SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Estrictamente corpóreo es el título del libro de ensayos, publicado por el Banco Central la pasada semana, de la autoría del escritor Jochy Herrera, médico cardiólogo, y en el debate que se produjo en la puesta en circulación en la Universidad APEC, el poeta e intelectual José Mármol dijo que se trata de una invitación al debate en libertad, recuperado por Herrera con su publicación. Dice que se trata de “una danza del pensamiento con absoluta libertad, a una conjugación de lo científico, lo cotidiano y lo poético en una expresión que le confiere un excelso dominio de la palabra”.

En el panel de la puesta en circulación participaron la doctora Mariana Moreno García, de Santiago, José Mármol, y José Alcántara Almánzar.

La siguiente fue la exposición de José Mármol:

El renacimiento que vendrá. A propósito de Estrictamente corpóreo, de Jochy Herrera

José Mármol

1.

Hablar de un renacer como algo que vendrá podría resultar paradójico al pensamiento lineal, demasiado lógico y formal. Sin embargo, al poeta peruano y universal César Vallejo (1892-1938) le pudo parecer ordinario, en su personal proceso de transformación del lenguaje poético modernista en Hispanoamérica, escribir un verso como: “El traje que vestí mañana/ no lo ha lavado mi lavandera:/ lo lavaba en sus venas otilinas,/ en el chorro de su corazón, y hoy no he/ de preguntarme si yo dejaba/ el traje turbio de injusticia” (Trilce, 1922). Se trata de su “mi aquella lavandera del alma”.

José Mármol, uno de los que integró el panel de la puesta en circulación del libro Estrictamente corpóreo

O bien diseñar con antelación, predecir como buen vate que vaticina, aunque no acertara, porque poco interesan a la poesía los aciertos, el día de la semana e incluso las condiciones del clima en torno a su propia muerte, acontecida allí, donde la predijo, un Viernes Santo, 15 de abril de 1938. En el soneto “Piedra negra sobre una piedra blanca”, el poeta escribe: “Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo./ Me moriré en París -y no me corro-/ tal vez un jueves, como es hoy, de otoño” (Poemas humanos, 1939). Jueves sería el día en que “los húmeros me he puesto”, y ese día y esos huesos serían, a su vez, testigos de “la soledad, la lluvia, los caminos”.

Vallejo podría ser el poeta más anatómico, más corporal, si se quiere, de la poesía en lengua hispana, porque en sus textos aparecen con frecuencia menciones a huesos y órganos, como un recurso para hacer más dolorosa aún la humana travesía por las sendas de su propia, triste y a veces quejumbrosa alma. He aquí, pues, dos paradigmas de neurálgica importancia en la prosa ensayística de Jochy Herrera. Se trata de la relación cuerpo-alma, otras veces presentada como relación cuerpo-espíritu, corazón-cerebro, máquina-pasión, sustancia-instinto. Pero, si bien es cierto esto que arguyo y que acerca al poeta Vallejo y al prosista Herrera, algo difícil o quizás imposible de encontrar de forma explícita en la obra misma del segundo, lo que más me interesa destacar ahora es el sentido premonitorio, el hálito de esperanza en un humanismo hoy en bancarrota, la recuperación de una visión del ser humano, del pensamiento, de las ciencias, de los adelantos tecnológicos, de las artes y de la historia que procura hacer renacer en la modernidad tardía o hipermodernidad en que vivimos, el Renacimiento mismo de la Europa Occidental de los siglos XV y XVI, con el cual quedan sepultados pivotes importantes del dogmatismo y oscurantismo medievales, para dar lugar a un florecimiento, empezado, precisamente en la ciudad italiana de Florencia, en las ciencias naturales y humanas, la literatura, la música, las artes y el saber en general. Ello dio pie al origen de la Edad Moderna. Caída, pues, en picado, del teocentrismo y puesta en valor, nuevamente, del antropocentrismo que, desde la acepción pitagórica del hombre como medida de todas las cosas, significó el denominado tránsito, empujado luego por Sócrates, de physis a polis; o bien, de la naturaleza al logos.

