Irma Nicasio Rodríguez, cientista, docente, egresada de la Universidad de Muster, de la República Federal de Alemania, investigadora de temas de género, de larga trayectoria académica en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), donde fue Directora de la Escuela de Sociología, y se tituló de Licenciada en Sociología, autora de obras sobre migración, culturas e identidades y agendas públicas, nos solicitó leer el manuscrito de su libro Manual de Metodología de Investigación, aplicada a las Ciencias Sociales y Jurídicas con Perspectiva de Género, y detenernos en los capítulos XIII, XIV y XV que forman parte de la Sección V titulada “Nuevas Metodologías Aplicadas a la Investigación de Género” , así como el Capítulo XIII donde aborda las “Conceptualizaciones generales sobre género” y define los conceptos de equidad de género, derechos humanos, interseccionalidad, multiculturalidad, legalidad, gradualidad, sostenibilidad, rendición de cuentas y transparencia, complementariedad, empoderamiento, entre otros, así como los “Principios de igualdad” , igualdad, no discriminación, inclusión social, regionalidad, solidaridad, y democracia.
Nicasio Rodríguez al tratar la visibilidad de “los DD. HH. de las mujeres, y la Campaña de las Naciones Unidas por los derechos humanos de las mujeres, señala que la Metodología para la Investigación de Género: “supervisa las acciones para mejorar la coordinación, los servicios sustantivos y la formulación de las políticas mundiales”. [1]
Añadiendo que: “La teoría y práctica de los derechos humanos han sido esencialmente androcéntricas, puesto que toman a lo masculino como parámetro de lo humano. En este proceso de construcción ideológica de lo que entendemos por derechos humanos, las violaciones que enfrentan las mujeres por su condición de mujer quedan excluidas de reconocimiento, ya que no corresponden a la experiencia masculina”. [2]
Irma Nicasio en el apartado del libro “Identificando el sexismo en la investigación” plantea que: “El androcentrismo es posiblemente la forma más generalizada (del sexismo en la investigación). Se expresa en un estudio, análisis o política cuando se presenta el problema desde la perspectiva masculina exclusivamente. En la conceptualización del problema, manejo metodológico y manipulación de los datos priman las necesidades, intereses, experiencias y/o preocupaciones masculinas, lo que sirve de parámetro frente al cual comparar y analizar a la población femenina. La visión androcéntrica toma al hombre como modelo y medida de todas las cosas. La mujer y todo lo que se relacione con ella es comparado contra ese modelo masculino, sin otorgarle individualidad”. [3]
Partiendo de esta perspectiva, enunciada por Nicasio Rodríguez, se puede afirmar que el androcentrismo ha impedido que los gobiernos adopten en sus agendas de desarrollo la transversalización del género en sus políticas públicas, para erradicar la marginalidad, exclusión y discriminación de los grupos más vulnerados de la sociedad, ya que la ciudadanía homologada, la ciudadanía práctica o activa, se bifurca en dos vertientes o puntos de encuentros: la igualdad y la participación.
El androcentrismo ha sido la causa de que no se impulse un liderazgo de mujer desde el Estado patriarcal en los procesos de democratización, en los cuales es necesario la vinculación de la ciudadanía en la re-construcción o conformación de una sociedad donde prime la igualdad desde la perspectiva de género con respeto a la diversidad. No ha posibilitado, además, las transformaciones y reformas estatutarias que demanda el ejercicio de los derechos políticos y humanos de la mujer, para obligar a que la Ley de Partidos Políticos haga real el principio de la igualdad entre hombres y mujeres, y una redefinición constante de la igualdad real versus la igual formal o legal.
El androcentrismo, que define Nicasio, en cuyos cimientos se configuró el surgimiento del Estado dominicano en 1844, y su primera Constitución, ha provocado que los partidos políticos de la República Dominicana, como espacios de la política formal, enfrenten en la actualidad una crisis estructural y un profundo descrédito como “franquicias electorales”, porque los mismos no incorporan en sus estatutos el componente de las relaciones de poder de género, el empoderamiento y igualdad sin discriminación, a los cuales se refiere Nicasio, en el Capítulo XIII de su Manual.
Ciertamente, no hemos avanzado como sociedad -pero lo hemos creído- en casi dos siglos, a hacer la transición hacia la modernidad, ni aun hacia la ciudadanización, puesto que el androcentrismo desde el Estado, desde las escuelas de formación en estudios superiores, con sus programas, currícula de enseñanza y las normativas jurídicas que nos rigen, es lo que continúa impidiendo en el presente, en el siglo XXI, que se pueda construir una democracia realmente participativa, un régimen de partidos cuyas normativas, y, por ende, el proceso de competencia, partan de la realidad socio-económica y socio-cultural de la mujer, así como de los elementos de equidad característicos de un sistema democrático, lo cual nos indica que la legitimidad de todo proceso electoral solo es posible con la participación legítima de la mujer, como una manera de reconocer a la solidaridad, como principio fundamental de la convivencia partidaria.
