Don José Luis (Pepín) Corripio Estrada pertenece a una legión de personas que alcanzan el rango de imprescindibles, puesto que representan -en las más divergentes culturas y en las épocas de rupturas ideológicas- el nexo humanístico para comprender los aportes de distintas generaciones, su rol trascendente en el presente y en el porvenir de una sociedad, y cómo avanzaron para construir un patrimonio espiritual.

A veces, me he preguntado cómo Don Pepín puede siempre sembrar en terreno fértil grandes realizaciones individuales y colectivas. Muchos me dirán -como argumento- que, Don Pepín ha logrado el notable éxito que conocemos, en el mundo de los negocios y de la filantropía, por su aguda inteligencia, actitud de observante permanente de los cambios que se suscitan en el mundo, su trabajo tesonero, su perseverancia en sus propósitos, su serenidad y su paciencia.

Don José Luis Corripio comparte con Jorge Subero Isa, Ellis Pérez, y amigos. Foto Pedrito Guzmán, 2016

Pero tal vez, lo cierto es, que mirándolo en escorzo, sin dudas, su prolongado triunfo es el resultado de hacer real sus ideales, pero sobre todo de vivir satisfactoriamente la vida sin alejarse del verdadero tesoro que ya todos quisiéramos poseer: ser el dueño de su destino, y estar seguro que la felicidad -al lado de los suyos y con los suyos-, es el más apreciado bien, y la mayor satisfacción para una persona, así como ofrecer, dar y ofrendar su amistad a los demás.

Entonces, le pregunto, como testimonio, a la multitud de amigos que ha ido forjando desde las distintas esferas en que ha servido a la nación dominicana ¿qué es lo más impresionante que se puede aprender de la amistad con Don Pepín Corripio? A lo cual respondo: -Su sinceridad.

Don Pepín tiene como uno de sus mayores atributos el arte de no cansar en una conversación, lo que André Maurois atribute al gran secreto de ser natural. Don Pepín  reúne a su alrededor amigos que van en la vida por senderos similares; amigos con los cuales no hace falta tener un confidencia, porque todos están unidos por el afecto, puesto que, cuando los amigos se re-encuentran en franca tertulia es para lo grato, para afianzar con fuerza esa unión inmune a los celos, el egoísmo y a la vanidad.

Hay amistades que brotan como un manantial gracias a la fortaleza de las almas que la edifican; otras surgen de un encuentro fortuito, incluso entre personas animadas por el placer de aprender; otras, entre personas con una vitalidad y entusiasmo de contemplar lo curioso que se hace la belleza de la naturaleza apreciada sin prisa. De ahí, que hay amistades con las cuales se viaja a lugares donde se pretende ser afortunadamente felices o experimentar un sentimiento de sosiego, o un renacer del interior.

Abil Peralta, Marianne de Tolentino, Mercy de Garrido, Don Pepín Corripio, Verónica Sención e Ylonka Nacidit-Perdomo conversando sobre el valor de la amistad. Foto Pedrito Guzmán

Con Don Pepín Corripio, afortunadamente, todos tenemos una amistad intelectual, cercana, de tránsito, primordial, de correspondencia, pero ante todo: discreta, que es la amistad de admiración, que proporcionalmente con los años de cada uno de nosotros, y los que vamos cumpliendo, va in crescendo con lealtad auténtica hacia todo lo que él nos ha podido entregar, porque de él se ha ido aprendiendo cómo se construyen las relaciones sin conflictos, que son las que tejen la amistad imperecedera, infalible al repentino cambio de actitudes, integra como un sacerdocio. Esa es la amistad que anhelan filósofos, poetas, novelistas, artistas, y espíritus de superior conciencia encontrar, porque no tropieza con pasiones, y no flaquea en tiempos difíciles, porque es un libro abierto.

Alrededor de Don Pepín Corripio hay un ejército de amistades de buena voluntad, amigos que se han hecho su familia espiritual, porque Don Pepín es el más atento creador, gestor cultural, y mecenas de mayor arraigo en el país. Es un humanista, aun cuando no cultive las letras; su oficio intelectual es abundante, así como su experiencia de forjador excepcional de las identidades que se tienden como un puente en los círculos sociales en los cuales se conoce su magnanimidad.

Don José Luis Corripio al momento de su llegada al Hostal Nicolás de Ovando. Foto Pedrito Guzmán, 2016

Cuando alguien ose hacer la biografía de un hombre de carne y hueso como él, tendrá un trabajo dichoso: no tendrá que hablar solo del hombre de negocios de manera fría, ni del tren de vida que significa ir de un lado a otro a múltiples actividades, donde la vida se convierte en un camino de muchas curvas y líneas que se encuentran. No escribirá solo de una vida próspera, útil, llena de virtudes, de inmensas realizaciones, que hizo honor de manera espontánea a su patria, que representa a millones de inmigrantes capaces de hacer una impronta propia, y de ejercer el más sabio oficio del mundo, y el menos remunerativo: la generosidad.

Don Pepín, el hombre de la eterna juventud, al hacer de su vida un arte de amistad, en quien no persisten los equinoccios del otoño o del invierno, ha grabado en el alma de muchos aquella frase que escribió en letras de oro André Maurois en su obra Un arte de vivir: “En amistad como en amor no se vuelve con placer más que a los seres con los cuales nos está permitido el ser nosotros mismos, sin rigidez y sin mentira”. [1]

Tony Raful y Mateo Morrison saludan a Don José Luis Corripio. Foto Pedrito Guzmán, 2016

NOTA

André Maurois. Un arte de vivir (Librería Hachette, S. A., Buenos Aires, 1943): 79.

[“Don Pepín Corripio y el valor de la amistad” son las notas introductorias de la autora de la columna “Dentro del Bosque”, Ylonka Nacidit-Perdomo, publicada exclusivamente en Acento.com.do, leídas el 1º de febrero de 2016 en el Hostal Nicolás de Ovando MGallery, en el Café Literario que organiza Verónica Sención, en ocasión de recibir a Don Pepín como el Invitado de Honor a la tertulia.]