Hugo, maestro y amigo

Escuela de Sociología 1964. El profesor atildado, un mulato buenmozo bien perfilado, labios finos, ojos expresivos, cejas enarcadas, manos largas que hablaban por sí solas –“de más en más”. Desplegaba en clase una dialéctica elocuente y seductora, recién llegado de París, vestido impecablemente con paños apropiados al clima tropical (“José, mi amigo Oscar, cuando supo que partía de regreso, me invitó a su atelier de costura para que escogiera varios trajes a mi gusto”). Enseñaba Introducción al Estudio de la Historia con un enfoque metodológico marxista –le facilité un libro homónimo de Igor Kohn que fue referencia bibliográfica- y de la escuela de los Annales de Marc Bloch y Lucien Febvre.

Los estudiantes lo admirábamos. La Escuela era un experimento de modernización académica emprendido en 1962 por mi primo Luis Rafael del Castillo Morales con apoyo de la OEA que se valió de profesores extranjeros: los belgas de la Católica de Lovaina André y Andrea Corten, junto a Jacques Silberberg; la antropóloga de Columbia June Rosenberg; el argentino Carlos Di Núbila, el uruguayo Jerónimo de Sierra, el alemán Wolf Grabendorf; y los apuntes mimeografiados del sociólogo holandés Harry Hoetink.

Fotografía Joseph Schneberg

Del patio, el filósofo Andrés Avelino hijo, el economista Bolívar Batista del Villar, egresados de Francia. El demógrafo Rafael Deláncer, el estadígrafo Miguel Mendoza Rijo, ambos especializados en el exterior. El laboralista Almanzor González, con estudios en Italia. El lingüista Rafael González Tirado y el matemático Daniel Cabrera Zorrilla. Se sumarían Jimenes Grullón y Moreno Martínez, ex candidatos presidenciales social demócrata y socialcristiano. Chito Henríquez y Dato Pagán agregarían saberes en Historia y Geografía Humana. Frank Marino Hernández –egresado de la Universidad de Puerto Rico- y Alberto Noboa –con estudios en Inglaterra, Chu Tejeda e Idelisa Bonnelly en idiomas.

La matrícula estudiantil incluía a las hermanas Consuelo y Naya Despradel, Magda Acosta, Isis Duarte, Irma Nicasio, Franklin Franco, Carlos Dore, Orlando Martínez, Manuel Cocco, Rafael Villalba, Ramón Estévez, Rafael de la Rosa, Dorín Cabrera. Otro grupo, Miguel Cocco, Miriam Díaz, Ana Teresa Oliver, Eulalia Flores, Magaly Caram, Sonia Besonias, Carlos Pimentel, Rafael Alcántara, Pepe Rivas, Osvaldo Domínguez, Carlos Julio Báez, José Alcántara. Rubén Silié y José del Castillo fueron reclutados por Hugo como ayudantes de investigación para hacer fichas en el Archivo General de la Nación.

Esa asignación me vinculó más a este hijo de don Vicente Tolentino Rojas, historiador, geógrafo, director de la Oficina Nacional de Estadística (1936-48) que publicaba el Anuario Estadístico, autor de Historia de la División Territorial 1492-1943. Criador de peces en piletas en su hogar de la Jonas Salk, a quien compraba parejas siendo yo muchacho, que él acompañaba con sabios consejos. Y de Catar Dipp, inmigrante libanesa, de quien Hugo heredó la raigal afición por la gastronomía.

Hermano del brillante neurólogo Mario, del arquitecto Vicente (Tico), ambos catedráticos de la UASD, amigos encantadores. De Tolé, empleado en el Instituto Cartográfico. Y de Amparo, viuda de Tomás Hernández Franco avecindada en San Carlos frente a mi abuela, en casa que alojaba a Jaime Colson. Sus pastelitos de calidad superior revolucionaron el barrio y me resolvieron muchas cenas.

Hugo se integró a la UASD en el 63 para impartir Derecho Internacional. Pronto alcanzó notoriedad. Ese año su ensayo Perfil nacionalista de Gregorio Luperón fue premiado por la Academia de la Historia en concurso conmemorativo del centenario de la Guerra de Restauración. Luperonista vital, nos legaría también su fundamental Biografía política de este líder del nacionalismo panantillanista.

En abril del 65 la historia atrapó al historiador en ciernes. Y no la rehuyó. Rubén, Fernandito Silié y yo nos encontramos con Hugo en el Palacio Nacional durante el efímero gobierno de Molina Ureña. Luego, lo vimos junto a Silvano Lora –un fraterno parisino cabeza de Arte y Liberación-, en el entorno del Cementerio de la Máximo Gómez, fusil en manos.

Figurante en la famosa black list americana, ya en la zona constitucionalista se integró a los trabajos en el grupo consultivo de la Comisión Negociadora (Tirso Mejía, Marcelino Vélez, Kasse Acta, Jocelyn Rodríguez Conde, Rafael Calventy, Jorge Blanco, Aníbal Campagna, José Augusto Vega), en apoyo al rol del canciller Jottin Cury. La casa de los Mejía Ricart y el apartamento de Jottin encima de López de Haro alojaron las reuniones. Me mantuve en contacto, auxiliando a Hugo en tareas que me llevaron a Juan Ducoudray y a ensamblar junto a él los cuadernillos del Acta Institucional, en una imprenta detrás de los Bomberos. Aporte singular de Hugo fue la redacción de discursos, como el de despedida de Caamaño en el mitin en la Fortaleza Ozama.

