SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Un día como hoy, 8 de diciembre, nació en San Francisco de Macorís, Hilma Contreras, la primera mujer en ganar el “Premio Nacional de Literatura” a la Obra de Toda una Vida. En homenaje a su natalicio, Acento.com.do, publica este ensayo sobre la laureada narradora de la autoría de nuestra colaboradora Ylonka Nacidit-Perdomo. [1]
“(…) yo siempre he buscado a Dios… y lo he encontrado, aunque a veces me haya empeñado en negarlo. (…) Jamás he podido recibir una luz ofrecida por quienes en su alma no tienen ninguna”. (En Diario Intimo de Hilma Contreras, junio 7, 1941).
“No, no quiero que por mi sufra nadie. Yo sólo le pido amor; no quiera darme más. Deje Ud. que la voluntad de Dios se cumpla”. (En Diario Intimo de Hilma Contreras, diciembre 4, 1941).
I. Hilma Contreras.
A Hilma la perseguí con un gran idealismo. Sabía que estaba anclada en algún lugar, pero: ¿cómo era? ¿Era cierto que vivía sola, que estaba “desaparecida”? Soñé con encontrarla, con descubrirla, no importaba si tenía que “molestarla” o “usurpar” su espacio.
Encontré a Hilma exactamente sola. Su madre, Juana Castillo había fallecido meses antes. Hilma se proyectaba hacia mí demasiado parca. No éramos opuestas, pero si le asustaba mi insistencia. Empecé a zambullirme en sus oídos, a explicarle que muchas personas deseaban conocerla, a lo que ella me respondía que “no era cierto”.
Le resumí cuáles eran mis planes para con ella: quería adorarla como a una enorme montaña, y mi intuición no me falló: Hilma era la criatura de setenta y tres años más hermosa que había tratado. Su temperamento se resistía a que una estudiante, y además poeta, buscara indagar sobre su vida. Le dio largas a una cita para conocernos. En repetidas oportunidades la llamé por teléfono. No sé si dudó de mí, pero la conquisté para “hurgar” en su vida de escritora, para planear –sin su consentimiento- raptarla, a algunas reuniones de amigos y amigas escritores.
Ella no podía imaginar que era mi ídolo: la George Sand de la literatura dominicana, que me encantaba la majestuosidad de su figura, su acento francés, su estudio de grandes claroscuros, su mala memoria, ese yo-interior que la dominaba, que le tomaba su libertad, que en nada suprimía su condición de esteta y artista.
Era un enorme misterio buscar los significados y valores de todo cuanto la rodeaba. Yo era un leopardo que no iba a descuidarme en ninguna línea de atención o de asalto para conocer su mundo y hacia dónde iba.
La inquieta Hilma, en San Francisco de Macorís, respira el perfume de la tierra virgen, y junto al movimiento de las ramas de los árboles en La Ermita se siente flotar cautivada por una inusitada verdad: la verdad de la plenitud de la libertad de su imaginación
Entonces empezamos a conversar, a recordar su habitad de plantas y flores. Siempre me agradó su silencio, sus pausas, su inexorable reserva sobre su vida, la suavidad de su pelo gris, las notas de su tono dogmático para replicar ante mi curiosidad. Hilma, por lo general, corroboraba algunos de mis puntos de vista sobre su vida. Me relataba cuál había sido la “idea inspiradora” de ciertos cuentos. Ostensiblemente existía entre las dos una complicidad para guerrearnos cuando escudriñaba en pasajes de su vida. Sin embargo, esta excepcional mujer de normas aristocráticas, pero no victorianas, destruyó sus barreras hacia mí y me distinguió finalmente con su amistad.
Es la escritora que más amo, a la cual estoy vinculada, porque era hermoso amarla con la idea semi inconsciente de que algún día podría abrir sus “secretos” archivos para escribir la cronología clave de su vida.
Al igual que su libro “Facetas de la vida”, hay muchas facetas de su vida que me hechizan. Es casi una metáfora crear un perfil de ella donde se entrelacen, fluyan y refluyan los puentes y canales que componen su existencia.
