(I)
A Martha Checo Mieses, Iris Viviana Pérez, Miguel Ángel Aza y Elvira Lora… estas reflexiones, que me hacen re-descubrir a Delia, para imaginar una identidad posible, compartida.
Delia Von Weber (Delia Weber) nació en Santo Domingo el 23 de octubre de 1900, y falleció en la misma ciudad el 28 de diciembre de 1982.
Hasta la edad de ocho años no asistió a escuela pública o privada. Ingresó a los doce años en el Liceo Núñez de Cáceres. En 1914 recibe el diploma titular que la acredita como Bachiller en Estudios Primarios Superiores. En 1918 obtuvo el título de Bachillerato en Ciencias Naturales, y más tarde se graduó como Maestra Normal.
Delia Weber publicó sus primeros poemas en 1918, en la Revista Fémina que dirigía la Maestra Normal Petronila Angélica Gómez, desde la sultana del Este, San Pedro de Macorís; era asidua colaboradora de El Diario, de Medellín; México Moderno de México; El Ateneo de Honduras; Proa de Buenos Aires; La Democracia de New York, y de otros diarios de América del Sur.
Delia Weber en 1923 en una carta que enviara al crítico colombiano Bernardo Uribe Muñoz (y que, posteriormente, se publica nueve años después en la edición del 16 de enero de 1932 del periódico El Diario, de Medellín), Delia escribió: “En 1917… absorbía por esos días mis actividades intelectuales la pintura que hoy como entonces es mi mayor pasión. Pero la carencia de medios en nuestro país, me ha hecho abandonarla… Mi temperamento, genuinamente contemplativo y exaltado en la soledad de su sueño, se refugia, por así decirlo, en sus concepciones, cuyo carácter un poco fantástico vine a justificar el hecho de la carencia de escenario… Este es… uno de los elementos que… ha determinado en mi obra literaria el predominio, casi absoluto, del elemento irreal…”.
Luego de concluir su actuación como primerísima actriz en la película “La emboscada de Cupido” realizada por Francisco Arturo Palau en 1923, Delia se une en matrimonio a Máximo Coiscou y Henríquez (1898-1973), hijo del doctor Rodolfo Coiscou, primo de Pedro Henríquez Ureña, con quien procreó cuatro hijos. Vivió diez años en Europa (entre Viena, París y España), acompañando a su esposo cuando se desempeñaba como diplomático, y era Jefe de la Misión Oficial Dominicana de Investigaciones en los Archivos de España y de Francia.
Fue fundadora del Club Nosotras (1927) y de la Acción Feminista Dominicana (1931), liderando el movimiento feminista dominicano junto a Las Sufragistas.
Posteriormente, en medio de las tensiones políticas y luchas por alcanzar el derecho al sufragio, en 1942 contrajo segundas nupcias con el profesor universitario, el exiliado español Álvaro Cartea Bonmatí.
Su obra edita e inédita incluye poemas dramáticos y líricos, cuentos, ensayos, notas críticas y comentarios de pintura, apuntes o crónicas de viaje, artículos sobre derechos de la mujer, pensamientos místicos, y guiones de comedias para cine. Su bibliografía publicada comprende cinco poemarios Ascuas vivas (1939), Encuentro (1939), Apuntes (1949), Espigas al sol (1959), Estancia (1972); dos obras de teatro Los viajeros (1944) y los Bellos designios/Lo eterno (1949) y un texto narrativo Dora y otros cuentos (1952).
Estudió pintura en la Academia de Abelardo Rodríguez Urdaneta, luego con Adolfo Obregón, y Celeste Woss y Gil. Obtuvo premios de pintura en el Concurso Eduardo León Jiménes en los años de 1970 y 1971.
I. ALGUNAS APRECIACIONES SOBRE EL ARTE DE DELIA WEBER. La obra pictórica de Delia Weber requiere para su comprensión, estudio y análisis dividirla en tres etapas. La primera va de 1920 a 1930, la segunda se registra de 1930-1960, y la tercera de 1960-1980. Esta última se bifurca en dos direcciones: por un lado, hallamos una tendencia impresionista, y por el otro, un expresionismo lírico abstracto.
A la primera etapa de la obra pictórica de Weber corresponde un óleo realizado y fechado en París en 1918. Los colores del mismo son ocres, e inicia una tendencia en la artista de monocromía de figuras: mesas arrimadas a la pared con floreros u otro tipo de adorno. Algunos de los trabajos parecen ser producto de una mediación afectiva, puesto que, hay en ellos un suspenso de la luz imperceptible.