La obra ensayística de Jochy Herrera, médico, pensador y esteta, como los buenos renacentistas, quien, con el espíritu prolífico de un Vincent Van Gogh, también en apenas una década ha publicado libros muy singulares como Extrasístoles (y otros accidentes), en 2009; Seducir los sentidos, en 2010; Cuerpo (Accidente y Geografía), en 2012; La flama magna, en 2014, y De fugas y visiones. Textos atemporales, en 2018, ahora nos presenta un volumen de mayor dimensión y extensión, en el cual, si bien vuelve a recorrer algunos de los pasos y sendas de trabajos y libros anteriores, se centra esta vez en mostrarnos, con la agudeza, elegancia de estilo, sutil erudición y el ingenio que le caracterizan, lo que de corporal, concreto, anatómico existe en los sentimientos, los instintos, en el alma y en el pensamiento.

Más específicamente aún, el autor persigue en Estrictamente corpóreo (2018) ofrecernos claves acerca de cómo al ser humano le ha preocupado, desde la más remota Antigüedad, encontrar en el cuerpo el lugar donde habitan el alma y el espíritu, así como una serie de rasgos conductuales, éticos y antiéticos que nos convierten en la categoría de seres “sintientes”; es decir, aquella especie capaz de, como aspiró Miguel de Unamuno, hacer pensar el sentimiento y sentir el pensamiento. De lo que trata este libro es de la esperanza en un renacer humanístico de la visión científico-naturalista o médica del ser humano, mucho más allá de las cargas económica, filosófica y política que la relación entre médico y paciente, como una articulación de poder y saber, ha generado, llegando a separar al ser humano mismo, en tanto que ente psíquico, social y cultural, de su estructura corporal y de sus accidentes fisiológicos.

Portada del libro

2.

Por cuanto, desde la perspectiva del conocimiento científico inherente a la medicina, conoce Herrera el origen bioquímico, funcionamiento y consecuencias de asuntos como el deseo, la pasión, el beso, los sentidos, el instinto, el odio, las células del pensamiento, la máquina del cuerpo y los efluvios del alma, en fin, podría ser que, de ordinario, quedase atrapado en la certitud y que su enfoque y lenguaje fueran precisos, taxativos, exactos y hasta fríos. Pero no. El creador, soberbio y bellaco, que habita en su talante científico lo hace, para fortuna de sus lectores, que salte esos diques de contención a favor del placer del texto y de la escritura, para, con un estilo personalísimo, rayano en lo poético y absolutamente libre y plural, como debe ser, en la exposición ensayística de sus ideas, sentimientos y lucubraciones, premiarnos con escritos que, aun empleando el dato científico, despiertan en los lectores una fruición, un goce que hace de la meditación una verdadera fiesta del pensamiento y de los sentidos. La vocación estética de Herrera pone en valor el juicio aristotélico según el cual nada podría estar en el entendimiento, sin que haya estado antes en los sentidos, a no ser que se trate del entendimiento mismo.

El autor de Estrictamente corpóreo (2018) nos demuestra, en cada una de sus piezas reflexivas, una muy bien articulada concepción del ensayo como formación discursiva concreta -eso que en literatura solemos llamar género-, así como también, una poética, en tanto que apuesta por una concepción de la escritura creativa que implica, desde la óptica de Meschonnic (2017), una postura frente a lo político, lo social, lo lingüístico y lo ético. Así, la génesis de un escrito ensayístico de Herrera, sin que responda necesariamente a una fórmula que coquetea con la ciencia, aun teniendo como propósito la fundamentación o divulgación de un fenómeno corporal, fisiológico, como por ejemplo la pieza titulada “El verdadero origen de las lágrimas”, para solo citar una, va a tomar el objeto de abordaje ensayístico, para, primero, sustentar su taxonomía científica, luego su arqueología histórico-cultural, en tanto que saber específico; más adelante mostrará las variaciones del fenómeno en el decurso de la historia occidental, para luego desplazarse, con donaire y personalidad estilística, por las connotaciones del objeto analizado en la percepción del arte, la literatura, la música clásica y la cultura popular, hasta rematar el ensayo con una fuente referencial de carácter científico o histórico que pondrá los ribetes de cordura a las emociones poéticas que siempre sobrevuelan los argumentos del ensayista, imprimiéndoles su inconfundible sello de originalidad. Se trata, pues, de un paseo por el saber y la cultura, que procura en el conocimiento y la información científicos, una suerte de pretexto o recurso para un magistral despliegue de sensibilidad humana y erudición, en un lenguaje que conjuga, con exquisita soltura, la precisión del dato con la belleza de la imagen poética para, como aspiró el filósofo de la ciencia Paul Feyerabend, lograr al fin un método de conocimiento y escritura capaz de conjugar, en helénica armonía, las ciencias y las artes.