No basta para erradicar el androcentrismo la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966), la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (1979), la Conferencia Mundial de la Mujer (Beijing-1995), Ley Electoral (1997), ni la Constitución de la República (2010) para evitar que en el momento actual los partidos políticos tradicionales mayoritarios abandonen el modelo de partido hegemónico, verticalita, machista, que ha sido la causa de la instrumentalización de la representación delegada, en base al personalismo caudillista, el clientelismo, el prebendalismo, y el paternalismo omnipotente masculino, lo cual trae consigo una visión reduccionista que induce a la marginalidad del sujeto femenino.
Las cuestiones como igualdad real de oportunidades, reformas legislativas, reforma constitucional, ciudadanía de la igualdad y ciudadanía de participación para evitar la exclusión y la discriminación contra la mujer, no es tema de interés de los partidos políticos tradicionales, menos aun el ejercicio de los derechos humanos de las mujeres, porque género, ciudadanía y gobernabilidad, en la democracia participativa es, la herramienta para cerrar las brechas entre políticas y prácticas, como mecanismo para la incorporación de las mujeres en la planificación y formulación de políticas para el desarrollo.
La obra de Nicasio Rodríguez ha reforzado mi visión de que se requiere crear un sistema de pensamiento, una epistemología y hermenéutica del sujeto mujer, y re-conocer si a la humanidad, que representamos nosotras, le queda alguna Utopía.
Así las cosas, deseo dejar ante ustedes algunas reflexiones sobre este tema que me duele en los huesos, en la piel, en la mirada, en las manos, en torno a qué utopías le queda a la mujer, porque quizás -como escribimos anteriormente- en el siglo XXI, creo, ya no tiene más Utopías ni ventanas que abrir ni enigmas que descifrar.
Tal vez, la mujer pueda existir en el mundo continuando con algunas interrogaciones, verbi gracia, sobre el poder del lenguaje, sobre el valor del signo lingüístico, para dejar de fragmentarse y/ o subrogarse como sujetos en la voz de los otros, ya que sus encuentros psíquicos no conllevarán más desdoblamientos, escisiones o percepciones sobre la feminidad. Algunas teóricas dirán -otra vez, y reiteradamente- que deben seguir penetrando al texto, y a los valores cognoscitivos de lo real, pero ¿hasta cuándo?
La violenta ruptura –como Utopía– que desean, las feministas académicas, en contra del poder patriarcal continuará en este siglo en Oriente y en Occidente, al menos que las tecnologías decretan la muerte, el exterminio de lo humano, del ser y del pensar, con todo su pathos. Pero tampoco sé si será así, sin embargo, no tengo idea de cuál será el próximo espejo en el cual las mujeres jugarán “entretenidamente” a verse, ni qué “protección” o complicidad pedirán a los otros, porque la vulnerabilidad de ellas, de nosotras, y los dilemas como lucha de enfrentamiento de las culturas, continuará en el presente siglo.
Tal vez la equidad genérica ha sido la última Utopía que nos legó el pasado siglo veinte, lo transversal en el quehacer de los imperativos del poder político. ¿Qué otros paradigmas van a abordar las mujeres; a qué otras apariencias van a hacerle resistencia; qué otra dimensión epistemológica crearán las mujeres para construir una nueva mitología femenina de la cultura, a menos que la “perfecta cultura” sea la asexuada y andrógena? Tampoco lo sé.
Entiendo que, tomando la idea de qué otra “batalla” aun les falta a las mujeres por librar, aun les queda por librar la batalla contra la barbarie de la violencia de género, en específico la violencia contra la mujer.
A este respecto deseo expresar mi parecer de que, en sentido general, la violencia proviene de distintos conflictos que el ser humano ha tenido que enfrentar en el proceso de su construcción como un sujeto social consciente. El ser humano ha vivido desde el pasado al presente luchando por alcanzar su libertad, por crecer con sus facultades propias, por evitar la cruzada inevitable de desarrollarse en medio de una cultura filogenética, es decir, represiva.