A mi regreso de Chile en marzo del 71 reanudé relaciones con el maestro y amigo, ahora más simétricas, ya que me incorporé a la UASD como docente y director de su departamento de Sociología, carrera en la que Hugo impartía clases. El se había destacado no sólo en la cátedra, también como miembro de la Comisión de Reforma Universitaria, vicerrector académico y potencial rector. Nos unió además la colaboración con Juan Bosch y su esfuerzo por ensamblar un frente opositor con base programática, el Bloque de la Dignidad Nacional. Estuvimos en el “palomar” de la Casa Nacional del PRD, cuando se lanzó esta iniciativa.

Un grupo de amigos, entre ellos Bosco Guerrero, Avilés Blonda, Andresito Avelino, Franklin Almeida,  Idelisa Bonnelly,  Mercedes Macarrulla, Pedro Mir y quien suscribe, formó un comité para impulsar la candidatura de Hugo a la rectoría, triunfante en 1974. Durante esa gestión ocupé la Dirección de Investigaciones Científicas de la UASD, edité la revista Ciencia –que acogió un texto de historia de la población en Santo Domingo de Vicente Tolentino-, realizándose un vigoroso programa de investigaciones y ciclos de conferencias extramurales, con la participación de Pedro Mir, Ciriaco Landolfi, Chito Henríquez, Antinoe Fiallo, Eugenio de Jesús Marcano, Jesús Alvarez y Edna Lebrón, Lidio Martínez Cairo, Amiro Pérez Mera, Idelisa Bonnelly, Wilfredo Lozano, entre otros.

Junto a Emilio Cordero Michel integramos el Comité de Publicaciones, responsable de editar una amplia gama de títulos, entre ellos, Raza e historia en Santo Domingo: los orígenes del prejuicio racial en América, de la autoría de Hugo.

José del Castillo, el autor

En 1974 una invitación que le fuera cursada por Gérard Pierre-Charles para viajar a México a un seminario sobre el Caribe de la UNAM y la UNESCO, me fue delegada. Allí compartí con Gérard y Suzy Castor, asistidos por Pablo Maríñez y Ma. Emilia Paz, Maldonado Denis, Norman Girvan, Cheddi Jagan (ex primer ministro de Guyana), Archie Singham, George Beckford, Jean Casimir, Leslie Manigat, Edelberto Torres Rivas. Cuyas ponencias publicó UNAM, parte de una serie de libros que cubrió otros coloquios, con textos de Hugo, Pedro Mir y Franklin Franco.

En febrero de 1976 viajamos a Cuba invitados por la Universidad de La Habana, con la cual se firmó un convenio. Varios decanos, a la cabeza Hugo y Ligia Bonetti Guerra, una dama extraordinaria, quien ante un malentendido en el cual medió me dijo: “José, Hugo te quiere como si fuera un hermano mayor”.

En su hogar generoso y en la casa de Guayacanes, disfruté la compañía de huéspedes como José Luis Parra, Félix Servio Ducoudray, Pedro Mir, Enriquito de Castro, Enzo Mastrolilli, Johnny Naranjo y Yolanda, Rafael Calventy y Raquel Cuello. Conocí el encanto de Laura Vicini entre langostas frescas cocinadas por Hugo. Vertiente culinaria, caja china de por medio, que se repetiría en Caballona, Manoguayabo, con el cerdo chilindrón y otras carnes.

Evidencia de esa pasión por los calderos, los aromas y las especias, es su Itinerario histórico de la Gastronomía Dominicana, fruto de fichas ya amarillentas que atesoró a lo largo de su vida.

Bajo el gobierno de Guzmán, con Castaños Espaillat en Educación y Marcio Veloz Maggiolo subsecretario de Cultura, armamos junto a Hugo el proyecto Centro Regional para el Estudio de las Culturas del Caribe, aprobado en la Conferencia Regional de la Unesco celebrada en el país y abortado a la salida de Castaños.

Durante su presidencia en la Cámara Diputados, con Milagros Ortiz Bosch coordinadora técnica, ejecutamos un proyecto junto a Julio Brea Franco sobre la Constitución, el ciudadano, el congreso y las leyes. Editándose una cartilla de educación cívica con tiraje de 100 mil ejemplares con apoyo de USAID. Otro, un estudio del proceso legislativo, con los sociólogos Fernando Hued y Margarita Puente.

Como canciller colaboré honoríficamente en su gestión integrando la comisión que estudió y redactó la actual Ley Migratoria. Eduardo García Michel, Pelegrín Castillo, Alejandro González Pons, Carmen Amalia Cedeño, Carlos Dore, Rubén Silié, fueron otros cooperantes. Su talante quedó patentizado en su renuncia desde Europa ante el apoyo dominicano a la invasión a Irak en 2003.

El apartamento hospitalario de Milagros Ortiz Bosch en el Buenaventura, el suyo y su magnífica biblioteca que sirviera a Juan Bosch para preparar conferencias y textos de importancia. Los desayunos espléndidos que disfrutamos junto a Milagros, Peña Gómez, Maldonado Denis y Hugo. La misión de fraternidad antillana que nos llevó a San Juan a despedir a nuestro ilustre amigo.

Los sabores de Micaela, chef repostera, y su Recetas para toda una vida. Las peñas amables con Perelló, Robiou, Tabar, Acevedo, Calvo, en torno a un buen vino. O en su hogar con Sarah –a quien unió el amor y la comunión con la naturaleza. Esos sonetos repletos de erotismo delicado. La camisería de Roque Félix, Sueta y José. Son algunos botones de Hugo, que llevo prendados. Maestro y amigo.

(*) Texto publicado originalmente en Diario Libre, y ofrecido por el autor para ser publicado en esta serie de Acento, con los recuerdos de los amigos del doctor Hugo Tolentino Dipp.

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