- La rebeldía como utopía. En abril de 1933, al regresar desde París a Santo Domingo, luego de pasar parte de su adolescencia en la ciudad luz, Hilma percibió que había llegado a un espacio roído, sin horizontes, en el cual su vida podía verse eclipsada, al igual que la de muchos otros. La “doctrina política” que se ejercía como cotidianidad, como modus vivendi en distintas esferas y grupos sociales, incluso aupada por un segmento muy importante de intelectuales, desde 1930, era la adulación, la extorsión moral, la crueldad mental y la violencia de la prisión o de la muerte. Se vivía entonces, y posterior a la catástrofe del huracán San Zenón, la tragicomedia del “progreso” y el orden, un “progreso” que se definía ficticiamente desde la “tranquilidad” impuesta.
Al encontrar este estado de cosas, Hilma escribe con horror letras fosforescentes de rumias que permanecieron inéditas hasta el momento de su fallecimiento. Al principio, estar en su pueblo “chiquito” lo sentía como una derrota a la libertad aprehendida y asumida por ella en Europa desde el pensamiento, el conocimiento y la acción. Estar aquí, en medio de la dictadura, era vivir de pronto una tragedia donde los que se hacían ciegos, sordos y mudos ante el oprobio eran serviles reptiles para la manipulación de la mayoría.
Hilma percibía a la dictadura en ciernes como repugnante, monstruosa, y entre rumias se acompañaba de la soledad, de la palabra y de los libros. Ingresa en 1941 a la Universidad estatal, por sugerencia de su mentor el escritor Juan Bosch, para conocer los tonos y los intercambios de ideas que los enjundiosos maestros de la Carrera de Filosofía, algunos de ellos parte del exilio republicano español en Santo Domingo, daban a conocer en sus cátedras, ya que la propaganda frenética del régimen despótico, disfrazado con la orla del progreso, lo inundaba todo.
De la vida de entonces, de la necesidad de sobrevivir y de confrontar a la existencia, sólo podía huirse en “Villasonium”, una ciudad ficticia que la autora creó en unos de sus relatos para escaparse de la bastardía y de las intrigas del régimen, el cual era un estado de sitio de color negro para los opositores, y de color blanco para los que hacían de la genuflexión un oficio y una ocupación.
Así las cosas, los largos soliloquios escritos por Contreras sobre la dictadura y la política se perciben como un espacio abierto, alejados del pozo de la ignominia, desde la cual exclama que la mediocridad de los hombres es la causa de las injusticias. Su obra narrativa, aunque breve, es muy densa; está llena de evidencias sobre su resistencia a la opresión genérica a la cual es sometida la mujer como una forma de suicidio emocional.
La influencia existencialista de Jean Paul-Sartre aparece constantemente en su obra. De Sartre le llama la atención ideas de éste sobre el “quietismo de desesperación”, y de “qué sucedería si todo el mundo hiciera lo mismo, y no se escapa uno de este pensamiento inquietante sino por una especia de mala fe (…)”.
Partiendo de estas ideas, Hilma moldeó su rebeldía en medio de la dictadura. Fue rebelde en todas las circunstancias, y extremadamente desgarradora en los compromisos que asumía, en especial en el amor y en el atrevimiento de escribir sobre diversos tipos femeninos. Ella asumió consigo misma un compromiso: escribió con soltura, inauguró en su época la narrativa de mujer desde el orden de lo cotidiano y desde el orden de lo existencial, y empezó a morar en la crónica de su tiempo, un tiempo inédito para ella aún.
III. ¿Cómo se siente una escritora en un “pueblo chiquito”?
Mademoiselle Contreras al retornar al Cibao y a su natal San Francisco de Macorís, en enero de 1935, sea adentra con mucha intuición y aguda observación, en la vida pueblerina; escucha esas “íntimas” conversaciones interminables, llenas de detalles y chispas de habladuría de las comadres sobre los múltiples matices de la cotidianidad pueblerina. Hablar, en la Provincia Duarte, era un recurso de convivencia para dejar que el correr del tiempo y el polvo de sus calles y de los caminos no extinguiera las esperanzas de vivir.
La inquieta Hilma, en San Francisco de Macorís, respira el perfume de la tierra virgen, y junto al movimiento de las ramas de los árboles en La Ermita se siente flotar cautivada por una inusitada verdad: la verdad de la plenitud de la libertad de su imaginación que construía irrealidades o realidades inverosímiles que nos tocaban a todos, y en especial, a los habitantes de esta República, que no dejaba entonces de ser una aldea con sus pretensiones de “progreso”.
