámbito de la intimidad que niega todo, menos a la soledad?
¿A cuántos Lantigua hizo transitar por escenarios distintos para que brotara en ellos una nueva dimensión de conocimientos, de socialización, de diálogo, de multidiálogos con otros creadores del mundo, para que conocieran qué es el ingenio, el talento o el genio de generaciones contemporáneas que, aunque no desdeñan lo lúdico de la vida, afirman con su obra un presente, una reflexión virtuosa, un equilibro de las negaciones y afirmaciones, y un género literario donde los pueblos recobran su ethos para mantener la conciencia de una época? ¿A cuántos Lantigua le abrió el camino para que ascendieran a las cumbres, a ese lugar al que todos aspiran a llegar, para que cumplan sus aspiraciones de reconocimientos, para que se hagan personalidades de la cultura?
Lantigua ha auspiciado, legitimado y creado una generación completa de hombres y mujeres literatos. Hay sido el padre, el mentor, el guía, que con sabiduría ha cruzado la línea de dos siglos, para transformar las querellas literarias, para galopar sobre el tiempo a un ritmo donde sin borrar la imagen de ayer, de quienes le antecedieron, ha construido una imagen única, de abanderado de la cultura. Él es un hombre helénico, de impulso, de intuición, con garras para superar todas las barreras y los vertiginosos laberintos que se presentan cuando se sabe exaltado por la gratitud y los elogios.
Por eso, la crueldad de la naturaleza, la que dicta los cambios, la que nos va trazando los cambios en el perfil del rostro se ha detenido. Es Lantigua, un hombre rejuvenecido cada dos décadas, porque su vida, su hacer, su voluntad, su arraigo en lo esencial, la fidelidad con la cual cumple su destino, lo hace liberarse de las arrugas del alma. Él no padece la vejez ordinaria, esa “expresión del yo”, del ego que no ha hecho identidad de él.
20 años de lecturas ininterrumpidas en su natal Moca, antes de 1979, unidas a sus estudios en la UNPHU; veinte años de entrega al suplemento Biblioteca (1983-2003) en la capital; y veinte años desde 1996 al presente siendo el más cosmopolita viajero itinerante, autor, creador, hacedor, editor, difusor, promotor, crítico, cronista, historiador de la literatura nacional y extranjera, ateneísta, académico, armador de ferias de libros, y Ministro de Cultura de la República, completan seis décadas felizmente vividas, vigilando, adquiriendo libros, hurgando en bibliotecas y en librerías de Oriente y de Occidente, del Sur al Norte, y del Este al Oeste del globo terráqueo, todo lo que resulte novedoso, renovador, extraordinario, único, ejemplar, imperecedero, clásico, universal, uniéndonos a todos, democráticamente, en un solo concierto de realizaciones trascendentes.
Su trascendencia como intelectual ya está reconocida, afirmada, y es permanente; además de estar vencidas todas las conjuras miméticas aparecidas como fantasmas producto de la envidia. Ya no es necesario más tiempo de ensoñación, ni plantar más árboles, quizás sí, continuar echándole agua al árbol de los amigos, de los amigos presentes, de los amigos esenciales, de los amigos que han estado a su lado sin prisa, sin premura, sin conflictual, sin ánimo de no ser gratos.
En todas las sociedades, en todos los pueblos, en todas las culturas, florecen, nacen seres que traen una existencia especial para corresponder con los dones que le entrega el orden infinito. Lantigua es uno de esos seres, y su vida ha ido en paralelo a los cauces de los ríos que desembocan caudalosamente en el horizonte que se abre a la imaginación para crear un canto común, un canto agradable a los sentidos.
¿Qué es el principio (principium) sino una envoltura de la presencia que somos? Sin embargo, lo extraño de ese principio, que nos dejaría perplejos, es que no reconociéramos nuestro destino; que nos dejáramos asaltar por el miedo, por las dudas, y que la apariencia sufriera configuraciones y distorsiones.