Jochy Herrera reconoce a William Harvey como responsable, al descubrir la circulación sanguínea, del tránsito del corazón, considerado como un símbolo, y de esta forma su asociación con mitos, creencias, leyendas, literatura, arte y filosofía, al corazón como máquina de bombeo, que le permite su profundización científica y su estrecha conexión con las causas esenciales del hecho de vivir, de sentir y, por qué no, de pensar. Sin embargo, lo que otorga singularidad y vuelo conceptual a la escritura de este cardiólogo y humanista dominicano es, que si bien ahonda en lucubraciones relativas a la naturaleza biológica y la fisiología mecánica del corazón, sus enfoques y abordajes recuperan aquel preterido simbolismo del órgano, redescubriéndolo, sin menoscabo del rigor científico, en sus andanzas metafóricas por la pintura, la literatura, la música, la filosofía y otras formas del saber, desde la época antigua hasta la posmodernidad y la modernidad líquida establecida por Zygmunt Bauman.

La ciencia médica, como por desgracia, todo saber o conocimiento que ha devenido culto de la plusvalía, del fetichismo de la mercancía y la dictadura del dinero en el capitalismo del siglo XXI es, no obstante, susceptible de ser rehumanizada, en la perspectiva de Herrera, si se le devuelven dos de sus pilares antiguos: la ética hipocrática y la solidaridad, que harían de la práctica médica un apostolado en favor de la vida. En conexión con la solidaridad, cabe referir el caso narrado por Herrera a propósito del doctor Samuel Weinstein, del newyorkino Hospital Infantil Montefiore quien, en medio de un proceso quirúrgico de corazón muy complejo, al ser informado de que se agotaba la muy escasa sangre del grupo B negativo del niño paciente Francisco Hernández, de nacionalidad pobre y luego salvadoreño, pide que lo lleven a una sala contigua para donar su propia sangre al niño que seguía en el quirófano bajo su responsabilidad. Esa es la esencia humana de la medicina que la separación mercantil del cuerpo y el ser, como división entre la naturaleza y la cultura, en la modernidad tardía y a efectos de la religión del consumismo se ha desvanecido, junto a otros vínculos sociales que, por fortuna, quijotes como nuestro autor y otros tantos luchan por restablecer en la relación entre el médico y su paciente. He aquí atisbos de un Renacimiento que vendrá, de la práctica médica.

Solapa del libro, con datos del autor

3.

La construcción de una teoría y práctica del ensayo, como modalidad de pensamiento pletórico de sensibilidad estética y de sabiduría sin fronteras, requiere de una enorme pasión por el estudio científico, la filosofía, las ciencias sociales, la literatura y las artes como solo un espíritu neorrenacentista podría alcanzar. Son prolijas las menciones directas y referencias de Jochy Herrera a poetas, pensadores y médicos de la Grecia clásica, sobre todo, Homero, Ovidio, Safo de Lesbos, Galeno, Hipócrates, Platón, Aristóteles; también protagonistas que van desde el período helénico, pasando por el medioevo, deteniéndose en grandes artistas y humanistas del Renacimiento, como viajar desde las ciencias geocéntricas a las heliocéntricas hasta tocar filósofos de la modernidad, especialmente Descartes o Spinoza. Más amplio y rico es el abanico de menciones e influencias en Herrera de filósofos, sociólogos, literatos y artistas cuando nos acercamos a los siglos XIX y XX, incluso del presente siglo XXI.