Era la rebelión de su memoria de escritora que se negó a agonizar ante los dramas, el vértigo y la infinitud de la belleza cibaeña que bebían sus ojos.
Entonces, su “pueblo chiquito” es la copia fiel, al carbón, de lo que ocurre en la década del 30 en muchos rincones de la geografía nacional (desesperanza, languidez, fatiga humana, ojos horrorizados ante el infierno de la dictadura; prisión y violencia, quimera y amor) y que describe en escenas-estampas de una actualidad sorprendente.
Es este pueblo el primer escenario del teatro corredizo de la existencia, pero sobre todo de su existencia. Por eso, cuando los atisbos de dolor llegan a su vida, empieza a ver la realidad en escorzo.
… Desde entonces, empieza a llevar sobre sus espaldas la carga del mundo, de un mundo circundante y de un mundo, a solas, personal.
Desde un mundo en el cual Mademoiselle Contreras sólo conoce la lírica del símbolo de la libertad, de la Francia Eterna, el mundo le da un vuelco: enfrenta en 1932 el divorcio de sus padres, y asume los trámites legales de esta separación; él, el prominente cirujano doctor Darío Contreras, que posteriormente sería un protegido de la dictadura.
Al regresar a la Isla, París quedará muy lejos, solo plasmado en las fotografías de una adolescente, en Montmatre, en Fontainebleau, en la Rue Lacourbe, en sus recorridos por museos, en las vanguardias del arte parisino… en la noche que los siglos llenan de crujientes lunas haladas por el viento.
… y comienza la tristeza de su vida, el itinerario fatal de su suerte.
De ahora en adelante, Hilma alborotada por las musas de las imágenes y su visión de una época escrita con efervescencia, a veces, desde distintas perspectivas, empieza a ser un relato de situaciones contrapuestas y yuxtapuestas, de la cual deja como testimonios sus “Rumias”.
Fracaso. Emprendimos el viaje con el dardo angustiador de la guerra clavado en el corazón, y una nube de postrimeras esperanzas en el cerebro ambicioso.
¡Esperanzas!… Brotan, chisporrotean en constelaciones, deslumbran fugaces segundos y se esfuman, traidoras, crueles, con saña de cadáver pegado al corazón. Y surgen las cenizas del nuevo desengaño, que aventadas por la amargura se elevan y recaen como arenas heladas sobre el entusiasmo muerto.
- “El reptilismo dominicano en el año cinco de la Era”. Las razones de repulsa de Hilma Contreras a la Era son muchas. Odiaba que la condición de los individuos fuera el desempeño de su egoísmo perverso; odiaba lo inservible, lo nocivo; tenía una gran antipatía por las proclamas políticas que originan adhesiones de servilismo. Hilma era combativa, combativa de la genuflexión, combativa de la mecanización de la palabra, combativa del carcomido conservadurismo.
En 1935 observó con dolor la involución del futuro, la tendencia de que una sola voluntad “orientara” el camino, sin resistencias opuestas.
Ella condenó ese destino, esa abusiva complicidad de los reptiles con la Era. Fue firme al escribir su náusea con claridad, convencida de que la hipervaloración psicológica a las cuales son inducidas las masas en torno a un sujeto, trae la impasibilidad; impasibilidad que forman los reptiles.
En 1935 tuvo voz profética ante el siniestro y perverso giro que los reptiles daban a la historia, al destino de este pueblo, condenándolo a la miseria espiritual, por esto escribe estas vibrantes líneas que tituló “El reptilismo dominicano en el año cinco de la Era”, el 30 de abril de 1935. Cito:
Quizás estas páginas vibrantes de indignación no vean nunca la publicidad; tal vez no las lean mis amigos más íntimos y quién sabe, yo misma, después de haberlas concebido en el fuego de mi alma, las arroje a la sombra de una gaveta de escritorio y las cubra con el manto frío del olvido.
Páginas ardientes que la fogosidad de mi conciencia ha engendrado en el hedor nauseabundo del ignominioso año cinco de la Era Trujillista.
