HUGO TOLENTINO: VERSÁTIL, PERO SIEMPRE DIGNO
Como político, legislador, canciller, rector y profesor universitario, historiador y poeta Hugo Tolentino Dipp fue un hombre muy versátil, pero sobre todo siempre actuó con gran dignidad y honestidad. Sirvió al saber, no al poder.
Personalidades políticas de primer rango, como Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez, apreciaron sus virtudes y consejos. Cuando ya en una edad tardía Tolentino decidió casarse, Bosch estuvo presente en la íntima ceremonia.
Nunca antes ni después de su rectoría, la Universidad Autónoma de Santo Domingo, de cuyo movimiento renovador fue pionero y auspiciador, publicó tantos libros de investigación. Como historiador, Raza e historia y su biografía de Luperón no solo ganaron premios, sino que rápidamente se convirtieron en clásicos. Como miembro de la oposición, en la Cámara de Diputados siempre rehusó, y siempre por escrito, recibir los “extras” que la presidencia de la misma consignaba a la membresía, por considerarlos no solo ilegales sino indignos.
Mantengo muy vivas sus anécdotas, estimuladas por nuestra amistad. Desaparecido Trujillo se le impidió regresar al país por ser considerado demasiado izquierdista, por lo que de estudiante en París y Londres devino exilado político, con las consecuentes penurias. Para sobrevivir aprovechó sus finos modales y gran don de gente para en Nueva York conseguir empleo en una tienda de productos de gran lujo, convirtiéndose en el “delivery boy” que día por día iba de apartamento en apartamento repartiendo valiosos objetos.
Cuando coincidimos en París tuvo la generosidad de mostrarme “su París” de tiempos de estudiante. En “La Coupole”, el célebre restaurante de Montparnasse, entonces frecuentado por los grandes artistas, explicó a los sorprendidos mozos que cuando estudiante los mozos de entonces le prestaban dinero cuando sufría penurias. Los actuales mozos le creyeron, sobre todo al observar en su costoso saco el célebre botón rojo de la Legión de Honor francesa, pues junto a su hermano Mario, también desaparecido, ha sido de los pocos dominicanos en ostentar tal honor. Gracias a él conocí el café Flore en el boulevard St. Germain.
Su papel junto con los constitucionalistas durante la guerra civil de 1965 es bien conocido, sobre todo su autoría del discurso de despedida de Francis Caamaño que se inicia con: “Porque me dio el pueblo el poder, al pueblo vengo a devolver lo que le pertenece”. Menos conocido es que marchó con un máuser hacia Palacio para defender al efímero gobierno de Molina Ureña, así como su anécdota de cuando un compañero le explicó que para tirar con un bazuca a los infantes de marina norteamericana se requerían dos personas, exhortándolo a que lo acompañara esa noche. Con su elegante camisa europea de seda, Tolentino se arrodilló con la mortífera arma, pero resultó que estaba defectuosa y al disparar tan solo se escuchó un “click” que fue seguido por un estruendoso tiroteo de los norteamericanos.
Su gran gusto, no solo por la ropa, los vinos y la comida, le permitió construir y decorar humildes casas al estilo campesino en Tavera, Risolí, Manoguayo y Rancho Arriba, algunas de las cuales salieron en prestigiosas revistas europeas de arquitectura.
Ambicionaba publicar un libro sobre los árboles dominicanos y cuando le mostré un antiguo grabado de una “nuez” que consumían los taínos y los españoles y que había sido citada por Oviedo, no descansó hasta sembrar en su finca un árbol de la misma. Con Eladio Fernández visitamos la frontera del sur para escuchar el trinar de aves ya casi extintas.
Era muy fácil para mí determinar qué regalo traerle de un viaje al extranjero. Si era a una gran ciudad, le obsequiaba un frasco de perfume Guerlain, el cual consumía con generosidad. Si era a un país pobre, como Albania, procuraba una muy vieja aldaba para que la agregara a su amplia colección que adornaba su residencia campestre.
Ya durante sus últimos días me indicaba su preocupación por el destino de su biblioteca, cuyos tomos, encuadernaba con rigurosidad; su afán por la reedición de libros agotados de su autoría, así como la edición por primera vez de la versión taquigráfica de sus cátedras universitarias, labor que dejó a cargo de sus primeros alumnos, hoy lumbreras intelectuales.
Cuando me informó sobre su incurable enfermedad me dijo que encaraba la muerte con resignación, pues había disfrutado de una amplia, versátil y rica existencia. Y con gran dignidad y aporte a la sociedad le agregué yo. En una de nuestras últimas reuniones le entregué el manuscrito de mi último libro y que he dedicado a él.
Nos enseñó que se puede hacer política con dignidad, algo que tanta falta nos hace hoy. Gracias por tu ejemplo, Hugo.
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