Aproximándonos a la Semana Santa, Acción Pro Educación y Cultura (APEC) y su Programa APEC Cultural, presentan en su Sala de Exposiciones Temporales, la muestra de obras escultóricas del artista dominicano Pedro Méndez: “Rostros de Cristos”.
Al realizar un repaso de figuras de la historia que generan superlativo interés, no dudaríamos en afirmar que la de Jesucristo conquistaría la posición suprema. Su
vida, pasión y muerte, han forjado inmenso interés por su persona, más allá de la espiritualidad religiosa que encarna su doctrina. El arte no ha escapado a ese atractivo icónico que desprende su imagen, y es así que observamos como a lo amplio del devenir histórico del arte, diversos creadores han tratado de representar esa figura incorpórea de Cristo, no descrita en los relatos de los evangelios, lo que ha dificultado tener pistas sobre su físico.
Era Cristo moreno o blanco?. Su pelo era rubio o castaño? Era alto, bajo, corpulento o esbelto?. Las interrogantes fluyen, y es precisamente esa lluvia de incógnitas las que posibilitan a los artistas volcar su imaginación creativa para la obtención de un icono que lograra personificar al Señor, desde su visión, ciclo histórico, movimiento artístico, estilo, espiritualidad o interpretación intangible.
En la originaria iglesia cristiana se puede apreciar históricamente la aparición de imágenes como parte de la catequesis, que asumen como modelos figuras del arte grecolatino para representar a Cristo. Las grafías basadas en estos modelos se mantuvieron hasta la Edad Media, siendo eclipsadas con la aparición de imágenes procedentes de Palestina y Siria, mas vecinas a la figura actual que conocemos. Se conservan modelos muy antiguos como el icono del siglo VI, del monasterio de Santa Catalina en el Monte Sinaí, el cual se ha relacionado con la leyenda de Edesa –en la que según se narra– Cristo envío su rostro impreso en un paño (Mandylion) al rey Abgar, quien deseaba conocerle. Una representación icónica de la imagen divina que escapa a la intervención de las manos del hombre; algo parecido al manto de Santa Verónica, donde se estampó la santa imagen del rostro de Cristo.
La iconografía de Cristo, con el paso de los años y la devoción e inspiración de diferentes artistas que plasman su figura, va adquiriendo cánones de perfección dentro de los estándares de belleza occidental, que lo acercan al cuerpo agraciado que conocemos como sinónimo de divinidad.
Pedro Méndez, prolífico escultor azuano, de quien el crítico de arte Danilo de los Santos nos dice: “Artista merecedor de galardones
nacionales, el vaivén constante de las proyecciones de Pedro incluyen muchas muestras individuales. Sus discursos van desde la talla formal o pura hasta la que incorpora elementos extra escultóricos.”; nos presenta esta vez su visión personal, entre lo “tradicional y contemporáneo” del rostro de Cristo; la casi totalidad de piezas esculpidas en madera, y otras realizadas con metales y apliques de otros materiales. El conjunto de obras exhibidas presenta cohesión en su discurso visual y montaje, llevando a quien la examina a la búsqueda dentro de su imaginario personal, de similitudes cognitivas asociadas a esa imagen de divinidad archivada en nuestro cerebro.
La predominante verticalidad de los rostros, exagerados por el alargamiento concebido por el artista para las piezas, nos recuerdan lejanamente los estiramientos que presentan algunas máscaras africanas, y las configuraciones faciales de piezas escultóricas y relieves del antiguo Arte Asirio, con su rígida frontalidad, grandes ojos y miradas fijas. Las representaciones más contemporáneas de la figuración de Cristo, realizadas por el escultor en algunas de sus obras, producen una ruptura total de ese imaginario poetizado, planteando una necesaria lectura más compleja y propia de un siglo XXI.
Excelente y coherente muestra que deja explicito el tesonero y arduo trajinar escultórico del realizador. Obras que nos abren el subjetivo mundo del artista y su visión del rostro de Cristo, volcándola en creaciones que nos pueden hacer oscilar de admiración por la desnuda expresión visual y concepción compositiva, hasta la pasión y sentimiento devoto del cristiano que se reserva para la íntimamente elegida.