Ya no hay hombres. El gran tirano beatificado por la cobardía de los dominicanos barrió con las heroicas herencias (…). Sí, ya no hay hombres, solo sobreviven los reptiles.
(…)
¿Dónde está Dios? ¿Qué hace? ¿Qué piensa? ¿Por qué se place en prolongar la vida del monstruo? ¿Por qué nos abandona? ¡No será, reflexiona la razón alarmada, nuestro castigo, nuestra penitencia por los errores sufridos? Su crueldad, sus abusos, su canallería, sus crímenes horrendos, al asegurar el naufragio de su alma gangrenada, ¿no serán las pruebas purificadoras necesarias a la absolución de nuestros pecados? Sí, sólo así, surge la razón triunfante del caos de depravación donde bullen las ratas gubernamentales.
Este año cinco huele a sepulcro violado. Hasta la tierra heroica se olvida de sus epopeyas para sólo pensar en el Generalísimo y resonar impúdica bajo ese pie de hierro que la incrusta de cadáveres rebeldes.
Todo es villanía en este país indigno, semejante a un infierno enclavado en el fiero Caribe cuyas aguas se crispan de asco. (…) ¡¡Oh, pueblo desgraciado!! ¡Que no te tragara la tierra hambrienta!
- `“Me abismo en amargas meditaciones y pregunto: ¿No te parece ya bastante, oh Ser poderoso que llamamos Dios?”. Hilma Contreras.
Su visión de la muerte, la guerra y la mentira. Hilma quizás comprendió que, la llamada civilización es un préstamo colectivo que el mundo primitivo otorga a los pueblos en proceso de transformación, de ahí que diera una definición de civilización, la cual hallamos en un texto inédito, que conservamos en sus archivos personales, de la siguiente manera: “Se entiende por civilización, o debiera entenderse por civilización, una progresiva mitigación en las costumbres y creciente amor al prójimo. La civilización del siglo XX tolera la pena de muerte, pero debiera rechazar a puntapiés los suplicios excusables en la Edad Media e intolerables hoy día, a pesar de existir en algunos países. La civilización requiere humanización. El sentimiento unido al maravilloso mecanismo del cerebro es nuestro distintivo de especie, como lo es el instinto sanguinario del tigre”.
Hilma entendía (lo percibí a través de nuestras múltiples conversaciones) que la armonía entre los pueblos está subordinada -para tener un predominio duradero- en distintos tiempos históricos a la razón, no al concepto de razón en sentido de superioridad, sino en la razón de un mundo que huyera de los desarraigados bárbaros que conocen únicamente como fronteras entre las naciones la fuerza del militarismo.
La moral de Hilma fue la moral de la rebeldía, y rebeldía es sentido de pertenencia al mundo. Rebeldía no es una jurisdicción intelectual, es derecho natural a discutir, a dilucidar, a poner de frente a nosotros como cuestión última, cuáles son los límites, las referencias de la incertidumbre que la gente común enfrenta cuando los ejecutantes de la destrucción de mundo y, por igual de la vida, mienten desde su desequilibrio e irracionalidad, creyéndose controladores del destino de los otros. Leamos este texto revelador de nuestra autora:
“Todos mienten. Todos mienten; tanto el individuo como la masa; todos. ¿Le importa a alguien el bienestar de la Humanidad con mayúscula? No. A cada quien importa el suyo propio. Cada individuo coopera en el conglomerado humano pensando en sí mismo o a lo sumo en el hijo. En cuanto pierde la esperanza de su felicidad particular, sea renombre o riqueza, retira su confianza al grupo y se aísla; y como se trata de no dar el frente jamás, en seguida se mezan el pelo jurando a los cuatro vientos que el mundo está perdido y ellos en agonía por él. Y claro tienen razón. Jesús fue Cristo porque sabía su origen divino y su inmortalidad; nada perdía muriendo por nosotros, en su sangre se hallaba Dios para fortalecerle el cuerpo magullado por los azotes, y ¿quién no da gustoso lo que luego recuperará embellecido? Asombroso hubiera sido que creyéndose polvo, un mortal de tantos y convencido de la inutilidad de su sacrificio, hubiera renunciado a toda alegría y sometidos a tormentos por un mundo indigno e irremediablemente perdido según los propios deseos de Dios, cuando así nos maldijo.
