En el quehacer literario y científico, y, en el discurrir de la vida, cualquier acto de omisión alevosa, se constituye en un absurdo. Fue parte de una acción estratégica, desarrollar la primera parte de este trabajo, sin mencionar algunos nombres que formaron parte del desarrollo literario y cultural del taller literario "César Vallejo", de la UASD.
Aquí no hay olvido justificable. La memoria se revela y se amotina sobre nuestra conciencia, si dejo de referirme a la integración y a los aportes de importantes poetas al desarrollo integral del "César Vallejo", entre ellos José (Jochy) Mármol; Petra Saviñón; Federico Sánchez; Jorge Piña, Basilio Belliard, Nan Chevalier, Plinio Chahín y Adrian Javier, entre otros.
El olvido, aquí discurre como una sombra pecaminosa que hiere y duele. Quise que se sintiera ese sabor rancio, y, que, en el fondo, me satanicen, por supuestamente, poner sobre el tapete, la imagen de quienes, posiblemente, quieran integrarse en "capillas", autovanagloriarse y ensalsarse de manera "asociada". Eso es algo normal en el contexto político Y literario dominicano.
El Taller Literario "César Vallejo", aunque indujo a muchas contradicciones internas entre sus integrantes, lo cual es algo natural y positivo, representa el más importante y amplio espacio cultural y literario de nuestro país, durante estos últimos 42 años de creatividad estético-literaria.
Entiendo que no es suficiente poner de relieve la presencia de Valentín Amaro; Dulce Ureña; Sarah Merán; Leopoldo Minaya; Claribel Díaz; Confesor Gómez; Roberto Reyes y Cosme Raúl Santana, entre otros, porque la lista es bastante amplia.
No hay forma de olvidar a Ángel Gonzaga, ni a Ramón Enrique Tejada Rosa, ni a Gerardo Castillo o al creador, polemista e irónico, Amable Mejía, ni a la silenciosa y explosiva Victoria Hernández; por lo que, aquellos que pretenden secuestrar o restringir los linderos literarios, estéticos y culturales del "César Vallejo", omitiendo o sesgando su tratamiento analítico, se puede convertir en el hazme reír de su tiempo, porque ahí está esa innegable realidad cultural, brillando por si misma, con autoridad propia y desde una plenitud que no resiste enclaustramiento grupal.
Del "César Vallejo" es que sale la llamada Generación de Escritores del 80, la más compacta y definida por su compromiso con la discursividad poética, con la lengua y su apego a la ritmicidad de la palabra. Es con la Generación del 80 que la literatura, y, en especial, la poesía dominicana contemporánea, comienzan a trillar la lengua como compromiso creativo, sonoro, comunicativo, explorativo, innovador y estético, desde una racionalidad simbólica, ante el acto creativo.
Toda poesía parte del pensamiento y la imaginación, teniendo como base el imaginario y la simbología del contexto, en un tiempo determinado. Nuestro tiempo fue representado por el 1980, época de profunda crisis en todos los sentidos de la dinámica de la vida en la sociedad dominicana y en el mundo. La Generación de Escritores del 80, es la generación de la crisis cósmica o global, de ahí su apego a una poética renovadora y humanista.
La llamada poesía del pensar es propia del registro discursivo de todo sujeto creador. No es exclusiva de ningún creador, sino que es vinculante con el acto de pensar e imaginar del sujeto creador. No es, ni puede ser la inventiva de nadie, porque nace con el sujeto, sin importar su procedencia social, ni económica. Poesía y filosofía son la armadura vital de los escritores, pintores, compositores y cineastas de la generación del 80.
La poesía del pensar, no nace con, ni en el taller literario "César Vallejo", ella trasciende al sujeto mismo y a su tiempo. Pensar e imaginar son fundamentos del potencial creativo de todo sujeto. No es propia del "César Vallejo", ni de ninguno de sus integrantes, salvo que entremos en una tautología del filosofar.
Del taller literario de la UASD surgió la denominada Generación de Escritores del 80 y las obras de cada uno de sus integrantes hablarán por ellos, sin que sea necesario omitir, desconocer o llenar de sombra u olvido, aquello que no forma parte de mis "asociados".
El "César Vallejo" fue y es una entidad cultural inclusiva, amplia, abierta y plural, aunque algunos integrantes han querido dividirlo, fraccionarlo, pero no han podido. Han tenido que irse y formar tienda aparte, con otras propuestas grupales o de ofertas de "nuevos cánones" poéticos, lo cual siempre es favorable para el proceso de renovación connstante que necesita nuestra literatura.
Estoy plenamente consciente de que, dada la amplia cobertura del taller literario "César Vallejo", no me es suficiente seguir anotando otros nombres, como son los siguientes: Juan Byron Carty, Mirian Ventura, Petra Saviñón, Félix Leon Batista; Marcial Mota y Mirian Ventura. Estoy seguro de que me faltará mencionar a otros integrantes, incluyendo los actuales, por lo que pido mis excusas formales por esa gran falta, lo cual hace necesario hacer surgir el debate y/o más aportes al respecto, hasta obtener la más amplia y objetiva cobertura de esa imborrable realidad literaria dominicana.
Como es fácil advertir, estoy tratando un tema espinoso, donde también se han formado "entramados societarios", amparados por "grupos dentro del grupo" y eso, aunque parezca negativo, al final, ha contribuido ha favorecido el desarrollo creativo del taller literario, ha contribuido a consolidar sus reales aportes a nuestro universo literario dominicano. Eso indica que necesitamos de un planteamiento crítico literario "independiente" que asuma el estudio de nuestras obras y que sean nuestras obras literarias, las que hablen por nosotros.
A mí me luce hablar de esa forma, porque, en mi calidad de sujeto "cimarrón" que no estoy plegado a ninguna capilla, ni debo favores de financiamientos o de "ayudas" a alguna fundación, puedo explayarme como buen buzo polemista, sobre esas olas de intereses personales y grupales. Total, en el "César Vallejo" aprendí a amar la literatura y a asumir la lengua como el fundamento de mi existencia.
Por el "César Vallejo" aprendí a mirar mi país con los ojos del corazón. Allí me convertí en un provocador del pensar y del filosofar. Por ese taller, supe buscar el ritmo y la musicalidad de la palabra, para inmortalizar mi esperanza. Que nuestras obras, al ser leídas, no manipuladas u omitidas, sean las que hablen por nosotros para ahondar más nuestra sepultura o para hacer crecer nuevas primaveras sobre nuestra historia.
Ahora hace falta que se abra el debate, se rompan los silencios, y, desde la lengua, comencemos ya a situar nuestro pensar y nuestro crear, desde un intenso compartir saberes.