Necesariamente, todos tenemos el sentimiento, el deseo, el presentir, de coincidir con alguien que le de aliento a nuestros sueños después de conocer qué es el principio, el punto de origen, el punto cero de nuestras vidas. José Rafael Lantigua, el Maestro, como lo reconociera el Diario Libre, en su “Opinión” del 30 de abril, en ocasión de que su obra monumental, en siete volúmenes, Espacios y Resonancias mereciera el Premio Eduardo León Jiménes, de la Feria Internacional del Libro, ha cumplido en el siglo XX y a inicios de éste, con esa misión de la cual Rufino Martínez (1893-1975) en su libro De las letras dominicanas escribió estas frases memorables: “La historia de la literatura es inadmisible sin la depuración de la crítica. Quién no está armado de ella está imposibilitado de acertar con la finalidad de ese género de producción”.
Martínez también dice -como si leyera los labios de la pitonisa del Oráculo de Delfos– que: “Un país con opinión en formas de juicio ponderativo acerca de la literatura, es una honra ya perdida entre nosotros por falta de quien la sostenga. […] La literatura tiene su ambiente, el cual comienza con la disposición del público a recibirla primero. […] Nuestro público no cree abierta y sinceramente en la literatura; no parece haber alcanzado el punto de sentirla y reclamarla como una necesidad de su espíritu. Tan desfavorable condición obliga al literato a buscar en sí el estímulo y la cooperación no recibidos del medio”. [2]
Y, al referirse a “El tema del valor de la literatura y su relación con la vida social”, y a la “la función social de las letras, antepuestas en el servicio de la vida al de la idealidad del arte”, [añade Martínez]: “Más, en ese servirle a la vida, el literato renuncia a su beneficio personal, para darse por entero a los demás […]”. [3]
José Rafael Lantigua (Moca, 1949), desde su primera juventud, ha cumplido de manera coherente, y con compromiso social, ese apostolado de servirle a la vida, y, por ende, de servirle a los literatos, y de hacer de la literatura y de la crítica un juicio ponderativo, además de honrar al país. Ahora Lantigua inició otro camino, después de cumplir los anteriores: Ya está consagrado.
Sin embargo, las promesas literarias que él advirtió, descubrió y alentó, desde su suplemento Biblioteca, nos hemos negado a envejecer. Hemos copiado de él su vitalidad, sus estímulos, y cada veinte años también rejuvenecemos junto a él. ¡Dios lo ha querido así!
El péndulo del tiempo, del ahora y del después, sólo oscila con pasión, con el eterno retorno de los segundos. Nos trae memorias, credos de existencias, historias en catarsis, realidades hechas logros, permanencia activa, satisfacciones permanentes, argumentos con valor cuando se asume que la vida “es como es”, porque aunque pretendamos legislar sobre nosotros, y el destino a asumir, hay un punto donde convergen los territorios afectivos, y lo cierto que es la espera cuando no se posponen las lealtades, y el agradecimiento se hace un sustrato inalienable.
Estoy agradecida de Lantigua, y de aquellas frases que escribiera sobre mi primer libro Contacto de una mirada (1989), cuando expresó que en el poemario: “Está presente además el discurso de firme solidez de una mujer con lenguaje de mujer, con sueños de mujer, con ternura de mujer, hablando desde sus cuestionamientos vitales, desde sus ansias existenciales, desde su íntima realidad humana (…) Ella es el testimonio de un alma íntegra de poeta y de mujer que sabe definir las certezas de su vitalidad cuestionadora (…)” . [4]
Dando fe, de todo lo anteriormente escrito, espero -al igual que él-, no haber envejecido décadas después, para que hagamos nuestro su poema “Voz biográfica”: “Una voz/ otra voz/ siempre voz fulgente que/ como un relámpago volatiliza la noche/ palabra en la voz/ que tienta el azul tintero de los requiebros”. [5]
NOTAS
[1] José Rafael Lantigua en “Proemio”. Domingo Morenos Jiménes. Apóstol de la poesía (Santo Domingo: Editora Taller, 1984): 13.
[2] Rufino Martínez. De las letras dominicanas (Santo Domingo: Editora Taller, 1996): 126-127.
[3] Ibídem, 156.
[4] José Rafael Lantigua. Espacios y Resonancias. Glosas Literarias. Volumen II (Santo Domingo: Amigo del Hogar 2015): 190-191
[5] ________________. Cuadernos de sombras (Santo Domingo: Amigo del Hogar, 2015): 40.