“No más mentiras. No más añoranzas por lo que tampoco sirvió. No más atropellos disimulados de vidas y corazones. No más irresponsabilidades. Que mueran todos si con la muerte enmudecen de una vez y ceso yo de sentir tanta rabia y tanto dolor. La muerte es buena; malo es vivir sin vida ¡Venga ese “robot” liberador ¡ ¡Venga el hundimiento para todos! Pero el hombre tiene miedo y se divide (…)”.
- “Hazme sobrevivir a través de TODAS. No quiero otra inmortalidad”. Yo, pecadora, es la Oración que escribió Hilma sobre su “pecado” de amor, cargada de un tono de angustia y dolor.
Yo, pecadora por Hilma Contreras
“Yo, pecadora, me confieso a Dios mi señor; metida en la redoma hirviente de mi sacrificio, amándole y doliéndome; adorada de mi pecado, vuelvo los ojos hacia Dios, recibo su luz, me baño en él, agua celestial que purifica y santifica mis llagas, y entre la lluvia luminosa se enciende el corazón, rosa de tu amor, mi corazón, cruz de mi carne fructificada en ti.
“Tú, presencia ausente, dentro de mí y tan lejos; luz en el polvo, ventana cerrada cuando los dedos de Dios te entreabren los ojos hacia arriba; ventana cerrada y yo de rodillas en espera sin fin; esperándote, amando mi pecado y doliéndome, sorda a mi salvación porque la raíz de mis peces busca tu agua. Y tú: con el Arcángel Miguel, pisándome, Amor, pisándome para que sonría una niña, carne de tu carne y sangre de mi vida ardida en soledad”.
Hilma Contreras nos dejó en su legado literario un Diario Intimo de su amistad amorosa con el intelectual madrileño, natural de Fuencarral, Segundo Serrano Poncela.
El Diario Intimo de Hilma Contreras que abarca una década, de 1941 a 1951, nos revela la historia de un amor que sólo un alma como la de ella pudo vivir cautivamente, hasta llenarlo de un halo de sublimidad.
Segundo Serrano Poncela (Madrid 1912-Caracas 1976), único personaje central de este revelador texto inédito, arribó a Ciudad Trujillo en septiembre de 1939, cuando la colectividad republicana llegó entre 1936 a 1941 al país por motivo de la Guerra Civil española 1936/39. Era dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas. Al momento de la victoria del Frente Popular se desempeñaba como redactor del diario socialista Claridad; fue nombrado por Santiago Carrillo, Delegado de Orden Público, cuando se conforma la Junta de Defensa de Madrid, luego de la huída del gobierno rojo. Serrano Poncela ha sido señalado como uno de los principales responsables de las “sacas” y los fusilamientos nocturnos masivos sin juicio previo de presos, conocidas como los asesinatos y las matanzas indiscriminadas de Paracuellos del Jarama de noviembre de 1936.
Hilma Contreras y Serrano Poncela se conocen en 1941 en la Universidad de Santo Domingo. Contreras cursaba estudios de Filosofía, y, Serrano Poncela era Catedrático de Literatura Española en la Facultad de Filosofía.
En la ciudad de Santiago, Serrano Poncela fue profesor de la Escuela Normal y Redactor en Jefe del diario La Información; en la imprenta de La Información publicó una serie de textos denominada Cuadernos a Galatea, cuyo título es una franca alusión al nombre ficticio que la autora francomacorisana utiliza en su Diario y en las cartas que intercambiaban. Galatea, posteriormente, es recreada, una vez más, por Contreras en su colección antológica de cuentos Entre dos silencios (1987), en cuyo libro da este nombre a unos de los relatos en el cual describe su decisión de ir ausente y en soledad por la vida, al renunciar al amor de Segundo, en la última cita que tuvieron en Santo Domingo.
En el transcurso de esta amistad amorosa, Hilma Contreras se dedica con mucho entusiasmo a transcribir a máquina los primeros manuscritos de la obra narrativa de Serrano Poncela, y sobre los cuales le ofrecía, además, su parecer.
Contreras tenía como ocupación profesional la labor de traductora en la Embajada de Francia, a la cual ingresó en 1946 como Secretaria del Servicio Cultural, además de realizar traducciones a particulares, y enseñar francés en la Escuela Normal de Señoritas.