Pero, si tuviese que enumerar sucintamente los que consideraría pivotes o piedras angulares del pensamiento humanístico y la escritura ensayística de Herrera me resultarían imprescindibles nombres como los del médico renacentista Vesalio; el da Vinci anatomista, escrutador furtivo de cadáveres y el arquitecto e inventor que recupera el antropocentrismo arquitectónico antiguo de Vitruvio; los aportes científicos de la teoría evolucionista de Darwin; la enjundiosa epistemología del saber médico junto a la visión arqueológica del cuerpo como superficie de inscripción de las relaciones de poder y de saber creadas por Foucault; la poesía y la visión ensayística de autores como Fernando Pessoa y Octavio Paz; la ensayística médica y humanística del mexicano González-Crussí, especialmente su visión del cuerpo como una maquinaria, así como su visión histórica de la medicina mediante el estudio de las enfermedades; la visión sobre el carácter mítico y cultural del cuerpo propia de un filósofo contemporáneo como Comte-Sponville, como también el problema político y simbólico que en la sociedad actual representa el cuerpo desde la cuestión de género y el dominio de la masculinidad explicados por Bourdieu; hasta sus puntos de convergencia con un autor, sociólogo y antropólogo, como David Le Breton, quien ha sabido explorar el cuerpo como lenguaje, como superficie para el signo escrito a través del tatuaje, incluso, como recurso para que el individuo elabore su plan de autodesaparición o desaparición de sí, y por último, la correspondencia de Herrera con Jean-Luc Nancy y su visión del cuerpo desde una perspectiva ontológica, antropológica, metafórica, política e identitaria.

4.

De acuerdo con Nancy (2010), que se escriba, ya no sobre o del cuerpo, sino la escritura del cuerpo mismo; que se escriba no la corporeidad, sino más bien, el cuerpo en sí; que ya no solo se manipulen los signos, las imágenes, las cifras del y en torno al cuerpo, sino, por el contrario, que el cuerpo mismo sea signo, imagen, cifra; que todo esto ocurra, y que tal vez no ocurra más es, sin duda, un programa de la modernidad. Ya no basta con tocar el cuerpo. Ahora hay que significarlo, hay que hacerlo significar. Hay que hacer del sentido, que el signo como cuerpo genera, un toque. “Escribir toca el cuerpo, por esencia” subraya el filósofo francés. Estamos ante el reto de pensar y escribir el cuerpo y hemos de hacerlo sometidos a los rigores de la posmodernidad o tardomodernidad en que vivimos, la que provoca, con respecto al cuerpo mismo, un alejamiento que lo hace nuestro, que lo hace provenir de un tiempo y una cultura remotos. Se trata, pues, del “cuerpo expuesto de la población del mundo”, y por ello la indescifrable necesidad de un cuerpo que exige un pensamiento y una escritura populares. Si bien, llegar a lo popular es en Nancy algo utópico, lo que es innegable es que la ensayística de Jochy Herrera contribuye a la divulgación de un modo de comprensión y análisis de lo corporal, como también de las enfermedades, los instrumentos, los avances tecnológicos médicos, que sin renegar de lo científico y sin esterilizarse en la erudición académica, logra articular los campos de la ciencia natural, las ciencias humanas y las artes, para una mejor comprensión del ser humano, sus avatares íntimos, culturales e históricos y la acelerada modificación de su entorno.