Sigmund Freud -muy odiado por las feministas- ha expresado en su obra El malestar en la cultura al hablar de la “genitalidad heterosexual madura” que: “El conflicto entre la civilización y la sexualidad es provocado por la circunstancia de que el amor sexual es una relación entre dos personas, en la que una tercera sólo puede ser superflua o perturbadora (…). Cuando una relación amorosa está en su máxima altura no deja espacio para ningún otro interés en el mundo alrededor (…)”. [4]
En tal sentido el homicidio cometido contra una mujer (llamado actualmente por las feministas como feminicidio), es un impulso regresivo del hombre a la barbarie, cuando su intelecto forma un superego de inseguridad hacia su compañera, lo que motiva su acción destructiva, punitiva, cambiando, pulverizando su personalidad madura.
“IO SONO MIA”. REIVINDICACIONES SOCIALES. Luego de alcanzar en el siglo veinte la mujer la homologación de una ciudadanía “igual” a la del hombre, movimiento conocido como sufragismo, las corrientes feministas de los países del primer mundo, y sobre todo el feminismo académico, cifró su discurso, con la oposición de El Vaticano, en derivar el sentido sexual de la “reproducción” con un discurso erigido en la metáfora del “género”. De ahí derivó que se entendiera desde este punto de vista que, ontológicamente y per se, la familia tradicional, y, por ende, las estructuras misóginas de castiga y vigila del derecho burgués, del cual dependen aun la gran mayoría de las mujeres del mundo, continúan manteniendo a la mujer como un cuerpo marcado por una relación de subordinación, por lo cual, se podría argumentar larga y extendidamente -desde la óptica del discurso feminista- que la relación de subordinación de la mujer a la normativa del derecho burgués, y, léase aquí, la subordinación creada por ese derecho, se podría describir como el factum que impide a la mujer lograr sus reivindicaciones.
Nancy Armstrong en un ensayo titulado “Occidentalismo: una cuestión para el feminismo internacional” (1990) plantea que: “Puesto que el lenguaje de “la familia” constituye ya la base de una burguesía internacional, habrá de ser un feminismo internacional el que desestabilice ese lenguaje”. Traigo esta opinión porque actualmente la disolución de la familia tradicional es el conflicto letal por el cual se enfrentan los hombres versus mujeres, dejando a un lado los presupuestos y legados emancipatorios del siglo XX, y el mítico estudio de la subjetividad femenina.
Por tales circunstancias, nos preguntamos ahora de nuevo, luego de leer el Manual de Irma Nicasio Rodríguez, si habrá una verdadera “revolución” de la mujer en el siglo XXI cuando aprenda, quizás, a “pensar en lo posible”.
Simone de Beauvoir me hizo comprender que es necesario ejercer el derecho a disentir, a ser contestataria, a elaborar estrategias formales e informales de resistencia ante la opresión del otro y de las otras. La lectura de Le Deuxième Sexe, en los años 80, me permitió reflexionar sobre la subjetividad femenina; la función alienante de las leyes que reproducen la coexistencia de las clases y los grupos a través de su discurso providencial, por lo cual entiendo que, una debe pensar en cómo evitar en nuestras sociedades la reactivación de la ideología sexista que es la base del sistema capitalista dominante.
De Beauvoir me dio las herramientas para construir mi mirada desmitificadora, comprendiendo que la mujer no es más que, un sujeto en construcción, un signo que se origina con su participación activa en el devenir, que requiere deslegitimizar la lógica abstracta de este signo y crear espacios de desterritorrización para derribar esa franja nebulosa de marginalidad en la cual el androcentrismo nos ha situado.
Vuelvo y repito, luego de leer el Manual de género de Irma Nicasio, concluyo que lo que se requiere es crear un sistema de pensamiento, una epistemología y hermenéutica del sujeto mujer. Esta es nuestra última Utopía.
Y esta frase nuestra “crear un sistema de pensamiento, una epistemología y hermenéutica del sujeto mujer” nos muestra como paradigma que, el lenguaje y su apropiación es una lucha de poder entre los sexos, ya que el mismo posibilita la dominación patriarcal y el androcentrismo; por lo que creo que las mujeres deben buscar un significante trascendental extra-lingüístico a esa relación dual a la cual está sometido el desafío de existir a través de la voluntad del saber, y las diferencias binarias.
NOTAS
[1] Irma Nicasio Rodríguez, Manual de Metodología de Investigación, aplicada a las Ciencias Sociales y Jurídicas con Perspectiva de Género (Santo Domingo, Editora Búho, 2015): 249.
[2] Ibídem, 257.
[3] Ibídem, 264.
[4] Citado de Civilization and its Discontents (Londres, Hogarth Press, 1949): 79-80, por Herbert Marcuse en Eros y Civilización (Barcelona: Editorial Seix Barral, S. A., 1969):51.