La relación entre ellos fue muy intensa, y de mucha calidad intelectual. Contreras empujó a Serrano Poncela a que se marchara de Santo Domingo, para que evitara su “propio hundimiento en la tiranía”, luego de su ruptura con el grupo de los republicanos, y el acoso constante del régimen y sus esbirros. Hilma temía que Serrano Poncela corriera la misma suerte de José Almoina; además lo motiva, insistentemente, a través de sus cartas y conversaciones a que se reconociera a sí mismo como un escritor y como un intelectual; él era su Robinsón “naufragado en mi Isla”. Vivieron su amor en secreto; y al decir de ella: “En Ud. me atraía lo que no encontraba en mí”.
Cuando inicia su amistad amorosa con Serrano Poncela, Hilma reside en la capital en un apartamento de la calle Rosa Duarte. Intercambiaban libros y cartas. Desde el comienzo de la relación Hilma le insistió que había “renunciado a la felicidad, a pesar de haberla esperado toda mi vida”, y que: “todo lo maravilloso termina mal”, insistiéndole que: “Ni Ud. ni yo tenemos derecho el uno al otro”. Entre 1948 y 1949 hubo un silencio entre los dos acordado mutuamente; dejaron de escribirse. Reanudaron la correspondencia “secreta” en febrero de 1950.
Serrano Poncela y Contreras Dejaron de escribirse definitivamente en 1951; con fecha 15 de enero de ese año cierra la última página del diario mecanografiado de nuestra escritora al cual le fueron desprendidas catorce páginas. Como acordaron existía ya “un mar entre los dos” que los separaba. Serrano Poncela se marca a San Juan, Puerto Rico, de donde viajaría, posteriormente, luego de unos años de enseñar en la Universidad de Puerto Rico a Venezuela, contratado como profesor por la Universidad Central de Venezuela, en la Escuela de Letras.
Hilma había escrito en su diario [pág. 142]: “Si muero antes que tú, S…..ín mío, ordenaré que sometan mi cuerpo a la incineración para que te manden mis cenizas en un cofrecito de plata o de cedro. Así yo correría la misma suerte de mis cartas, que desde ahora envidio: sobre tu corazón para toda la eternidad, ¿me aceptarías? Yo no podría descansar de otro modo. Pero tú no has pensado en llevarme contigo como a mis cartas, ¿porqué, Robinsón? Sin mí no existirían ellas (…)”. [2]
El 6 de agosto de 1946, luego del terremoto del domingo 4 de agosto, Hilma le escribe a Segundo Serrano:
“Te escribo en pedazos de papel que acabo de encontrar en mi escritorio y como puedo. Salí ayer de la Capital, precipitadamente, sin tiempo para prevenirte en ninguna forma. Vine en una camioneta de Obras Públicas, sentada en una silla de guano que saltaba a cada traqueteo amenazando lanzarme por encima de la barandilla de la cama del vehículo. Primero nos cayó un chubasco que nos empapó hasta los huesos y luego nos secó un sol de guasábara, nos tostó y nos enrojeció hasta desfigurarnos. Aquí me tienes, pues, entre escombros y oscilaciones sísmicas, más triste que nunca, con una insolación que me hace sospechar que no volveré a tener cutis nunca.
“Muy en el fondo me siento reconfortada por mi amor. ¡Qué sería de mí sí me faltaras! Si supieras mi alegría cuando encontré mi escritorio en pie, firme en su rincón con todo su tesoro dentro.
“Pero el arca de nuestro amor (…) necesita una limpieza que solo puede darle la mano de Dios.
“(…) He de decirte que viví mi primer Viernes Santo verdadero, en medio de un vasto silencio de casa vacía de gente, con la Biblia y con Cristo; meditando y sufriendo y llenándome de luz a un tiempo mismo. Pero tú has experimentado esta novedad mía en todas tus Semanas Santas.
“He presentido a Dios; y he sufrido por él y por nosotros…”.