Baruch Spinoza, heredero crítico del cartesianismo y precursor de Nietzsche y de Foucault, sostuvo que nadie sabía en su época acerca de lo que podía un cuerpo, el cual veía, junto al alma, como una sola unidad, y como principio ético de la libertad. “Nadie en efecto, ha determinado por ahora qué puede el cuerpo, esto es, a nadie hasta ahora le ha enseñado la experiencia qué puede hacer el cuerpo por las solas leyes de la naturaleza, considerada como puramente corpórea, y qué no puede a menos que sea determinado por el alma”, afirmó el autor de la Ética demostrada según el orden geométrico (1675). Nadie había conocido “la fábrica del cuerpo”, con precisión tal que explicase todas sus funciones. El cuerpo, eso sí, puede cosas que su alma admira, aunque tampoco supiera nadie la forma o los medios con que el alma movía al cuerpo. Deleuze afirma que con este juicio el filósofo pretendía destronar, sutilmente, la idea de la superioridad del alma sobre el cuerpo; no hay ninguna preeminencia de uno sobre el otro. Como algo desconocido, Spinoza invitaba a la razón a hacer del cuerpo un camino de infinito conocimiento.

Si bien es cierto que son vestigios pictográficos los primeros testimonios de la civilización acerca de la relación entre el corazón, los sentimientos y la vida, como lo manifestó el individuo que habitó en las cavernas del período paleolítico, no lo es menos el que, posteriormente, ya en el marco de la cultura griega clásica, son los filósofos y los médicos como Platón, Aristóteles, Hipócrates y Galeno, los que, como sustenta el autor de Estrictamente corpóreo, van a describir la función esencial del órgano y sus particularidades anatómicas, fundándose así la tradición humanística que ve en el corazón el refugio del alma, cuando no, el sostén de la vida.

Nuestro ensayista emprende la titánica tarea de mostrarnos, mediante la conjugación de saberes y sentires, las fortalezas y fragilidades, el coraje y los temores, las epopeyas y los dejos líricos de un órgano, como es el corazón, que más allá de su céntrica posición y de su vital rutina fisiológica está, junto a los artificios del cerebro, íntimamente relacionado con las expresiones artísticas y los sentimientos humanos más sublimes o deplorables, allí, donde el cristianismo consiente que habitan la devoción y la compasión humanas. Así como en Heidegger el habla es la morada del ser, en Herrera es en el corazón el lugar donde habita el alma de la persona.

5.

Al titular este texto como “El Renacimiento que vendrá” aludo, también, al hecho de que la ensayística de Jochy Herrera ha significado un punto de inflexión, el quiebre de la línea de flotación de un lenguaje crítico y de un concepto de la crítica que, lejos de edificar, de deleitar al lector o de abrirle brechas en el infinito camino del conocimiento del que habló Spinoza, más bien producía espanto, por cuando se tornaba un bodrio de conceptos no siempre bien asimilados, sin otra pretensión que la de exponer su adhesión incondicional y dogmática, por medio de una mecánica erudición sin atisbo de crítica, a una determinada corriente de pensamiento en boga, ya fuera en Europa o en Estados Unidos.

Poco conseguía esa suerte de crítica respecto de la motivación, del estímulo al aficionado a las humanidades a entusiasmarse con la lectura de novelas, poesía o dramas, la contemplación de la obra de arte, o bien la asistencia a la sala de teatro, al concierto de música, al cine o al espectáculo de danza. Era una crítica que se consumía en su culto secular de capilla cerrada en las cuatro paredes de la academia. Era una madeja de conceptos que se imponía como amarra a cualquier objeto analizado. Jochy Herrera escribe, en cambio, para comunicar, para establecer un acto de comunión con las audiencias, y para ello se vale del recurso de doblegar elegante y sutilmente la erudición y el manejo de las fuentes y referencias, haciendo de la escritura ensayística la invitación a una danza del pensamiento con absoluta libertad, a una conjugación de lo científico, lo cotidiano y lo poético en una expresión que le confiere un excelso dominio de la palabra.  Ha renacido con él, en nuestro ámbito intelectual y cultural, la crítica que solo procura, como lo estableció Martí, ejercer libremente un criterio. El libro Estrictamente corpóreo confirma este aserto.