II. ETAPA DE 1930-1960. La segunda etapa de “el arte de Delia Weber” se caracteriza por el academicismo, inclinación hacia los elementos de la clasicidad, y por su marcada tendencia al retratismo y a la pintura de naturaleza muerta.
En este período Weber evidencia sus dotes de pintora. El tema es el retrato, rostros sobrios, rostros en un entorno melodramático, rostros impasibles, rostros expectantes, rostros de severa composición, densos, complejos.
Pero también están presentes los bodegones, la solemne sobrerrealidad de las tonalidades oscuras con una función estelar en la aspiración weberiana de alcanzar la profundidad de los negros y la profundidad del ocre.
Entonces la creación estética weberiana se encontraba inmersa en un mundo auroral de frustraciones y triunfos, significando una forma mística de identificar su huida romántica con la identificación del hombre en sus singulares mundos sociales.
La tonalidad de sus cuadros y la atmósfera enigmática de los rostros a través de marrones oscuros, no nos sugieren ni movimiento ni transfiguraciones, sólo meditación o un destino alterno. Las gradaciones de claroscuro son prácticamente inexistentes en este período. La figura permanecerá definida, plasmada sin ningún tipo de fuga, reposada, tal vez, sin conciencia.
Weber ha llevado al lienzo su idea de temporalidad, el tiempo mítico y el tiempo psicológico de su ahora, puesto que, entonces no era espectadora de ninguna hipótesis, sino que su existencia tenía una frontera movediza: lo inhabitual, el oculto mundo colectivo.
Sin embargo, Weber crea una obra absolutamente explícita, de advertencia, de identidad circunscripta a lo dramático. Su lienzo El Arrepentido (1930), es una pintura excepcional. Es indudablemente un monólogo de desilusión. El “hombre nuevo” no existe, no está presente allí, a pesar del título de la obra.
Weber nos presenta en el lenguaje de los colores un fragmento irónico, crítico, degradado de la vida cotidiana que habita, a la cual está sometida. Esta es una pintura que presagia la catástrofe, el accionar sonámbulo, la decadencia de los valores, en la cual la multitud estará provista de signos vacíos, de cánones donde el yo ya no entiende al otro.
Si se examina esta pintura podría decirse que, la misma es el reflejo de una trilogía de realidades: la debilidad humana que se arrastra a un no-saber-aún, que son las fuerzas desconocidas; por otro lado: la insensatez o inconciencia ante el absurdo, y por último: el problema del ya-saber como alegoría al andar sonámbulo.
Esta pintura [1] de Weber es realista, objetiva y de una calidad indiscutible. Su título abarca con exactitud de manera directa e indirecta la derrota de los valores humanos y de los valores estéticos, la anulación de las facultades éticas del individuo, y las consecuencias del juicio implacable que trae el después en la vida de quienes son débiles de carácter y de temperamento. Es una obra sin ornamentalismo superlativo.
Una valoración estética de la misma nos permite observar que el rostro es una imagen de un hombre que transmite en sus rasgos delineados de manera fluyente, una composición definida, la perfección de los trazos y el cuidado de los detalles. Las sombras oscuras son el símbolo de la desolación, de la ausencia señalada, de la experiencia culposa, de la alucinación tardía.
El hombre de este cuadro parece masticar su memoria, el máximo mal, las instancias del presente, el callado hoy con el vaso y el trago.
Lo extraordinario de este lienzo es, que su atmósfera envuelve una constatación del instante que desaparece. El instante existencial captado por Weber es, la nostalgia como origen primigenio del desaliento, como des-ocultamiento del ente o un acto beatífico halado por el misterio.
Este cuadro está fechado en 1930. Se desconoce qué tiempo Weber trabajó en el mismo, pero se sabe que posó para su realización el también pintor Javier (o Xavier) Amiama, que se “autoexilió” en Haití, según nos explicara don Enrique Coiscou Weber, hijo de la autora, en 1995.
[1] El angustiado (El Arrepentido) Óleo/madera. 86 x 55cm. 1930. Colección Moisés Coiscou. Reproducido de la obra Colección Centenario Grupo León Jiménes. Danilo de los Santos (Santiago de los Caballeros: Vista Color, 2003): 391.