Cuando leí esta parte del diario de Hilma confieso que me estremecí, y me pregunté, una vez más ¿cuántos dolores y angustias llevó tras sus espaldas, en su alma y en su corazón, como una espartana, mi amiga Hilma, que nunca confesó abiertamente ni aún a los más cercanos? …Y sólo puede exclamar hacia mis adentros que ¡Más fuerte que el amor no hay nada!, ni siquiera la fuerza de un terremoto.
El 15 de enero de 1951, Hilma Contreras escribe en su Diario en la página número 186: “Sí, he sentido el alborozo en el corazón y un latir de recuerdo en la sangre. No has cambiado. Te veo igual; quizás notara la diferencia que tú sientes, si enfrentara las dos fotografías. No he querido hacerlo. ¿Para qué? Además, estoy convencida de que no has envejecido. En cambio yo, con mi temor a la vejez-¡la muerte es tan poca cosa en comparación!- voy siguiendo día a día las marcas del tiempo sobre mi rostro, y me pregunto ¿cuántos años me quedan por vivir realmente? Ya me alcanzan los dedos de las manos para contarlos, y días hay en que me sobran dedos.
“Te quejas de mi negativa de ir allá; no, a lo que me niego es a que vuelva a dolerme. Con todo un mar entre los dos, conservarás mi recuerdo (lo único que me queda de nuestro amor) pero si cruzo la distancia, retornarán las zozobras angustiosas de otros días; me llegaría la muerte sin la dulzura de saber que vivo en tu pensamiento”.
Hilma vuelve a ser rebelde: el diecinueve de agosto de 1973, Galatea [Hilma] viaja a Caracas, Venezuela, donde permanece hasta el día veinticuatro, a pesar de la oposición de su madre. Se reencuentra, discretamente, en Monte Ávila, con el profesor Segundo Serrano Poncela, su “adorado poeta de la luna” [Robinsón], un hombre sin fe religiosa, por el cual ella había desafiado a todo un pueblo por su amor.
Desde entonces se pregunta, y se dice a sí misma: “¿Qué soy ahora? Algo en carne viva, maltratado, anhelante, pero que nadie ve. Únicamente se asombran de mi sonriente serenidad y están en acecho a ver si estallo. Ignoran, en su estúpida miopía, que no he cambiado, que soy la misma sensibilidad con otro ropaje; pero que he venido aquí a limpiarme de odios. Además, con la mano luminosa del Amor sobre mi hombro herido, siento menos el escozor de las huellas de la vida. Y lo más sorprendente, lo maravilloso, esa frescura espiritual de que le hablé una vez y que Dios me ha conservado en no sé qué rincón del alma, siempre pronta a resplandecer, haciéndome sentir exuberantemente joven y reír con tanto gusto en los momentos de calma”. (Diario Intimo de Hilma Contreras, Día de Año Nuevo, 1942).
Para igual que Galeta reflexionar: “Sé que voy a morir. Lo sé desde que dejé de sentirme suspensa en el vacío. Me di cuenta, así, un buen día, a la luz roja del crepúsculo. Descendía yo también, suavemente, pero descendía. Es algo indefinido aún, invisible a los demás, pero estoy cayendo… Todos me verán muerta, se inclinarán sobre mi silencio definitivo creyendo que me conocían, que yo era lo que habían visto de mí: un vivir cotidiano sin acontecimientos importantes, monótonamente normal. Normal como ellos, sin nada grande y hermoso en la trama de sus días. Más opaco quizás, más aislado, menos cumplido. Todos me mirarán muerta sin sospechar siquiera que yo era Galatea.
“(…) voy a morir lentamente, muy lentamente, como si la muerte no advirtiera mi presencia y simplemente me rozara al sentarse a descansar de otras defunciones más difíciles.
“Voy a morir… el hecho, banal en sí, me duele con dolor rabioso porque no llegará él a tiempo, a pesar de lo inverosímilmente despacio que voy cayendo…” (HILMA CONTRERAS, “Galatea” (en Entre dos silencios, 1987)
…Y así, Hilma Contreras, mi adorada Hilma, cumpliendo la voluntad de Dios, un 15 de enero del año 2006, un día igual a aquel en cual dejó de escribirle a Serrano Poncela, fallece en su ciudad natal, San Francisco de Macorís, la legendaria autora dominicana, a la edad de 95 años y un mes, llevando en sus adentros aquellas palabras suyas: “Cómo no sentir a Dios en mi camino si ha permitido nuestro encuentro, si te llevo dentro, sol amado! Estoy trémula de alegría y de emoción, porque sólo tengo oídos para tu voz”.
NOTA
[1] BIOGRAFÍA DE HILMA CONTRERAS. Hilma Contreras la enigmática y silenciosa escritora, que desafió el destino social femenino del matrimonio y la maternidad, nació en 1910 en San Francisco de Macorís, Provincia Duarte. Fue alfabetizada en Francia, donde vive parte de su niñez y adolescencia. Su padre, el prominente cirujano Darío Contreras Cruzado, recibió una beca oficial del gobierno dominicano para estudiar en la Universidad de París, donde obtendría un Doctorado en Medicina en 1914. Viajó en compañía de su pequeña hija, Hilma, y de su esposa Juana Castillo Medrano.
La adolescente Hilma estuvo en un internado de Versailles en la Maisons d´Educations des Lycées de Jeunes Filles-Victor Dury. Fue alumna de piano de Madame Thouvenel D´Aubigny en el Lycée Dury (1926), y de la española de origen aragonés María Pilar Arnal, en la “Ecole de Piano Pilar Arnal”. Mlle. Contreras ofreció sus primeras funciones como concertista en 1932 bajo la tutela de su maestra en la Maison Gaveau, Salle des Quatours, interpretando a Rameau, Granados, M. de Falla, entre otros. Sobre esta época la célebre autora del cuento romántico Tardes de Cristal y de los relatos Las carpas del estanque real y Los estudiantes rememora en una entrevista: “Cuando era muy joven escribía comedias, comedias para hacer reír a las compañeras, en el colegio”.
Hilma Contreras en la Universidad de París se diploma en grado superior en Lengua Francesa en 1927. Cursó dos años de estudios en el Instituto de Arqueología de París, recibiendo cátedras de los más prestigiosos especialistas en bellas. Fue alumna del profesor medievalista Henri Focillon, y miembro de la Societé des Amis de la Bibliothéque d´Art et d´Archéologie de l´Université de Paris.
Contreras regresó a la República Dominicana en junio de 1933, interrumpiendo sus estudios de Arqueología. Se establece en Santiago de los Caballeros en casa de su prima Mercedes Recio Castillo. Vino a representar a su madre, Juana (quien se queda en París en compañía de sus otros cuatro hijos), en el proceso de divorcio que le entabló su padre, Darío.
En 1937 conoce al célebre escritor Juan Bosch en Santo Domingo, a quien le envió una carta bajo el seudónimo de Silvia Hilcon, acompañada de un cuento. Bosch le responde el ocho de marzo, y el cuatro de julio le publica en el Listín Dominical, con una breve nota, su primer cuento con “sabor criollo” Los buenos se van, iniciándose una prolongada amistad entre ambos, y la carrera literaria de una narradora fundamental de la Generación del 30. Desde entonces construyó en y desde el silencio los significantes del signo mujer.
A partir de 1941 Contreras residió en la ciudad capital donde cursó estudios de Filosofía en la Universidad de Santo Domingo. Toda su obra narrativa publicada es de un indudablemente registro poético, además de ser versátil, cosmopolita, llena de expresividad y una fina sensibilidad. La misma comprende 4 Cuentos (1953), El ojo de Dios, cuentos de la clandestinidad (1962), Doña Endrina de Calatayud (1962), La Tierra está bramando (1986), Entre dos silencios (1987), Facetas de la vida (1993) y La Carnada (2007). Su bibliografía inédita abarca Rumias y recuerdos (memorias), De mi Torre adentro (prosa poética), la novela Pueblo Chiquito, infierno grande, además del Diario Intimo de su amistad amorosa con Segundo Serrano Poncela.
Hilma Contreras, la laureada escritora, considerada la maestra por excelencia del relato breve en la República Dominicana, consagrada como la primera mujer en ganar en el 2002 el Premio Nacional de Literatura a la Obra de toda una vida que otorga la Fundación Corripio y la Secretaría de Estado de Cultura, falleció en su ciudad natal el 15 de enero de 2006.
YLONKA NACIDIT-PERDOMO, Albacea Literaria de Hilma Contreras.